Read Cómo mejorar su autoestima Online
Authors: Nathaniel Branden
Con hacer este ejercicio todos los días durante dos o tres semanas aprenderá a percibir mejor su sí-mismo niño, y también a lograr un mayor nivel de integración que el que experimenta en el presente, porque estaría dando el primer paso para convertir en
visible
al sí mismo niño y tratarlo
con seriedad.
Pero el trabajo de completar oraciones es una herramienta mucho más avanzada y poderosa para despertar el reconocimiento de su sí-mismo niño y facilitar la integración. Como ya he dicho antes, utilice un cuaderno. y escriba al comienzo de una página en blanco cada una de las oraciones incompletas que figuran abajo, luego escriba de seis a diez finales para cada una, lo más rápidamente posible y sin autocriticarse,
inventando
cosas cuando sea necesario para no perder el ritmo.
Cuando tenía cinco años...
Cuando tenía diez años...
Si recuerdo cómo era el mundo cuando yo era pequeño...
Si recuerdo cómo era mi cuerpo cuando yo era pequeño...
Si recuerdo cómo era la gente cuando yo era pequeño...
Con mis amigos me sentía…
Cuando me sentía solo, yo...
Cuando me sentía excitado, yo...
Si recuerdo qué me parecía la vida cuando era yo chico...
Si el niño que hay dentro de mí pudiera hablar; diría...
Una de las cosas que tuve que hacer de niño para sobrevivir fue...
Una de las maneras en que trato a mi sí-mismo niño como lo hacía mi madre es...
Una de las maneras en que trato a mi sí-mismo niño como lo hacía mi padre es...
Cuando el niño que llevo en mi interior se siente ignorado por mí...
Cuando el niño que llevo en mi interior se siente criticado por mí…
Una de las maneras en que suele ocasionarme problemas es...
Sospecho que estoy obrando s través de mi sí-mismo niño cuando...
Si ese niño fuera aceptado por mí...
A veces, lo difícil de aceptar plenamente al niño que tengo en mi interior es...
Si perdonara más a mi sí-mismo niño...
Yo sería más amable con el niño que tengo en mi interior si...
Si escuchara las cosas que ese niño necesita decirme...
Si aceptara plenamente a ese niño como a una parte valiosa de mí...
Comienzo a darme cuenta de....
Cuando me miro desde esta perspectiva...
A algunos pacientes les he hecho repetir este ejercicio varias veces, con intervalos de alrededor de un mes. Les pedía que no miraran los finales que habían escrito las veces anteriores. Cada vez producían finales nuevos, que los llevaban a reglones más profundas. Sin la ayuda de ningún otro trabajo en esta área, lograron extraordinarias visiones interiores e integraciones que dieron como resultado su curación y un aumento de su autoestima.
Le recomiendo que experimente con esta serie de oraciones incompletas y descubra lo que puede lograr con ellas. Al hacerlo, comprobará de qué manera este trabajo puede ser beneficioso para su autoconfianza, autorrespeto y sentido de la totalidad.
A continuación, expondré un modo más avanzado, de trabajar en el territorio abierto por los principios de oraciones anteriores. Repita el principio:
Cuando tenía cinco años..., y
a continuación los siguientes:
Una de las cosas que mi si-mismo de cinco años necesita de mí y nunca ha obtenido es...
Cuando mi si-mismo de cinco anos trata de hablarme...
Si estuviera dispuesto a escuchar a mi sí-mismo de cinco años con aceptación y compasión...
Si me niego a atender a mi sí-mismo de cinco años...
Al pensar en volver al pasado para ayudar a mi sí-mismo de cinco años...
Después, repita esta misma serie con sus si-mismos de seis, siete, ocho, nueve, diez, once y doce años. Logrará una milagrosa autocuración de sus heridas.
Por último, cuando sienta que ha adquirido un buen sentido de su sí-mismo niño corno entidad psicológica (que es lo que debería proporcionarle esta técnica de completar oraciones), realice este nuevo ejercicio, a la vez simple y extraordinariamente efectivo, para facilitar la integración.
Empleando cualquier tipo de imágenes que le resulte útil —visuales, auditivas, sensaciones cinestésicas—, imagine a su sí-mismo niño de pie ante usted (como le pedí a Carlos que lo hiciera, en el capítulo 2). Luego, sin decir una palabra, imagine que estrecha a ese niño en sus brazos, acariciándolo con suavidad, con la intención de entablar con él una relación de afecto. Permita que el niño responda o no responda. Permanezca suave y firme. Deje que él le toque las manos, los brazos, y que su pecho le transmita aceptación, compasión, respeto.
Recuerdo a una paciente, Valentina, que en un principio tuvo dificultad para hacer este ejercicio porque, según dijo, su sí-mismo niña era una mezcla de dolor, rabia y desconfianza. "Se me escapa permanentemente —decía—. No confía en mí ni en nadie." Le dije que, dadas sus experiencias, su respuesta era perfectamente natural. Luego proseguí: "Imagine que yo me presento a usted con una niña y le digo: Me gustaría que usted se hiciera cargo de ella. Ha sufrido algunas malas experiencias y es muy desconfiada. Por un lado, un tío suyo intentó violarla, y cuando ella quiso decírselo a su madre, ésta se enfadó con ella. Así que se siente abandonada y traicionada. (Valentina había tenido esa experiencia a los seis años). Su nuevo hogar será el suyo, y su nueva vida la pasará con usted. Tendrá que animarla a que le tenga confianza y a darse cuenta de que usted es diferente de los otros adultos a quienes ella ha conocido. Esa será mi presentación de la niña. Después, puede hablarle, escucharla y dejar que le diga todo lo que ella necesita que comprenda un adulto. Pero, al principio, sólo abrácela. Permítale sentir seguridad mediante la calidad de su ser, la calidad de su presencia. ¿Puede hacerlo?".
—Sí— respondió Valentina con ansiedad—. Hasta ahora la he tratado como todos los demás. Como si ella no existiera, como si no estuviera allí, porque su dolor me asustaba. Creo que yo también la he estado culpando,
casi como lo hacía mí madre.
—Entonces cierre los ojos, cree a esa niña frente a usted, tómela en sus brazos y permítale recibir su cariño. ¿Cómo se siente usted?.. Me pregunto qué querría usted decirle... Tómese el tiempo necesario para descubrirlo.
Más tarde, Valentina observó:
—Durante todos estos años he tratado de ser adulta rechazando a la niña que fui. Me sentía muy avergonzada, herida e Irritada. Pero cuando tomé a esa niña en mis brazos y la acepté como una parte de mí, por primera vez en mi vida me sentí una adulta de verdad.
Esta es una de las maneras de desarrollar la autoestima.
Ahora consideremos al si-mismo adolescente.
Cada uno de nosotros fue adolescente alguna vez, y aún llevamos con nosotros a ese adolescente como parte de lo que somos, reconozcamos o no a esa entidad más joven. SI reconocemos a nuestro sí-mismo adolescente, lo aceptamos e intimamos con él, puede ser una valiosa fuente de energía, idealismo y ambición, y proporcionarnos un sentido Ilimitado de las posibilidades de la vida. Pero si lo repudiamos, ignoramos, rechazamos o negamos, puede llevarnos a practicar diversas conductas de autosabotaje. Quizás nos encontremos dirigiéndonos a nuestro jefe de un modo inapropiado en un momento inoportuno, o considerando al sexo opuesto con el miedo y la inseguridad de un adolescente, o actuando con la falta (ocasional) de buen juicio crítico propia de la adolescencia, o convirtiendo a cualquier persona mayor en una figura paternal represiva o autoritaria contra quien sentimos la necesidad de rebelarnos.
Pero, más allá de todo eso, si dejamos a nuestro sí-mismo adolescente alienado de nuestro sí-mismo total, estamos permitiendo que se abra una fisura, una brecha en nuestra identidad que afecta de manera adversa a la autoestima. Una vez más, una parte de nosotros está en guerra con otra.
En las siguientes declaraciones podemos observar esa clase de guerra:
"Me incomoda recordar lo tímido y torpe que era con las chicas durante mi adolescencia —decía un médico de mediana edad—. Realmente, ¿quién quiere pensar en esas cosas? ¿Qué tiene que ver conmigo ese personaje lamentable?".
De modo que su si-mismo adolescente queda obligado a esperar a
alguien
que no lo considere un "personaje"; la única persona que podría salvarlo no desea afrontar la desgracia de asociarse con él. Y el adulto lucha por no pensar en los inexplicables momentos de vaga soledad que lo persiguen y acosan de manera impredecible, cuyo origen él no puede imaginar.
“Yo ya tenía casi dieciocho años, y todavía quería que mi familia me cuidara —dice una mujer de cuarenta y un años, esposa y madre—, mientras que otra parte de mi misma soñaba con ser libre y vivir sola. No era muy independiente. No tenía agallas, supongo. ¿Qué tiene de maravilloso vivir solo? Pero un momento me rebelaba y al instante siguiente volvía al nido. Mirando hacia atrás, todo aquello me parece que representa mucha debilidad. Yo no tolero la indecisión. No puedo relacionarme de ningún modo con esa adolescente. ¿Supone usted que es por eso que soy tan impaciente con mis hijas adolescentes? También me cuesta relacionarme con ellas."
De modo que tanto su sí-mismo adolescente como sus hijas adolescentes carecen de la comprensión, compasión y apoyo de aquella persona que, justamente, más necesitan. Y la mujer adulta lucha por mantenerse ocupada para no sentir los ecos de un dolor distante que la desconcierta y que el tiempo no logra curar.
"Detesto recordar lo solo que estuve durante los años de mis estudios secundarios —dice un mecánico de cuarenta y ocho años—. Yo no sabía relacionarme con la gente, ¡pero me moría por hablar con alguien! Yo era tan... intenso. Terrible. ¿Por qué a ustedes, los psicólogos, les gusta hurgar en el pasado? De adolescente yo era insufrible."
De modo que este sí-mismo adolescente está condenado a una soledad irreversible. Y el adulto sigue preguntándose por la causa del engañoso vacío que tiene en su interior y que nada puede llenar.
Una vez más podemos observar ese modelo de severidad despiadada e indiferente, esta vez dirigida al sí-mismo de nuestra adolescencia. Así: no puedo perdonar mi torpeza social de adolescente; no puedo perdonar mi miedo a las chicas o los muchachos; o mi dolorosa necesidad de alguien con quien estar y hablar; o el enorme desconcierto que sentía con respecto a casi todo; o mi ineptitud en la gimnasia y en el baile; o mi delgadez; o mi complexión física; o mi ruidosa exuberancia; o mi confusión sobre el sexo; o mi vacilación entre la rebeldía y la sumisión; o mi timidez en las fiestas; o mi pasividad; o mis incursiones en la delincuencia; o mi promiscuidad; o mi puritanismo; o mi exhibicionismo; o mi presuntuosidad; o mi apocamiento; o mi falta de conocimientos, o de aplomo, o de delicadeza.
Del mismo modo que podemos rechazar al niño que hemos sido, también podemos rechazar al adolescente.
Pero nuestro si-mismo adolescente sigue siendo un componente constante de nuestra psique, y la única posibilidad que tenemos es elegir entre ser conscientes o inconscientes de ese sub-sí-mismo, benévolos y atentos u hostiles y acusadores con él. ¿Será nuestro si-mismo adolescente aceptado y admitido (bienvenido, en realidad), o será sentenciado de por vida a un solitario destierro?
Volvamos al mismo ejercicio que propuse para tomar contacto con el sí-mismo niño, adaptado ahora a la adolescencia.
Si es posible, antes de comenzar contemple durante unos minutos algunas fotografías de cuando usted era adolescente. Después cierre los ojos y respire varias veces, profunda y relajadamente. Penetre en su interior y considere estas preguntas: ¿Cómo es ser un adolescente...? ¿Cómo imagina que experimentaba usted su cuerpo en ese entonces...? ¿Cómo era vivir en su casa...? ¿Cómo se sentaba? Siéntese como usted se
imagina
que se sienta un adolescente. Conserve la experiencia un rato en su mente. Poco a poco se abrirá ante usted una perspectiva más rica sobre quién es en realidad. Recíbala con aceptación y respeto.
Este es otro sencillo ejercicio que le resultará provechoso repetir todos los días durante dos o tres semanas (después de haber completado su trabajo con el sí-mismo niño). Descubrirá que, a medida que ofrezca comprensión y respeto a su sí-mismo adolescente, se sentirá más entero, más integrado y con mayor armonía interior.
Ahora, para avanzar más en el trabajo, practiquemos la técnica de completar oraciones. Escriba cada uno de los siguientes principios en una hoja en blanco de su cuaderno, y luego escriba de seis a diez finales para cada uno.
Cuando llegué a la adolescencia...
Cuando tenía catorce años...
Cuando tenía dieciséis años...
Cuando entré en la escuela secundaria sentí...
Con mis amigos adolescentes me sentí…
Con el sexo opuesto me sentía...
De adolescente, una de las cosas que tuve que hacer para sobrevivir fue...
De adolescente, cuando me enfadaba, yo...
De adolescente, cuando sentía dolor, yo...
De adolescente, cuando sentía miedo, yo...
De adolescente, cuando me sentía solo, yo...
De adolescente, cuando me sentía excitado, yo...
Cuando tenía dieciocho años...
Sí el adolescente que hay en mí pudiera hablar. Diría...
Una de las maneras en que trato a mi sí-mismo adolescente tal como lo hacía mí madre es...
Una de las maneras en que trato a mi sí-mismo adolescente tal como lo hacía mí padre es...
Cuando mi sí-mismo adolescente se siente ignorado por mí...
Cuando mí sí-mismo adolescente se siente criticado por mí...
Una de las maneras en que mí sí-mismo adolescente a veces me causa problemas es...
Si mi si-mismo adolescente se sintiera escuchado y respetado por mí...
Si mí sí-mismo adolescente sintiera que yo tengo compasión por sus esfuerzos...
A veces, lo difícil de aceptar plenamente al adolescente que llevo en mí interior es...
Si perdonara más a mi sí-mismo adolescente...