Estoicamente, dobló la tienda y la puso a un lado. Sacó sus raciones y realizó los simples preparativos para el desayuno bajo la atenta observación de Ann, de pie frente a él. Los viajeros mentales llevaban consigo un equipo alimentario básico, frugal en extremo pero fácil de manejar. Había repuesto sus existencias varias veces de otros viajeros mentales que regresaban a la superficie —volvían a su presente— antes de lo previsto, debido a que no pudieron soportar el silencio, y de un amigo suyo que tenía una pequeña tienda en el jurásico.
Mientras su sartén con extracto de carne empezaba a humear, levantó los ojos hasta encontrar los de la chica y le habló de nuevo.
—¿Quieres unirte a mí antes de irte?
—Puesto que me lo pides tan gentilmente… —se sentó junto a él con las piernas abiertas, sonriéndole…, incluso agradecida de mi miserable compañía, pensó Bush—. No pretendía trastornarte, Bush. Eres tan susceptible como Stein.
—¿Quién es Stein?
—El tipo viejo, el que iba con la pandilla. Ya sabes…, el de pelo teñido. Hablaste con él…, te estrechó la mano.
—¡Oh, sí, Stein! ¿Cómo fue a parar con vosotros y Lenny?
—Iban a partirle la cara o algo así, y Lenny y los muchachos lo salvaron. Es terriblemente nervioso. Ya sabes, cuando te vio por primera vez dijo que podías ser un espía. Viene de 2093, y dice que las cosas están mal allí.
Bush no quería pensar en 2090 y en el deprimente mundo donde vivían sus padres.
—Entonces, ¿Lenny tiene también su lado bueno?
Ann asintió con la cabeza.
—Stein me hizo sentir miedo acerca del viaje mental —dijo, retomando el hilo de lo que había querido decir—. Ya sabes, decía que Wenlock podía estar equivocado sobre el viaje mental, y que era posible que nosotros no estuviéramos realmente aquí en absoluto, o algo así. Decía que había algo siniestro con respecto a la submente, y nadie le comprendía aún, pese a las declaraciones del Instituto Wenlock.
—Bueno, todo es aún tan reciente… La submente no fue desarrollada como concepto hasta 2073, y el primer viaje mental no tuvo lugar hasta dos años más tarde, así que es probable que haya más cosas que descubrir, aunque es difícil adivinar de qué podría tratarse. ¿Qué es lo que sabe Stein, de todos modos?
—Quizá tan sólo estaba haciendo su discursito, tratando de impresionarme.
—¿Lo dejaste… Quiero decir, ¿se acostó contigo?
—¿Celoso? —Ann sonrió desafiante.
—¿Qué es lo que esperas que diga?
Se miraron. A través del vidrio de su rostro, él pudo ver el brillo de la vida. Se inclinó hacia adelante y la besó. Ella retiró el ardiente concentrado de carne del infiernillo y dijo:
—Creo que ya tengo bastante del período devónico. ¿Qué te parece ir al jurásico conmigo?
—¿Van allá Lenny & Co.?
—Y aunque así fuera… Son cuarenta y seis millones de años, ¿verdad?
—
Touché
. ¿Qué deseas hacer por allá? ¿Ver acoplarse a los carnívoros?
Ann le dirigió una mirada traviesa.
—Podríamos observarlos los dos juntos.
Instantáneamente se sintió excitado. Deslizó una mano hacia su muslo cubierto de ante.
—Iré contigo —mientras bebían el concentrado, él se burló de sí mismo por dejarse embarullar por la chica; ella estaba perturbada y lo único que conseguiría hacer sería perturbarle su equilibrio mental. Era cierto que era buena en la cama y no era tonta, pero nunca se había sentido satisfecho de tener que aceptar a alguien por compartimientos; toda entera no le parecía accesible. Y tal vez él no fuera la persona adecuada para ayudar a la joven a convertir en accesible toda su personalidad. Ella se arrimó contra él.
—Necesito a alguien con quien efectuar el viaje mental. Tengo miedo de ir sola. Mi madre no viajaría mentalmente, ni siquiera para salvar su vida. La gente de su generación nunca querrá oír hablar de ello, supongo. Huau, me gustaría hacer un viaje mental muy corto…, apenas una generación. Quiero ver a mi viejo cortejando a mi madre y haciendo el amor con ella, ¡apostaría a que lo harían desastrosamente mal, como todo lo demás! —al ver que Bush no le respondía, le dio un codazo.
—¡Bueno, adelante, di algo! ¿No te gustaría ver a tus padres en pleno trabajo? No eres tan aburrido como aparentas, ¿eh, Bush? ¡Te gustaría…!
—Ann; simplemente, no te das cuenta de la barbaridad que acabas de decir.
—¡Vamos, a ti también te gustaría!
Bush sacudió la cabeza.
—Sé lo suficiente sobre mis padres como para no necesitar cosas de ese tipo. Pero supongo que el tuyo es el punto de vista de la mayoría… Hará una década…, quiero decir, cerca de 2080, el doctor Wenlock hizo circular por el Instituto un cuestionario que demostraba lo fuertes que eran las motivaciones incestuosas entre los viajeros mentales. Esta es la fuerza subyacente en la predisposición a mirar hacia atrás. Los descubrimientos coinciden con la antigua visión psicoanalítica de la naturaleza humana. La teoría actual sugiere que el hombre primitivo se convirtió en homo sapiens cuando estableció su primera interdicción de… bueno, llamémosle endogamia, la costumbre que prohíbe el matrimonio fuera del grupo familiar. La exogamia fue el primer y doloroso paso hacia adelante que dio el hombre. Ningún otro animal ha prohibido la endogamia.
—¿Valió realmente la pena? —preguntó Ann.
—Bueno, desde entonces el hombre se convirtió en lo que sabemos, el conquistador de su medio ambiente y todo lo demás, aunque su separación de la naturaleza se hizo al parecer más profunda…, quiero decir, de su verdadera naturaleza. Tal como lo ven los wenlockianos, la submente es, o debería ser, nuestra antigua mente natural. La sobremente es una adquisición posterior, del homo sapiens, una dinamo de alta tensión cuya función principal es estructurar el tiempo y ocultar todos los tristes pensamientos animales en la submente. Los extremistas proclaman que el paso del tiempo es una invención de la sobremente.
Pero ella quizá no le estaba escuchando, pues le preguntó:
—¿Sabes por qué te seguí ayer? Tuve una sensación increíblemente fuerte, apenas apareciste, de que tú y yo nos habíamos conocido… terriblemente bien, en algún tiempo pasado.
—¡Me habría acordado de ti!
—Tal vez fuera la submente haciendo de las suyas… De todos modos, lo que decías era muy interesante. Supongo que creerás en ello, ¿verdad?
Bush se echó a reír.
—¿Y cómo se podría… no creerlo? Estamos en el devoniano, ¿no?
—Pero si la submente gobierna el viaje mental, y está obsesionada con el incesto, entonces seguramente deberíamos ser capaces de visitar épocas al alcance de la mano, a principios de nuestro propio siglo, por ejemplo…, de tal modo que pudiéramos ver lo que hacían nuestros padres y abuelos. Sería
de lo más
interesante, ¿no crees? Pero es mucho más fácil viajar mentalmente hasta aquí, hasta las eras primigenias del mundo, y en cambio es muy difícil alcanzar las épocas de humanidad. De hecho, es imposible para muchos de nosotros.
—De acuerdo, pero eso no prueba lo que tú piensas. Si crees que el universo espaciotemporal es como una enorme ladera entrópica, con el presente real siempre en el punto máximo de energía y el pasado remoto en el mínimo, entonces obviamente tan pronto como nuestras mentes se liberen del paso del tiempo, y más cerca del punto máximo nos dirijamos, más difícil será el viaje…
Ann guardó silencio. Bush creyó que seguramente había abandonado el tema porque la sobrepasaba, pero al cabo de un instante, ella dijo:
—Bush, ¿recuerdas lo que dijiste respecto a mi verdadero yo, que es bueno y amante? Suponiendo que exista tal persona, ¿sería mi sub o mi sobremente?
—Suponiendo, como tú dices, que exista tal persona, debería ser una amalgama de ambas. Lo que es menos que la totalidad no puede ser la totalidad.
—¿Estás intentando entrar de nuevo en la teología?
—Probablemente —ambos se echaron a reír. Bush se sentía casi alegre; le gustaba argumentar, particularmente acerca de la estructura de la mente, un tópico para él fascinante.
Si tenían que viajar nuevamente, ése parecía ser el mejor momento…, en un buen estado de concordia. El viaje mental nunca era fácil; más aún, el paso podía ser difícil si uno estaba emocionalmente trastornado.
Empaquetaron sus pertrechos y ataron sus escasas posesiones. Luego se sujetaron del brazo; no había mejor forma de asegurarse de que llegarían a unos cuantos millones de años sin quedar a varios centenares de kilómetros uno de otro.
Rasgaron sus sobres de droga. El CSD se presentaba en ampolletas transparentes, casi incoloras. Mirada contra el vasto cielo del paleozoico, la ampolleta de Bush parecía ligeramente verde entre sus dedos. Se miraron; Ann hizo una mueca, y ambos engulleron al mismo tiempo sus dosis.
Bush sintió cómo el ácido cripótico descendía por su garganta. El líquido era un símbolo de la hidrosfera, un vino sagrado que representaba los océanos donde la vida había surgido, océanos que bañaban las arterias del hombre, océanos que regulaban y hacían habitable el mundo que lo rodeaba, océanos que le proporcionaban alimentos y clima, océanos que eran la sangre de la biosfera.
Y él mismo era una biosfera que contenía todas las vidas fósiles y las ideas de sus antepasados, una biosfera que contenía otras formas de vida, incontables posibilidades ignotas de vida y de muerte…
Era una analogía del mundo; a través del CSD, podía trasladarse de una forma a otra.
Únicamente en el estado transitorio, mientras la droga hacía su efecto, uno podía empezar a captar la naturaleza del minúsculo trastorno de la conservación de la energía que el sistema solar representaba. Ese sistema, una burbuja dentro de un mar de fuerzas cósmicas, formaba parte de una metaestructura que era ilimitada pero no infinita con respecto al tiempo y al espacio. Y aquel hecho banal había comenzado a sorprender al hombre tan sólo porque el hombre se había cerrado a él, había encapsulado su mente en aquella inmensidad del mismo modo que la ionosfera escudaba a su planeta de las radiaciones nocivas, había perdido aquel conocimiento, se había defendido de él con el concepto del tiempo que pasa, había conseguido hacer tolerable el universo aislándose, separado no sólo de la inmensidad, como habían descubierto las generaciones recientes, sino de la eternidad, a la que había desmenuzado en pequeños fragmentos culebreantes con los que el hombre podía luchar, y a la que podía captar con cuadrantes solares, relojes de arena, o de bolsillo, o de péndulo…, cronómetros que de generación en generación iban desgranando el tiempo en fracciones cada vez más pequeñas…, y más precisas. Hasta que la obsesiva naturaleza de todo el proceso fue reconocida, y Wenlock y sus colaboradores revelaron el secreto de toda la conspiración.
Pero la conspiración había sido necesaria. Sin ella, sin protección contra el ciego desierto del espacio-tiempo, el hombre estaría aún entre los demás animales, errando en tribus por las orillas de los resonantes mares cuaternarios. Eso era, al menos, lo que pretendía la teoría… Pero lo que sí estaba claro era que había existido una conspiración.
Ahora las defensas habían caído. Las complejidades del cerebro y del cerebelo estaban desnudas ante el co-continuo universo, y devoraban todo lo que encontraban.
El viaje mental era un proceso transitorio. Parecía fácil, aunque necesitaba el apoyo de un riguroso entrenamiento. Mientras el CSD hacía bascular sus metabolismos, Bush y Ann se sometieron a la disciplina…, esa fórmula que el Instituto había concebido para guiarlos a través de las prohibiciones de la mente humana. El devoniano se estaba diluyendo, con la apariencia de una enorme criatura en marcha hecha de duración, cuyas características espaciales eran apenas un exoesqueleto. Bush abrió la boca para reír, pero ningún sonido salió de ella. En la exaltación del viaje, uno perdía la mayor parte de sus características físicas. Todo parecía desaparecer, excepto el sentido de dirección. Era como nadar contra la corriente; lo más difícil era dirigirse hacia el propio ‘presente’; navegar hacia el pasado remoto era relativamente fácil…, y conducía a una eventual muerte por asfixia, como muchos habían descubierto. Si a un feto en el claustro materno se le ofreciera la posibilidad de un viaje mental, se enfrentaría con la misma situación: ir hacia el momento climático del nacimiento, o derivar apaciblemente hacia el momento final —¿o inicial?— de la no existencia.
No era consciente de la duración, o de la pulsación interior que le servía de cronómetro. En un extraño estado hipnótico, tenía sólo la impresión de ser algo así como un gran cuerpo de realidad emparentado al parecer tanto con Dios como con la Tierra. Y se descubrió a sí mismo intentando de nuevo reír.
Luego la risa murió, y sintió que estaba volando. Las eras se deslizaban por debajo como la noche. Era consciente de la incomodidad de tener a alguien con él… Después, él y Ann se vieron rodeados por un mundo verde oscuro, y la realidad tal como la habían experimentado normalmente estuvo de nuevo con ellos.
La realidad del jurásico.
A Bush nunca le había gustado el jurásico. Era demasiado cálido y nuboso, y le recordaba uno de los largos y fatídicos días de su infancia, cuando tras haber hecho una travesura de lo más inocente su madre lo castigó a permanecer encerrado todo el día en el jardín. También aquel día había sido nuboso, y el calor era tan pesado que las mariposas apenas eran capaces de volar por encima de las flores.
Ann se apartó de él y se desperezó. Se habían materializado junto a un árbol muerto. Sus desnudas y relucientes ramas eran como un reproche a la chica; Bush se dio cuenta por primera vez de lo desaliñada que iba, de lo sucia y desgreñada, y se preguntó por qué eso no alteraba sus sentimientos hacia ella…, aunque no pudiera precisarlos.
Avanzaron sin hablar, dominados por el sentimiento de desorientación que sigue siempre al viaje mental. No había ninguna forma racional de saber en qué lugar ni en qué momento de la Tierra se encontraban; pero una parte irracional de la submente lo sabía, y gradualmente se les manifestaría con la información. Después de todo, ella era la que los había conducido hasta allí, y presumiblemente por razones propias.
Se hallaban al pie de unas montañas cubiertas por una selva espesa. A medio camino de la ladera de las montañas, las nubes las ocultaban completamente de su vista. Todo estaba tranquilo; el follaje circundante parecía congelado en la larga quietud del mesozoico.