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Authors: Noelia Amarillo

Tags: #Erótico

Cuando la memoria olvida (33 page)

BOOK: Cuando la memoria olvida
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—Perfecto. ¿A qué casa vamos? A la tuya con tu madre, o a la mía con mi padre y mis hermanos —preguntó irónica.

—Mmm. ¿Y si nos quedamos en el parque? Está oscuro y no hay nadie.

—¿Como si fuéramos unos críos de dieciséis años con las hormonas alteradas? No, gracias. Además, ya casi debe ser la hora de que llegue Papá Noel. Debería marcharme a casa. —Debería incorporarse y caminar hacia su casa, pero estaba cómoda... tan calentita, se sentía tan segura y protegida...

—Ahora que lo dices, quiero mi regalo de Papá Noel. Ya.

—Aps. Lo tengo en casa —respondió acongojada, no se le había ocurrido traerlo encima.

—No. Está aquí. Conmigo —comentó besándola en los labios. Sabían a naranja y a ella misma, a ternura y responsabilidad en una mezcla irresistible

Marcos deslizó las manos bajo la cinturilla de la falda hasta llegar a la tela del tanga e introdujo los dedos por debajo deseando encontrarse con su amigo, el motito fucsia. Pero no encontró nada. Recorrió lentamente el pubis buscando lo que tanto lo excitaba, pero nada. No estaba. Había desaparecido.

—¿Te has depilado entera?

—¿Qué? —preguntó ella entre las brumas del sueño, el alcohol y el deseo. —No tienes el bigotito...

—Ahh, eso. Sí, quiero hacerme un nuevo diseño, así que me he depilado por completo. En cuanto me crezca el vello unos milímetros me haré un nuevo dibujo.

—Vaya. Me gustaba el que tenías.

—A mí también, pero ya estaba cansada de verlo. Ahora quiero hacerme una X —respondió bostezando. En lo que llevaba de semana no había dormido ni ocho horas en total.

—¿Una X? parece complicado.

—No te creas, es muy sencillo. En menos de media hora está terminado.

—Si tú lo dices. A mí me resulta difícil, y bastante peligroso rasurarme los huevos; no quiero ni pensar en hacer estilismo en el pubis. ¿Cómo lo haces? ¿Con cuchilla? —preguntó a la vez que seguía acariciándola. Se estaba imaginando a sí mismo enjabonando y rasurando el pubis y la vulva de su amiga, y su pene estaba creciendo a pasos agigantados.

—Con cera. Y antes de que lo preguntes, NO. No duele, al menos no mucho,

—¿Cómo te las apañas para hacerte la cera y el diseño? ¿Mirándote al espejo? Parece complicado. —A la vez que abrumaba con caricias el pubis sedoso cogió la mano de su amiga y la colocó encima de la bragueta, cuando ella tentó el grosor y la longitud oculta bajo ésta, suspiró aliviado. Dios, qué bien se sentía con ella allí.

—Oh, no me lo hago yo.

—¿No? —Marcos paró sus caricias.

—No. Me lo hace Jorge, es todo un experto. Ya me ha hecho un corazón, una interrogación, una flecha... Ufff, ni te imaginas —comentó Ruth risueña. Solo Luka, Pili y Jorge habían tenido oportunidad de ver los distintos diseños de su pubis, y era algo de lo que ella estaba especialmente orgullosa, aunque solo tres personas pudieran verlo... bueno, cuatro personas ahora.

—Sí. —"¿Cómo he podido ser tan gilipollas? Tan estúpido, tan idiota, tan crédulo. Solo amigos. Sí, claro. Caminamos por el bosque, seguro. Asamos chorizos en la chimenea..." Y una mierda. Follaban como posesos delante del puto fuego de la jodida chimenea.

—Además jugamos con el color: rosas, rojos, amarillos, morados... —continuó ella ingenuamente, encantada de poder comentar con alguien su fetichismo privado.

—Sí. —Claro que jugaban, de eso estaba seguro. El cabronazo de Jorge sería el primero en jugar con la lengua sobre el nuevo dibujo, en jugar a meterle la polín en el coño, en jugar a comerle el clítoris.

—Me gustaría que hubieras visto el diseño que llevé de un rayo... Lo teñimos de rubio platino... Ufff. Era increíble. —¿Había sacado fotos Jorge de ese diseño? No se acordaba. Apuntó en su mente que tenía que preguntárselo porque si había fotos se las enseñaría a Marcos. Seguro que le encantaban. Ahogó un bostezo contra el cuello de su amigo. Señor... qué sueño tenía.

—Sí. —Se acabó. Ya sabía a qué atenerse. Basta de hacer el idiota. Basta de perder el tiempo con jueguecitos de seducción ridículos. Si Ruth follaba con Jorge todos los puñeteros sábados, él llevaba varios polvos de desventaja.

Agarró la mano que acariciaba su bragueta y tiró bruscamente de ella hasta cambiar las posiciones y dejar a Ruth con la espalda apoyada en el árbol. Metió las manos por debajo de la falda, subiéndosela hasta que encontró la cinturilla de las medias. Joder, por primera vez Ruth llevaba medias hasta la cadera, y si por él fuera, también sería la última. Agarró la costura y tiró hasta rasgarlas. Luego le arrancó el tanga dejándolo caer al suelo y comenzó a acariciarle la vulva y el clítoris a la vez que la besaba con fuerza, sin pararse en caricias ni juegos.

—Vaya, estamos impacientes —comentó Ruth jadeando cuando dejó de besarla, la había pillado desprevenida. La ferocidad y el deseo descarnado la excitaban mucho.

Marcos no contestó, se desabrochó la bragueta y sacó su polla inhiesta, asió la pierna de su amiga y la colocó apoyada en su cadera. De un solo embate entró en ella.

—¿Te gusta así? ¿Duro y rápido? —preguntó furioso.

Ruth no pudo contestar, porque acto seguido él le metió la lengua en la boca hasta casi tocar la garganta, bombeando con fuerza sus caderas contra Marcos deslizó una mano entre los cuerpos y frotó rápidamente el clítoris. Ruth jadeó y cerró los ojos rindiéndose al orgasmo rápido y sobrecogedor que la caló. Marcos sintió los músculos de la vagina contraerse en espasmos contra su polla, sintió cómo ésta se engrosaba, cómo los testículos se tensaban, cómo el clímax lo envolvía igual que la vagina de ¿su amiga? No, su amante. La suya y del otro.

—¿Te lo hace así tu amigo? —preguntó empujando con fuerza—. ¿Te frota el culo mientras te corres? —Hundió totalmente su pene en ella—. ¿Te lo follas igual que a mí? —dijo sintiendo cómo el semen brotaba de su polla e inundaba la vagina.

—¿Qué? —preguntó Ruth totalmente alucinada—. ¿De qué estás hablando?

—¿Disfrutas los sábados con tu Jorge? ¿Folláis mucho, o no es capaz de echar dos seguidos como yo? ¿Me comparas con él cuando estás sola? ¿Su polla es tan grande como la mía?

—¿Qué estás diciendo?

—¿Te lleva al orgasmo una y otra vez como yo, o se conforma con un polvo de semana?

—Marcos. Para inmediatamente. Me estás ofendiendo —exclamó Ruth alejándose de él.

—No sé por qué. Solo te estoy preguntando quién folla mejor. Porque nena, seguro de que yo lo hago de puta madre, de que te dejo escocida.

—No seas grosero.

—No lo soy, sólo te muestro mis habilidades para que las compares con las de tu amigo. Sinceramente, creo que soy la mejor opción y quiero que lo tengas claro —dijo agarrándola por la nuca y besándola con fuerza, casi violentamente.

—Suéltame. —Le empujó ella—. Me das asco. Cambia de actitud. Ya.

—¿Te doy asco? Ah sí, ya recuerdo, la señorita perfecta no soporta que el semen le caiga por las piernas... Toma límpiate —dijo quitándose la chaqueta y sacándose la camisa por la cabeza para luego ofrecérsela—, pero querida, por mucho que te limpies, mi semen está dentro de ti. Y no lo puedes eliminar.

—¿Estás loco? —exclamó Ruth asombrada— ¿Te recreas en haberlo hecho a pelo?

—¿Qué pasa? ¿No tengo los genes adecuados para que acojas mis espermatozoides en tu útero? —Sonrió sarcástico mientras hablaba— Pues nena, están allí dentro y no puedes hacer nada por evitarlo. Y si tengo un poco de suerte, ahí se van a quedar durante nueve meses —¿Pero qué demonios estaba diciendo? Hasta él mismo se asombraba del giro que habían tomado sus pensamientos.

—¿Qué te pasa Marcos? —¿Qué mosca le había picado para hablar de esa manera?—. ¿Es que has perdido la cabeza?

—No. Estoy muy cuerdo. —Su sonrisa se hizo más amplía, más satisfecha, Porque si te paras a pensarlo, ahora tendrás que abstenerte de joder con tu querido amigo Jorge.

—¿Qué?

—Aps. Qué putada, ¿no? Pero qué se le va a hacer —comentó irónico—. Si sigues follando con los dos a la vez, no vas a ser capaz de averiguar quién te ha dejado preñada. Por tanto hasta que sepas si lo estás o no, no te queda otra que el celibato.

—¿Pero de qué vas? ¿Eres idiota o te lo haces? Lo que dices no tiene ninguna lógica.

—Vamos, no te deprimas, tampoco será tan malo, siempre puedes follarte a Brad cuando te apetezca. Está disponible a todas horas, y con él no tendrás dudas: no puede correrse, por tanto no entra en la competición. Además serán solo un par de semanas, en quince días sabrás si estás preñada o no. — ¿Estaba diciendo realmente lo que estaba diciendo?, pensó Marcos. Joder, había bebido, pero no tanto como para que el alcohol hablase por su boca. No, lo cierto es que estaba poniendo en palabras sus más ocultos deseos, la quería en exclusiva. Para él, solo suya. O en compañía de un bebé. Sin nadie más entre ellos. Joder, era aberrante, estaba celoso de un puto consolador.

—Definitivamente Marcos, eres idiota. Te falta un tornillo. A ver, te lo voy a explicar como si tuvieras cinco años, para que te quede bien clarito, En primer lugar, no copulo con nadie, excepto contigo, cosa de la que en estos momentos me arrepiento absolutamente. —Entre la furia, el alcohol y el cansancio Ruth no era capaz de controlar su lenguaje—. En segundo lugar, si fornicara con un equipo de fútbol al completo, tampoco tendría ningún problema, porque me aparearía con condón, por tanto, en caso de embarazo, como tu serías el único con quien he hecho el amor sin condón, tú serías el padre de la criatura. Y en tercer lugar, y no más importante: No. Voy. A. Quedarme. Preñada. Porque existe una cosa llamada "la píldora del día después" que te la tomas antes de las setenta y dos horas posteriores a haber copulado y zas, adiós problema.

—Joder. —Se acababa de dar cuenta de que su planteamiento hacía aguas por los lados... Sacudió la cabeza para aclararse las ideas, pero Ruth tenía razón en todo. No había pensado en nada al formular su advertencia y había hecho el ridículo más espantoso. Sintió nauseas, de sí mismo por ser tan estúpido; de ella al hacerle pensar que Jorge era solo un amigo. De él por habérselo tragado, de ella por jugar con las palabras. De él por no haber pensado antes en todo eso, de ella por ser tan lógica.

—Y para tu información —advirtió Ruth al ver que él callaba—, mañana mismo voy a pedírsela a mi médico, así que no habrá ningún bebé. ¿Te ha quedado claro?

—¿Es eso lo que hiciste? —preguntó irritado, queriendo decir la última palabra.

—¿A qué te refieres?

—A Detroit —exclamó indignado por todas las noches que había tenido pesadillas imaginándola embarazada sin poder hacer nada para ayudarla—. Ni siquiera te preocupó haber follado sin condón esa vez. —Recordó todos los remordimientos Sufrió durante años hasta que la volvió a ver y comprobó aliviado que no había pasado nada, que ella estaba feliz con su vida, sin compromisos ni ataduras infantiles—. Ni siquiera te molestaste en ver si estabas preñada, qué va. Pediste la píldora esa de las narices y saliste por patas para Madrid.

Ruth no respondió. Simplemente le dio un bofetón y salió corriendo a través del parque en dirección a su casa. Marcos la vio desaparecer entre los árboles, subió la bragueta, recogió la chaqueta que había tirado al suelo y se encaminó hacia el piso de su madre.

CAPÍTULO 29

Hay algo que da esplendor a cuanto existe

y es la ilusión de encontrar algo a la vuelta de la esquina

GILBERT KEITH CHESTERTON

Ruth atravesó el parque corriendo, y justo al salir a la calle su pie se hundió en uno de los múltiples socavones de la acera, cayendo todo lo larga que era en el suelo. Sintió un fuerte pinchazo en el tobillo, ignorándolo se puso en pie y siguió caminando a paso rápido. Miró hacia arriba: de la terraza del séptimo piso del bloque naranja salía luz. Eso significaba que alguno de sus hermanos estaba todavía despierto. Esperaba, no, rezaba que no fuera Darío. Se ocultó entre las sombras de la esquina y dio un repaso a su apariencia... Daba pena. Se quito rápidamente las medias rotas y las tiró a una papelera, estiró como pudo las arrugas de la falda, se hizo de nuevo la coleta y sacó un par de Kleenex con los que se limpió el rostro como pudo. Con un poco de suerte no se notarían las marcas de lágrimas en sus mejillas.

Entró al portal con paso más o menos estable, al menos hasta que subió el primer escalón, porque en ese momento el tobillo izquierdo la falló y acabo cayendo de rodillas sobre la escalera. Se levantó apoyándose en la pared, se quitó los zapatos y caminó despacio hasta el ascensor.

Al llegar a casa sus peores temores se vieron confirmados, y Darío estaba despierto viendo un programa de variedades. La miró, apagó la tele con el mando y se levantó de un salto del sillón.

—¿Qué cojones te ha hecho ese hijo de puta?

—¡Darío! Ese vocabulario.

—Contesta.

—No me ha hecho nada, es solo que me he caído en el parque y me he hecho algunas magulladuras en las rodillas. No tiene la menor importancia.

—¿Quién coj...ines está hablando de tus rodillas? Tienes los ojos hinchados, has llorado. ¿Qué te ha hecho ese capull...ito de alelí? —exclamó agarrándola pollos hombros.

—Darío, suéltame inmediatamente. —Él obedeció—. No voy a discutir contigo mi vida privada. Y ahora, si me disculpas, voy a colocar los regalos —dijo encaminándose al cuarto de sus hermanos, tenía los paquetes escondidos en su armario. El único con llave de toda la casa.

—Lávate la cara antes. Si te ve Héctor va a pensar que eres el Grinch en vez de Papá Noel.

Ella lo miró desafiante para a continuación entrar en el baño y cerrar la puerta.

Se tumbó en la cama, subió el edredón hasta taparse la barbilla con él, apoyó la cabeza en la almohada, moviéndola a un lado y a otro hasta que encontró se ese delicioso huequecito en el que la almohada acaricia las mejillas y suspiró. Le había llevado más tiempo del que pensaba limpiarse las heridas de las rodillas, y las lágrimas de la cara. Después, con la ayuda y los gruñidos de Darío colocó los paquetes bajo el árbol, los adornó con serpentinas doradas, rellenó los calcetines rojos de cada integrante de su familia de anisetes y caramelos para, a continuación ponerlos sobre los regalos que correspondían a cada cual, y por último dejó la copa con el culito de champán y el platito con migas de turrón junto al calcetín gigante que pertenecía a Papá Noel. Miró el reloj de la mesilla: las siete de la mañana. Cuando Iris se despertara dentro de un par de horas, se llevaría la sorpresa de su vida. Era el primer año que la niña era consciente de que un señor obeso vestido de rojo venía a visitarla e iba a ser todo un acontecimiento. Cerró los ojos satisfecha y se dispuso a dormir.

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