Cuando la memoria olvida (15 page)

Read Cuando la memoria olvida Online

Authors: Noelia Amarillo

Tags: #Erótico

BOOK: Cuando la memoria olvida
11.81Mb size Format: txt, pdf, ePub

—Lo siento, Carlos. Estoy algo... irritado. Tengo que reflexionar. —Lo miró excusándose— Discúlpame.

—¿Qué vas a hacer?

—Por lo pronto comprar esos tres malditos cuadros; luego ni idea —dijo dirigiéndose al mostrador con la intención de llevar a cabo la compra.

—¿Comprar cuadros? Pero... —Se calló al punto. Marcos no tenía mucho efectivo y le disgustaba que se lo recordaran.

Lo siguió hasta la recepción y comprobó atónito que su mejor amigo se gastaba una buena cantidad de dinero en unos cuadros en los que salía Ruth. Un dinero que, por lo que él sabía, componía el grueso de sus ahorros.

—Estás como una cabra.

—Es por una buena obra.

—¿Cuál? ¿Los ancianos?

—No. Quedarme a gusto.

—¿Qué piensas hacer con ellos?

—Colgarlos en el salón.

—Ah.

—Y usarlos de diana para los dardos —finalizó furioso.

Pasaba una hora de la media noche cuando Dani y Ruth salieron de la galería. Aunque ésta había cerrado sus puertas a las nueve y media, se quedaron reorganizándolo todo, haciendo inventario, comprobando los datos de los compradores y confirmando que el primer balance fuera positivo. Había sido un éxito, sin lugar a dudas, y esperaban fehacientemente que al día siguiente se vendieran los escasos cuadros que quedaban disponibles. Incluso habían comentado que se podría repetir la iniciativa al año siguiente en vista del éxito actual.

El ambiente frío creaba nubes de vapor con el aliento que exhalaban al hablar. La temperatura era muy baja y en pocos segundos comenzaron a tiritar.

—¡Dios! Estoy helado. ¿Buscamos un sitio abierto para seguir charlando? — preguntó Dani castañeteando los dientes.

—Mejor no. Debo regresar a casa. Apenas sí la he pisado hoy y me gustaría comprobar si Darío y Héctor han seguido mis indicaciones.

—Son mayorcitos, no deberías preocuparte tanto por ellos.

—Supongo que tienes razón, pero la última noche que regresé tarde los encontré tirados en el comedor viendo la tele.

—¿Y?

—Eran las tres de la mañana y en la televisión emitían una película bélica llena de sangre, vísceras y violencia. Y eso por no hablar del lenguaje atroz y plagado de palabras obscenas que usaban los actores.

—¿Y?

—Iris estaba con ellos. Despierta. Sentada en el suelo, fuera de la alfombra. Mirando con ojos alucinados la televisión. Cuando la conseguí acostar tenía el trasero helado y no paraba de preguntarme cosas que... en fin, no sabía muy bien como responder.

—Aps.

—Papá, por otro, lado estaba totalmente confuso. La película hablaba sobre la guerra de Afganistán y él no entendía a qué se refería, así que lo preguntaba a cada cambio de escena. Eso por no mencionar que tanta violencia gratuita lo tema bastante alterado; más aún, cuando es incapaz de recordar por qué se ejercía esa violencia. Ya sabes que en cada cambio de escena o trama olvida lo anterior. Al día siguiente Iris se levantó gruñendo porque no había dormido lo suficiente y papá estaba nervioso pero no sabía por qué.

—Bueno, quizá lo mejor sea que vayas a casa a comprobar que no ha sucedido nada —aseveró Dani, apenado porque su amiga no tuviera casi nunca la posibilidad de salir con otra gente. Y porque cuando lo hacía, en vez de pasarlo bien, se pasaba el tiempo preocupada porque no podía controlar lo que su familia hacía en la casa.

—Sí. Bueno, nos vemos mañana por la mañana.

—Vale. —Dani se giró para ir a por su furgoneta pero se lo pensó mejor— Te acompaño hasta el coche, que no son horas de estar paseando sola por mitad de la calle.

—¿Dónde has aparcado? —preguntó Ruth.

—Un par de calles más abajo. Vi el sitio y lo ocupé... Fue casi un milagro.

—Aja. —Ruth había aparcado a cuatro o cinco calles en la dirección contraria—. No te preocupes, lo tengo en el
parking
de la esquina.

—¿Lo has metido en el aparcamiento? —se asombró Dani. Entre mantener a la familia y pagar la carrera universitaria de Héctor, a Ruth no le solía sobrar mucho dinero al mes. De hecho era la primera vez que su amiga pagaba dinero por dejar el coche en el aparcamiento. Normalmente lo aparcaba en la calle, aunque fuera a mil kilómetros de distancia del sitio al que iba.

—Efectivamente. No encontraba plaza por la zona y pensé que saldríamos bastante tarde, por tanto decidí aparcarlo en el
parking
vigilado para así no tener problemas.

—Vale. Te acompaño.

—No es necesario.

—No. Pero no me cuesta ningún trabajo.

—¡Claro que era necesario!

Caminaron entre risas y arrebatos de alegría, a la vez que comentaban el éxito de la exposición. Al llegar, Dani quiso acompañarla hasta el coche, pero Ruth le señaló al vigilante de seguridad y le aseguró que no era necesario que perdiera más tiempo. Dani asintió sin estar del todo convencido, pero comprendiendo que no le quedaba más remedio que darse la vuelta e irse. Cuando a su amiga le entraban las ansias de independencia no había manera de hacerla cambiar de opinión.

Ruth se acercó a la oficina sacando el monedero del bolso, haciendo la intención de pagar el
ticket
mientras comprobaba con la mirada que Dani había salido del
parking
. Guardó el monedero en el bolso, sonrió al atónito cobrador y se dio media vuelta hacia la salida. Por nada del mundo hubiera permitido que Dani perdiese más de quince minutos en acompañarla hasta su coche sólo porque él pensaba que era peligroso que andará sola de noche. ¡Paparruchas! Apresuró el paso hacia la salida. No se oía nada excepto los tacones de sus zapatos de salón golpear con fuerza el suelo. Subió presurosa las escaleras que daban a la calle mientras buscaba en el bolso su
spray
de pimienta. Mujer precavida vale por dos. En el momento en que cerraba la cremallera del bolso oyó el ruido de unos pasos a su espalda. Asió con más fuerza el bote de
spray
y aceleró el paso, pendiente de las pisadas que la seguían. Al comprobar que se hacían más débiles y lejanas sonrió para sí misma llamándose alarmista. La calle por la que transitaba estaba totalmente iluminada y un buen número de paseantes nocturnos la recorría. Ruth se permitió entonces relajar la atención y centrar sus pensamientos en el inesperado encuentro acaecido en la galería. Calculó la contingencia de volver a tropezarse con ese personaje y llegó a la conclusión de que esa era una posibilidad muy remota. Seguramente, él estaría de paso para algún reportaje o algo por el estilo y volvería pronto adonde quiera que viviera. No había motivos para preocuparse.

¿O sí?

De repente alguien tropezó contra ella empujándola de bruces contra un portal oscuro. Se volvió con el bote de pimienta en la mano y la intención de encarar al borracho culpable del atropello, cuando unas manos la agarraron por las muñecas, colocándoselas a ambos lados de la cabeza y un cuerpo enorme y duro se apretó contra su espalda.

—Ahora que por fin estamos solos, ¿serías tan amable de decirme qué cojones les has contado a tus amigos para que me trataran así en la galería? —susurró una voz furiosa en su oído. Una voz que conocía muy bien. Una voz que, si no contaba las últimas horas, hacía exactamente siete años que no oía.

—¿Marcos? —No... imposible.

—El mismo que viste y calza.

—¿Qué estás haciendo?

—Pedirte explicaciones.

—No es necesario que seas tan rudo.

—Sí lo es. Al menos mientras lleves ese bote en la mano.

—¿El bote? Ah. Libérame y lo guardaré.

—¿Te crees que soy idiota? Suéltalo.

—No.

—Suéltalo —siseó en su oído a la vez que le apretaba la muñeca.

—¡Bestia! —exclamó soltando el bote.

—Siempre. —Marcos se agachó y recogió el bote del suelo—. ¿No te basta con hacer que todos me detesten sino que además quieres gasearme?

—No seas obtuso. Yo no he dispuesto que nadie te aborrezca, y el
spray
no estaba destinado a ti, sino a cualquiera que pretendiera agredirme —contestó frotándose las muñecas.

—Ya veo. Habría sido más inteligente dejar que tu novio te acompañase. Hubiera resultado mejor protección que esto —dijo guardándose el frasco en el bolsillo y acercándose a ella.

—Es mi amigo, y el
spray
siempre ha resultado eficaz. —Ruth dio un paso atrás; él estaba demasiado cerca para su gusto.

—Seguro —ironizó como respuesta a ambas cuestiones—. ¿Qué coño has contado sobre mí?

—¿Sobre ti? Nada.

—¿Nada? Pues explícame por qué he recibido tan cordial bienvenida. —Se aproximó hasta quedar a escasos centímetros de ella.

—¡Por favor! No seas megalómano, el mundo no gira alrededor de tu persona. —Ruth retrocedió hasta encontrarse con la espalda pegada a la puerta del portal.

—No soy megalómano. —"Signifique eso lo que signifique", pensó Marcos— ¿Qué mierda has contado sobre mí? —Se alzaba imponente sobre ella.

—¿Por qué especulas con que su reacción ha sido culpa mía? —Alzó la cabeza para responderle. Estaba tan cerca de ella que su presencia le resultaba amenazante... de una manera abiertamente erótica... ¡Caramba!

—Fácil. —Apuntaló sus manos al lado de cada uno de los hombros femeninos y, apoyando la cara en la mejilla de Ruth, habló en susurros con los labios pegados a su oído—. Hace quince años que no los veo. No tenían motivos para recibirme así, a no ser que alguien exagerase muchísimo una tonta discusión —finalizó inspirando profundamente. ¡Dios, qué bien olía su pelo!

—¿Me estás olisqueando? —Apretó las manos contra el pecho masculino y empujó—. Aparta, me incomodas. —No tema ni idea de cuánto. El calor de su torso traspasaba la tela de la camisa, haciéndolo sentir cálido y duro contra sus finos dedos.

—No. —Se mantuvo firme contra ella reprimiendo un escalofrío cuando sintió sus manos sobre él—. Tenemos que hablar, no voy a dejar que huyas de nuevo.

—¡Yo no huyo!

—¿Ah, no? ¿Y cómo llamas tú a salir pitando y cruzar un océano sólo por no enfrentarte a mí? —Sus caras estaban separadas por la distancia de un suspiro.

—¿Cruzar un océano? ¿Encararme contigo? ¿De qué estás hablando? —Lo miró fijamente a los ojos, que por cierto seguían siendo igual de hermosos que cuando eran niños.

—De la última vez que nos vimos.

Ruth no había quitado sus manos del pecho masculino, y el calor que emanaba de ellas mezclado con el olor de su piel y la cercanía de sus labios, estaban haciendo estragos en los "bajos fondos" de Marcos. Por muy enfadado que estuviera, por mucha rabia que sintiera, no podía evitarlo. Lo volvía loco. Había sido así desde que eran niños, y ahora de adultos la atracción era más fuerte. Ya no deseaba tirarla de las coletas y zarandearla... Deseaba tomarla del pelo, hundir la lengua en su boca y hacer que zarandease las caderas sobre su polla.

—Aja. —Caramba. No había huido, bueno, de la habitación en que pasó todo sí, pero no del país. Había partido por motivos que a él no le incumbían. Marcos había dejado bien clarita su opinión entonces. ¿Y por qué no se separaba un poco? La estaba perturbando—. No me fugué, tuve que marcharme por motivos personales.

—Sí. Claro. Acojonarte por entregar tu virginidad se puede considerar perfectamente un motivo personal. —¡Al diablo! Pegó la cintura contra ella, apretando su erección contra su abdomen. ¡Dios! ¡Qué bien se sentía así!

—¡Qué! —Ruth abrió la boca para protestar cuando lo sintió duro y palpitante contra ella. La volvió a cerrar.

—Así que Doña "Tengo El Control" se da cuenta de que no tiene ningún dominio sobre su cuerpo y de que está disfrutando como una loca con mi polla. —Introdujo la rodilla entre los muslos de la mujer, contoneando la erección contra su vientre, haciendo que la falda quedara tensa contra el bigotito fucsia de Charles Chaplin—. Doña "Soy Una Persona Cabal y Coherente" se acojona, entra en pánico, me acusa de chorradas y sale como alma que lleva el diablo. Pero ojo, no solo se va de la casa, ¡qué va! No, se traslada a otra ciudad. ¡NO! Se va del puñetero continente.

—Yo no... —interrumpió Ruth abriendo la boca, momento que aprovechó Marcos para mordisquearle el labio inferior y pegarse más a ella. Y la cuestión es que no se sabe cómo, las manos de Ruth, que antes reposaran en su pecho, ahora se enredaban en la larga coleta de cabellos rubios del hombre.

—Tú. Sí —comentó alejándose de su boca— Y no contenta con eso, les has contado quién sabe qué trolas sobre mí a tus amigos. ¿Qué les has dicho? ¿Que me aproveché de ti? —Metió la mano bajo el tres cuartos de la mujer y buscó la cintura de la falda.

—No.

—¿Que abusé de ti? —Apartó la blusa y encajó la mano entre la falda y la piel—. ¿Que no estabas caliente y dispuesta cuando te la metí? —Deslizó los dedos por encima del encaje de lo que supuso eran las bragas—. ¿Que no disfrutaste como una loca?

—¡Por supuesto que no! —Ruth le agarró de la coleta con fuerza y tiró, haciendo que él soltase un gemido de dolor.

—Claro que no. —Marcos sacó la mano que acariciaba el encaje y la agarró de los antebrazos para impedir que siguiera tirándole del pelo—. Doña "Fría y Calculadora" jamás sería capaz de echar un polvo esporádico, ni de disfrutar con buen sexo. Así que, cuando ve que le ha salido el tiro por la culata, decide hacerse la jodida mártir, salir cagando leches del continente y contarle a todo el mundo lo malvado y horrible que soy por haber follado con "Santa Ruth".

—¿"Santa Ruth"? —exclamó ella con las piernas cabalgando sobre el muslo del hombre, y las manos aún asiendo la coleta.

—Sí. —Sonrió irónico, apretando el muslo y la erección contra ella, soltándole los antebrazos para volver a introducir la mano bajo la falda. Si volvía a tirarle del pelo ya vería qué hacía, pero en esos momentos sus dedos teman otro punto más importante que tocar— O quizá sería mejor decir "Santa Frígida".

—¡"Santa Frígida"! Siento indicarte que no existe mujer frígida, sino hombres que no saben conducirla al orgasmo. —Le soltó el cabello con rabia y asió las manos del hombre con violencia, intentando alejarlas de su piel—. Fue tu ineptitud lo que me llevó a aburrirme como una ameba durante el acto; tu inconsciencia ante las consecuencias de hacerlo sin preservativo lo que me produjo indignación y tus palabras perniciosas las que me hicieron retirarme dignamente de la casa antes de caer en la degradación de prolongar la sesión de vocabulario soez y grosero del que hacías uso, pero no una supuesta frigidez.

Other books

Beautiful Crescent: A History of New Orleans by Garvey, John B., Mary Lou Widmer
Yours or Mine by Craver, D.S.
Rocky Island by Jim Newell
Agent of the Crown by Melissa McShane
Tiny Island Summer by Rachelle Paige