EL HUEVO AMNIÓTICO
Tras las tiendas, delante de ellas, entre ellas, había otra colección de edificios en los más extraños estilos arquitectónicos, algunos de los cuales se llamaban también
El huevo amniótico
, y todos ellos en diversos grados de imprecisión, de acuerdo con la distancia en tiempo. Había sido la presencia de esas sombras, claros presagios de su éxito, lo que había animado a los Borrow a instalar allí su negocio al principio de todos los demás; florecían en la paradoja.
—Dos huevos amnióticos con patatas fritas —dijo Bush, entrando en el café.
Ver estaba detrás del mostrador, el pelo, más gris de lo que él recordaba; debía estar rozando la cincuentena. Le sonrió con su vieja sonrisa y salió de detrás del mostrador para estrechar la mano del amigo. Bush la notó vítrea al tacto…, no habían iniciado viaje el mismo año, y de ahí que el rostro de la mujer se viera más gris, más oscuro de lo que en realidad era. Incluso la voz le llegaba deformada, filtrada por la ligera barrera temporal. Sabía que la comida y la bebida, cuando las tomara, tendrían también la misma cualidad ‘vítrea’ y que necesitarían cierto tiempo para ser digeridas.
Charlaron afectuosamente unos instantes, y Bush dijo que aquel viejo lugar estaba construyendo evidentemente la fortuna de Ver.
—Pero apuesto a que ni siquiera sabes lo que es un huevo amniótico —dijo Ver; sus padres la habían bautizado como Verbena, pero ella prefería la contracción.
—Quiere decir grandes negocios para ti, ¿no?
—Mantiene unidos nuestros cuerpos y nuestras almas. ¿Y tú, Eddie? Tu cuerpo se ve bien… ¿Cómo está tu alma?
—Causándome los problemas de siempre —conocía bien a esa mujer, de los tiempos en que Borrow y él se hacían la competencia como pintores, antes del viaje mental; incluso se había acostado una o dos veces con ella antes de que Roger se hubiera interesado seriamente. Todo aquello parecía muy lejano, cerca de ciento treinta millones de años antes, o después, no lo sabía exactamente; a veces el pasado y el futuro se confundían y parecían fluir en direcciones opuestas a la normal—. No parece enviarme tantas señales como hacía antes, pero las que me llegan son generalmente malas.
—¿No puede operarse?
—El doc dice que es incurable —era maravilloso cómo podía hablar tan trivialmente de cosas tan importantes—. Hablando de incurables, ¿cómo va Roger?
—Va muy bien… Lo encontrarás ahí atrás. ¿Sigues haciendo composiciones actualmente, Eddie?
—Bueno, estoy precisamente en… en un período de transición. Estoy… Infiernos, no, Ver; estoy absolutamente perdido en este momento —era mejor darle una aproximación a la verdad; ella era la única mujer que le preguntaba por su trabajo porque tenía verdadero interés por lo que él hacía.
—Los períodos de transición son necesarios a veces. ¿No estás haciendo nada?
—Hice un par de pinturas la última vez que estuve en 2090. Sólo para pasar el tiempo. Para estructurar el tiempo, como dicen los psicólogos. Hay una teoría de que el mayor problema del hombre es estructurar el tiempo. Todas las guerras no son más que soluciones parciales de ese problema.
—En ese caso la Guerra de los Cien Años puede ser considerada como un éxito.
—Ajá. Eso pone todo el arte, toda la música, toda la literatura, dentro de la misma categoría. Todo lo que perdura: Lear, la Pasión según San Mateo, el Guernica, Pecando en la ciudad…
—Probablemente haya una diferencia de grado.
—Es contra esos grados que me levanto ahora.
Intercambiaron sonrisas, y él se dirigió hacia el fondo para encontrar a Borrow. Por primera vez —¿o había sentido lo mismo antes y lo había olvidado?— pensó que Ver era más interesante que su esposo.
Borrow estaba trasteando fuera, a la gris luz del día. Como su mujer, tenía inclinación a la obesidad, pero iba vestido tan pulcro como siempre, con aquella vieja aureola de dandismo… Se irguió al acercarse Bush y le tendió la mano.
—Hace un millón de años que no te vemos, Eddie. ¿Cómo va tu vida? ¿Mantienes aún el récord de corta distancia en viaje mental?
—Por lo que conozco, sí, Roger. ¿Cómo van las cosas?
—¿Cuál es el año más cercano a casa que has alcanzado?
—Había hombres —no veía adónde quería llegar su amigo, ni la necesidad de su pregunta.
—No está mal. ¿Pudiste precisar la época?
—Algún punto de la Edad de Bronce —por supuesto, cualquiera de los viajeros mentales se sentía fascinado por la idea de que, cuando la disciplina se desarrollara lo suficiente, sería posible visitar los tiempos históricos… Y quién sabe, quizá llegaría incluso el día en que se podrá atravesar completamente la barrera de la entropía y viajar mentalmente al futuro.
Borrow le palmeó la espalda.
—¡Magnífico! ¿Viste a los artistas trabajando? Tuvimos un tipo en el bar el otro día que proclamaba que había viajado hasta la Edad de Piedra. Pensé que era algo formidable, pero evidentemente tú sigues ostentando el récord.
—Sí, bueno… Dicen que se necesita una personalidad dislocada para ir tan lejos como yo.
Se miraron a los ojos. Borrow apartó la vista casi inmediatamente. Quizá recordara que Bush odiaba ser tocado. El visitante, lamentando su arranque, hizo un esfuerzo por dominarse y ser amable.
—Es agradable veros de nuevo a Ver y a ti. Parece como si
El huevo amniótico
fuera bien. Y… ¡Roger! ¡Veo que estás pintando de nuevo! —acababa de darse cuenta de lo que estaba apilando Borrow. Se detuvo, y lentamente llevó uno de los paneles de plasbord a la luz.
Había nueve. Bush observó el conjunto con un asombro creciente.
—Has vuelto de nuevo a tu viejo pasatiempo —dijo, con voz apagada.
—Y me temo que hollando un poco tu territorio, Eddie.
Pero no eran CEC. Aquellos paneles parecían remontarse, en cierto sentido, a Gabo y Pevsner, pero utilizando los nuevos materiales, aquí decolorados, allá combinados; el efecto era sorprendentemente novedoso, no escultura, no composición, no mecanismo.
Los nueve paneles eran variaciones sobre un mismo tema, incrustados, como Bush pudo ver, en perspex y cristal, con fragmentos rotatorios de metal mantenidos en su lugar por medio de electroimanes. Estaban dispuestos de tal modo que daban la impresión de grandes distancias, con relaciones que variaban según el punto desde donde fueran observados. Algunos estaban en constante movimiento, animados por la energía de mini-ínfimos reactores nucleares situados en las bases de los paneles, de un modo tal que el elemento estático había sido eliminado.
De inmediato vio Bush claramente lo que las composiciones representaban: abstracciones de los estratos temporales replegándose ominosamente en tomo al Huevo Amniótico. Habían sido creadas con una precisión y un dominio absolutos…, dominio de la visión y de la materia, aliados para producir obras maestras. Bruscamente, tras la admiración, Bush sintió que la envidia le ardía por dentro como un volcán.
—Realmente encantador —dijo, inexpresivo.
—Creía que tú los comprenderías —dijo Borrow, mirando duramente el rostro de su amigo.
—He venido aquí tras una chica a la que conozco. ¡Quiero beber algo!
—Tómate algo por cuenta de la casa. Puede que tu chica esté en el bar —Borrow mostró a Bush el camino y éste lo siguió, demasiado furioso como para hablar. Los paneles eran asombrosos…, fríos, pero con una cualidad dionisíaca; revolucionarios, selectivos, personales… Causaban en Bush esa comezón entre los omoplatos que él reconocía como su señal particular ante algo genial; o si no genial, con una cualidad que podía imitar y quizá transmutar en algo genial, fuera lo que fuese el genio… Una comezón intensa, una gran descarga de electricidad a través del sistema celular. Y el viejo Borrow lo había conseguido, Borrow, que había dejado hacía años de ser un artista y se había convertido en un comerciante y su encantadora mujer en su ayudante por amor al dinero,
Borrow
, el meticuloso con los puños de sus camisas, ¡
Borrow
había recibido el mensaje y lo había transmitido!
Lo que más le dolía era que Borrow sabía lo que había conseguido. Era por eso que había intentado amortiguar la impresión de Bush al recordarle que mantenía el récord de menor distancia en viaje mental. Bush podía sentirse barrido como artista, sí, ¡pero conservaba el récord de viaje mental corto! Porque Borrow sabía que Bush reconocería los méritos de los paneles y sentía piedad porque él (Bush) era incapaz de producir algo similar.
¿Cuántos de esos paneles habrían sido enviados a 2090, por el amor de Dios? No era sorprendente que
El huevo amniótico
prosperara; ahora tenía capital para sostenerlo. ¡El artista tendero iba por buen camino, transformando su inspiración en hamburguesas y agua tónica!
Bush odiaba pensar como lo hacía. Pero los pensamientos acudían, aunque se llamara a sí mismo bastardo. Esos paneles, por supuesto… Gabo, Pevsner… en dos dimensiones… No, ellos habían sido sus precursores, pero los paneles eran originales… No llegaban a ser un nuevo lenguaje, pero sí tendían un puente desde el viejo, un puente que él mismo habría podido construir y en cambio ahora debía descubrir otro, ¡tenía que descubrir otro! Pero el viejo Borrow… ¡Un hombre que en otro tiempo se había atrevido a reírse de las obras maestras de Turner!
—Un whisky doble —dijo Bush, incapaz de forzarse a dar las gracias mientras Borrow se sentaba a su lado en una banqueta para hacerle compañía.
—¿Está tu chica aquí? ¿Cómo es? ¿Rubia?
—Va sucia. Dios sabe de qué color serán sus cabellos. La recogí en el devónico. No vale un pito…, me sentiría feliz perdiéndola de vista —esto no era cierto; en su vergüenza no podía pensar en lo que estaba diciendo. Por otro lado, deseaba volver a echarles otra mirada a los paneles, pero era incapaz de sugerirlo.
Borrow permaneció sentado en silencio durante un momento, como si sopesara cuánto debía creer de la declaración de Bush. Luego dijo:
—¿Sigues trabajando para el Instituto Wenlock, Eddie?
—Sí. ¿Por qué?
—Ayer estuvo aquí un tipo llamado Stein… Debe estar aún por los alrededores. También trabaja para Wenlock.
—No lo conozco —¿aquel Stein conectado con el Instituto? ¡Nunca!
—¿Necesitas una habitación para la noche, Eddie? Ver y yo podemos proporcionarte una.
—Tengo mi propia tienda. Y de todos modos, quizá no me quede.
—Vamos, tienes que quedarte a cenar con Ver y conmigo, esta noche, después de cerrar. No hay prisa… Tenemos todo el mundo de tiempo, como dicen.
—No puedo —hizo un terrible esfuerzo para reconciliarse consigo mismo y dejar de comportarse como un bastardo—. ¿Qué infiernos es un huevo amniótico, de todos modos? ¿Un nuevo plato?
—Puedes expresarlo así en un cierto sentido —Borrow explicó que el huevo amniótico era el gran invento de la era mesozoica, causa del dominio de los grandes reptiles durante cientos de millones de años. El amnios era la membrana interna del huevo de los reptiles que permitía al embrión pasar el estadio de ‘renacuajo’ en el interior del huevo, para emerger al mundo como una criatura ya completamente formada. Eso permitía a los reptiles poner sus huevos en el suelo, y así conquistar los continentes. Mientras que los anfibios de los cuales habían evolucionado ponían tan sólo huevos blandos y gelatinosos que debían ser incubados en un medio fluido, lo cual los mantenía anclados a los ríos y lagos.
Los reptiles rompieron el viejo vínculo con los anfibios tan definitivamente como la humanidad rompió el viejo vínculo con los mamíferos en el tiempo espaciotemporal. Fue su gran jugada maestra, y los situó en primera fila por no-sé-cuánto-tiempo.
—De la misma forma que tu almacén y tu bar te han situado a ti.
—¿Qué es lo que te preocupa, Eddie, muchacho? No eres el mismo. Deberías volver al presente.
Bush vació su vaso, se puso de pie y miró a su amigo. Se dominó con un gran esfuerzo.
—Puede que vuelva, Roger. Creo… que tus construcciones son buenas —mientras se apresuraba hacia la salida del bar, vio que una de las construcciones colgaba como decoración de una de las paredes de tela.
Todos los relojes de su mente estaban martilleando furiosamente. Deberías estar contento de que alguien lo haya conseguido. Cristo, deberías estar contento de que sea tu amigo quien lo haya conseguido. Pero he sufrido… Quizás él ha sufrido, quizá sufre todo el tiempo, como yo… ¡Y él no ha hecho nada! Todo eso no es más que llamativos artilugios para turistas. Soy tan despreciable… Uno no puede controlarse a sí mismo. Toda esta autorrecriminación no es más que una fachada. Y debajo de esto y aún más debajo de esto…, monda las diversas capas y verás que siempre son alternas, amor a sí mismo y odio a sí mismo, hasta llegar al podrido corazón. Es culpa de mis padres… De nuevo el motivo del incesto. ¡Dios, me siento tan enfermo de mí mismo! ¡Déjame salir de eso!
Vio hasta qué punto se había consumido a sí mismo. Cinco años antes había estado haciendo un buen trabajo. Ahora era apenas un adicto sumiso al viaje mental.
Una de las vías de escape de sí mismo estaba a mano. Un hombre y una muchacha venían hacia él, tan definidos que Bush supo que procedían de su mismo año. Apenas dirigió una mirada al hombre. La muchacha era terrible, con hermosas piernas y un andar majestuoso acorde con sus esbeltos tobillos. Las caderas eran proporcionadas y cadenciosas. Llevaba el pelo corto. No pudo verle el rostro, por lo que contemplarlo se volvió una obsesión para él.
Era la urgencia del jugador de la que era víctima desde hacía tiempo…, y ahora ya no tenía la excusa de que necesitaba una modelo. Las posibilidades de que una muchacha fuera una belleza eran más bien escasas. Un millar de chicas tenía hermosas posaderas, y una de cada mil poseía un rostro aceptable. La fiebre moría rápidamente en él cuando comprobaba que lo que había descubierto no se ajustaba a sus cánones. Era un fetichista del rostro. Hasta el punto de iniciar una persecución. Bush constató —marginalmente— que Ann tenía un hermoso rostro.
Siguió cautelosamente a la pareja, moviéndose de lado a lado tras la muchacha, esperando que sus movimientos le permitieran ver el máximo de su perfil. Había tiendas clavadas por todas partes, e individuos andrajosos por todas partes, preguntándose qué demonios hacer con el pasado ahora que lo tenían. Bush los esquivó.
Su presa desapareció tras la esquina de una tienda. Apresurando el paso, Bush la siguió. Vio que la muchacha estaba de pie, sola, justo frente a él. Se había vuelto para mirarlo. Era una vaca. Casi en el mismo momento, Bush olfateó el peligro. Se volvió, pero el golpe ya había sido disparado. La escolta de la muchacha surgió bruscamente de la tienda y lo golpeó brutalmente en el hombro con una porra corta.