Danza de dragones (43 page)

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Authors: George R. R. Martin

Tags: #Aventuras, Bélico, Fantástico

BOOK: Danza de dragones
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—Un norteño. —Jon se dijo que más valía un Karstark que un Bolton o un Greyjoy, pero aun así, la idea no lo consolaba demasiado—. Los Karstark abandonaron a mi hermano cuando estaba rodeado de enemigos.

—Después de que vuestro hermano le cortara la cabeza a lord Rickard. Arnolf estaba a mil leguas de distancia. Tiene sangre Stark, la sangre de Invernalia.

—No más que la mitad de casas del norte.

—Esas otras casas no me han jurado vasallaje.

—Arnolf Karstark es un anciano de espalda encorvada, y ni siquiera de joven llegó a ser un guerrero de la talla de lord Rickard. Los rigores de la campaña lo matarán.

—Tiene herederos —replicó Stannis—. Dos hijos, seis nietos y unas cuantas hijas. Si Robert hubiera tenido algún hijo legítimo, muchos que ahora están muertos seguirían con vida.

—A vuestra alteza le iría mejor con Mors Carroña.

—Fuerte Terror aclarará ese punto.

—¿Seguís dispuesto a llevar a cabo el ataque?

—¿A pesar de los consejos del gran lord Nieve? Sí. Puede que Horpe y Massey sean ambiciosos, pero no les falta razón. No pienso quedarme cruzado de brazos mientras la estrella de Roose Bolton brilla y la mía se apaga. Debo atacar y demostrar al norte que aún soy temible.

—El tritón de los Manderly no estaba entre los estandartes que vio lady Melisandre en el fuego —dijo Jon—. Si tuvierais Puerto Blanco y los caballeros de lord Wyman…


Si
es una palabra que solo usan los idiotas. No nos han llegado noticias de Davos. Puede que no llegara a Puerto Blanco. Arnolf Karstark dice en su carta que ha habido tormentas terribles en el mar Angosto. Sea como sea, no tengo tiempo para lamentarme ni para esperar más quejas de lord Demasiado Gordo. He de dar Puerto Blanco por perdido. Sin un hijo de Invernalia a mi lado, mi única posibilidad de ganar el norte consiste en luchar. Eso requiere seguir los pasos de mi hermano al pie de la letra, aunque no es que Robert supiera mucho de letras. Tengo que asestar un golpe mortal a mis enemigos antes de que se den cuenta de que les he caído encima.

Jon se dio cuenta de que había estado malgastando saliva. Stannis tomaría Fuerte Terror o moriría en el intento.

«La Guardia de la Noche no toma partido —dijo una voz. Pero otra contestó—: Stannis lucha por el reino; los hombres del hierro luchan por esclavos y tesoros.»

—Alteza, conozco una forma de encontrar más hombres. Dadme a los salvajes y os diré gustosamente dónde y cómo.

—Os he entregado a Casaca de Matraca, daos por satisfecho.

—Los quiero a todos.

—Algunos de vuestros hermanos juramentados quieren convencerme de que vos mismo sois un salvaje. ¿Es cierto?

—Solo los queréis para detener flechas. Puedo hacer mejor uso de ellos en el Muro. Dádmelos y os mostraré cómo conseguir la victoria… y más hombres.

—Regateáis como una vieja por un bacalao, lord Nieve. —Stannis se rascó la nuca—. ¿Es que vuestro padre os engendró con una pescadera? ¿De cuántos hombres estamos hablando?

—Dos mil. Puede que tres mil.

—¿Tres mil? ¿Qué tipo de hombres son?

—Orgullosos. Pobres. Susceptibles en lo que se refiere a asuntos de honor, pero luchadores fieros.

—Más vale que no sea un truco de bastardo. ¿Cambiaría trescientos soldados por tres mil? Claro que sí, no soy tan idiota. Si dejo también a la muchacha, ¿prometéis vigilar bien a nuestra princesa?

«No es ninguna princesa.»

—Como deseéis, alteza.

—¿Tengo que haceros jurar ante un árbol?

—No. —«¿Acaba de bromear?» Con Stannis no era fácil saberlo.

—Bien, trato hecho. Y ahora, decidme dónde están esos hombres.

—Los encontraréis aquí. —Jon puso la mano quemada en el mapa, al oeste del camino Real y al sur del Agasajo.

—¿En esas montañas? —Stannis lo miró con desconfianza—. Aquí no veo señalado ningún castillo. Ni caminos, ni ciudades, ni aldeas.

—Mi padre solía decir que el mapa no es el territorio. Durante miles de años han vivido hombres en los valles altos y las praderas de las montañas, gobernados por jefes de clan. Vos los consideraríais señores menores, pero ellos no usan ese tipo de títulos. Los campeones de los clanes luchan con mandobles, mientras que los hombres normales tiran con honda y se apalean con bastones de fresno. Es un pueblo muy belicoso, la verdad. Cuando no pelean entre ellos, atienden a sus rebaños, pescan en la bahía de Hielo y crían los caballos más resistentes que podáis imaginar.

—¿Y creéis que lucharán por mí?

—Si se lo pedís, sí.

—¿Por qué debería mendigar lo que me corresponde por derecho?

—He dicho pedir, no mendigar. —Jon retiró la mano—. No os molestéis en mandar emisarios; vuestra alteza deberá ir en persona. Comed su pan y su sal, bebed su cerveza, escuchad a sus gaiteros, alabad la belleza de sus hijas y el valor de sus hijos, y tendréis sus espadas. Los clanes no han visto un rey desde que Torrhen Stark se arrodilló, así que vuestra llegada los honrará. Pero ordenadles que luchen por vos y se mirarán entre sí y dirán: «¿Quién es este hombre? No es mi rey».

—¿De cuántos clanes estáis hablando?

—De unos cuarenta, entre grandes y pequeños. Flint, Wull, Norrey, Liddle… Si os ganáis al Viejo Flint y a Cubo Grande, el resto los seguirá.

—¿Cubo Grande?

—De los Wull. Tiene la barriga más grande de las montañas. Los Wull pescan en la bahía de Hielo y siempre asustan a sus pequeños diciéndoles que los hombres del hierro se los llevarán si no se portan bien. Pero, para llegar allí, vuestra alteza debe atravesar las tierras de los Norrey. Viven cerca del Agasajo y siempre han sido amigos de la Guardia. Puedo ofreceros guías.

—¿Podéis? —A Stannis no se le escapaba una—. ¿O lo haréis?

—Lo haré. Os harán falta. Y también unos cuantos caballos recios. Los caminos de ahí arriba son poco más que senderos de cabras.

—¿Senderos de cabras? —El rey entrecerró los ojos—. Hablo de movernos con presteza ¿y vos me hacéis perder el tiempo con senderos de cabras?

—Cuando el Joven Dragón conquistó Dorne, usó un sendero de cabras para esquivar las torres de vigilancia dornienses del Sendahueso.

—Yo también conozco esa historia, pero Daeron exageró bastante en aquel libro que escribió para mayor gloria de su persona. Fueron los barcos los que ganaron la guerra, no los senderos de cabras. Puño de Roble destrozó Ciudad de los Tablones y arrasó en su ascenso por el Sangreverde mientras los principales ejércitos dornienses estaban ocupados en el Paso del Príncipe. —Stannis tamborileó con los dedos en el mapa—. ¿Estos señores de las montañas no me cortarán el paso?

—Solo con banquetes. Cada uno intentará eclipsar a los otros con su hospitalidad. Mi padre decía que nunca había comido tan bien como cuando visitaba a los clanes.

—En fin, tendré que soportar unas gaitas y unas gachas a cambio de tres mil hombres —dijo el rey; aunque, por su tono, ni siquiera aquello le reportaba ninguna satisfacción. Jon se volvió hacia Melisandre.

—Mi señora, debo advertiros: los viejos dioses son fuertes en esas montañas. Los hombres de los clanes no toleran insultos contra sus árboles corazón.

—No temáis, Jon Nieve, no molestaré a vuestros salvajes de las montañas ni a sus oscuros dioses. Mi lugar está aquí, con vos y con vuestros valientes hermanos —contestó Melisandre, divertida.

Aquello era lo último que Jon habría deseado, pero Stannis intervino antes de que pudiera protestar.

—¿Y adonde me sugerís que lleve a estos valientes, si no es a Fuerte Terror?

—A Bosquespeso. —Jon bajó la vista al mapa y señaló—. Si Bolton pretende luchar contra los hombres del hierro, vos debéis hacer lo mismo.

Bosquespeso es un castillo situado en una planicie y amurallado, en el centro de un bosque denso, fácil de tomar si es por sorpresa. Es una fortaleza de madera, defendida por un dique de tierra y una empalizada de troncos. Es cierto que el ascenso será más lento por las montañas, pero cuando lleguen arriba, vuestros hombres podrán moverse sin ser vistos y aparecer casi en las puertas de Bosquespeso.

Stannis se rascó la barbilla.

—Cuando Balon Greyjoy se rebeló por primera vez, derroté a los hombres del hierro en el mar, donde son más fuertes. En tierra y por sorpresa… Sí. He conseguido la victoria con los salvajes y su Rey-más-allá-del-Muro. Si derroto también a los hombres del hierro, el norte sabrá que vuelve a tener rey.

«Y yo tendré mil salvajes —pensó Jon—, pero no podré dar de comer ni a la mitad.»

Tyrion

La
Doncella Tímida
avanzaba a tientas por la niebla, como un ciego por un pasillo que no conociera bien. La septa Lemore estaba rezando; la neblina amortiguaba su voz y la hacía parecer baja, acallada. Grif paseaba por la cubierta, y bajo la capa de piel de lobo, la cota de malla tintineaba sin cesar. De cuando en cuando se llevaba la manó a la espada solo para comprobar que aún le colgaba al costado. Rolly Campodepatos se encargaba de la pértiga de estribor, y Yandry de la de babor, mientras que Ysilla llevaba el timón.

—Este lugar no me gusta nada —masculló Haldon Mediomaestre.

—¿Os da miedo un poquito de niebla? —se burló Tyrion; pero lo cierto era que había mucha, mucha niebla.

En la proa de la
Doncella Tímida,
Grif el Joven llevaba la tercera pértiga para apartar la barcaza de los obstáculos que iban surgiendo de la niebla. Habían encendido fanales en proa y popa, pero la niebla era tan densa que el enano solo veía una luz que flotaba delante de él y otra que lo seguía. La misión que le habían encomendado era cuidar del brasero para que no se apagara.

—Esta niebla no es normal, Hugor Colina —insistió Ysilla—. Apesta a brujería, como sabríais si tuvierais nariz con que olerla. Más de una embarcación ha desaparecido aquí, desde barcazas y navíos pirata hasta grandes galeras fluviales. Vagan por la niebla sin rumbo, en busca de un sol que los esquiva, hasta que el hambre o la locura acaban con ellos. El aire está lleno de espíritus inquietos, y dentro del agua hay almas en pena.

—Ahí veo una —comentó Tyrion.

A estribor, surgida del lecho lodoso del río, había aparecido una mano suficientemente grande para aplastar el barco. Solo las yemas de dos dedos sobresalían de la superficie, pero cuando la
Doncella Tímida
pasó junto ellos, Tyrion alcanzó a ver el resto de la mano ondulante bajo las aguas, así como un rostro blancuzco que miraba hacia arriba. Hablaba con tono despreocupado, pero no estaba tranquilo. Aquel lugar tenía algo de maligno; olía a muerte y desolación.

«Ysilla tiene razón. Esta niebla no es natural. —En aquellas aguas medraba algo maléfico que también impregnaba el aire—. No me extraña que los hombres de piedra se vuelvan locos.»

—No os burléis —advirtió Ysilla—. Los muertos que susurran detestan a los vivos por su calidez, y siempre están buscando almas condenadas que se les unan.

—No creo que tengan mortajas de mi talla. —El enano removió las brasas con el atizador.

—El odio no es lo que motiva a los hombres de piedra, o no tanto como el hambre. —Haldon Mediomaestre se había cubierto la boca y la nariz con una bufanda amarilla que le amortiguaba la voz—. En estas nieblas no crece nada que un hombre en su sano juicio quiera comer. Los triarcas de Volantis envían una galera río arriba con provisiones tres veces al año, pero los barcos de ayuda suelen llegar tarde, y a veces transportan más bocas que comida.

—Debe de haber peces en el río —apuntó Grif el Joven.

—Yo no me comería un pez que saliera de estas aguas —replicó Ysilla.

—Y sería buena idea no respirar esta niebla —aportó Haldon—. Nos rodea la Maldición de Garin.

«La única manera de no respirar la niebla es no respirar.»

—La Maldición de Garin no es más que la psoriagrís —dijo Tyrion. Aquella enfermedad atacaba sobre todo a los niños, y más en climas húmedos y fríos. La carne afectada se tornaba rígida, se calcificaba y se resquebrajaba, aunque según había leído, el avance se podía detener con barros, cataplasmas de mostaza y baños de agua casi hirviendo, según los maestres, o con oraciones, sacrificios y ayuno, en opinión de los septones. La enfermedad acababa por remitir, dejando a sus jóvenes víctimas desfiguradas pero con vida. En una cosa sí estaban de acuerdo maestres y septones: los niños que llevaban la marca de la psoriagrís no padecerían nunca la enfermedad en su forma más rara y mortífera, y tampoco su temible prima, la veloz peste gris—. Por lo que se dice, la culpa es de la humedad. Lo que hay en el aire son humores malignos, no maldiciones.

—Los conquistadores tampoco creían en la maldición, Hugor Colina —dijo Ysilla—. Los hombres de Volantis y Valyria colgaron a Garin en una jaula dorada y se burlaron de él, que no paraba de llamar a su madre para que los destruyera. Pero durante la noche, las aguas se alzaron y los ahogaron a todos, y desde aquel día no han encontrado la paz. Ellos, que fueron señores del fuego, yacen ahí abajo, en el río. Su aliento frío se alza desde el cieno para crear estas nieblas, y su carne es ya tan pétrea como sus corazones.

A Tyrion le picaba a rabiar el muñón de la nariz. Se rascó con energía.

«Puede que la vieja tenga razón. Este lugar no es bueno, me siento como si estuviera otra vez en aquel retrete, viendo morir a mi padre.» Si tuviera que pasarse la vida en aquella sopa gris mientras la carne y los huesos se le convertían en piedra, él también se volvería loco.

—Que se atrevan a venir a molestamos. —Por lo visto, Grif el Joven no compartía su aprensión—. Les mostraremos de qué estamos hechos.

—Estamos hechos de sangre y hueso, a imagen del Padre y la Madre —intervino la septa Lemore—. Nada de alardes ni vanaglorias, os lo suplico. El orgullo es un pecado espantoso. Los hombres de piedra también eran orgullosos, y el más orgulloso de todos fue el Señor de la Mortaja.

El calor de las brasas ardientes tornaba rojo el rostro de Tyrion.

—¿De verdad existe ese Señor de la Mortaja? ¿O es otro cuento?

—El Señor de la Mortaja gobierna estas nieblas desde los tiempos de Garin —respondió Yandry—. Hay quien dice que se trata del propio Garin, que se levantó de su tumba de agua.

—Los muertos no se levantan —insistió Haldon Mediomaestre— y nadie vive mil años. Pero sí, existe un Señor de la Mortaja. Ya ha habido como veinte. Cuando muere uno, otro ocupa su lugar. El que hay ahora es un corsario de las Islas del Basilisco que pensó que en el Rhoyne conseguiría mejor botín que en el mar del Verano.

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