Cruzada (20 page)

Read Cruzada Online

Authors: James Lowder

BOOK: Cruzada
7.92Mb size Format: txt, pdf, ePub

—Las cosas por aquí están tranquilas —dijo Filfaeril, que recuperó la seriedad de inmediato—. Los tramperos no han chistado. —Hizo una pausa y después añadió—: Cuídate, esposo mío; no te preocupes por nuestro reino.

—Volveremos a hablar dentro de poco —le prometió Azoun. La imagen de la reina se esfumó, y el pabellón quedó en silencio.

Durante más de una hora, el rey permaneció sentado, ensimismado en sus pensamientos mientras jugaba con la jarra vacía. Los dibujos grabados en las jarras de plata le llamaron la atención. Reproducían escenas guerreras: los enanos luchando contra los orcos de morro porcino y otras criaturas más bajas que eran goblins. En una de las escenas, los guerreros enanos cargaban calaveras hasta una caverna inmensa para apilarlas en pirámides. Sin mirar al consejero, el rey le preguntó:

—¿Hay alguna manera de poder encontrar a las tropas zhentarim a través de tu magia?

El hechicero real estaba sentado de cara al rey al otro extremo de la mesa, dormitando con la cabeza inclinada sobre un hombro, y se sobresaltó al escuchar la pregunta de Azoun.

—¿Eh? —murmuró—. ¿Qué has dicho? ¿Han aparecido las tropas zhentarim?

Azoun sonrió y, después de echar una última mirada a los grabados de la jarra que tenía en la mano, la dejó sobre la mesa.

—Se está haciendo tarde —dijo el rey—. Tenemos que ayudar a los enanos a buscar a la patrulla perdida o intentar dar con el ejército de Zhentil Keep por nuestra cuenta.

—Sabes muy bien que los enanos odian la magia casi tanto como odian el agua —afirmó Vangerdahast. Se frotó los ojos—. Establecer contacto con la reina ya fue una imprudencia. Quizá lo mejor sería volver al
Welleran
ahora mismo. —El hechicero se desperezó. Después señaló la entrada del pabellón—. Al menos podría dormir toda la…

Vangerdahast se interrumpió, y una exclamación ahogada surgió de sus labios. Ni siquiera la luz amarillenta de las tres lámparas colgadas de los soportes consiguió disimular la palidez de su rostro. Se había quedado boquiabierto y tenía los ojos como platos por el asombro.

Azoun se volvió para ver cuál era la causa del asombro de su amigo, al tiempo que llevaba la mano a la empuñadura de la espada; pero, cuando vio a la figura vestida con una armadura que había aparecido en la entrada del pabellón, sintió que el brazo caía como muerto. A diferencia de Vangerdahast, Azoun consiguió decir una palabra.

—Alusair —murmuró el monarca.

—Hola, padre —respondió la mujer, con una sonrisa de picardía—. Ha pasado mucho tiempo.

8
La Princesa de Mithril

La princesa Alusair de la casa Obarskyr le tendió los brazos a su padre con una sonrisa. El rey, por su parte, todavía aturdido por la sorpresa, corrió hasta ella y la estrechó entre los brazos. Al cabo de unos instantes, se apartó para mirarla.

En los cuatro años transcurridos desde la marcha de Suzail, Alusair había cambiado mucho. A los veinticinco años, la princesa mostraba una belleza madura. En los ángulos de los ojos castaños se veían algunas arrugas, y el pelo rubio era como un marco de oro que resaltaba la hermosura del rostro.

—¿Qué se ha hecho del enfado? —preguntó la princesa sin perder la sonrisa.

El rey continuó mirándola. En el fondo de su mente, se preguntaba si la presencia de Alusair era una ilusión o si sólo era un sueño.

—No he tenido tiempo para enfados, Allie —contestó el rey. Agachó la cabeza para disimular las lágrimas—. Tu madre y yo… confiábamos en que no estuvieras…

—¿Muerta? —lo interrumpió la princesa con una carcajada—. Me he encontrado en algunas situaciones apuradas en estos cuatro años, pero nunca cerca del reino de lord Cyric. El dios de la Muerte tendrá que esperar todavía un tiempo.

—¡Pequeña mocosa desagradecida! —intervino Vangerdahast ya recuperado del pasmo de ver a la princesa—. ¡Te mereces una buena paliza por las preocupaciones que le has causado a tu familia! —El hechicero apretó los puños y se estremeció de furia.

—Yo también te eché de menos, Vangy —replicó la princesa. Entró en la tienda. El hechicero frunció el entrecejo, disgustado. La sombra de una expresión de enfado pasó por el semblante de Alusair, pero la joven se apresuró a cambiar de tema—. ¿Cómo está mamá? ¿Y Tanalastas? —Se sirvió una jarra de cerveza y bebió un trago.

—Tu madre y tu hermana están bien. Preocupadas por ti, desde luego. —El rey volvió a su silla y se frotó los ojos enrojecidos antes de señalar hacia el exterior—. ¿Qué haces aquí?

Alusair desabrochó las hebillas de los guardabrazos con un gemido y los dejó caer en el suelo del pabellón.

—He ayudado al rey Torg en los combates contra los orcos y los goblins del norte que pretendían invadir Tierra Rápida —respondió la princesa.

Azoun, atónito ante las palabras de su hija, miró a Vangerdahast en busca de consejo. El hechicero seguía la conversación, pero su expresión de enojo dejaba bien claro que no estaba para dar consejos a nadie.

—¿Cómo has conseguido eludir a mis magos? —preguntó Azoun.

—No fue muy difícil —contestó Alusair. Se quitó la coraza y la dejó caer junto a los guardabrazos—. No te ofendas, Vangy, pero con esto tuve suficiente. —La princesa levantó la mano izquierda. En el dedo anular llevaba un anillo de oro—. Se lo compré a un mago de Farallón del Cuervo. El anillo tiene un encantamiento que hace imposible a cualquiera averiguar mi paradero a través de medios mágicos.

—Sabía que debía de ser una tontería por el estilo —rezongó Vangerdahast.

El rey miró con atención las manos de Alusair cuando ella se acomodó el jubón acolchado que llevaba debajo de la armadura. Estaban sucias y encallecidas de años de empuñar la espada, pero no fue sólo eso lo que advirtió Azoun.

—¿Dónde está tu anillo real? —le preguntó el monarca.

La sonrisa desapareció del rostro de Alusair. Con movimientos un tanto tiesos porque conservaba puestos el faldón, las cujas y las canilleras, se sentó en una de las sillas de campaña.

—Lo tiré al mar —contestó.

—¿Por qué? —protestó Azoun, exaltado—. El anillo podría haberte salvado la vida. Te identificaba como princesa de la casa Obarskyr.

—Por esa misma razón me desprendí de él. No quería que algún cazador de recompensas me capturara para después pedir rescate por devolverme a Cormyr—. La princesa bebió un trago de cerveza.

—¿Así que arrojaste tu herencia al mar? —En el silencio que siguió al reproche, Azoun se dejó caer en la silla—. Quiero saberlo, Allie. ¿Por qué?

—Ya te lo dije. No quería que alguien chantajeara a la familia. No sabes en los peligros en que me he visto cuando ofreciste una recompensa por mi regreso.

—No, no —exclamó Azoun mientras movía las manos con furia—. Lo que quiero saber es por qué te marchaste.

La princesa se tomó un momento para pensar la respuesta. Bebió un trago de cerveza, se inclinó sobre la mesa y apoyó la cabeza en la palma de la mano.

—La nota que dejé lo explicaba todo, padre. No soportaba la vida en la corte. Mamá y tú siempre estabais ocupados con algún problema político de poca monta. Tanalasta pasaba más tiempo pensando en la moda que en el estado del país. —Inspiró con fuerza y se frotó los ojos con un gesto de cansancio—. No quiero pasar otra vez por lo mismo.

—Entonces, ¿por qué estás aquí? —le preguntó Vangerdahast desde el otro extremo del pabellón. Las sombras le ocultaban el rostro, pero Alusair se imaginó la expresión de extrañeza.

—Pensé que quizás era el momento de olvidar el pasado. —Miró al padre con una expresión que no tenía nada que ver con la anterior. La princesa añadió con un tono mucho más emotivo—: Pensaba que por fin me aceptarías tal como soy, no como tú deseabas que fuera.

—Iré a dar una vuelta —susurró Vangerdahast al rey antes de que Azoun diera una réplica a la joven.

Vangerdahast salió del pabellón, y Azoun permaneció en silencio como si esperara que Alusair añadiera algo más pero renunció cuando la pausa se hizo insoportable.

—Has tirado tu herencia, Allie —repitió el rey, con un esfuerzo por borrar la ira de su voz. Sin embargo, cuanto más pensaba en las acciones de su hija, más furioso se sentía—. ¿Y renunciaste a ella para qué? —exclamó, incapaz de dominarse—. ¿Para ser una mercenaria, una bandida? ¡Podrías haber sido la reina de Cormyr!

—Tanalasta es la mayor, ¿o acaso lo has olvidado? —le replicó Alusair con una risa amarga—. Ella será la reina junto a aquel que tú y mamá le escojáis como esposo. Incluso si yo pudiera reinar —agregó dándole la espalda al rey—, no lo aceptaría.

—No tienes ningún respeto por la responsabilidad —le reprochó Azoun—. Ése es tu problema. Eres una princesa. Pero ¿aprovechas los regalos con los que te ha bendecido la diosa de la Fortuna? Claro que no. —Señaló a Alusair con un dedo acusador—. Pierdes tu tiempo vagabundeando por los campos.

—Esto es inútil —dijo Alusair, con un tono que recuperó en parte la dureza anterior. Sin volverse para mirar al padre añadió—: No estás preparado.

Escuchar el dolor en la voz de la hija hizo más para borrar la rabia que sentía Azoun que todo lo que podía hacer por propia voluntad.

—No puedo evitar la ira, Allie —dijo el rey—. Compréndeme, no alcanzo a entender por qué no puedes vivir en la corte. ¿Vivir en palacio era algo tan terrible como para tener que huir?

La princesa se dio la vuelta para mirar a su padre, y quedaron a la vista las lágrimas que rodaban por sus mejillas.

—No me interesa la política. No pertenezco a la corte. —Alusair se secó las lágrimas con la manga del jubón—. Tú me contabas historias de los Hombres del Rey, cómo te escapabas para irte de aventuras. Lo que hice no es tan diferente.

—Claro que es diferente —protestó Azoun, casi por reflejo—. Nunca estuve ausente durante mucho tiempo, y siempre regresaba.

Alusair abrió la boca para decir algo pero se contuvo.

—¿De qué se trata, Allie? —preguntó el rey, con una mano tendida—. Puedes ser sincera conmigo.

Alusair miró a su padre a los ojos, y se preguntó si debía sincerarse o dejarlo correr. No, pensó, las cosas no se resolverán si no les hago frente de una vez por todas.

—Lo debías de lamentar —dijo la princesa en voz baja.

—¿Lamentar qué? —preguntó el rey extrañado.

—Tener que regresar. —Alusair se tragó las lágrimas y se sentó otra vez—. Lamentabas tener que regresar de tus aventuras con Dimswart, Winefiddle y los demás.

—Tenía responsabilidades, Allie. No podía…

—No es verdad, padre. —La muchacha oprimió la mano del rey—. Incluso cuando era una niña lo notaba en tu voz cuando hablabas de los Hombres del Rey.

—Quizá lo lamentaba un poco —reconoció el rey. Apartó con suavidad la mano y unió los dedos delante del rostro—. Pero tenía una responsabilidad con Cormyr, como la tienes tú, y cumplí con ella. Además —añadió con una sonrisa tímida—, nunca habría tenido una familia ni conseguido nada bueno para Cormyr si hubiera continuado vagabundeando por allí como Balin el caballero.

—Y tampoco te habrías visto forzado a cometer tantos males menores —contestó la princesa con voz firme—. No te preocupas de la gente de Cormyr como individuos; sólo piensas en el Estado como un todo. Cuando cobras los impuestos no piensas en la minoría que resulta perjudicada. Les quitas la libertad en beneficio de la ley. Eso está mal.

—¿Cuál es la alternativa? —replicó Azoun. Frunció el entrecejo, preocupado—. Es por el bien del pueblo que redacto y defiendo las leyes del país.

La princesa recogió la coraza que había dejado en el suelo y la puso sobre la mesa entre ella y su padre.

—Con una buena armadura —dijo Alusair pasando la mano sobre el metal— y una espada puedo corregir todos los males que se crucen en mi camino desde el amanecer hasta el ocaso.

—Eso está muy bien, Allie, pero no puedes hacer cambios importantes como un aventurero. Lo intenté, ¿no lo recuerdas? Ésa fue la razón de la existencia de los Hombres del Rey.

—Supongo que no quiero hacerme responsable de los demás —comentó Alusair con la mirada puesta en la coraza—. Si decido salvar a alguien de un ogro o participar en una guerra es asunto mío y de nadie más. —Pasó un dedo sobre un abollón en la coraza—. Si me matan al menos será en defensa de una causa noble.

El rey dejó la silla y comenzó a pasearse arriba y abajo por el pabellón mientras se acariciaba la barba canosa. La lona de la tienda se hinchaba sacudida por las ráfagas de viento que cada vez eran más fuertes. Después de dar varias vueltas alrededor de la mesa, Azoun miró a la muchacha.

—¿Por qué luchabas, Allie? ¿Qué has hecho en estos cuatro años?

—Estuve en Aguas Profundas, Farallón del Cuervo, Damara, incluso en las islas Moonshae. Viví durante un tiempo con el dinero que me llevé del castillo. Cuando se acabó trabajé como guardia de caravanas, ayudé a los pescadores de una aldea en las negociaciones con un dragón tortuga, y durante un par de temporadas participé en la búsqueda del Anillo de Invierno.

Azoun se estremeció al escuchar la mención al Anillo de Invierno, un artefacto legendario y muy poderoso desaparecido hacía siglos. La mayoría de los buscadores eran personas enloquecidas por el poder y a menudo muy malvadas.

—Son los trabajos típicos de los mercenarios, Allie. ¿Cómo puedes decir que luchabas por causas justas?

—Tenía muy claro desde el primer momento quién me contrataba, padre. Sabía cuáles eran sus propósitos.

El rey hizo una pausa; paseó un poco más antes de volver a interrogar a la princesa, que respondió a las preguntas sin dar muchos detalles. Azoun se enteró dónde había estado y lo que había hecho, pero no averiguó casi nada de su vida privada.

—¿Siempre viajabas sola? —le preguntó Azoun después de que Alusair le habló de la ocasión en que había caído en manos de una banda de drows al norte de Aguas Profundas—. No recuerdo quién comentó que te habías fugado con un clérigo de Tilverton. —El comentario del rey tuvo un efecto inmediato en Alusair, que se puso muy pálida.

—Sí, padre —contestó con voz temblorosa—. Viajaba con un clérigo de Tilverton, Gharri de Gond. Murió mientras intentábamos escapar de unos cazadores de recompensas. Pretendían ganar el dinero que prometiste por mi regreso.

—No sé qué decir aparte de que siento mucho la pérdida.

—Durante mucho tiempo te culpé a ti de su muerte, padre —señaló la princesa con una expresión que reflejaba la tensión que le provocaba el tema—. Hace muy poco que comprendí que tú no eras el responsable del comportamiento de los cazadores de recompensas.

Other books

The Waiting Sky by Lara Zielin
Against the Wind by Bodie, Brock Thoene
The Other Side Of the Game by Anita Doreen Diggs
Gracefully Insane by Alex Beam
Colin Woodard by American Nations: A History of the Eleven Rival Regional Cultures of North America
The Bachelor Pact by Rita Herron
The Queen's Gambit by Deborah Chester
A Decadent Way to Die by G.A. McKevett
Devil's Bridge by Linda Fairstein