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Authors: George R. R. Martin

Tags: #Aventuras, Bélico, Fantástico

Danza de dragones (44 page)

BOOK: Danza de dragones
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—Eso mismo tenía entendido yo —dijo Pato—, pero hay otra versión que me gusta más, la que dice que no es como los demás hombres de piedra, sino que era una estatua hasta que una mujer gris salió de la niebla y lo besó con unos labios fríos como el hielo.

—¡Basta! —ordenó Grif—. ¡Silencio todos!

—¿Qué ha sido eso? —cuchicheó la septa Lemore.

—¿Qué? —Tyrion solo veía niebla y más niebla.

—Algo se ha movido. He visto ondas en el agua.

—Una tortuga, seguro —comentó Grif el Joven alegremente—. Una quebradora de las grandes, nada más.

Clavó la pértiga un poco más adelante para esquivar un obelisco verde.

La niebla se les pegaba al cuerpo, fría y húmeda. Un templo sumergido sobresalía en la oscuridad. Yandry y Pato se apoyaron en sus pértigas y maniobraron con energía para pasar junto a una marmórea escalera de caracol que surgía del lodo y se interrumpía bruscamente en el aire. Más allá había otras formas apenas entrevistas: chapiteles semiderruidos, estatuas sin cabeza, árboles con raíces más grandes que su barcaza…

—Esta fue una vez la urbe más hermosa del río, y también la más rica —comentó Yandry—. Chroyane, la ciudad festiva.

«Demasiado rica, demasiado hermosa —pensó Tyrion—. No es prudente tentar a los dragones.» La ciudad sumergida los rodeaba.

Una forma indefinida aleteó sobre ellos en la niebla, con alas blancuzcas y correosas. El enano estiró el cuello para ver mejor, pero la criatura desapareció tan deprisa como había aparecido. Poco después divisaron otra luz flotante.

—¡Barco! —Se oyó una voz tenue a través de las aguas—. ¿Quiénes sois?

—La
Doncella Tímida
—respondió Yandry también a gritos.

—La
Rey Pescador
¿Río arriba o abajo?

—Abajo. Pieles, miel, cerveza y sebo.

—Arriba. Cuchillos, agujas, encaje, lino y vino especiado.

—¿Hay noticias de la Antigua Volantis? —inquirió Yandry.

—Guerra —fue la respuesta.

—¿Dónde? —gritó Grif—. ¿Cuándo?

—Cuando cambie el año —fue la respuesta—. Nyessos y Malaquo van de la mano, y los elefantes llevan rayas.

La voz se fue esfumando a medida que la otra embarcación se alejaba y la luz se atenuaba hasta desaparecer.

—¿Os parece buena idea hablar a gritos enmedio de la niebla con barcos que no vemos? —preguntó Tyrion—. ¿Y si llegan a ser piratas?

Habían tenido mucha suerte en ese sentido: en todo el descenso desde el lago Daga, siempre de noche, ningún pirata los había visto y mucho menos atacado. En cierta ocasión, Pato había divisado un casco que, según él, era el de Urho el Sucio. Pero la
Doncella Tímida
navegaba a contraviento, y Urho, en caso de que se tratara de él, no mostró el menor interés.

—Los piratas no entran en los Pesares —señaló Yandry.

—¿Elefantes con rayas? —inquirió Grif—. ¿Qué quería decir con eso? Illyrio ha pagado al triarca Nyessos tanto como para comprarlo ocho veces.

—¿En oro o en queso? —bromeó Tyrion.

—A menos que vuestro próximo chiste sirva para despejar esta niebla, mejor os lo metéis por donde os quepa —le recriminó Grif.

«Sí, padre —estuvo a punto de responder Tyrion—. Me estaré callado. Gracias. —No sabía gran cosa de los volantinos, pero le daba la sensación de que tigres y elefantes tenían buenos motivos para hacer causa común si el enemigo eran los dragones—. Puede que el quesero no haya calculado bien la situación. Se puede comprar a un hombre con oro, pero para asegurar su lealtad hacen falta acero y sangre.»

El hombrecillo volvió a remover las brasas para que ardieran mejor.

«Esto no me gusta. No me gusta esta niebla, no me gusta este lugar y Grif no me cae precisamente bien.» Conservaba las setas venenosas que había cogido en la mansión de Illyrio, y había días en que estaba tentado de colárselas a Grif en la cena. Lo malo era que Grif apenas probaba bocado.

Pato y Yandry empujaron con las pértigas, Ysilla giró la caña del timón, y Grif el Joven desvió la
Doncella Tímida
para apartarla de una torre semiderruida cuyas ventanas los contemplaban como ojos negros y ciegos. La vela de la barcaza colgaba pesada, inerte. Las aguas eran cada vez más profundas, y llegó un momento en que no tocaban fondo con las pértigas. Por suerte, la corriente seguía llevándolos río abajo, hasta que…

Lo único que alcanzó a ver Tyrion fue una figura gigantesca que surgía del río, arqueada y ominosa. Al principio creyó que era una colina que se alzaba sobre un islote boscoso, o una roca colosal cubierta de musgo y helechos, oculta hasta entonces por la niebla. Pero cuando la
Doncella Tímida
se acercó, aquello fue cobrando forma. En la orilla había una fortaleza de madera podrida e invadida por la vegetación, adornada por esbeltos chapiteles quebrados en su mayoría, como lanzas rotas. Por doquier había torres sin tejado que apuñalaban el cielo a ciegas. Pasaron junto a salones, pasillos, contrafuertes elegantes, arcos delicados, columnas acanaladas, terrazas y enrejados.

Todo ruinas, todo desolación, todo muerto.

Allí, el musgo gris crecía espeso, cubriendo las piedras caídas y colgando como un manto de todas las torres. Las enredaderas negras se colaban por ventanas, puertas y arcos, y subían por los altos muros de piedra. La niebla ocultaba tres cuartas partes del palacio, pero a Tyrion le bastaba y le sobraba con lo que había atisbado para saber que el bastión de aquella isla había sido diez veces mayor que la Fortaleza Roja y cien veces más bello. Sabía muy bien qué lugar era aquel.

—El palacio del Amor —susurró.

—Ese nombre le daban los rhoynar —apuntó Haldon Mediomaestre—, pero hace mil años que es el palacio del Pesar.

Las ruinas resultaban tristes de por sí, pero las hacía más tristes aún el saber qué habían sido.

«Aquí hubo risas —pensó Tyrion—. Hubo jardines con flores de colores vivos y fuentes que centelleaban doradas al sol. Esos peldaños resonaron con las pisadas de los amantes, y bajo esa cúpula caída se sellaron con un beso incontables matrimonios. —Volvió a pensar en Tysha, que durante tan pocos días había sido su señora esposa—. Fue Jaime —pensó desconsolado—. Era sangre de mi sangre; era mi hermano mayor, el alto, el fuerte. Cuando yo era pequeño me traía juguetes, aros de barril, tacos de madera y un león tallado. Me regaló mi primer poni y me enseñó a montarlo. Cuando me dijo que te había comprado para mí, no dudé de él, ¿qué motivo tenía? Él era Jaime, y tú, una chica que interpretaba su papel. Me lo había temido desde el principio, desde la primera vez que me sonreíste y me dejaste tocarte la mano. Si ni mi propio padre me quería, ¿por qué ibas a quererme tú, si no fuera por el oro?»

A través de los largos dedos grises de la niebla oyó de nuevo el sonido vibrante de la ballesta, el gruñido de lord Tywin cuando la saeta lo acertó en el bajo vientre, el restallido de sus posaderas contra la piedra cuando se sentó para morir. «Al lugar de donde vienen las putas», le había dicho. «¿Y dónde queda eso, padre? —quería preguntarle Tyrion—. ¿Adonde fue Tysha?»

—¿Nos queda mucha niebla que aguantar?

—En una hora o así saldremos de los Pesares —respondió Haldon Mediomaestre—. En adelante será como un viaje de placer. En el bajo Rhoyne hay una aldea en cada meandro, con huertos, viñedos y campos de cereales dorados por el sol, pescadores en el río, baños calientes y vinos dulces. Selhorys, Valysar y Volon Therys son ciudades amuralladas tan grandes que bien podrían ser de los Siete Reinos. Lo primero que voy a…

—Hay una luz a proa —les advirtió Grif el Joven.

«Será la
Rey Pescador
o cualquier otra barcaza», se dijo Tyrion, que también la había visto. Pero sabía que no era cierto. La nariz le picaba tanto que se la rascó con furia. La luz se fue haciendo más brillante a medida que la
Doncella Tímida
se aproximaba. Lo que de lejos parecía una estrella de luz tenue que los llamaba en mitad de la niebla se transformó pronto en dos luces, luego en tres: una hilera de fanales que brillaban en el agua.

—El puente del Sueño —apuntó Grif—. Seguro que en el ojo hay hombres de piedra. Algunos empezarán a aullar cuando nos acerquemos, pero no creo que nos molesten. La mayoría de los hombres de piedra son pobres desgraciados débiles, torpes y descerebrados. Cuando se acerca su fin pierden la razón por completo, y es entonces cuando más peligrosos resultan. Ahuyentadlos con las antorchas si hace falta, pero no dejéis que os toquen bajo ningún concepto.

—Puede que ni siquiera nos vean —apuntó Haldon Mediomaestre—. La niebla nos ocultará hasta que estemos casi junto al puente, y antes de que se den cuenta de que estamos aquí ya habremos pasado de largo.

«Ojos de piedra no ven», pensó Tyrion. Sabía que, en su forma letal, la psoriagrís empezaba en las extremidades: un cosquilleo en la yema de un dedo, una uña del pie que ennegrecía, pérdida de sensibilidad… A medida que el entumecimiento ascendía por la mano o pasaba del pie a la pierna, la carne se volvía rígida y fría, y la piel del enfermo adoptaba un tono grisáceo semejante al de la piedra. Tenía entendido que había tres buenas formas de curar la psoriagrís: el hacha, la espada y el machete. Sabía que la amputación del miembro afectado detenía el progreso de la enfermedad a veces, pero no siempre. Más de un hombre había sacrificado un brazo o un pie solo para ver como el otro se le ponía gris. Cuando se llegaba a ese punto ya no quedaba esperanza. La ceguera era lo más habitual cuando la piedra alcanzaba el rostro, y en las últimas etapas, la maldición se adentraba en el cuerpo y afectaba a los músculos, los huesos y los órganos.

El puente se iba agrandando ante ellos. El puente del sueño, lo había llamado Grif, pero aquel sueño había saltado en pedazos. Los arcos de piedra blancuzca se perdían en la niebla, desde el Palacio del Pesar hasta la orilla occidental del río. La mitad se había derrumbado bajo el peso del musgo gris y las gruesas enredaderas negras que salían del agua. La madera del ancho puente estaba carcomida, pero algunos fanales que marcaban el camino seguían encendidos. Cuando la
Doncella Tímida
estuvo más cerca, Tyrion divisó las siluetas de los hombres de piedra que se movían cerca de la luz, arrastrando los pies sin rumbo en torno a los fanales como lentas polillas grises. Unos estaban desnudos; otros, envueltos en sudarios. Grif desenvainó la espada.

—Yollo, encended las antorchas. Tú, chico, llévate a Lemore a su camarote y quédate con ella.

—Lemore sabe ir sola a su camarote. —Grif el Joven miró a su padre, impertérrito—. Quiero quedarme.

—Hemos jurado protegeros —le dijo Lemore con voz amable.

—No necesito ninguna protección. Sé manejar la espada tan bien como Pato; soy medio caballero.

—También eres medio mocoso —replicó Grif—. Venga, obedece.

El joven soltó un par de maldiciones entre dientes y tiró la pértiga contra la cubierta. El sonido levantó ecos escalofriantes en la niebla, y durante un momento fue como si muchas pértigas cayeran a su alrededor.

—¿Por qué tengo que huir y esconderme? Haldon se queda, igual que Ysilla. ¡Hasta Hugor!

—Sí, pero es que yo soy tan pequeño que puedo ocultarme detrás de un pato.

Tyrion puso media docena de antorchas en los carbones del brasero y cuidó de que prendieran los trapos empapados en aceite.

«No mires al fuego», se dijo. Las llamas le impedirían ver en la oscuridad.

—Sois un enano —replicó Grif el Joven, despectivo.

—Habéis descubierto mi secreto, sí —convino Tyrion—. Abulto la mitad que Haldon, y a nadie le importa un pedo de titiritero si vivo o muero. «Y a mí menos todavía»—. En cambio, vos… Vos lo sois todo.

—Enano —intervino Grif—, os tengo advertido que…

Un aullido trémulo les llegó de la niebla, tenue, agudo. Lemore dio media vuelta, temblorosa.

—Que los Siete nos amparen. —El puente destruido estaba a media docena de pasos. El agua batía contra sus pilares como la espuma en la boca de un loco. Quince varas por encima, los hombres de piedra gemían y mascullaban bajo un fanal vacilante. La mayoría no prestó atención a la
Doncella Tímida;
tanto habría dado que fuera un tronco a la deriva. Tyrion agarró la antorcha con más fuerza y se dio cuenta de que estaba conteniendo el aliento.

Y de pronto se encontraron bajo el puente, entre paredes blancas cubiertas por densos tapices de fungosidad grisácea que se cernían amenazadores a ambos lados, golpeados por las aguas furiosas. Durante un momento pareció que iban a estrellarse contra el pilar de la derecha, pero Pato maniobró con la pértiga y volvieron al centro del canal, y al poco pasó el peligro.

Tyrion apenas había tenido tiempo de respirar profundamente cuando Grif el Joven lo agarró por el brazo.

—¿Qué queréis decir con eso de que lo soy todo?

—Si los hombres de piedra se hubieran llevado a Yandry, o a Grif, o a nuestra adorable Lemore… Bueno, los habríamos llorado y habríamos seguido adelante. Pero si os hubiéramos perdido a vos, todo se habría ido al garete y todos estos años de conspiraciones entre el quesero y el eunuco habrían caído en saco roto, ¿no os parece?

—Sabe quién soy. —El muchacho miró a Grif.

«Y si no lo sabía, ahora lo sé.» La
Doncella Tímida
ya estaba a buena distancia corriente abajo del puente del Sueño. Lo único que quedaba de él era una luz cada vez más lejana a popa, y hasta aquella desaparecería enseguida.

—Sois Grif el Joven, hijo de Grif el mercenario —siguió Tyrion—. O puede que seáis el Guerrero encamado. Permitidme que os vea mejor. —Levantó la antorcha para iluminar el rostro de Grif el Joven.

—Dejadlo, o lo lamentaréis —amenazó Grif.

—El pelo azul hace que vuestros ojos parezcan azules también —continuó Tyrion, haciendo caso omiso del mercenario—. Eso es bueno. Y el relato de cómo os lo teñíais en memoria de vuestra difunta madre tyroshi fue tan conmovedor que casi me hizo llorar. Pero si fuera más curioso, me preguntaría para qué necesita el hijo de un mercenario que una septa impura lo instruya en la fe, o que un maestre sin cadena le enseñe historia y lenguas. Si fuera más listo, me picaría la curiosidad el hecho de que vuestro padre os haya buscado un caballero errante para que os entrene en el uso de las armas, en lugar de mandaros de aprendiz a las compañías libres. Es casi como si quisieran manteneros oculto mientras os preparan para… ¿Para qué? Eso es lo que no alcanzo a dilucidar, pero ya se me ocurrirá algo. Eso sí, he de reconocer que tenéis unos rasgos muy nobles para ser un niño muerto.

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