Read Cómo mejorar su autoestima Online
Authors: Nathaniel Branden
Él podría sentirse seguro.
Ambos podríamos sentirnos seguros.
Podría curarlo a él y a mí mismo.
Cuando ya habíamos explorado estos temas con bastante detalle, le pedí a Carlos:
—¿Podría cerrar los ojos, por favor, e imaginar al pequeño Carlos frente a usted? ¿Cómo lo mira? ¿Cuál es la expresión de sus ojos? Y quisiera saber cómo se sentiría usted, en este momento, si pudiera alargar los brazos, sentarlo en su regazo y abrazarlo, y permitir que sus brazos le digan que esta a salvo, que ahora usted está con él, y que lo acompañará siempre, que al fin puede confiar en alguien y tenerle fe.
Quería que Carlos experimentara a su sí-mismo niño como una entidad separada, sabiendo al mismo tiempo que estaba tratando con un aspecto rechazado de sí mismo, al que posteriormente, tendría que integrar.
Carlos empezó a sollozar suavemente.
—Parece herido, y enfadado, y desconfiado, pero con una enorme necesidad de creer... Me siento muy bien —susurró.
—Está bien... permítale llorar con usted... los dos lloran juntos... Ahora realmente entienden las cosas... mucho más de lo que se puede expresar con palabras... las palabras no son necesarias... y usted puede sentir que...
Mediante la imaginación y la fantasía, Carlos retrocedió en el tiempo para rescatar a su sí-mismo niño, calmar su dolor y darle un consuelo, un apoyo y una firmeza que no había conocido nunca. Al hacerlo, Carlos empezó a "perdonar" a ese niño, a "perdonar" a su sí-mismo niño —a
comprender que no era necesario ningún perdón—
por el hecho de que no hubiera sabido apañárselas mejor;
el niño había luchado por sobrevivir de la única forma que conocía...
A medida que Carlos fue asimilando e integrando esta perspectiva, su autoestima comenzó a aumentar.
Y a medida que su autoestima se fortalecía, empezó de inmediato a parecer más adulto y más masculino. Su si-mismo niño daba vida a su rostro, y no dolor. En las semanas siguientes realizó más cambios, enteramente por iniciativa propia. Empezó a vestirse mejor, ya sin avergonzarse de poder comprar ropa cara. Dejó su modesto apartamento y se mudó a una hermosa casa. Terminó su insatisfactoria relación amorosa de tres años y comenzó a salir con mujeres más inteligentes, realizadas e independientes. Proyectaba más energía y decisión. Parecía más vital.
Al recuperar e integrar una parte importante pero
rechazada
de sí mismo, creció en estatura ante sus propios ojos. Al transformar su autoestima, transformó su vida.
Sugiero que se tome usted un momento para explorar sus sentimientos hacia el niño que fue una vez, para preguntarse sobre el papel que su sí-mismo niño podría ocupar en su vida actual.
A Eva, de quince años, le iba mal en los estudios. Rara vez volvía de la escuela o de sus paseos a la hora que había prometido. Sus padres se quejaban de sus frecuentes mentiras. Su madre, que confesaba que su propia vida había sido bastante "disparatada" hasta que se casó, me dijo: "Estoy aterrada. Eva se parece mucho a como era yo a su edad." El padre de Eva, corredor de bolsa, confesó: “yo también fui adolescente y sé lo que puede pasar. Yo tampoco era un ángel, y Eva lo sabe, ya que nos ha oído hablar a su madre y a mí. Quiero a mi hija y me preocupa su comportamiento."
El hermano mayor de Eva era buen alumno y un hijo modelo. En la terapia, Eva admitió que lo consideraba el más guapo e inteligente de los dos. Sabía que ella era única para provocar peleas con él. Para mí enseguida resultó evidente que el único modo que conocía Eva de llamar la atención era ser "mala". En otras palabras, tenía un pobre concepto de sí misma y parecía empeñada en traducirlo en una vida infeliz. La cuestión era: ¿cómo generar un cambio en su concepto de sí misma y en su conducta?
Le pedí que se sentara ante un espejo y se estudiara. Dijo que hacer eso le molestaba muchísimo; veía reflejado en el espejo todo lo que no le gustaba de ella misma.
Le sugerí que si podía pasar una semana entera sin decirle a nadie una sola mentira, se sorprendería del cambio que encontraría en el espejo en nuestra sesión siguiente, aunque quizás el cambio fuera sutil y tuviera que observarlo con ojos muy agudos. Le pareció una tontería, pero aceptó la consigna. Aparte les pedí a los padres que admitieran cualquier cosa que ella les dijese esa semana y que no desconfiaran de ella.
En la sesión siguiente se sentó frente al espejo y dijo:
—Me veo peor.
Después confesó que le había dicho tres mentiras a su madre. Estaba sorprendida de que no la hubieran regañado. Nos pusimos de acuerdo en repetir la tarea la semana siguiente.
Esta vez llegó temprano y, antes de entrar en mi consultorio, anunció en la sala de espera:
—¡No he dicho una sola mentira en toda la semana!
—Se apresuró a mirarse. —Mmmm... Dijo en voz baja; luego se dio vuelta y me preguntó:
—¿Usted ve algo?
—Veo una chica que eligió ser sincera durante una semana.
Pero ella insistió:
—¿Me veo diferente? —Le sugerí que volviera a contemplarse en el espejo y lo decidiera ella misma. —Me veo más contenta —anunció.
—Bueno, es una diferencia, ¿no?
Le sugerí que averiguáramos qué pasaría si volviera a su casa todos los días precisamente a la hora en que les había dicho a sus padres que lo haría.
La próxima sesión giró en parte alrededor de sus padres.
—Mis padres tuvieron una pelea terrible. No me sorprendió.
—¿Por ti? —le pregunté.
—No, por su relación.
Se sentó frente al espejo y le dijo a su imagen:
—¿Ves lo que pasa cuando no te cogen como excusa para pelear? —Yo permanecí en silencio, complacido por su conclusión. —Creo que me estoy volviendo más guapa —declaró.
Era su modo de decirme que había logrado cumplir la consigna de mantener su palabra.
En una sesión posterior trabajamos completando oraciones. Los siguientes son sus finales para el principio
Me gusto más cuando...
No trato de ser como todos los demás.
Hago lo que digo que haré.
No hago el gandul en clase.
Hago mis deberes.
Digo la verdad.
Me divierto con papá.
Uso la cabeza en lugar de hacerme la estúpida.
No me meto en líos.
No fumo marihuana.
Me gusto menos cuando...
Me hago la idiota.
Me comporto como una inútil.
Hago un escándalo para llamar la atención.
Como demasiado.
Actúo impulsivamente.
No me callo mis opiniones ante la gente.
Miento.
No cumplo mis promesas.
Durante este período mantuve varías sesiones paralelas con los padres de Eva, y les alerté sobre el hecho de que, a medida que ella cambiara y mejorara, ellos podrían experimentar más dificultades en su matrimonio, puesto que Eva ya no les serviría de distracción. También les advertí que en realidad, podrían llegar a sabotear el progreso de su hija para no tener que enfrentarse a sus propios problemas como matrimonio. Nos pusimos de acuerdo en reunirnos a intervalos regulares, junto con Eva y su hermano, para controlar las respuestas de la familia a los cambios de Eva. Así se satisfaría su deseo de atención, pero de un modo beneficioso para todos los miembros de la familia. Habíamos comprometido su sensación de utilidad (además de su sensación de sentirse querida y empezar a verse atractiva) junto con su sinceridad y su integridad.
Mientras Eva aprendía a vivir de una manera más responsable, su autoestima aumentó. Se veía mejor. Su deseo de vivir de un modo responsable se hizo más fuerte. Sus notas en la escuela mejoraron. Comenzó a elegir mejor a sus amigos y actividades. Ella y su hermano intimaron más. Uno de los resultados del tratamiento de Eva fue que sus padres vieron que sus propios problemas contribuían a aumentar las dificultades de Eva, y buscaron consejo profesional.
Eva aprendió a diferenciar entre los rasgos de sus padres que admiraba y los que no. Comenzó a diferenciar mejor cuáles eran los rasgos que ella imitaba, y a rechazar aquellos con respecto a loscuales, según percibía, sus propios padres se sentían culpables. Cuando esto se hizo evidente, sus padres se sintieron aliviados. Abandonaron parte de la culpa que experimentaban como padres y aprendieron a apoyar los esfuerzos de su hija para convertirse en una adulta fuerte y responsable.
En la ayuda que se le proporcionó a Eva para que fortaleciera su autoestima, el paso más importante fue el primero: necesitaba
dejar de mentir.
No sólo mentía a los demás sobre sus acciones, sino que se mentía a sí misma con respecto a quién era, simulando una ineptitud que sus potencialidades desmentían. También hacía falta trabajar con muchas otras cosas, pero su voluntad de experimentar con la sinceridad fue esencial para el comienzo del cambio.
¿Hay algún aspecto de la psicología de Eva que pueda ser de importancia para usted?
Confío en que el lector comprenda que en mi relato de estas historias he omitido algunos episodios. No es éste un libro sobre el arte de la psicoterapia. Las historias se han simplificado para destacar claramente los puntos principales que tienen relevancia para nuestros objetivos. Las he relatado para que podamos comprender mejor que el sujeto y la entidad que pensamos ser influyen sobre el modo en que actuamos; para que apreciemos mejor el enorme poder del concepto de sí mismo.
Lo que principalmente nos interesa aquí es lo que nosotros, como adultos, podemos hacer para elevar el nivel de nuestra autoestima, para aprender a queremos y confiar más en nosotros mismos, y para sentirnos más seguros con respecto a nuestra eficacia.
Es cierto que algunos tal vez necesitemos de la psicoterapia para resolver plenamente nuestras dificultades; pero la mayoría podemos lograr bastante por nuestra cuenta, siempre que deseemos hacer el esfuerzo. La situación es más o menos similar a la que se plantea con los ejercicios de gimnasia: es innegablemente más fácil practicarlos con un profesor o entrenador, pero con la ayuda de un libro adecuado, es posible lograr una mejora importante de nuestro estado físico. Todo se reduce a una cuestión de voluntad y determinación.
Queremos tener éxito en nuestra vida. Queremos para nosotros mismos lo mejor. Si la clave es la autoestima, ¿cómo conseguirla?
Hay dos palabras que describen inmejorablemente lo que podemos hacer para aumentar nuestra autoestima, es decir, para generar más confianza en nosotros mismos y respetarnos más. Estas son:
vivir conscientemente.
El problema es que esta frase quizá resulte algo abstracta para algunas personas; no se traduce de manera evidente en una acción mental o física. Y si deseamos crecer, necesitamos saber
qué hacer.
Necesitamos aprender
nuevas conductas.
De modo que debemos preguntar: si tratáramos de vivir más conscientemente, ¿cómo y en qué aspectos
actuaríamos de manera diferente?
Sólo con las conclusiones a que nos conduzca este libro responderemos a esta pregunta, pero antes veamos por qué el hecho de vivir conscientemente es la base de la autoconfianza y el autorrespeto.
La mente es nuestro medio de supervivencia fundamental.
Todos nuestros logros específicamente humanos son el reflejo de nuestra capacidad de pensar.
Una vida llena de éxitos depende del uso adecuado de la inteligencia, es decir, adecuado a las tareas y objetivos que nos proponemos y a los desafíos con que nos enfrentamos. Este es el hecho biológico central de nuestra existencia.
Pero el uso adecuado de nuestra conciencia no es automático; más bien,
es una elección.
Tenemos libertad de obrar en pro de la ampliación o de la limitación de la conciencia. Podemos aspirar a ver más o a ver menos. Podemos desear saber o no saber. Podemos luchar para obtener claridad o confusión. Podemos vivir conscientemente, o semiconscientemente, o (para casi todos los fines prácticos)
inconscientemente.
Este es, en definitiva, el significado del libre albedrío.
Si nuestra vida y nuestro bienestar dependen del uso adecuado de la conciencia, la importancia que le otorguemos a la visión, prefiriéndola a la ceguera, es el componente más importante de nuestra autoconfianza y nuestro autorrespeto. Será difícil que podamos sentirnos competentes en la vida si vagamos (en el trabajo, en el matrimonio o en la relación con los hijos) en medio de una niebla mental autoprovocada. Si traicionamos nuestro medio fundamental de supervivencia tratando de existir de forma irreflexiva, la impresión que nos formamos de nuestros propios méritos queda perjudicada en la misma medida, con independencia de la aprobación o desaprobación de los demás.
Nosotros
conocemos nuestros defectos, los conozcan o no los otros. La
autoestima es
la
reputación que adquirimos con respecto a nosotros mismos.
Mil veces por día debemos elegir el nivel de conciencia en el cual funcionaremos. Mil veces por día debemos elegir entre pensar y no pensar. Gradualmente, con el tiempo, adquirimos una noción de la clase de persona que somos, según cuáles sean las elecciones que hagamos, la racionalidad y la integridad que mostremos. Esa es la reputación a la que me refiero.
Cuanto más inteligentes somos, mayor es nuestra capacidad de conocimiento, pero el principio de vivir conscientemente sigue siendo el mismo, sea cual fuere el nivel de inteligencia. Vivir conscientemente significa conocer todo lo que afecta a nuestras acciones, objetivos, valores y metas, y comportarnos de acuerdo con aquello que vemos y sabemos.
En cualquier situación, vivir conscientemente significa generar un estado mental adecuado a la tarea que se realiza. Conducir un coche, hacer el amor, escribir la lista de la compra, estudiar un balance, meditar, todo ello requiere estados mentales diferentes, distintos tipos de procesos psíquicos.
En lo referente a cuestiones de funcionamiento mental, el contexto determina qué es lo adecuado.
Vivir conscientemente significa hacerse responsable del conocimiento adecuado a la acción que estamos efectuando. Esto, sobre todo, es el fundamento de la autoconfianza y el autorrespeto.
La autoestima, pues, depende, no de las características con las que nacemos, sino del
modo en que usemos nuestra conciencia,
de las elecciones que hagamos con respecto al conocimiento, la honestidad de nuestra relación con la realidad y el nivel de nuestra integridad. Una persona de gran inteligencia y gran autoestima no se sentirá más adecuada a la vida o más merecedora de felicidad que otra persona con gran autoestima y una inteligencia modesta.