Devoradores de cadáveres (15 page)

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Authors: Michael Crichton

Tags: #Aventuras

BOOK: Devoradores de cadáveres
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Incapaz de dominar mis sentimientos, repuse:

—Tengo miedo.

Herger replicó:

—Es porque piensas en lo que habrá de venir e imaginas cosas terribles, capaces de helarle la sangre a cualquier hombre. No pienses en el futuro y consuélate sabiendo que nadie vive eternamente.

Vi la verdad de sus palabras.

—En nuestra sociedad —dije— tenemos el siguiente dicho: «Gracias a Alá, que en su gran sabiduría colocó a la muerte al final de la vida y no al principio».

Herger sonrió al oír esto y rió un instante.

—En medio del temor, hasta los árabes dicen la verdad —dijo, y se alejó a repetir mis palabras a Buliwyf, quien rió a su vez. En aquel momento los guerreros de Buliwyf acogieron de buena gana aquel chiste.

Llegamos poco después a una colina y al llegar a su cima hicimos un alto y contemplamos desde allí el campamento de los
wendol
. He aquí cómo apareció debajo de nosotros, pues lo vi con mis propios ojos. Había un valle y en el valle un círculo de chozas primitivas de barro y de paja, de construcción tan rudimentaria como las que podría erigir un niño. En el centro había una gran hoguera que ardía aún. No había en cambio caballos, no había animales, no había movimiento, ni señales de vida de ninguna clase. Pudimos apreciar este hecho a través de los espacios entre la niebla.

Buliwyf desmontó, seguido por sus guerreros y por mí. A decir verdad me palpitaba el corazón con tanta violencia al contemplar desde arriba el salvaje campamento de los demonios, que sentí que me ahogaba. Hablamos todos en un susurro.

—¿Por qué no hay actividad? —pregunté.

—Los
wendol
son animales nocturnos como las lechuzas y los murciélagos —repuso Herger— y duermen durante las horas del día. Están durmiendo, pues, en este momento, lo cual aprovecharemos para bajar y caer sobre ellos matándolos en medio de sus sueños.

—Somos tan pocos —dije. Había visto gran cantidad de chozas abajo.

—Somos bastantes —replicó Herger, y me dio un trago de hidromiel, que bebí con gratitud mientras alababa a Alá por no haberlo prohibido ni aun hallarlo reprobable.
[40]
En verdad hallaba en este punto que mi lengua acogía de forma hospitalaria aquella sustancia que antes había considerado vil. Es así como las cosas extrañas dejan de serlo a raíz de la repetición. Del mismo modo, no reparaba tampoco en el hedor repugnante de los
wendol
, por haberlo olido durante tanto tiempo hasta haber dejado de advertirlo.

La gente del Norte es sumamente peculiar en cuanto se refiere a los olores. No son gente limpia, como he dicho ya, y comen toda clase de alimentos y líquidos viles. Sin embargo, es también verdad que valoran la nariz por encima de todas las partes del cuerpo. En la batalla, la pérdida de una oreja no tiene mucha importancia, como no la tiene la de un dedo de la mano o del pie, aunque la tiene algo más la de una mano. Soportan estas cicatrices o pérdidas con gran indiferencia. En cambio, consideran la pérdida de la nariz como la pérdida de la vida misma, y ello se aplica aun a la pérdida de parte de la punta carnosa, que otra gente consideraría como de menor importancia.

La fractura de los huesos de la nariz en la batalla o bien por golpes es grave para ellos y muchos tienen narices torcidas por esa causa. No conozco, en cambio, el origen de su temor por la pérdida de la nariz.
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Recobradas las fuerzas, los guerreros de Buliwyf y yo entre ellos dejamos nuestros caballos en la colina, pero no fue posible dejarlos solos, pues estaban muy asustados. Uno de nuestro grupo debía quedar junto a ellos y yo abrigué la esperanza de que me elegirían a mí. Sin embargo, fue Haltaf quien quedó, por estar herido y ser de poca utilidad. El resto descendimos, pues, con gran sigilo entre los matorrales escasos y los arbustos marchitos, cuesta abajo en dirección al campamento de los
wendol
. Nos movimos con gran cautela y nadie se despertó en el campamento, de manera que pronto nos encontramos en el centro mismo de la aldea de los demonios.

Buliwyf no habló en ningún momento, sino que nos daba todas las instrucciones y órdenes por medio de gestos. Me dio a entender mediante dichos gestos que debíamos avanzar en grupos de dos guerreros cada uno, cada par en distinta dirección. Herger y yo debíamos atacar la más próxima de las chozas de barro, y el resto, las otras. Aguardamos todos hasta que los grupos estuvieran apostados junto a la puerta de las chozas y entonces, con un alarido, Buliwyf levantó su gran espada Runding y se lanzó a la cabeza del ataque.

Me abalancé con Herger dentro de una de las chozas, la cabeza palpitante por la sangre agolpada allí, la espada, ligera como una pluma entre mis manos. En verdad estaba dispuesto a librar la batalla más cruenta de mi vida. No vi nada en el interior. La choza estaba desierta y desnuda, salvo por los jergones de paja de aspecto tan primitivo que parecían más bien el lecho de algún animal.

Salimos corriendo al exterior y atacamos la choza siguiente, que volvimos a hallar vacía. Todas las chozas estaban vacías y los guerreros de Buliwyf se mostraron desilusionados en extremo y se miraron los unos a los otros con expresiones de sorpresa y desconcierto.

Entonces nos llamó Etchgow y nos congregamos todos en una de las chozas, algo mayor que el resto. Y allí pude ver por qué estaba desierta como todas las demás, aunque el interior de ésta no estaba desnudo. Por el contrario, el suelo estaba cubierto de huesos quebradizos que crujían al pisar sobre ellos como huesecillos de pájaros, delicados y frágiles. Me sorprendí al ver aquello y me incliné a mirar los huesos de cerca. Con una sensación de horror vi la línea curvada de una órbita aquí y unos cuantos dientes más lejos. Estaba, en verdad, en pie sobre una alfombra de huesos humanos de caras, y como pruebas más concluyentes de lo que afirmo, esta verdad horrorosa, en un alto montón contra una pared de la choza se encontraban los cráneos, dispuestos con el hueso hacia arriba como otros tantos recipientes de cerámica, pero de un reluciente color blanco. Me sentí enfermo y salí fuera a vomitar y purgarme de esta manera. Herger me dijo que los
wendol
comen los cerebros de sus víctimas del mismo modo que cualquiera de nosotros podría comer huevos o queso. Tal es su costumbre y, por horrendo que resulte contemplar siquiera semejante hábito, es verdad.

Nos llamó entonces otro de los guerreros y entramos en otra choza. En ella vi lo siguiente: la choza estaba vacía, salvo por un sillón amplio, semejante a un trono, tallado en un solo trozo gigantesco de madera. Tenía el respaldo en forma de abanico y tallado con figuras de serpientes y demonios. Al pie del trono estaban diseminados huesos de cráneos y sobre los brazos del sillón, donde podría haber apoyado las manos su dueño, había sangre y restos de una sustancia blanquecina semejante al queso y que no era otra cosa que sustancia cerebral. El olor que reinaba en aquel recinto era horrible.

Colocadas todo alrededor de este sitial había pequeñas tallas representando a la mujer encinta, tal como las he descrito ya. Las imágenes formaban, pues, una especie de círculo o perímetro en torno de la silla.

Herger dijo:

—Desde aquí reina ella —su voz era baja y temerosa.

No pude comprender qué quería decir, pero me sentí enfermo del corazón y del estómago. Volví a vaciar éste en el suelo mismo. Herger y los otros eran todos presa de la misma repugnancia, pero nadie entre ellos vomitó, sino que tomaron brasas de la hoguera e incendiaron las chozas. Todas ardieron con lentitud, por estar húmedas.

Hecho esto volvimos a trepar a la cima de la colina, montamos nuestras cabalgaduras y abandonando la región de los
wendol
, atravesando luego la del desierto del terror. Y todos los guerreros de Buliwyf estaban tristes, ya que los
wendol
los habían superado en cuanto a astucia e inteligencia al abandonar sus guaridas por haber previsto el ataque. Tampoco considerarían gran pérdida la de sus viviendas incendiadas.

El consejo del enano

Volvimos como habíamos ido, pero cabalgando a mayor velocidad, ya que los caballos estaban ansiosos, y por fin llegamos al pie de las colinas y avistamos la gran llanura, nuestra población y la gran fortaleza de Rothgar.

En aquel punto, Buliwyf se desvió y nos llevó en otra dirección, hacia un terreno elevado y rocoso azotado por los vientos del océano. Yo cabalgaba junto a Herger y le pregunté la razón del cambio de ruta. Herger me contestó que debíamos ir en busca de los enanos de la región.

Me sorprendió mucho esto, pues los nórdicos no aceptan a los enanos en medio de sus comunidades. Nunca se ve a ninguno en las calles, ni se sientan al pie de los reyes, ni se les ve, en fin, contando dinero o llevando el registro o haciendo las cosas que por lo general sabemos acostumbran hacer.
[42]
Nunca había mencionado un nórdico a los enanos y yo llegué a suponer que la gente de talla tan gigantesca
[43]
como la de ellos no podría nunca procrear enanos.

Llegamos así a un paraje lleno de cuevas hondas y azotadas por el viento. Buliwyf bajó de su caballo y todos sus guerreros hicieron lo mismo para proseguir el camino a pie. Oímos luego un sonido sibilante y juro que vi nubes de vapor brotar de una y otra de las cuevas. Cuando entramos en una de ellas, encontramos allí enanos.

Tenían el aspecto siguiente: de la talla habitual de los enanos se diferenciaban de los comunes por sus cabezas de gran tamaño, además de que sus rostros aparentaban ser los de ancianos. Había enanos tanto hombres como mujeres y todos daban la impresión de ser muy viejos. Los hombres tenían barbas y eran muy reposados. También las mujeres tenían vello en la cara, lo cual les daba el aspecto de hombres. Cada enano vestía una prenda hecha de piel o de marta y también llevaba cada uno un fino cinturón de cuero decorado con trozos de oro martillado.

Los enanos nos recibieron con gran cortesía y sin señales de temor. Herger me dijo que estos hombres tienen poderes mágicos y no tienen, por tanto, motivo para temer a nadie en el mundo. Son en cambio muy aprensivos frente a los caballos, y por esta razón habíamos debido dejar los nuestros. Herger me contó asimismo que los poderes de un enano residen en su fino cinturón, de tal manera que si llega a perderlo hará cualquier cosa por recobrarlo.

Herger añadió que el aspecto que tenían de gran edad respondía a la realidad, ya que un enano vivía mucho más que cualquier hombre común. Me comentó luego que estos enanos muestran su virilidad desde una edad temprana, que aun cuando son niños de corta edad tienen vello pubiano y miembros de proporciones inusitadas. En verdad es por esos signos que los padres se enteran de que su hijo es un enano y un ser mágico que debe ser llevado a las colinas para que viva con otros de su género. Hecho esto los padres dan gracias a los dioses y sacrifican algún animal, por cuanto haber engendrado y dado a luz un enano es considerado como un golpe de fortuna.

Tal es la creencia de los nórdicos, según me la explicó Herger, y si bien yo no sé bien cuál es la verdad, me limito a reproducir lo que él me dijo.

Vi en aquel momento que el ruido sibilante y el vapor surgían de grandes calderos en los cuales se hundían hojas de acero martillado para templar el metal, pues los enanos forjan armas sumamente apreciadas por los nórdicos. Debo añadir que vi a los guerreros de Buliwyf examinando con gran interés el interior de las cuevas, tal como lo harían las mujeres en las tiendas del bazar donde se venden sedas preciosas.

Buliwyf hizo algunas preguntas a estos seres, quienes le indicaron que se dirigiera a la cueva más alta, en la cual estaba un solo enano, más viejo que todos los otros, con barba y pelo blancos como la nieve y un rostro surcado de arrugas. Llamaban a este enano el
tengol
, que significa «juez del bien y del mal» y también adivino.

Este
tengol
tenía seguramente los poderes mágicos que todos le atribuían, porque en seguida saludó a Buliwyf por su nombre y le invitó a sentarse junto a él. Una vez sentado Buliwyf, el resto nos quedamos a cierta distancia y en pie.

Diré que Buliwyf no ofreció presentes al
tengol
. Los nórdicos nunca rinden pleitesía a esta gente de pequeña talla. Creen que los favores de éstos deben ser conferidos en forma espontánea y que no es correcto incitar los favores de un enano ofreciéndole dádivas. Así, pues, Buliwyf permanecía sentado mientras el
tengol
le miraba. A continuación éste cerró los ojos y comenzó a hablar mientras se mecía hacia delante y hacia atrás. Hablaba con la voz aguda de un niño, y Herger me tradujo lo que decía.

—¡Oh, Buliwyf!, eres un gran guerrero, pero has encontrado a tus iguales en los monstruos de la niebla, los caníbales que comen a los muertos. Será ésta una lucha a muerte y necesitarás de toda tu sabiduría y tus fuerzas para vencer el desafío.

El enano siguió hablando en estos términos durante mucho tiempo, meciéndose siempre. La esencia de lo que dijo fue que Buliwyf estaba frente a un adversario difícil, cosa que yo sabía bien ya, como también lo sabía Buliwyf. A pesar de ello Buliwyf no mostró impaciencia.

Vi asimismo que Buliwyf no se ofendió cuando el enano se reía de él, cosa que hacía a menudo. El enano le dijo, en efecto:

—Has acudido a mí porque atacaste a los hombres en el páramo árido y no te dio resultado alguno. Acudes, pues, a mí en busca de consejo y recomendaciones, como acudiría un niño a su padre, diciendo: «¿qué haré ahora, ya que todos mis planes han fracasado?».

El
tengol
rió largamente de su propio chiste, mas luego su rostro de viejo adquirió una expresión grave.

—¡Ah, Buliwyf! —dijo—, veo el futuro, pero no puedo decirte más de lo que sabes ya. Tú y todos tus bravos guerreros reunisteis vuestra destreza y valor para lanzar un ataque contra los monstruos que habitan el desierto del terror. En esto se equivocaron, pues no era ésta una empresa de verdaderos héroes.

Oí con asombro estas palabras, pues yo había hallado la empresa bien digna de un héroe.

—No, no, noble Buliwyf —declaró el
tengol
—. Emprendiste una misión falsa y en lo más profundo de tu corazón de héroe sabías bien que era indigna de ti. También lo fue tu batalla contra el dragón luciérnaga Korgon y te costó unos cuantos guerreros magníficos. ¿Qué objeto tienen tus planes?

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