«Ni siquiera lo mereces», pensó Jon, pero se mordió la lengua. No adelantaría nada con discutir delante del rey.
—Lord Nieve, habladme de Mors Umber.
«La Guardia de la Noche no toma partido —pensó Jon. Pero surgió otra voz—: Las palabras no son espadas.»
—Es el mayor de los tíos del Gran Jon. Lo llaman Carroña, porque un cuervo lo tomó por muerto y le sacó un ojo. Él cogió al pájaro y le arrancó la cabeza de un mordisco. De joven era un luchador muy temido. Sus hijos murieron en el Tridente, y su mujer, de parto. Los salvajes se llevaron a su única hija hace treinta años.
—Claro, por eso quiere la cabeza —dijo Harwood Fell.
—¿Se puede confiar en este tal Mors? —preguntó Stannis.
«¿Mors Umber ha hincado la rodilla?»
—Vuestra alteza debería hacerle prestar juramento ante su árbol corazón.
—Había olvidado que los norteños adoráis a los árboles —dijo Godry Masacragigantes con una risotada.
—¿Qué clase de dios deja que los perros le meen encima? —preguntó Clayton Suggs, el compinche de Farring.
Jon optó por hacer caso omiso de ambos.
—Alteza ¿podríais decirme si los Umber se han aliado con vos?
—Solo la mitad, y únicamente si le doy al tal Carroña lo que me pide —replicó Stannis, irritado—. Quiere la calavera de Mance Rayder para usarla de jarra y quiere el indulto para su hermano, que ha cabalgado hacia el sur para unirse a Bolton. Lo llaman Mataputas.
—¡Pero qué nombres tienen los norteños! —A ser Godry también le hizo gracia—. ¿Este le arrancó la cabeza a alguna puta?
Jon lo miró con frialdad.
—Podría decirse que sí. A una prostituta que intentó robarle hace cincuenta años en Antigua. —Por extraño que pareciera, el viejo Escarcha Umber había creído en su momento que su hijo menor apuntaba maneras de maestre. A Mors le encantaba pavonearse hablando del cuervo que le había arrancado el ojo, pero la historia de Hother solo se contaba en susurros…, seguramente porque la puta a la que destripó había resultado ser un hombre—. ¿Hay algún otro señor que se haya aliado con Bolton?
La sacerdotisa roja se acercó al rey.
—He visto una ciudad de paredes y calles de madera, llena de gente. Los estandartes ondeaban en sus muros: un alce, un hacha de guerra, tres pinos, hachas largas cruzadas bajo una corona y la cabeza de un caballo con ojos fieros.
—Hornwood, Cerwyn, Tallhart, Ryswell y Dustin —informó ser Clayton Suggs—. Todos son unos traidores. Perros falderos de los Lannister.
—Los Ryswell y los Dustin están unidos a la casa Bolton por matrimonio —informó Jon—. Los demás han perdido a sus señores en la guerra; ignoro quién los encabeza ahora. Pero Carroña no es ningún perro faldero, y vuestra alteza debería aceptar las condiciones.
—Me ha dicho que un Umber nunca luchará contra otro Umber, por ninguna causa. —Stannis rechinó los dientes.
—Si se llega a las espadas, solo hay que mirar dónde ondea el estandarte de Hother y poner a Mors en el otro extremo —dijo Jon, poco sorprendido.
—Eso os haría débil a sus ojos, alteza —protestó Masacragigantes—. Creo que tenemos que demostrar nuestra fuerza. Hay que quemar Último Hogar hasta los cimientos e ir a la guerra con la cabeza de Carroña clavada en una pica, para dar una lección al próximo señor que se atreva a ofrecer su vasallaje a medias.
—Es un plan magnífico, si lo que queréis es que todas las manos de norte se alcen contra vos. La mitad es mejor que nada. Los Umber no tienen ningún aprecio a los Bolton: si el Mataputas se ha unido al Bastardo debe de ser porque los Lannister tienen cautivo al Gran Jon.
—Eso es una excusa, no una razón —declaró ser Godry—. Si el sobrino muere encadenado, los tíos pueden reclamar sus tierras y señorío.
—El Gran Jon tiene hijos e hijas. En el norte, los hijos siguen teniendo prioridad sobre los sobrinos.
—A no ser que mueran. Los hijos muertos siempre van al final de la cola.
—Insinuadle eso a Mors Umber, ser Godry, y acabaréis sabiendo mucho más de lo que os gustaría sobre la muerte.
—He matado a un gigante, muchacho. ¿Por qué voy a tener miedo de un norteño pulgoso que lo lleva pintado en el escudo?
—Aquel gigante estaba huyendo. Mors no huirá.
—Tenéis la lengua muy afilada porque estáis en los aposentos del rey, muchacho —dijo el gran caballero, enrojeciendo—. En el patio cantaríais otra canción.
—Venga ya, dejadlo, Godry —intervino ser Justin Massey, un caballero entrado en carnes, desgarbado y rubio, que siempre tenía una sonrisa en los labios. Era uno de los exploradores que se habían equivocado de camino—. Todos sabemos que tenéis una espada enorme, no hace falta que la mováis tanto.
—Aquí lo único que se mueve es vuestra lengua, Massey.
—Callaos —interrumpió Stannis—. Lord Nieve, prestadme atención. He permanecido aquí con la esperanza de que los salvajes fuesen suficientemente idiotas para atacar el Muro otra vez. Como no me han dado esa satisfacción, creo que va siendo hora de que me enfrente al resto de mis enemigos.
—Entiendo —dijo Jon con cautela. «¿Qué quiere de mí?»—. No siento el menor aprecio por lord Bolton ni por su hijo, pero la Guardia de la Noche no puede alzarse en armas contra ellos. Nuestro juramento…
—Ya conozco vuestro juramento, lord Nieve, y podéis estar tranquilo en lo que respecta a vuestra rectitud; soy bastante fuerte sin vuestra ayuda. Tengo intención de atacar Fuerte Terror. —Sonrió al ver la conmoción reflejada en el rostro de Jon—. ¿Os sorprende? Excelente. Lo que sorprende a un Nieve bien puede sorprender a otro. El Bastardo de Bolton ha ido hacia el sur y se ha llevado a Hother Umber; en eso coinciden Mors Umber y Arnolf Karstak. Eso solo puede significar una cosa: que quiere asestar un golpe a Foso Cailin y allanar el camino para que su padre vuelva al norte. El bastardo debe de creer que estoy demasiado ocupado con los salvajes para causarle problemas. Pues que lo crea. Ese chico me ha enseñado el cuello y pienso rebanárselo. Puede que Roose Bolton recupere el norte, pero se encontrará con que su castillo, su pueblo y sus cosechas son todos míos. Si consigo atacar Fuerte Terror por sorpresa…
—No lo conseguiréis —espetó Jon.
Fue como si hubiese golpeado un nido de avispas con un palo. Uno de los hombres de la reina se echó a reír; otro escupió; otro maldijo, y todos los demás intentaron hablar a la vez.
—Ese chico tiene agua lechosa en las venas —dijo Godry Masacragigantes.
—El cuervo ve proscritos hasta en la sopa —resopló lord Sweet.
Stannis alzó una mano para pedir silencio.
—Explicaos.
«¿Por dónde empiezo?» Jon se acercó al mapa, sujeto por candelabros en las esquinas. Un reguero de cera caliente corría por la bahía de las Focas, lento como un glaciar.
—Para llegar a Fuerte Terror, vuestra alteza debería tomar el camino Real, pasar el río Último, dirigirse al sur desde el este y cruzar las colinas Solitarias —apuntó—. Esas son las tierras de los Umber, y se conocen cada árbol y cada roca. El camino Real transcurre durante cien leguas por la zona donde descansan sus ejércitos occidentales. Mors masacrará a vuestros hombres a no ser que aceptéis sus condiciones y lo ganéis para vuestra causa.
—Muy bien. Supongamos que hago eso.
—Eso os llevaría a Fuerte Terror, pero si vuestro ejército no puede avanzar más deprisa que un cuervo, o que el fuego de las almenaras, en el castillo sabrán que os acercáis. Será muy fácil para Ramsay Bolton cortaros la retirada y aislaros del Muro sin provisiones, sin refugio y rodeado de enemigos.
—Solo si abandona el asedio de Foso Cailin.
—Foso Cailin caerá mucho antes de que lleguéis a Fuerte Terror. Cuando lord Roose haya unido sus fuerzas a las de Ramsay, os superarán por cinco a uno.
—Mi hermano ganó batallas con peores perspectivas.
—Dais por supuesto que Foso Cailin caerá enseguida, Nieve —objetó Justin Massey—, pero los hombres del hierro son luchadores curtidos, y tengo entendido que el Foso no ha sido tomado jamás.
—Desde el sur. Una pequeña guarnición en Foso Cailin puede desmantelar cualquier ejército que se acerque por el cenagal, pero las ruinas son vulnerables desde el norte y desde el este. —Jon se dirigió a Stannis—. Es una maniobra audaz, pero el riesgo… —«La Guardia de la Noche no toma partido. Para mí, un Baratheon y un Bolton deberían tener la misma importancia»—. Si Roose Bolton os atrapa entre sus muros con el grueso de su ejército, será vuestro fin.
—El riesgo forma parte de la guerra —declaró ser Richard Horpe, un caballero flaco de rostro demacrado cuyo chaleco guateado mostraba tres esfinges de calavera sobre un campo de cenizas y huesos—. Toda batalla es una apuesta, Nieve. Quien no hace nada también se arriesga.
—Hay riesgos y riesgos, ser Richard. Este… es excesivo. Demasiado pronto, demasiado lejos. Conozco Fuerte Terror. Es un castillo sólido, de piedra, con muros gruesos y torres enormes. Con el invierno tan cerca, lo encontraréis bien aprovisionado. Hace varios siglos, la casa Bolton se levantó contra el Rey en el Norte, y Harlon Stark consiguió sitiar Fuerte Terror. Tuvieron que esperar dos años antes de que el hambre los obligara a salir. Si vuestra alteza quiere tener alguna esperanza de tomar el castillo, necesitará armas de asedio, torres, arietes…
—Si es necesario, podemos construir torres de asedio —dijo Stannis—, y para hacer arietes talaremos árboles. Dice Arnolf Karstark que en Fuerte Terror quedan menos de cincuenta hombres, y que la mitad son sirvientes. Un castillo fuerte con tan poca defensa es un castillo débil.
—Cincuenta hombres dentro del castillo valen por quinientos en el exterior.
—Eso depende de los hombres —intervino ser Richard Horpe—. Los de dentro deben de ser ancianos y reclutas, los que ese bastardo no consideró aptos para la batalla. Nuestros hombres se curtieron en el Aguasnegras, y los encabezan caballeros.
—Ya visteis cómo derrotamos a los salvajes. —Ser Justin se echó hacia atrás un mechón de pelo rubio—. Los Karstark nos han asegurado que se unirán a nosotros en Fuerte Terror, y también contaremos con nuestros salvajes. Trescientos hombres en edad de luchar. Lord Harwood los contó mientras cruzaban la puerta. Las mujeres también lucharán.
—No será por mí —replicó Stannis con tono agrio—. No quiero viudas que me sigan entre lloriqueos. Las mujeres se quedarán aquí, junto con los ancianos, los heridos y los niños. Serán rehenes que nos garantizarán la lealtad de sus padres y esposos. Los salvajes formarán mi vanguardia. Estarán a las órdenes del magnar y sus jefes serán los sargentos, pero lo primero que necesitamos es armarlos.
«Pretende saquear nuestra armería —comprendió Jon—. Comida, ropa, tierras y castillos, y ahora armas. Cada día me arrastra un poco más lejos.» Tal vez las palabras no fuesen espadas, pero las espadas sí que lo eran.
—Podría conseguir unas trescientas lanzas —dijo a regañadientes—. Y yelmos, si no os importa coger los que están viejos y oxidados.
—¿Y qué hay de las armaduras? —Preguntó el magnar— ¿Nos daréis corazas y cotas de malla?
—Perdimos a nuestro armero con la muerte de Donal Noye. —Jon no dijo nada más.
«Dales cotas de malla a los salvajes y serán el doble de peligrosos para el reino.»
—Bastará con cuero endurecido —dijo ser Godry—. Después de la primera batalla, los que sobrevivan podrán aprovechar lo de los muertos.
«Los pocos que sobrevivan.» Si Stannis situaba al pueblo libre en vanguardia, la mayoría moriría en la primera embestida.
—Puede que a Mors Umber le haga gracia beber de la calavera de Mance Rayder, pero no le parecerá tan divertido ver a los salvajes cruzar sus tierras. El pueblo libre lleva atacando a los Umber desde el Amanecer de los Días; siempre ha cruzado la bahía de las Focas para robar oro, ovejas y mujeres. Una de las que se llevaron era hija de Carroña. Dejad aquí a los salvajes, alteza. Llevarlos solo os servirá para volver en vuestra contra a los vasallos de mi padre.
—No tengo nada que perder; los vasallos de vuestro padre no simpatizan con mi causa. Debo asumir que me ven como… ¿cómo me habíais llamado, lord Nieve? ¿«Otro aspirante condenado al fracaso»? —Miró el mapa. Durante un buen rato, el único sonido fue el rechinar de dientes del rey—. Dejadme. Todos. Vos quedaos, lord Nieve.
La brusca despedida no le sentó nada bien a Justin Massey, pero no tuvo más remedio que sonreír y retirarse. Lo siguió Horpe, después de mirar a Jon de arriba abajo. Clayton Suggs apuró su copa y susurró al oído de Harwood Fell algo que lo hizo reír. Jon alcanzó a oír la palabra
muchacho.
Suggs era un caballero errante recién armado, tan basto como fuerte. El último en marcharse fue Casaca de Matraca. Al cruzar la puerta hizo una reverencia burlona a Jon, con una amplia sonrisa que dejó a la vista los dientes podridos y rotos.
Al parecer, «todos» no incluía a lady Melisandre.
«La sombra roja del rey.» Stannis pidió a Devan que le llevase más agua con limón, y cuando se la sirvió, bebió un buen trago.
—Horpe y Massey aspiran a ocupar el sitio de vuestro padre. Massey también quiere a la princesa de los salvajes. Sirvió de escudero a mi hermano Robert, y se le contagió su hambre de mujeres. Horpe tomara a Val como esposa si se lo ordeno, pero lo que le gusta de verdad es la batalla. Cuando era escudero soñaba con una capa blanca, pero Cersei Lannister habló en su contra y Robert se la negó. Quizá no se equivocara; a ser Richard le gusta demasiado matar. ¿A quién preferís como señor de Invernalia, lord Nieve? ¿Al sonriente o al asesino?
—Invernalia pertenece a mi hermana Sansa —contestó Jon.
—No quiero oír nada más de lady Lannister ni de sus peticiones —El rey dejó la copa—. Vos podríais entregarme el norte. Los vasallos de vuestro padre acudirían prestos a la llamada del hijo de Eddard Stark. Hasta lord Estoy tan Gordo que no Puedo Montar a Caballo Puerto Blanco me proporcionaría una fuente de provisiones y una base segura a la que retirarme si lo necesitara. No es demasiado tarde para corregir la estupidez que cometisteis, Nieve. Arrodillaos, juradme la lealtad de vuestra espada bastarda y levantaos como Jon Stark, señor de Invernalia y Guardián del Norte.
«¿Cuántas veces tendré que repetírselo?»
—Mi espada le debe lealtad a la Guardia de la Noche.
—Vuestro padre también era testarudo, aunque él lo llamaba «honor». Bueno, el honor tiene su precio, como Eddard aprendió muy a su pesar. Si os sirve de consuelo, Horpe y Massey están condenados a la decepción. Me atrae más la idea de entregar Invernalia a Arnolf Karstark, un buen norteño.