Cuando la memoria olvida (26 page)

Read Cuando la memoria olvida Online

Authors: Noelia Amarillo

Tags: #Erótico

BOOK: Cuando la memoria olvida
3.59Mb size Format: txt, pdf, ePub

Ya en el ascensor Elena se acercó a Marcos, pegándose tanto a él que le apoyaba sus senos puntiagudos y siliconados en el pecho. Marcos se alejó hasta quedar pegado contra la pared.

—Vamos a tomar una copa, conozco un sitio estupendo aquí cerca. —Elena ni siquiera se molestó en preguntar, normalmente los hombres caían bajo sus pies... sus pechos... sus labios... su culo...

—No gracias. Tengo cosas que hacer —contestó Marcos. Si alguien daba órdenes, era él.

—Tú te lo pierdes —respondió recorriéndole con el pecho con sus uñas de porcelana, bajando directa hacia la bragueta.

—Supongo que sí. —Marcos le retiró la mano cuando pasó la frontera del cinturón.

—En fin, espero que no estés interesado en Ruth. Ella no está lo que se dice libre, ¿sabes?. Tiene muchas responsabilidades a sus espaldas.

—No estoy interesado en nadie. —El vestíbulo estaba vacío, todo el mundo se había ido a su casa, y Marcos estaba deseando largarse también, sólo por alejarse de esa arpía.

—Bien. Porque te aburrirías con ella como una ostra. Es la mujer más sosa que conozco, aunque imagino que ya te has dado cuenta. Solo hay que ver cómo viste. ¿Te has fijado en las bolsas de sus pantalones? Por favor, qué desaliñada, le quedan por lo menos dos tallas más grandes. Y su pelo, siempre recogido en ese moño, fijo que lo que tiene fatal, porque si no, para qué lo iba a ocultar. ¿No crees?

—Cada cual viste como quiere. —Unos pocos pasos más y estarían fuera.

—Claro que sí, no estoy criticándola. De hecho le he dicho una y mil veces que debería cuidar su imagen, es importante de cara al público presentarse impecable, o no me hace caso. Pretendo ayudarla y ella me ignora.

—Me lo imagino. —Abrió la puerta de la entrada y respiró aire puro. Elena viciaba todo lo que había a su alrededor con su perfume.

—Este fin de semana voy a ir a la inauguración de una nueva discoteca. Un sitio muy glamuroso, lleno de gente guapa. —Cambió de tema viendo que él no estaba por la labor de criticar al espantapájaros—. ¿Te apuntas? —Volvió a pegarse a Marcos, rozándole el brazo con sus enormes tetas como por casualidad.

—Tengo otros planes —dijo Marcos fuera del centro, dirigiéndose a la parada del autobús.

—¿No vas al coche? —Se extrañó ella al ver que se paraba bajo la marquesina.

—No tengo. —Aún le quedaban unos minutos hasta que llegara el autobús. Si ella se quedaba a hacerle compañía iban a ser los minutos más largos de toda su vida.

—Pobre. Vamos, te llevo a tu casa.

—No, gracias. —Ni de coña.

—Vamos, no seas tonto, no tardo nada. Tengo un Audi enorme, con asientos de piel, que te dejará de piedra... O te la pondrá dura como una piedra, lo que prefieras —dijo volviendo al ataque, deslizando la mano por encima de la cremallera del pantalón.

—Mmm. Casi me veo tentado de aceptar tu oferta —contestó Marcos poniendo su mano sobre la de Elena y presionando contra su polla inerte.

—Perfecto —Sonrió Elena.

—Casi. Porque me temo que si entro en tu coche, me acabarás violando. Y eso no me apetece una mierda. —Asió la mano femenina y la retiró de sus pantalones. Ahora, si me disculpas, mi autobús es ese —dijo dando gracias a Dios porque por una vez en la vida se cumplieran los horarios del trasporte público.

Elena observó indignada cómo Marcos subía al autobús.

Esa espantapájaros la estaba puteando. No solo se había ganado la confianza de su cuñado el "excelentísimo" director del centro, sino que además la muy capulla ponía mala cara cuando utilizaba la tarjeta de la empresa para cosas que no fueran, según ella, adecuadas, dejándola en evidencia delante de su cuñado cuando esto pasaba. Por si fuera poco, últimamente dejaba escapar insinuaciones de que le daba trabajo que no la correspondía. ¡Ja! Ella, Elena, era la jefa. No pretendería esa zorra escuálida que se rompiera las uñas escribiendo esos estúpidos informes. Y ahora, le había comido el coco al semental y por su culpa no la hacía ni caso.

Espantapájaros relamido. Zorra estúpida. Elena se moría de hambre y se mataba en el gimnasio a diario para conseguir su maravillosa figura mientras esa esquelética no tenía que hacer nada para conseguir estar delgada y lavar el cerebro a los hombres. Empezando por su cuñado, pasando por todo el personal del centro y acabando con Marcos.

Tenía que poner remedio. Ya. Cuando Marcos volviera al centro, le abriría los ojos y le contaría cómo era su preciosa amiga y lo que llevaba a sus espaldas.

CAPÍTULO 22

La duda es uno de los nombres de la inteligencia.

BORGES

—Vamos, hermanita, no te lo pienses más. Coge el coche, vete al centro y cómprate algo.

—Sí, mamá, vamos. Yo te digo si estás guapa o no.

—Pero bueno, ¿desde cuándo se ha convertido mi salida de esta noche en una asamblea familiar? —comentó Ruth divertida.

Desde que anunciara su intención de salir el viernes por la noche, toda la familia se había convertido en críticos de moda. Héctor aseguraba que no podía presentarse a una cita vestida de traje, y no le faltaba razón. Iris, por su parte, había registrado el armario que compartían de arriba a abajo y había anunciado a todo aquél que quisiera, o no, oírla, que su mami no tenía otra cosa más que trajes. Y Darío había decidido que ya era hora de que su hermana y su sobrina fueran de compras y actualizaran su vestuario.

Y allí estaba ella, el viernes a las siete de la tarde, a falta de cuatro horas para cita, vestida con el chándal de andar por casa y con toda la ropa de su armario tirada en la cama.

—¿Qué os parece si me pongo el traje con el que asistí a la exposición?

—Es perfecto... para una exposición. Vamos bicho, no te lo pienses más, que al final no llegas. Coge el coche y lárgate. —La empujó Héctor hacia la puerta.

—Sí mamá, vamos a hacer un pase de modelos en los toros. —Iris saltaba impaciente.

—En "Torero", la tienda se llama "Torero" y no sé... no veo la necesidad de adquirir nada nuevo. Quizás si me pongo la falda negra con la camisa gris... —dijo cogiendo cada una de las prendas y poniéndoselas por encima.

—Y si además te haces el moño, serás la bibliotecaria perfecta —comentó Darío sarcástico.

—¡Esto es increíble! No sé por qué insistís en apuntar que parezco una bibliotecaria. Es más, estoy por asegurar que jamás habéis ido a ninguna biblioteca, ya que si lo hubierais hecho os habríais dado cuenta de que visten de forma normal, ya sea con pantalones, con faldas, con vaqueros o con lo que les apetezca. Por lo demás, no advierto qué tiene de malo parecerse al cliché que tenéis sobre dicha profesión.

—Para, para. Que yo no he dicho nada, ni Iris tampoco, no uses el plural —comentó Héctor divertido, alzando las manos como para protegerse.

—¡Qué mentirosos! Mamá me ha llevado a la "bibílioqueca" y no van vestidas como ella. Llevan ropas mucho más bonitas —aseveró Iris en defensa de su madre.

—¿Quién más te ha dicho que pareces una bibliotecaria, hermanita? —preguntó Darío.

—Marcos—respondió enfurruñada. Su ropa era perfecta para sus necesidades—. Lo dijo el otro día.

—¿Marcos? —Darío entornó los ojos. Dios sabe por qué había tomado el rol de
protector
de la familia— ¿El tipo con el que sales esta noche?

—La palabra "tipo" tiene connotaciones despectivas, te agradecería que no la usaras —apostilló Ruth—. Y sí, es la persona con la que saldré esta noche. No frunzas el ceño, lo conoces de sobra.

—¿Lo conozco? Lo dudo.

—Es el niño que venía a casa a hacer deberes. Con el que jugaba al fútbol de pequeña.

—No jodas. ¡Ese Marcos! ¿Cuándo ha vuelto?

—¡Darío! Ese vocabulario. Iris no prestes oídos a tu tío.

—No se los prestaré mami. Son míos y no se los dejo a nadie.

—Quiero decir, que no le hagas caso.

—Ah bueno, nunca se lo hago.

—¡Iris! Más respeto —exclamó Ruth a punto de soltar una carcajada.

—Es cierto —dijeron tíos y sobrina a la vez. Iris no hacía caso a casi nadie... bueno, a nadie.

—Y respondiendo a tu pregunta, sí. Ése Marcos. No sé cuándo ha vuelto, m tampoco cuánto tiempo se va a quedar.

—¿Lo viste cuando estuviste en América? —preguntó interesado. Se le acababa de aparecer un pensamiento en la cabeza que no era demasiado agradable.

—Creo recordar que sí —comentó Ruth a la ligera mirándolo muy seriamente Darío...

—Sí.

—No elucubres teorías extrañas. —Conocía a su hermano demasiado bien, En fin, creo que tenéis razón —dijo mirando las prendas que había sobre su cama— ¿Te vienes conmigo de compras Iris?

—¡Venga!

—Vamos. Se dice vamos, no venga.

—¡Vamos, vamos, vamos!

Tres horas después Ruth estaba atacada de los nervios. Acababa de llegar cargada de bolsas hasta las cejas y lo tenía todo por hacer. Dejó las compras sobre su cama, convenció a Iris de los beneficios de darse una ducha rápida en vez de un baño relajante y, entre gel y champú, la pequeña fue desgranando la tarde de compras a sus tíos.

—Mamá se ha probado mil ropas y por lo menos dos mil zapatos. También se probado "sujetatetas" y unas faldas tan cortas que se la veían los cinturones de las medias.

—Las ligas, Iris. Se me veían las ligas.

—Eso, las ligas. Y por eso no se las ha comprado, porque a mí me gustaban mucho pero ella decía que era muy "protovaquitas".

—Provocativas.

—"Protovaquitas", y no se las ha comprado. Pero luego he visto, porque la he visto yo y sólo yo, una falda "pipi" y se la ha probado y nos ha gustado y la hemos comprado.

—¿Pipi? —preguntó Héctor mientras Darío se tapaba la boca para que su sobrina no lo viera reír.

—Hippie —aclaró Ruth a la vez que la enjabonaba el pelo.

—Ay mamá ¡Pica! Dame la toalla.

—Espera que te aclare el pelo —respondió Ruth ducha en mano.

—¡Dame la toalla, me pica! —dijo dando palmetazos en la bañera y salpicando el suelo de agua y jabón.

—Ya está, quejica. —Le dio la toalla a su hija y ésta se frotó con fuerza los ojos.

—¿Y qué más habéis comprado? —preguntó Darío intrigado por el contenido de tanta bolsa.

—Un "topo" azul a juego —contestó Iris saliendo de la ducha.

—Top —corrigió Ruth envolviéndola en una toalla rosa con corazoncitos rojos.

—Eso mismo. Es muy pequeño, se le ve el ombligo y la he convencido para comprar un pendiente de ombligo que se pega y se lo ha comprado. Y también pantalones de pana para mí, unos vaqueros para mí, un jersey a rombos para mí, botas de agua para mí...

—Vale, vale, lo he entendido bichejo. Todas las bolsas están llenas de ropas para ti.

—NOOOOO. También hay un "sujetatetas", una falda y un "topo" para mamá.

A las diez y media Ruth salió de puntillas del cuarto. Iris se acababa de quedar dormida. Cerró la puerta con cuidado y se dirigió al cuarto de baño cargada con la ropa nueva. Tras ducharse le surgieron dos problemas. El primero: ¿qué hacer con su pelo? El moño estaba totalmente descartado; dejarlo suelto, también. No había cosa que más le molestara en el mundo que el pelo en la cara. Decidió hacerse el peinado favorito de Iris.

El segundo problema era más peliagudo. El top azul era realmente un trozo de tela muy escotado con dos diminutos tirantes que se ajustaba muchísimo a su cuerpo. No era algo que ella se pusiera habitualmente, pero el entusiasmo de Iris, unido a la desesperación por no encontrar nada que hiciera juego con la falda, habían hecho que lo comprara. Y ahora, o se lo ponía o conjuntaba la falda hippie con una camisa de vestir... Ni loca. Pero lo peor de todo era que al ponérselo comprobó irritada que se le veían los tirantes del sujetador y que este se marcaba por completo en la tela y, aunque eso estaba de moda, a ella no le gustaba en absoluto. Se probó todos y cada uno de los sujetadores que tenía, incluyendo el nuevo. Pero no había manera: todos se veían un poco por debajo del top. Por tanto, y en vista de que sus pechos eran más bien pequeños y estaban bastante alzados, decidió ir sin sujetador... El problema ahora era que se le marcaban los pezones como dos puntas de flecha. ¡Caramba qué mala suerte! Miró el reloj. ¡Las once en punto! ¡Llegaba tarde! Suspiró e intentó buscar una salida... Qué lástima que Iris estuviera durmiendo. Su hija siempre tenía soluciones para todo, lo mismo a ella se le hubiera ocurrido algo... Aunque ahora que lo pensaba, siempre solucionaba todo de la misma manera, daba igual que se hubiera hecho una heridita de nada, que un cardenal, que una brecha enorme... ¡Ahí va! ¿Y por qué no?

—Guau, hermanita, estás guapísima —exclamó Héctor cuando su hermana entró al comedor tras arreglarse en el baño.

—Desde luego que sí, estás francamente preciosa. La muchacha más bonita del mundo —comentó su padre—. ¿Vas a salir?

—Gracias papá. Eres un sol. Voy a ver a un amigo, pero volveré enseguida.

—No llegues demasiado tarde. Cariño. Ya sabes que me preocupo si tardas.

—Claro papá. —Las lágrimas asomaron a los ojos de Ruth. Era totalmente cierto. Antes su padre se preocupaba si llegaba demasiado tarde... Ahora ni siquiera recordaba que no estaba en la casa.

—Bueno preciosa, más vale que te largues, llegas tarde —aconsejó Darío apoyando una mano en la espalda de Ruth y guiándola hacia la puerta.

—Si pasa algo, llevo el móvil, llamadme para cualquier cosa. Si Iris se despierta con dolor de piernas, dadle un masajito y el
Daisy
[1]
—dijo yendo hacia la puerta. Está en la nevera, al lado de los huevos. Si veis que llora o cualquier otra cosa, me llamáis y vuelvo al momento. No dejéis que papá se acueste demasiado tarde, y por favor no pongáis películas violentas, de guerras, ni de terror. Darío, acuérdate de apagar la calefacción cuando te vayas a la cama, y la tele la apagáis con el botón, no la dejéis en
stand by
. Muy importante, no te olvides de cerrar la puerta con llave. Y...

—Lárgate hermanita. —La cortó Héctor dándole un empujón.

—Vale.

—Ruth —dijo Darío ya en la puerta—. ¿Conoce Marcos la existencia de Iris?

—No hemos hablado de eso. Lo cierto es que solo lo he visto tres o cuatro veces desde que ha vuelto y no ha salido el tema a colación —contestó muy serena.

—¿No se lo quieres decir? —preguntó Darío alerta.

—No sabría contestarte a eso. Si sale en la conversación, por supuesto que se lo diré; si no, no veo el motivo para sacarlo a propósito. No es relevante.

Other books

The River by Paulsen, Gary
The World Beyond by Sangeeta Bhargava
'Til Dice Do Us Part by Oust, Gail
Elodie and Heloise by Cecilee Linke
Take Three by Karen Kingsbury