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Authors: Noelia Amarillo

Tags: #Erótico

Cuando la memoria olvida (28 page)

BOOK: Cuando la memoria olvida
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—Ni idea —contestó ella con el cerebro inundado de imágenes de Marcos bajo la ducha, mientras su la mano le acariciaba lentamente por encima del pantalón.

—Los días que te he visto en el centro —susurró para después lamerle el lóbulo del oído.

Ruth estaba sentada en el diván, con una pierna apoyada en el suelo y la otra sobre el regazo de Marcos. Notaba cómo poco a poco el tanga se iba humedeciendo. Comenzaba a sentir el calor del deseo que paso a paso se alojaba en su vientre.

—¿Te masturbas a diario? —inquirió Marcos al ver que ella no decía nada.

—Eh, no.

—¿Un par de veces por semana? —curioseó divertido. No había esperado que su amiga fuera tan tímida con esas cosas. Bueno, sí.

—No lo sé. No llevo la cuenta.

—¿Cómo es tu vibrador? —Su mano subió de la rodilla al interior del muslo.

—Fucsia.

—¡Vaya! —Se carcajeó Marcos—. A juego con tu bigotito púbico. No sé porque pero no me extraña.

—Tonto.

—¿Cómo te lo haces?

—Ah... ¿y a ti qué te importa?

—Tengo curiosidad. —Encontró la tela del tanga que cubría su vulva, estaba húmeda.

—Lo apoyo contra el clítoris y lo pongo en el mínimo de vibración, cuando noto que me acerco lo subo de potencia y lo fricciono a lo largo de la vulva —calló aturullada.

—Continúa. —Los gemidos de la mujer del escenario llenaban el ambiente y Ruth se encontró creando ecos con sus propios gemidos cuando el dedo de Marcos se hundió en su vagina. Echó la cabeza hacia atrás en el respaldo y continuó.

—Lo introduzco despacio en mi vagina mientras me acaricio el clítoris con los dedos. Mis caderas se balancean esperando más, y entonces lo saco un poco para a continuación hundirlo de golpe. Aprieto mi clítoris entre los dedos rítmicamente a la vez que introduzco y retiro mi vibrador hasta que tengo el orgasmo.

Narró a la vez que Marcos seguía sus instrucciones con los dedos, pellizcándola el clítoris entre el corazón y el índice, recorriéndole la vulva con la palma de la mano e introduciendo de golpe un par de dedos en su vagina. Estaba a punto de correrse cuando él retiró la mano, dejándola caliente y muy frustrada. Ruth lo miró a los ojos un segundo antes de que él la obligara a ponerse de rodillas sobre el asiento con la cara acurrucada sobre el bulto de su erección. Lo vio desabrocharse los botones del pantalón con dedos temblorosos. La polla saltó enorme y tersa desde el vientre liso y libre de vello hasta su boca, y Ruth besó la punta.

—Usa la boca "Avestruz", cómemela como la última vez —ordenó apretándole la nuca, inclinándola más sobre su pene erecto.

Ruth lo recorrió con la lengua, humedeciéndolo y volviéndolo loco. Marcos llevó la mano por debajo de la falda, levantó la tela y la dejó el trasero al aire. Ruth se extendió más, lamió los testículos libres de vello y se los introdujo en la boca, correteándolos con la lengua. Notó cómo él apartaba la cinta del tanga y comenzaba a masajearla la vulva con la palma de la mano a la vez que con los dedos le frotaba el clítoris. Marcos cerró los ojos y grabó la escena que estaban representando en su cerebro.

Él sentado, casi tumbado en el diván, las piernas abiertas y estiradas. Ruth de cuatro patas sobre el asiento, la cara enterrada en su entrepierna mientras su mano grande y fuerte la sujetaba la cabeza, obligándola a pegarse más contra su erección. El precioso cabello de ébano derramándose sobre sus masculinos muslos, el culo alzado, exquisito y desnudo. Su propio brazo estirado sobre la delicada espalda femenina, la mano recorriendo el trasero perfecto y sedoso, deteniéndose en la unión de sus muslos, penetrando con los dedos en su vagina. Estuvo a punto de llegar al orgasmo sólo con pensarlo.

Sacudió la cabeza un par de veces intentando concentrarse en lo que quería hacer, pero le estaba resultando muy difícil. Ruth estaba mordisqueando su capullo como sólo ella sabía hacerlo. La sentía deslizar la lengua por la abertura de su glande y presionar, recorrerle los testículos con dedos suaves y cariñosos, torturándole. Volviéndole loco.

Con una gran fuerza de voluntad que no imaginaba poseer, soltó la mano que empujaba la cabeza de su amiga y la metió en el bolsillo de la chaqueta de cuero que había dejado a un lado del asiento, sacó un tubo y se lo llevo a boca para abrirlo con los dientes. Cuando lo consiguió, y le costó varios intentos pues Ruth no dejaba de distraerlo con sus labios, se lo pasó a la mano que jugaba con el trasero y el clítoris de su amiga.

Ruth sintió que su clítoris quedaba desamparado cuando Marcos separó la mano de donde estaba ubicada, pero regresó al cabo de un par de segundos para derramar algo sobre su trasero, algo frío y resbaladizo que recorría la franja entre sus glúteos. Notó los dedos de su amigo masajeándole el trasero, extendiendo el gel escurridizo entre sus nalgas, empujando con un dedo contra su ano, tentando la entrada e intentando traspasarla. Ruth levantó la cabeza, no sabía si para pedir explicaciones, para jadear o para conseguir aire con que respirar. Él no la dio tiempo a averiguarlo, pues en el momento en que sus labios abandonaron la piel tersa del glande, la mano que Marcos tenía libre volvió a posarse en su cabeza, instándola a que continuara.

—Vamos "Avestruz", no pares ahora o me volveré loco. Succiona fuerte. Sí, así. Trágatela entera, ahora, vamos, más adentro —dijo presionando la mano que mantenía sobre su coronilla hacia abajo—. No pares, por favor, no pares.

Lo oyó jadear fuerte entre los compases de la música y sintió el pene engrosarse dentro de su boca. Saboreó en el paladar el líquido preseminal que salía de su abertura y notó los testículos tensarse entre sus dedos. Ella misma jadeó con ímpetu cuando sintió el dedo traspasar el anillo de músculos de su ano y adentrarse dentro de ella, cálido, resbaladizo, inquieto. La palma de la mano estaba apoyada en su trasero, apretándole las nalgas, con los dedos extendidos sobre ellas mientras el que estaba hundido en su interior giraba y apretaba las paredes de su recto, hundiéndose profundamente para a continuación salir apenas un centímetro y volver a introducirse de golpe, haciendo que le faltara el aire de los pulmones.

Marcos obligó a la mano que sujetaba la cabeza de su amiga a abandonar su asidero y volver a registrar el bolsillo de la chaqueta. Sacó un condón, se lo llevo a la boca y rasgó con los clientes el envoltorio.

Ruth sintió su cabeza libre de nuevo, pero no la importó, siguió subiendo y bajando los labios alrededor de la polla, introduciéndosela entera cuando lo sentía tensarse. Se percató disgustada de que el dedo que ahondaba en su ano se alejaba de ella, dejándola vacía. Gruñó enfadada cuando la mano que la había abandonado segundos antes volvió a enredarse en su cabello obligándola a levantar la cara del jugoso pene. Marcos tenía la mirada turbia, empañada por el deseo. Sin decir nada la mostró el condón que sujetaba entre los dedos y luego lo depositó en sus labios. Ruth sonrió con el preservativo entre los dientes, bajo la cabeza y le envolvió la polla en látex con maestría. Cuando terminó, Marcos la alzó por las axilas y la depositó a horcajadas sobre su erección. Ruth la acogió cerrando los ojos, suspirando de satisfacción cuando comenzó a montarle.

Marcos deslizó las manos por la espalda, bajando por la columna vertebral hasta llegar a la cadera, adentrando un dedo entre las nalgas, ubicándolo en el lugar que correspondía. La sintió tensarse, moverse en un intento de alejarlo.

La breve interrupción de sus caricias le había devuelto un poco la cordura a Ruth. No quería tenerlo "ahí" dentro.

—Tranquila, "Avestruz", no pasa nada, el lubricante aún está ahí. —Para confirmarlo apretó el dedo contra el ano y lo penetró.

—No es eso —jadeó ella al sentirlo dentro por ambos lados: su polla en la vagina y su dedo en el recto—. No quiero que hagas eso.

—¿Por qué? Te gusta, no lo intentes negar. Te pone a cien que te toque el culo, que te meta el dedo. —Y lo corroboró metiendo y sacando el dedo a la vez que levantaba las caderas para que su polla invadiera más profundamente su vagina.

—Sí —jadeó ella perdiendo el control—, pero no quiero dar argumentos al enemigo —confesó sin darse cuenta.

—¿Dar argumentos al enemigo? —repitió Marcos con los ojos cerrados, al límite del orgasmo— ¿A qué diablos te refieres? —Según hacía la pregunta, una lucecilla se encendió en su cerebro. Se quedó quieto de golpe, alejó el dedo de sus nalgas y la sujetó por la cintura con ambas manos— ¿Te refieres a lo que dije a los siete años cuando discutimos?

—"
Tienes tus prioridades un poco confundidas. Disfrutas como una zorra con mi dedo metido en tu culo
" —recitó Ruth cada una de las palabras que tenía alojadas en la mente desde hacía ya tantos años.

—¡Joder Ruth! Lo siento, lo siento de veras, jamás debí decir lo que dije. Odio cada palabra que pronuncié ese día. —No lo decía en broma, se había arrepentido mil veces a lo largo de los años de lo que había hecho y dicho, de haber sido el mayor cabrón del mundo, de haberla dejado marchar sin pedirla disculpas, de haber tomado su virginidad sin adorarla como merecía—. No soy tu enemigo, ¿entiendes? —dijo besándola con fuerza para luego continuar hablando—. No me das argumentos para atacarte. Lo juro, Ruth, jamás volveré a decirte esas cosas. No las sentía, no eran ciertas. De verdad "Avestruz". Dime que me crees —dijo besándola de nuevo.

—Te creo —aseveró ella hundiéndose en su mirada. Había sido una tonta por pensar eso de él, lo veía en sus ojos, lo notaba en su piel. Podrían discutir y pelear, pero no volvería a atacarla con eso. Era demasiado íntimo como para tomarlo de arma.

—Bien.

La besó una y otra vez, y volvió a hundirse en ella profundamente. Deslizó de nuevo su mano por la espalda hasta encontrar el trasero, y todo volvió a ser igual que cinco minutos atrás. Jadearon acompasados, moviéndose uno contra el otro sin prestar atención a la música que dominaba el ambiente, a las pantallas colgantes que mostraban una pareja ejecutando una danza similar a la suya. Sin portarles estar en un lugar público y lleno de gente.

—Dios, "Avestruz", no sabes cómo me haces sentir —jadeó Marcos en su oído.

—Lo imagino —contestó ella con una sonrisa antes de empezar a gemir de nuevo.

Marcos deslizó la mano que le quedaba libre de la cadera al abdomen y de allí hasta los pechos de su amiga. Le levantó el top ansioso por ver sus erectos pezones y se quedó de piedra.

—Ruth —exclamó alarmado, parando el vaivén de caderas—. ¿Te ha pasado algo en los pezones?

—No —lo ignoró ella, subiendo y bajando con fuerza, introduciéndolo bien dentro.

—¿Por qué llevas tiritas en los pezones?

—Aps. —Ahora fue ella la que se quedó quieta.

—¿Y bien? —reiteró Marcos, con los dedos cerca de los pechos, sin atreverse a tocarlos.

—Se marcaban —contestó ella ruborizada... ¿Por qué no había pensado que él le quitaría el top y vería las tiritas? ¡Qué vergüenza!

—¿Qué? —No entendía nada.

—El sujetador se asomaba por el escote, y no me gusta eso. Me lo quité y entonces descubrí que se marcaban los pezones. No se me ocurrió otra cosa que taparlos con tiritas.

—¡Dios! —exclamó Marcos. Levantó una tirita con cuidado y allí estaba el pezón, tan duro, erecto y sonrosado como siempre. Perfecto—. No me lo puedo creer.

Y estalló en carcajadas; grandes carcajadas que provocaron que todo su cuerpo sufriera poderosos espasmos; espasmos que alzaron con fuerza sus caderas en un ritmo desacompasado; ritmo que inició un nuevo vaivén; vaivén que hizo que ambos jadearan al unísono.

—"Avestruz", eres una verdadera caja de sorpresas —comentó jadeando y sonriendo a la vez—: Has conseguido que el polvo más alucinante de mi vida sea además el más divertido. Joder, jamás pensé que pudiera follar mientras me reía —comentó aumentando el ritmo de sus caderas, introduciendo más el pene en la vagina y el dedo en el ano—. Prométeme que no cambiarás nunca.

—Lo prometo.

Marcos hundió la cara entre sus pechos y saboreó los pezones a la vez que se movía frenético contra ella, alzando las caderas con fuerza y rapidez. Ruth se ahogó en sus jadeos, sintiéndose profundamente colmada, al borde de un éxtasis que apenas la permitía respirar. Se movieron al unísono, sin pausa, sin dejar de jadear hasta que los espasmos del orgasmo contrajeron los músculos de la vagina empujando a ambos a un clímax enloquecedor.

Pasados unos segundos continuaban en silencio bajo el ruido atronador del local. No se movían, no podían. Marcos seguía enterrado en ella, su pene lánguido acoplado en su vagina húmeda. No estaba erecto, pero no podía encontrar la fuerza de voluntad necesaria para abandonar la acogedora cueva. Ella reposaba relajada sobre su pecho, con sus piernas a ambos lados de los muslos enfundados todavía en vaqueros y la falda alrededor de los dos. Una marea de tela azul que ocultaba la parte inferior de sus cuerpos. Los pechos de Ruth desnudos, el top arrugado por encima de ellos. Marcos la abrazó lentamente, deslizando las manos por la espalda, apretándola contra él.

—¿Tienes que ir mañana a la sierra? —inquirió apesadumbrado. No quería preguntarlo, no quería saberlo.

—Lo he prometido, no puedo dejar de ir —respondió pesarosa Ruth. Se lo había jurado a su hija. El sábado y domingo los dedicaba a ella, invariablemente, no quería cambiar esa norma. Suspiró, se había prometido a sí misma que si Marcos se quedaba en Madrid le contaría la verdad. Había llegado el momento—. Marcos...

—Salgo de viaje el domingo —interrumpió Marcos—. Me ha salido un reportaje norte.

—Aps. ¿Vas a estar fuera mucho tiempo?

—¿Acaso importa? —Posó las manos en sus mejillas y la obligó a mirarlo—. Mañana vas con tu amigo y nada va a cambiarlo, ¿no? —Él tenía que asumirlo, no tenían ninguna relación, no podía pedirle sexo exclusivo porque para hacerlo tenía que ofrecerle más de lo que ahora tenía Ruth. Y ella ya tenía sexo sin compromiso cuando le daba la gana con el tal Jorge de los huevos, con el puñetero Brad de los cojones y con el idiota que estaba dentro de ella en ese instante. Sí quería exclusividad tendría que tentarla con algo más. Tal vez con una relación seria basada en el cariño, el amor, o cualquier pamplina de esas en las que él no creía. Y lo mismo a ella no le interesaba tampoco eso. No. Tendría que contenerse los celos y la posesividad con patatas fritas y dejar de hacer el imbécil.

—No puedo anular el compromiso —contestó ella y vio en sus ojos algo de lo pasaba por su mente—, pero no pasa nada. Es sólo un amigo. Caminamos, corremos el campo, asamos chorizos en la chimenea de la cabaña y poco más. Es la verdad.

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