En los últimos cincuenta días el genio había escrito cincuenta artículos, reportajes y ensayos. Y además, totalmente gratis. A lo que hay que añadir que, precisamente gracias a los incisivos artículos y reportajes del nuevo columnista Garri Godunov, la tirada de la revista
Lo Más
había aumentado sustancialmente.
Y no sólo la tirada. En dos meses habían cambiado muchas cosas. El despacho del redactor jefe se había transformado. El viejo había pedido que le llevaran a su apartamento la instalación holográfica del barbudo Solzhenitsyn para hacer compañía a Marx y a Freud. En su lugar, Saveliy había puesto una novedad de última generación, tomada de la vida de los titanes del pasado, que se titulaba
Gleb Pianij humilla a Rupert Murdoch en todos los sentidos
. Cuando la analizaban en detalle, las damas se sonrojaban.
Por otro lado, eso era precisamente lo que Hertz estaba intentando conseguir.
—No vuelvas a poner los pies en la mesa —pidió conciliadoramente, mientras abría y le ofrecía otra botella de Double Premium Lux.
—Es inútil, conde —dijo Godunov rechazando la invitación y conservando con toda facilidad el estilo del aristócrata ruso—. Es mejor que cuelgue al lado una lámina de bronce que diga: «En este mueble descansaba sus fatigadas extremidades inferiores el escritor ruso…». Lo que sigue es ilegible.
—¿Cuándo vas a formar parte de mi plantilla?
El genio se dejó caer estrepitosamente en el sillón más próximo, se rascó ruidosamente la barriga y bostezó. Se quedó mirando fijamente a Saveliy con la mirada triste de un San Bernardo:
—Nunca. Yo no trabajo por dinero, sólo por amor al arte. Y menos aún quiero estar en tu sucia lista amarilla…
—De acuerdo —aceptó Saveliy dignamente—, nos hemos vuelto un poco amarillos, pero así estaba pensado. Así lo dejó ordenado el viejo cuando se fue. Ven a trabajar conmigo, Garri.
—No —dijo Godunov rechazando la oferta—. Ni lo sueñes. Pariré unas cuantas fabulillas más y desapareceré.
—¿De vuelta al quinto piso?
—Puede que al quinto, o quizá me vaya al nivel cien.
Hertz se puso de buen humor:
—¿Quién va a permitir que un tonto como tú entre en los pisos cien?
—No es que lo vayan a permitir —lo rectificó tranquilamente Godunov hurgándose la nariz—, sino que me llamarán. Ya me han llamado. A los tontos cualificados y con experiencia como yo los buscan en todas partes. Sólo queda reunir dinero.
—¿Para qué?
—Secreto. Pero te lo contaré. Antes de introducirse en los niveles cien hay que hacerse una operación de cirugía estética. Rehacer tu fisonomía, como si fueras mongol. —Godunov estiró con la punta de los dedos la piel de sus párpados inferiores para parecer asiático.
—No colará —dijo Hertz con una sonrisa irónica—. Tú eres el prototipo eslavo. Tienes un tercio de tártaro, un tercio de finés y un tercio de griego. Vete a la secretaría y rellena una solicitud de empleo. Tendrás dinero en seguida, y mucho, suficiente para pagar la operación y comprarte unos botines nuevos.
—¿Y qué más? —preguntó Godunov haciendo una mueca de asco—. ¿Secretaría? ¿Solicitud? ¡¿Qué quiere decir toda esa jerga burocrática?! Escucha, Hertz, vamos a dejarlo. Una cosa es ayudar al colega Saveliy, eso puedo hacerlo, pero otra muy distinta es trabajar para el colega Saveliy. Tú me dijiste: «Ayúdame, Garri, mi mejor reportero ha desaparecido sin dejar rastro, no voy a poder solo». Y el viejo Garri te ayudó. Pero ¿para qué ofrecer al viejo Garri trabajar para su amigo? El viejo Garri puede ofenderse. Es un hombre famoso, escribe libros, es mejor no meterse con él…
Saveliy guardó silencio unos instantes y después preguntó:
—¿Dónde ha podido desaparecer? Me refiero a nuestro mejor reportero.
—Se ha ido abajo —respondió inmediatamente Godunov—. Está en algún lugar del cuarto piso, en una guarida, comiendo pulpa a cucharadas en compañía de unas putas gastadas de follar.
—¡Ah, qué idiota he sido! —farfulló Saveliy—. Me invitó a su casa antes de largarse. Se despidió. Le faltó poco para llorar. Y yo no le entendí. Nos dimos unas palmaditas en la espalda… y se fue. Idiota.
—Desde luego.
—Oye, ¿y su microchip?
—En los pisos de abajo tienen de todo, hasta para anular las señales. Es verdad que los silenciadores son de fabricación casera, funcionan mal y además consumen mucha energía. Por cierto, como las fábricas para destilar la pulpa… Ahí abajo, señor Hertz, hay una actividad intensiva. Los primeros cinco pisos se comen casi un tercio de toda la electricidad de la ciudad. Para encubrir y legalizar ese exceso, unos tipos muy inteligentes han creado toda una red de solarios para la gente pálida humilde. Los órganos del poder creen que son los solarios los que consumen tanta electricidad, pero en realidad los solarios están ahí principalmente para desviar la atención. Todo el consumo se utiliza para la destilación.
Saveliy estaba cabreado.
—¿Y dónde has estado tú antes, sabiendo todo eso?
—¿Y tú? —preguntó cándidamente Godunov.
Hertz no supo qué contestar.
—No temas —sonrió entre dientes el genio mientras estudiaba sus uñas—. Tu Gosha aparecerá. Antes de desaparecer seguramente sacó todo el dinero que tenía en metálico…
—¿Cómo lo sabes?
—Yo no sé nada, señor redactor jefe. Simplemente pienso en voz alta. Una mala costumbre que adquirí en los tiempos de aislamiento… En general, supongo que tu mejor reportero cogió sus ahorros y se largó al nivel cuatro. Con las putas rastreras del cuarto piso. —Godunov levantó un dedo en señal de advertencia—. Esas putas no son unas simples putas. Ésas, hermano, son unas putas muy arteras y ladinas. Más arteras que las del cuarto piso son solamente las del tercero, pero a tu Gosha no le llega el dinero para las putas del tercer piso.
—Me imagino —suspiró Hertz— cómo serán entonces las putas del segundo piso.
—En el segundo piso —observó severamente Godunov no dejan que haya putas. Allí viven solamente los tipos serios. Ése es el reino de la «amistad».
—¿Y en el primero?
—Al primero —reconoció Godunov— no he bajado nunca. No me atreví, ¿entiendes? Me faltó valor para hacerlo.
—Disculpa.
—No pasa nada.
El genio cogió una cajetilla de cigarros chinos baratos y encendió uno.
—En el cuarto nivel a tu Gosha lo van a dejar sin blanca en medio año. Después volverá.
—Dios lo quiera.
—Dios aquí no tiene nada que ver. —Godunov esbozó una sonrisa forzada—. Dios no hace tratos con tu Gosha. Tu Gosha Degot se ha apartado de Dios. Si alguna vez vuelve, ya no será una persona. Pensará que es un tallo, que en la parte inferior tiene restos de polvo de sus antepasados y encima de la cabeza una luz transparente.
—¿Hasta ese punto?
—No puede ser de otra manera. Volverá, acuérdate, lleno de deudas. Allí le dan la mercancía a cuenta alegremente. Por amistad y fiándosela. Sólo vosotros, los antropófagos de los pisos ochenta, los que estáis cerca del mismo sol, no debéis nada a nadie. Pero abajo, donde las paredes están cubiertas de moho y cochinillas corriendo, allí, señor Hertz, ¡todos deben a todos! Que quieres, te dan hasta cien millones al contado. Se puede coger pulpa a cuenta. Puedes poner de garantía a una mujer. Pero si no pagas a tiempo, te mandan a la incubadora. ¿Has oído hablar de la incubadora?
—Vagamente.
—Es una instalación para curar —explicó, divertido, Godunov—. De primera clase. Ahí te examinan y comprueban tu estado de salud. Te meten oxígeno puro en los pulmones, te limpian la sangre, te extraen la suciedad y las toxinas y te dejan como nuevo… Y después —el genio hizo un gesto despectivo— te cortan en pedazos con sumo cuidado. Y venden los riñones, el hígado, el bazo. Los ojos también. Dicen que ahora hay escasez de ojos, que la demanda supera en mucho a la oferta… Y de paso te sacan el microchip estatal. Y un tipo simpático va a recoger del depósito de los chinos tu asignación personal.
Saveliy se quedó pensativo y preguntó en voz baja:
—Escucha, Garri… tú… allí… Cuando vivías abajo, ¿tenías deudas con alguien?
—Algo hubo —contestó fríamente el genio—. Pero lo devolví todo, y con intereses. De milagro no me llevaron a la incubadora… — Frunció el ceño—. Y ahora, basta ya de hablar de mis memorias. ¿Quién es el jefe aquí, tú o yo? Pongámonos a trabajar. Valentina te estaba buscando. Tiene novedades.
Hertz apretó un botón y con la típica voz de barítono de jefe (llevaba tres semanas ensayando) exigió que le llevaran agua, que llamaran a Valentina, que prepararan la maqueta del próximo número para comprobarla, y dio unas cuantas órdenes más, además de anunciar el comienzo de un nuevo día de trabajo. Bajó la mirada. La alfombra del despacho seguía teniendo marcadas las huellas de la silla de ruedas del gran Pushkov-Riltsev.
Hacía un mes que el anciano anunció que Saveliy estaba preparado para actuar con independencia, tras lo cual se encerró en su apartamento y prohibió que lo molestaran aun en el caso de una guerra atómica.
Cuando entró Valentina, Godunov se apresuró a toda prisa hacia un rincón. Allí se sentó en un sofá, cruzó las piernas y empezó a estudiar la figura de aquella mujer, que tenía la mirada atenta de una tasadora.
—Dicen que tienes noticias —dijo Hertz, dirigiéndose a ella.
—Y qué noticias. —Valentina, la seria, miró a su alrededor y fijó la vista en Godunov, como una profesora que estuviera observando a un mal estudiante.
Hertz suspiró:
—No puedo soportar las novedades.
—¿Por dónde quieres que empiece, por la principal, o voy por orden?
—Como quieras —pronunció majestuosamente el redactor jefe.
Valentina abrió una carpeta.
—Argentina ha expulsado de una sola vez a diez mil trabajadores extranjeros ilegales. En su mayoría ciudadanos franceses y belgas.
—Al diablo los ilegales —ordenó el redactor jefe—. Eso no es una noticia. Nada interesante.
—Más adelante hay algo interesante —dijo Valentina, como alimentando esperanzas—. Iván Evrópov ha hecho un nuevo anuncio…
—Valentina —interrumpió de golpe Godunov desde su rincón—, estás casada, ¿verdad?
Valentina dejó escapar un suspiro.
—Te lo he repetido cien veces. Estoy casada, pero no vivo en su casa.
—Godunov, no interfieras en el trabajo —refunfuñó Saveliy.
—
Pardon
—se disculpó el genio moviendo el trasero—. Es solamente que me gusta cómo nuestra respetada Valentina pronuncia esa frase: «Estoy casada, pero no vivo en su casa». Suena a poema. Una excelente aliteración, cuatro eses en una sola línea.
—Iván Evrópov —continuó Valentina sin inmutarse— ha anunciado una huelga de hambre. Exige que se asignen medios inmediatamente para estudiar los territorios de la periferia.
—Iván Evrópov en huelga de hambre —repitió viperinamente Godunov—, eso sí que está bien. Todo Moscú sabe que es un herbívoro terminal y hace ya muchos años que no come la comida normal del resto de la gente.
—¿Puedes demostrarlo? —preguntó fríamente Saveliy.
—Pues claro que puedo. Yo me sacaba unos ingresos extra con un repetidor que coloqué en casa del hijo de su camello. Pero ¿qué necesidad hay de demostrar eso? No me digas, Hertz, que vas a ensuciar las páginas de tu revista con un reportaje sobre ese bicho insignificante.
—Si demuestras oficialmente que es un herbívoro, lo vamos a hacer trizas. Lo convertiremos en el héroe de la sección «El más hipócrita».
—Hay tipos más hipócritas —farfulló Godunov mirando a un lado.
Saveliy se encogió de hombros y le hizo a Valentina una señal para que continuara.
—Un nuevo escándalo en el proyecto Vecinos…
—¡Es una pena —interrumpió Godunov con vozarrón de barítono— que estés casada, Valentina!
—Cierra el pico —dijo Saveliy levantando la voz.
Valentina sonrió.
—No pasa nada. A mí no me molesta. Estoy acostumbrada.
—¡Protesto! —exclamó al instante Godunov— ¡Es imposible acostumbrarse a mí! Soy imprevisible.
—Levántate y lárgate —gruñó Saveliy.
Su antiguo camarada hizo un gesto pidiendo disculpas.
—¡Me callaré! ¡Perdone por haber interrumpido el debate sobre los escándalos del proyecto Vecinos! Sólo quería indicar que en el proyecto Vecinos existe un apartado especial. Se llama «Sección escándalos». En él trabajan cincuenta guionistas y psicólogos con un horario durísimo. Cada tres días tienen que sacar un escándalo de cinco a seis puntos de
rating
, y cada cinco días el escándalo tiene que ser de ocho puntos. En el apartado está la sección de incesto, palizas y violaciones…
—Después nos lo cuentas —lo interrumpió Hertz, molesto. Clavó los ojos en Valentina con una mirada especial con la que imitaba al viejo Pushkov-Riltsev—. ¿Qué más?
—El conocido empresario Bokanovskiy, productor de la controvertida película
Llamada opuesta
, y su esposa, la solista del grupo Stoki Blue, Liusia Jrushova, han sido arrestados acusados de consumo de pulpa de tallo…
—No puede ser —dijo Saveliy, sorprendido—. Por la hierba no condenan a nadie a la cárcel. Pero encerrar a ese estafador de Bokanovskiy, y junto con su mujer…
—Lo he comprobado. La oficina de prensa de la policía moral informa de que los arrestados han prestado declaración asumiendo los cargos.
—Qué locura. Hay que confirmarlo una vez más.
—Bien.
—¿Eso es todo?
—Falta lo más importante —anunció en voz baja Valentina, poniendo en la mesa un mechero de plástico barato—. Aquí está.
Garri Godunov se puso en pie inmediatamente y alargó el cuello.
—¿Qué es esto? —preguntó prudentemente Hertz.
—Un
pendrive
—dijo con voz aún más baja Valentina, y se estremeció—. Es una copia del informe que ha hecho el copresidente ruso de la Zona Económica Libre de Siberia Oriental. El informe tiene fecha de ayer. Algo urgente, secreto absoluto. Algo de suma importancia para el Estado. Va dirigido personalmente al primer ministro en un único ejemplar. A mí me lo han traído hoy por la mañana.
—¿Quién? —preguntó Hertz.
Valentina se sonrojó.
—Nunca delato a mis fuentes de información.
Hertz se quedó callado un momento.
—Si lo leo, me convierto en cómplice de un delito penal —suspiró.
Garri Godunov dio un sonoro bostezo.
—Seguramente sí —dijo tranquilamente Valentina—. Te convertirías en cómplice.