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Authors: Noelia Amarillo

Tags: #Erótico

Cuando la memoria olvida (27 page)

BOOK: Cuando la memoria olvida
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—Iris es lo más relevante en tu vida. —"No sé lo quiere decir, eso significa algo", pensó Darío.

—Por supuesto que lo es. Pero a lo que me refiero, es que aunque para mí sea lo más importante, para él no sería más que una anécdota, y puesto que no sé si a volveré a verlo, no veo necesidad de ponerlo en antecedentes si no sale en la conversación. ¿Tú les vas contando a tus amigas que tienes una sobrina?

—Sí.

—¿Sí? —La acababa de dejar sin palabras.

—Sí. Suelo contar sus travesuras, se me escapa sin querer cuando alguien cuenta cosas divertidas.

—Vaya. Nunca lo hubiera imaginado. En fin, será mejor que me vaya, de todas maneras llegaré pronto.

—Más te vale.

—¿Por qué? ¿Me vas a esperar despierto? —dijo en broma.

—No. Pero si quieres ir a Gredos como tenías previsto, y llegas tarde, no te va ir tiempo a dormir mucho, y te hace falta. Tienes ojeras.

—Oh, bueno, no te preocupes. Ya sabes que soy de poco dormir. Y las ojeras, bueno, son normales en gente de mi edad. Buenas noches cielo. —Le dio un beso la mejilla y salió.

—¿Gente de tu edad? Solo tienes veintiocho años —dijo amargamente Darío a puerta cerrada.

Ruth inspiró profundamente en el descansillo y llamó al ascensor. La conversación con su hermano le había dado que pensar. Por un lado, Darío sospechaba de Marcos, cosa usual en él. Recelaba de cada una de las citas que había tenido esos últimos siete años. Incluso estuvo a punto de pegar a Jorge cuando conoció, aunque gracias a Dios, este se defendió diciendo que era
gay
en cuanto su hermano le agarró del cuello de la camisa y lo acusó de haberla dejado embarazada.

Por otro lado, su hermano tenía razón. Nunca había ocultado la existencia de su hija a nadie. Hasta ese momento. Y sabía que estaba mal hacerlo. Pero no podía evitarlo. No sabía cómo reaccionaría Marcos ya que no era una persona ajena a la causa, era el padre.
El donante
involuntario. Madre mía, en qué lío se estaba metiendo. Al salir del portal tomó una decisión. Si Marcos le confirmaba que se iba a quedar en Madrid, ella le contaría lo de Iris. Si por el contrario le decía que se volvía a marchar y que no sabía cuándo volvería, entonces callaría para siempre.

CAPÍTULO 23

El amor es la respuesta,

pero mientras usted la espera,

el sexo le plantea unas cuantas preguntas.

BORGES

El sexo sólo es sucio si se hace bien.

BORGES

A las once y veinte por fin sonó en el móvil de Marcos la llamada perdida hecha de el de Ruth. ¡Ya era hora!

Al salir del portal escrutó la carretera buscando el Ax blanco y viejo. Un momento después lo localizó: su amiga estaba dando las largas. Sonrió. Cualquier persona habría pitado para hacerse oír, pero Ruth no. Ella era demasiado responsable como para hacer sonar el claxon y molestar a algún vecino.

Entró, o mejor dicho, se plegó dentro del coche y le dijo la dirección a su amiga. Ruth condujo en silencio, atenta a la carretera, sin rebasar en ningún momento el límite de velocidad e indicando cada giro con los intermitentes varios metros antes de ejecutarlo. Como en todas sus facetas, Ruth era una conductora modélica y muy prudente. ¡Genial! —ironizó para sí mismo—. Esperaba no tener nunca prisa por llegar a ningún lado...

Media hora después de iniciar el viaje, aparcaron en el
parking
del Hotel Club Xenia. Era un edificio enorme situado en mitad de ninguna parte. Entraron en un
hall
impactante cuyas paredes estaban formadas por enormes peceras. En un extremo se encontraba el mostrador de recepción del hotel, justo al lado de unas puertas de cristal giratorias, y al otro extremo unas cortinas fucsia descorridas mostraban la entrada a una discoteca inmensa. Frente a ellas un portero titánico custodiaba la entrada. Marcos se saltó la cola de gente que esperaba para entrar. Saludó al portero por su nombre. Este le dirigió una sonrisa aterradora llena de dientes de oro y abrió la cadena dorada que impedía la entrada al resto de los mortales.

Marcos entró con paso seguro en el local. Abrazaba a Ruth por la cintura, y seguía bien, pues ésta estaba tan asombrada que no paraba de dar pasos en falso. ¡Por todos los santos! ¿Qué clase de lugar era ese? La música sonaba atronadora el ambiente y la oscuridad era interrumpida por luces láser que salían de los lados del techo en los momentos más inesperados... Era mareante. El local contaba con varias barras gigantescas llenas a rebosar de gente pidiendo bebidas. Ocupando un lateral entero se ubicaba una pista de baile delimitada por columnas de metacrilato por las que ascendían burbujas rosadas. En ella la gente bailaba pegados unos a otros al son de la música atronadora, bajo luces estrobóticas y rodeados de humo artificial. Al fondo de la sala, alejado de la pista de baile y elevado unos dos metros por encima del suelo, estaba situado el escenario. En él un hombre bailaba medio desnudo al son de música country mientras las pantallas gigantes que se emplazaban tras él mostraban cada centímetro de su sudoroso cuerpo. Del techo colgaban jaulas doradas donde mujeres instaladas sobre botas de tacón altísimo danzaban totalmente desnudas, Alrededor del escenario se ubicaban sillones de piel en forma de "U" con una mesita en el centro. En ellos hombres y mujeres admiraban el espectáculo, o se ocupaban en otras cosas. La música atronaba en cada rincón del lugar, aturullando a Ruth.

Marcos la guió hasta un mostrador pegado a unas elegantes escaleras en el que una señorita vestida únicamente con unos
shorts
y un chaleco vaquero comprobó en la lista de reservas el carné de identidad y el número de la tarjeta de crédito de Marcos. Tras acreditarlo, los acompañó por las escaleras hasta una especie de palco privado en la planta alta.

Ruth estaba realmente patidifusa. El palco era una especie de terraza con vistas al escenario. Un gigantesco diván rosa ocupaba todo el espacio disponible de la pared, dejando justo el sitio necesario para que cupiese una pequeña mesa ovalada de cristal con un teléfono en el centro. Se acercó a la barandilla. Desde allí se veía perfectamente el escenario y parte del anfiteatro. A los lados de la ventana estaban recogidas unas tupidas cortinas rosas. Por todos los santos, ¿a qué clase de local había ido a parar?, pensó con la boca abierta de par en par.

Marcos sonrió y señaló con la cabeza el asiento, indicándola que se sentara. Ruth decidió cerrar la boca en un intento de dejar de parecer una pueblerina recién salida del campo y se quitó con soltura el abrigo. Marcos inspiró sonoramente.

Le había dicho que no se pusiera nada elegante, que fuera cómoda, y Ruth lo había tomado al pie de la letra. Llevaba una falda hippie azul estampada, cortada a la altura de la cadera... O quizás un poco más baja que la cadera ya que se la veía perfectamente el ombligo y la depresión del abdomen. En el ombligo llevaba un zafiro azul impresionante que lanzaba destellos cuando se movía. Un trozo de tela azul eléctrico, diminuta, tapaba sus pechos, mientras que su sensual melena de ébano se escurría sobre sus hombros, resbalando entre sus senos y descansando casi a la altura de la cadera. Marcos metió la mano bajo el pantalón y se acomodó como pudo la erección. ¡Estaba preciosa!

Ruth seguía de pie, sin moverse, atenta a la reacción de su amigo y esperado que la ropa nueva comprada a última hora fuera de su agrado. Cuando lo vio recolocarse supo que así era. Él extendió las manos hasta su nuca y le acarició el cabello un segundo antes de inclinarse hacia ella y susurrarle al oído.

—Me gusta tu peinado. Es infantil, inocente. —Ruth se había hecho dos finas trenzas en las sienes y las había sujetado en su nuca, dejando el pelo libre y alejado de la cara— Estás preciosa.

La sujetó por la nuca con una mano mientras que con la otra le acariciaba mejilla. Fue recorriendo lentamente con los labios la distancia entre la sien y su boca, le lamió las comisuras y por fin la besó. Un beso suave, lento, calculado para despertar el deseo y dejarlo latente. Luego se separó y la volvió a indicar que se sentara. Ruth obedeció.

—¿Cómo es que conoces este... local?

—Hice un reportaje gráfico hace un par de meses sobre "club sociales". Este es uno de los sitios que fotografié.

—Suena fascinante.

—Lo es. El reportaje sale en la revista de enero. Ya sabes, no te olvides de comprarla.

—No lo olvidaré. No hace mucho que estás en Madrid ¿verdad? —Aprovechó indagar y de paso dejar el tema de los "club sociales" a un lado.

—Desde finales de septiembre.

—¿Vas a permanecer aquí más tiempo?

—Espero que indefinidamente. Estoy cansado de ir de un lado a otro sin parar. Ahora trabajo para una revista española, y los reportajes que hago son siempre en nuestro país —comentó mirándola. Al ver que ella no respondía siguió contando— Estoy viviendo con mi madre, pero en cuanto ahorre un poco quiero empezar a ver pisos y tal. Ya sabes, comprar algo e instalarme.

—¿Antes o después de ahorrar para el coche? —No pudo evitar ironizar Ruth.

—Buena pregunta... depende. Según vaya ahorrando veré lo que hago. Lo buen es que no me corre prisa ni el coche ni la casa. Son solo pensamientos a largo plazo. ¿Y tú? ¿Sigues viviendo con tu familia?

—Sí. Dada la enfermedad de mi padre es mucho más sencillo vivir todos juntos en casa. Así nos podemos turnar para atenderle y a la vez tener un poco de espacio en nuestras vidas.

—¿Hace mucho que está enfermo?

—Unos cuantos años. ¿Por qué me has traído aquí? —Cambió de tema.

—Quería llevarte a un sitio en que no hubieras estado nunca y este me pareció el más apropiado.

—Te puedo asegurar que en la vida he estado en un lugar parecido.

—Me alegro. Me gusta sorprenderte. ¿Quieres beber algo?

—Cualquier refresco light sería apropiado. —Ni loca pensaba tomar alcohol en un lugar así.

Marcos descolgó el teléfono de la mesa y habló a través de él.

—En un momento nos sirven.

—¿Has solicitado la bebida por teléfono?

—Sí —respondió sonriendo a la vez que se estiraba en el asiento—. Estamos en la zona Vip del club social. Hemos pagado para poder gozar de intimidad. De hecho se supone que aquí los clientes hacen guarrerías, por tanto los camareros jamás entran sin permiso. Si alguien quiere tomar algo, lo pide por teléfono y en pocos minutos le sirven la bebida.

—¿Se practica sexo aquí? —Ruth se había quedado solo con esa parte de la explicación.

—Si te fijas, estás en un reservado... Así que, sí, se practica.

—¡Pero lo advertirá todo el mundo!

—En absoluto. Los que están abajo no pueden vernos, y desde los otros reservados es imposible, ya que estamos a oscuras. Podemos ver el escenario pero nadie nos puede ver a nosotros. Y si aun así tienes reparos, siempre podemos correr las cortinas, pero entonces nos perderemos el espectáculo.

—Aps. ¿No proyectarás perpetrar sexo aquí? ¡Frente a todo el mundo!

—No pretendo nada, tranquila.

En ese momento entró una camarera vestida con el uniforme habitual de
shorts
y chaleco vaquero y depositó los vasos sobre la mesa. Ruth dio un trago a su coca
light
, casi esperando que fuera un
cocktail
raro de esos con alto contenido en alcohol. Pero no, Marcos no había hecho trampa. Era un refresco normal corriente, con burbujitas y mucho hielo.

—Esto es precioso, te queda divino. —Acarició el zafiro del ombligo—. ¿Dolió mucho al ponértelo?

—¡No! Lo cierto es que está adherido. Ha sido idea de Iris, vino conmigo a comprar la falda, lo observó colgar de un expositor y se le antojó. Parece de verdad, pero no lo es, es un fragmento de piedra azul con adhesivo. Da el pego, ¿verdad? —respondió muy deprisa, casi mordiéndose la lengua... Ese lugar la ponía ligeramente nerviosa.

—Totalmente. —Los dedos que acariciaban el
piercing
falso se deslizaron bajo la cinturilla de la falda y Ruth se levantó del asiento de golpe.

—¡No me lo puedo creer! —dijo apoyándose en la barandilla.

—¿El qué? —Mierda. Si no había hecho nada todavía. No era necesario que le echara la charla tan pronto, con un "Estate quieto" habría bastado.

—Lo que está haciendo esa mujer en el escenario.

—Ah. —O sea que no le iba a motar el pollo.

Miró desde donde estaba sentado las pantallas gigantes. En ellas una mujer joven con unas tetas descomunales y en pelota picada se estaba introduciendo un consolador de proporciones bíblicas.

—¡Parece que le gusta! ¡caramba! Si tiene el tamaño de un melón —exclamó Ruth atónita.

—No está mal, no. —Lo cierto es que era enorme. Negro de unos cinco o seis centímetros de diámetro y unos veinticinco de largo, parecía más una botella de
citrius
teñida de negro que un consolador.

—No fastidies, si yo introduzco eso en mi cuerpo no disfruto, me desgarro, esa mujer no tiene una vagina, tiene una autopista de dos carriles para cada lado —exclamó alucinada.

—¿Cómo es tu consolador? —preguntó Marcos tirándola de la cinturilla de la falda y obligándola a sentarse a medias sobre su regazo.

—¿Mi qué? —No había escuchado correctamente. Seguro. La gente normal no preguntaba sobre esas cosas.

—Tu consolador. Porque imagino que tendrás uno, ¿no? —Quizá era mucho imaginar, pero ahora que veía a la actriz del escenario le había surgido la curiosidad. Pasó un brazo por la espalda femenina y depositó la otra mano sobre el muslo cubierto por la falda.

—Bueno. Tengo un vibrador. Pero no es tan grande —respondió Ruth con naturalidad forzada.

—¿Lo usas a menudo? —preguntó él lamiéndole el cuello a la vez que le recorría el muslo hacia abajo con una mano, buscando el final de la falda.

—¡No es de tu incumbencia! —¡Por el amor hermoso! ¿Por qué, en nombre de todos los santos, había dado pie a esa conversación?

—Yo me masturbo a diario. De hecho me hago un par de pajas al día. —Marcos llegó hasta el tobillo y deslizó los dedos bajo la tela para comenzar a ascender nuevo.

—¿Qué? No, no quiero saberlo. No me importa en absoluto, vamos a cambiar de tema.

—Desde que te vi en la exposición me hago una paja cada noche. No me dejas dormir, te imagino desnuda en la cama, boca abajo, voy recorriendo tu culo con mi lengua. Imagino mis dedos en tu vagina, entrando y saliendo y me pongo cardiaco, tanto que me duelen los huevos, así que cierro los ojos, me agarro la polla con una mano y mientras voy bombeándome, con la otra me cojo los huevos y los acaricio. Cuando me corro, el orgasmo me tumba y duermo como los angelitos. —La cogió una mano y se la colocó sobre la bragueta abultada del pantalón, obligándola a sentirlo duro, presionando contra ella—. Por lo menos hasta que amanece. Entonces dejo de soñar con los angelitos y apareces tú de nuevo, acariciándome todo el cuerpo, torturando con tu lengua mi polla, y me despierto empapado en sudor y duro como una piedra, así que me meto en la ducha, me enjabono bien y me masturbo bajo el agua caliente hasta que me corro. Te lo aseguro, si no lo hago así, me paso todo el día con una erección de caballo bajo el pantalón... De hecho ha habido días que ni pajeándome por la mañana he evitado estar erecto a medido día. ¿Sabes qué días han sido esos?

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