Cómo mejorar su autoestima (10 page)

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Authors: Nathaniel Branden

BOOK: Cómo mejorar su autoestima
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Después considere esto: si sintiera que es apropiado y deseable mostrar esa actitud benévola con alguien que ama, ¿estaría dispuesto a mostrarla consigo mismo?

Por supuesto, si no se ofreciera esa oportunidad a usted mismo, es probable que tampoco se la ofreciera a otro. Si somos irracionalmente severos al juzgar nuestra propia conducta, por lo general no lo somos menos al juzgar la de los demás. A la inversa, la autocompasión, siempre que sea responsable y no meramente indulgente, suele dar por resultado una actitud benévola hacia los otros. La benevolencia hacia uno mismo y hacia los demás es tanto una expresión de autoestima como un medio de intensificarla.

Gerardo fue a consultarme por problemas personales diversos, que incluían un profundo sentimiento de culpa por haber abandonado a su mujer y a su hijo al cabo de sólo algunos años de matrimonio, cuando el niño tenía dos años. Eso había sucedido quince años atrás, y aunque se había divorciado y vuelto a casar, Gerardo se sentía profundamente perturbado por el daño que había hecho, sobre todo a su hijo. "¿Cómo puedo perdonarme a mí mismo?", me preguntaba. "¿Cómo puedo rectificar lo que hice?" Lo conduje a través del proceso que acabo de describir, y él imaginó que aconsejaba a un amigo que había hecho lo mismo que él, y empezó a revivir el terror que había sentido años atrás, la sensación de estar abrumado por responsabilidades que estaban más allá de su capacidad, el saber que no amaba a su esposa y que se había dejado influir por las presiones de ella para casarse, urgido por una exagerada necesidad de que lo consideraran "un buen muchacho", etcétera. No renunciaba a la convicción de que en aquel momento podría haberse comportado de manera más honrada y responsable, pero comenzó a entrar en la conciencia de su yo más joven y a apreciar, al menos, que no había sido empujado por la crueldad ni por un capricho, y que en su universo de entonces, tal como él lo había percibido, no tenía las opciones que ahora le resultaban evidentes. Decidió buscar a su hijo y a su primera esposa; reconocer su error y comprender el dolor que les había causado; aceptar el derecho de ellos a haber acumulado cierta ira contra él; y descubrir si había algo que él pudiera hacer ahora para ayudarlos. Se perdonó a sí mismo y reconoció que ellos tenían derecho a no perdonarlo, si así lo preferían. Pudo ver el dolor de ellos con una claridad y una compasión que no le eran posibles mientras estaba ocupado en reprocharse su conducta; y, al verlo, pudo avanzar en la dirección correcta. Su ex esposa no se había vuelto a casar y él no pudo atravesar su muro de amargura; pero con su hijo pudo establecer una relación completamente satisfactoria para ambos, después de un largo y difícil período de sospechas, lágrimas y manifestaciones de ira por parte del hijo.

"La culpa y la compasión no se llevan bien", me confesó Gerardo. "Mientras pensaba en lo malo que era, otra parte de mi siempre se sentía a la defensiva, y se autoprotegía. Cuando me deshice de eso, por primera vez pude ver las cosas desde el punto de vista de ellos, en términos realistas. Ahora, sea lo que fuere lo que pueda hacer por ellos, estoy dispuesto a hacerlo, y eso me hace feliz. Y acepto que hay cosas que no puedo hacer, y me siento en paz."

Una de las peores equivocaciones que podemos cometer es decirnos a nosotros mismos que sentirnos culpables representa necesariamente una forma de virtud. La Intransigente severidad hacia nosotros mismos no es algo de lo que nos debamos jactar. Nos vuelve pasivos e impotentes. No Inspira cambios; paraliza,
Sufrir
es la más fácil de las actividades humanas;
ser feliz
es la más difícil. Y la felicidad requiere, no que nos rindamos a la culpa, sino que nos emancipemos de ella.

Consideremos ahora otro modo en que podemos dañar nuestra autoestima evaluando inadecuadamente nuestra conducta.

A veces dañamos nuestra autoestima generalizando acerca de nuestra "naturaleza esencial" sobre la base de nuestras acciones en situaciones concretas.

Por ejemplo, Martín me dijo: "Soy un inadaptado social. No sé hablar con la gente. No sé qué decir." Cuando le pregunté:
"¿Nunca
sabe qué decir?", me respondió: "Bueno, no; cuando estoy con gente Interesada en el arte o la literatura, tengo muchísimo que decir." Parece que Martín no tenía ningún interés particular en los deportes y se sentía marginado cuando los hombres y las mujeres de la oficina conversaban sobre un reciente partido de fútbol, "¿Le
importa
el fútbol?", le pregunté. Me contestó: "En lo más mínimo." Yo proseguí: "¿Piensa que
tendría
que importarle el fútbol?" Reflexionó un momento, luego rió y dijo: "No, por supuesto que no." Yo observé: "Cuando usted se llama “un inadaptado social”, lo que parece querer significar es que no tiene nada que decir sobre un tema que no reviste ningún Interés para usted y sobre el cual no siente ningún deseo de aprender nada. Para mí, eso no Indica una deficiencia Innata. Lo que Indica es que usted sería más feliz sí encontrara amigos que compartieran su Interés por el arte y la literatura. En cuanto a sus compañeros de oficina, si usted pudiera permitirse tener intereses diferentes de los de ellos, y permitir que ellos tengan intereses distintos de los suyos, imagino que podría sentirse más relajado en su compañía e incluso descubrir que siguen siendo miembros de la misma especie". Como comentario adicional de esta historia, añadiré que el trabajo que hice con Martín a partir de entonces llevó a que él descubriera que tanto él como sus compañeros de trabajo tendían a moverse en mundos innecesariamente restringidos en sus conversaciones, y que entre ellos existían muchos caminos potenciales de comunicación, pese a sus diferentes intereses.

"Soy un cobarde", decía Ernesto. Parecía temeroso de hablar en público. ¿Cuál es la diferencia, le pregunté, entre decir “soy un cobarde” y decir “me angustia la perspectiva de hablar en público?". Ernesto respondió: "Es como si su versión redujera la magnitud del problema". Le señalé que todas las personas que yo conocía y que sentían confianza en ciertas situaciones, carecían de ella en otras; si quería adquirir confianza en sí mismo al hablar en público, yo pensaba que podía lograrlo con facilidad; pero al universalizar el problema y calificarlo de "cobardía" no lograba otra cosa que deteriorar su autoestima.

"Soy terriblemente holgazán", decía Edmundo, que trabajaba reparando aparatos de aire acondicionado y a quien su jefe había reprendido varias veces por soñar despierto en horas de trabajo. Pero luego me enteré de que después de su jornada laboral trabajaba hasta bien entrada la noche en una novela que estaba escribiendo, lo cual era la pasión central de su vida. Siempre había tenido que hacer de todo menos lo que más quería hacer y, en consecuencia, experimentaba una frustración y una insatisfacción casi constantes con respecto a si mismo. Pero no era "holgazán". Aplicarse ese calificativo no lo acercaba a una solución, sólo deterioraba su respeto por sí mismo. "Suponga que decimos —le sugerí— que le resulta terriblemente difícil mantener una disciplina concienzuda en un trabajo que le aburre, en lugar de decir que usted es un holgazán. Ahora bien, es cierto que eso representa un verdadero problema, si no se puede ganar la vida como escritor. Pero ése no es el problema que usted se atribuye; usted no es un holgazán, puesto que escribe hasta las tres de la madrugada y a la mañana siguiente se presenta en su empleo, aunque esté algo dormido. La dificultad real ya es bastante dura. ¿Por qué empeorarla autocastigándose?".

Ahora pensemos cómo podría aplicar usted este principio a sí mismo. Piense en alguna cualidad negativa que usted se atribuya. Luego piense en tres situaciones de su vida en que
no
desarrolle ese aspecto. Después compruebe si puede pensar en una situación cualquiera en la que de verdad manifieste la conducta
opuesta
(como en el caso de Edmundo, que se pasaba la mayor parte del tiempo escribiendo). Haga este ejercicio (mejor tomando notas) con cada rasgo negativo que se sienta inclinado a atribuirse.

Esto le dará la oportunidad de dejar de aplicarse calificativos y dañar su autoestima y, además, le permitirá centrarse en las
circunstancias
en las cuales se comporta de maneras que usted rechaza. Luego intente identificar las razones por las cuales tales situaciones parecen provocar esa conducta.

El paso siguiente (y de nuevo será aquí muy provechoso el uso de un cuaderno) es pensar en tres respuestas diferentes que usted podría dar ante esas situaciones. Ensaye esas nuevas respuestas en su imaginación. Compruebe cuál le gusta más y cuál se adapta mejor a usted. Véase a usted mismo manifestando esta nueva y deseable conducta. Véase ejecutarla con éxito; luego salga y practique lo que ha ensayado. Este es un buen modo de aumentar la incidencia de su eficacia en el mundo. Si usted persevera, incluso frente a las decepciones, contrariedades ó "recaídas" Iniciales, descubrirá que ha subestimado radicalmente su capacidad de cambio (como casi todos tienden a hacer).

Una de las características de las personas que están razonablemente libres de culpa no es que nunca realizan acciones que lamenten o por las que se sientan mal, o por las que incluso puedan arrepentirse (por un tiempo), sino que, además de las conductas correctivas antes descritas, procuran
aprender
de sus equivocaciones. Reflexionan sobre ellas. Las examinan. Tratan de discernir los modelos subyacentes, para evitarlos.

A menudo, en algún lugar de nuestra psique quizás "sabemos" lo que necesitamos aprender de nuestras equivocaciones, pero no "sabemos" cómo hacer plenamente consciente ese conocimiento. Aquí la técnica de completar oraciones puede ser de gran ayuda, ya que es más que nada una herramienta para acceder a lo que yace dentro de nosotros pero se halla más allá de la conciencia ordinaria.

Pensando en alguna acción (o inacción) de la cual usted se arrepiente, copie este principio de oración:
Si yo estuviera dispuesto a examinar cabalmente lo que hice (o dejé de hacer)...
luego escriba de seis a diez finales lo más rápidamente posible, sin que interfiera la autocrítica ni la autocensura, sino permitiendo que los finales se escriban solos (aunque al principio no parezcan tener sentido). Luego proceda a hacer lo mismo con estos principios:

Cuando hice lo que hice, me dije...

Una de las cosas que podría aprender de la experiencia es...

Si hubiera estado dispuesto a ver lo que veo ahora…

Uno de los modos de evitar este error en el futuro es...

Si hubiera permanecido tan consciente como lo estoy ahora...

Me gustaría más a mí mismo si...

Cuando actúo en contra de lo que comprendo perfectamente...

Comienzo a darme cuenta...

A medida que me muestro más dispuesto a comprender lo que estoy escribiendo...

Cuando imagino cómo me sentiría si me comportara de manera más apropiada en el futuro...

A medida que este tema se me hace cada vez más claro...

El único modo de aprender lo beneficioso e integrador que puede llegar a ser este proceso es participar activamente en él. Me aventuraré a suponer que algunos lectores se resistirán a aplicar esta técnica precisamente porque, en un nivel subconsciente,
saben
que es un proceso que tiene el poder de activar el desarrollo y el cambio, y si están identificados con sus errores y su culpa. Lo que buscan en primer lugar no es el cambio, pese a que protesten afirmando lo contrario.

¿Por qué una persona se identifica con su culpa? Bueno, por un lado, la culpa nos encierra en nuestra pasividad, lo cual no nos despierta la necesidad de generar nuevas conductas: "Soy culpable. Soy una decepción. Siempre lo he sido... así es la vida". Esto puede traducirse así: "No esperéis nada de mí".

Por otro lado, la infelicidad es un sentimiento familiar: no disfrutable, sino familiar. ¿Quién sabe con qué podría enfrentarnos la vida si no tuviéramos nuestras depresiones y nuestros auto reproches para aislarnos y protegernos? ¿Quién sabe qué desafíos nos veríamos obligados a afrontar? La desdicha puede proporcionarnos cierta clase de comodidad, mientras que la felicidad, a su modo, es más exigente, en términos de conciencia, energía, disciplina, dedicación e integridad.

Luego están las personas que de jóvenes, fueron empujadas por padres poco afectivos o indiferentes, a creer que eran malas o ineptas y quienes, aun de adultos, se sienten impulsados a dar la "razón" a sus padres —protegiendo así la relación hijo-padre a costa de su propia realización y autoestima. Esto puede continuar mucho tiempo después de haber muerto los padres. El drama es
interno.

De modo que hace falta coraje para trabajar con el fin de liberarnos de la culpa. Hace falta honestidad y perseverancia, y comprometerse con la independencia, y vivir consciente, auténtica, responsable y activamente. Pero puede hacerse.

Este desafío nos enfrenta no sólo con nuestros defectos reales o Imaginarios sino también con nuestras
virtudes
(cuando nos inclinamos a ponernos a la defensiva o a rechazarlas).

Al condenar nuestros pensamientos, sentimientos o acciones, lo hacemos para proteger nuestra autoestima, aunque el efecto sea directamente opuesto al que nos proponemos. Ya que en un cierto nivel luchamos por cuidarnos o protegernos, nuestra política tendrá al menos una apariencia de plausibilidad. Después de todo, estamos condenando aquello que consideramos fallas o defectos. ¿Pero qué sucede con el rechazo o el repudio de los aspectos
positivos
—incluso las
virtudes— 
que hay en nosotros?

Ya hemos visto un ejemplo de esto en nuestro análisis de la autoaceptación, cuando observamos que la gente puede rechazar sentimientos de satisfacción u orgullo por temor a la responsabilidad que exigen, o a la posible alienación social o la desaprobación de los demás. Pero aquí presento ejemplos diferentes. A algunos lectores les costará creer que haya alguien que sostenga estos puntos de vista; otros los reconocerán muy bien.

"Me siento culpable por ser guapo, es decir, más guapo que la mayoría de los hombres."

Implicación:
mi buen aspecto es un castigo —además de una injusticia— para todos aquellos que no lo poseen.

Traducción más probable:
Tengo miedo de los celos o la envidia de los demás.

"Me siento culpable por ser tan inteligente, es decir, más inteligente que la mayoría de la gente."

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