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Authors: Andrei Rubanov

Tags: #Fantasía, #Ciencia ficción

Clorofilia (19 page)

BOOK: Clorofilia
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»Puede que se hayan dado cuenta de que los han descubierto, pero eso no tiene nada de raro. Al contrario, se simplifica todo. La operación especial se convierte en una simple persecución. Bueno, persecución es mucho decir. Es imposible huir de los androides. Nunca se cansan y nunca les entra el sudor en los ojos.

»Veamos quién persigue a quién.

»Por cierto, ¿por qué pienso que son agentes secretos? ¿Por qué estoy seguro de que no estoy amenazado, por ejemplo, de recibir una paliza? ¿O de muerte? Ahora mismo estos dos me pueden alcanzar, me llevan a un lugar donde no haya nadie y me liquidan sin dejar rastro. Me entra una nanobala especial por la nuca que después no pueden encontrar en mi cadáver. A los periodistas acorralados los matan a tiros, ¿o no?

»Pero uno no debe dejarse llevar por el pánico. Ni andar tampoco de prisa. Es mejor aterrizar en un acogedor bar como éste, estirar las piernas en la cálida semipenumbra y tomar una taza de café. Por cierto, aquí hay unos sillones estupendos con cojines de algas casi vivas. Todo está pensado para facilitar a la clientela la comodidad psicológica personal. Los androides no se me echan encima: no están codificados, no tienen bajo la piel el chip del gobierno… En resumen, que no tienen dinero. Bien hecho, no han entrado. Uno se ha acomodado enfrente de la puerta atándose los cordones de los zapatos sin ningún disimulo, y el segundo está a veinte metros del primero, fingiendo extraordinariamente bien que echa un vistazo al escaparate de un quiosco de prensa. Por cierto, en el lugar más visible destaca la portada del último número mensual de
Lo Más
. Excelente la portada que diseñó Filippok: en blanco y negro, al estilo de los ascéticos años veinte posteriores a la crisis, con el retrato de Angelina Lollobrigida, con esos ojos, esos labios, la encarnación del sexo.

»Pero Bárbara es mejor.

»¿Para qué y quién me necesita? ¿En base a qué artículo me persiguen, si año tras año cada mañana recorro la misma simplísima ruta, de casa al trabajo? ¿Quieren explicaciones sobre el orden del día? Mi dirección y mis teléfonos son conocidos. Es más sencillo y rápido llamar a la redacción, presentarse con nombres falsos y hacer unas cuantas preguntas astutas.

»Los organizadores de espionaje son gente rara. Sin duda son inteligentes, racionales, y es evidente que desprecian las tecnologías modernas. Está aceptado pensar que en nuestros tiempos vigilan a los ciudadanos simplemente apretando un botón: satélites, helicópteros incorpóreos y todo lo demás. Sin embargo, el espionaje desde un satélite cuesta muy caro, y además sólo se puede llevar a cabo cuando el cielo está totalmente despejado. El espionaje a través del sistema de videocontrol de la policía existe exclusivamente para las instituciones oficiales. Quien haya decidido perseguir al periodista Saveliy Hertz sabe muy bien que los viejos y amables agentes secretos son baratos y efectivos, y que esconderse de un par de ojos sintéticos y atentos es mucho más difícil que escapar de los satélites. El androide no pierde la concentración y nunca tiene que ausentarse para ir a orinar.»

Hertz se dio cuenta de que se había tranquilizado. Incluso se quitó la chaqueta de petimetre con botones colgantes. ¿Quiénes eran los organizadores de ese seguimiento que respetaban la vieja escuela? ¿A quién le había vetado el camino? Por ejemplo, en el último número en blanco y negro, en la sección «El más peligroso», había un reportaje sobre el proceso judicial del magnate de la explotación de los bosques Stepan Prosloiko, creador de un inmenso laboratorio para estudiar el crecimiento de los tallos. El laboratorio ha estado trabajando intensamente durante los diez últimos años, pero sus empleados nunca han investigado los medios para acabar con la hierba, sino que se dedicaban a limpiar la pulpa. El señor Prosloiko, un tipo que se siente cómodo en la alta sociedad y patrocinador de festivales de música clásica, resultó ser un canalla y un traficante, y su laboratorio producía en cantidades masivas pulpa en el décimo nivel de destilación. En resumen, al magnate y patrocinador le han caído quince años de cárcel, aunque no delató a los fabricantes, asumió él mismo toda la responsabilidad. Y antes de la publicación del artículo presionaron a Saveliy y le aconsejaron no arriesgarse. ¿Puede ser que los amigos del elitista millonario hayan decidido intimidar al periodista rebelde?

«Es absurdo —se dijo Saveliy a sí mismo—, imaginaciones cinematográficas. Prosloiko hace tiempo que está en la celda de aislamiento. ¿Para qué mearse encima de un periodista cuando el artículo ya se ha publicado? Además, estos vampiros, mafiosos herbívoros, no se van a rebajar a perseguirme. Mandar a un clon mudo para que estrangule a la víctima en el ascensor con sus solas manos, ése sí es su método.»

La víctima estiró las piernas y se puso a pensar, concentrada. Por supuesto, se puede llamar a la policía y denunciar que a un famoso y respetado periodista lo persiguen dos hombres sospechosos. Un destacamento entero aparecerá en un espacio de ciento veinte segundos. Pero incluso antes que la policía, llegarán a toda prisa los
paparazzi
, y por la tarde todos los canales amarillos difundirán el escándalo. ¡Unos desconocidos persiguen al jefe de la revista
Lo Más
! ¡El jefe de la revista
Lo Más
exige protección a las autoridades! ¡El jefe de la revista
Lo Más
asustado hasta la muerte por unos androides! Encontrarán la forma de exponerlo para rebajar al máximo a la víctima, pues la prensa amarilla trafica antes que nada con la humillación.

O tomemos el penúltimo número, la sección de «El más divertido», donde lo más destacado era una sesión de fotografía burlona para la presentación del nuevo club Nanopiano
[10]
. Trescientos invitados VIP, con los dientes pintados con laca roja, fisonomías asimétricas, abuelas con brillantes, todos ellos llegan a toda prisa levantando las piernas, siguiendo las mejores tradiciones de las tabernas de las estaciones de tren de finales del siglo XX. Sobre las enormes mesas, en vajilla de plata, se veía la pulpa cruda dispuesta a modo de rodajas de limón. Según la última moda del mundo superior, se come no con cuchara, sino directamente con las manos, se supone que porque así coloca más y dura más el efecto.

En el objetivo aparecieron dos o tres niñatos, hijos de funcionarios del gobierno con altos cargos. La opinión pública aulló, la revista se agotó en dos o tres días, y al cabo de una semana, uno de los promotores, disfrazado de homosexual con autoridad, entró en el restaurante Soma, se dirigió a la mesa de Saveliy Hertz, y lo amenazó babeando y apagando un puro en el plato de ensalada de aguacate del redactor jefe, tras lo cual, éste le propinó un puñetazo en la mandíbula.

Pero este tipo de gente no va a montar un espectáculo mediante la vigilancia externa de alguien, no es su estilo. Ya le habían declarado la guerra a Hertz. Todo Moscú sabe que el cronista de la revista
Lo Más
ya no puede entrar en las fiestas privadas.

El redactor jefe pidió un segundo café.

En la mesa contigua se sentaron dos personas, un hombre y una mujer, ambos con cascos de motociclistas. «Ésa es una buena salida —pensó entusiasmado el redactor jefe acorralado en un rincón—: Acercarse a los chicos y pedirles un favor, tal vez ofrecerles dinero. La chica esperará media hora. Tierna, medio dormida, con aspecto de ser más que tonta, de no tener prisa por ir a ninguna parte. Y el chico, sin pensarlo, acerca la moto a la entrada del establecimiento y espera. Yo salgo, salto al asiento trasero y el tío aprieta el acelerador a fondo. Los androides corren muy de prisa, pero de todos modos no alcanzan los cien kilómetros por hora en dos segundos. De verdad, son unos tíos muy serios. Se dice que ven a través de las paredes, que pueden oír el menor cuchicheo y saben leer los labios. En seguida averiguarán mi pensamiento. Sí, y a juzgar por la carita suave del chico con el equipo de motociclista, parece un ciudadano que respeta las leyes. Probablemente se negará…

»¿Qué más puedo hacer? Supongamos que puedo probar con el método del abuelo. Entrar en un vagón de una vía monorraíl y saltar justo en el momento en que se cierren las puertas. —Saveliy se pilló tamborileando nerviosamente con los dedos en la superficie de la mesa—. Claro que se puede probar, pero las personas artificiales reaccionan como un rayo y tienen la fuerza de un toro; pueden perfectamente sujetar las puertas o romper el cristal con la cabeza. Saltarán a toda velocidad, sin problema. Las máquinas son máquinas, les dan una orden y la cumplen.

»Pero ¿quién ha dado la orden? ¿Quién mueve las marionetas?

Saveliy dio un trago. Gracias a Dios, el café aquí no es chino, sino brasileño. Cuando todo alrededor es chino, uno acaba por hartarse y quiere algo que no sea chino, incluso si se paga con el dinero de un depósito chino.

«Ya lo tengo. Hay otro medio, antiguo y sencillo, hasta agradable. Se puede cambiar la rutina del trabajo. No aparecer ni por asomo en la redacción. Pasear a los espías por la ciudad, hacer como que eres un sibarita disoluto, ir a la piscina, al salón de masajes, visitar una exposición. Ir al teatro, o a un partido de hockey. Jugar al billar de tres dimensiones como antes. Contactar con cincuenta mujeres y hombres absolutamente innecesarios. Visitar, por ejemplo, a un conocido de la competencia, de la revista
La Rusia Vertical
, y de paso preguntarle por qué razón los muy insolentes periódicamente intentan engatusar a los anunciantes de su revista. Ojalá los amos de los androides analicen mis contactos, comprueben cuáles son mis conocidos casuales, que piensen que Saveliy Hertz es un ocioso mundano, que su vida es un carnaval continuo: cócteles, entretenimientos, frivolidades…»

El redactor jefe suspiró. En algún momento, treinta años atrás, él mismo pensaba así. Pero ahora… De la mañana a la noche en la oficina, falta absoluta de tiempo, un montón de dinero por el alquiler, una economía sujetada por los pelos y, en lugar de un colectivo laboral disciplinado, una pandilla de relajados humanistas. No, a la redacción tenía que ir de todos modos.

Acabó su bebida, cogió la chaqueta y se levantó.

«Por cierto, el bar tiene otra salida. Puedo salir corriendo ahora mismo a toda velocidad, y dentro de diez segundos estaré al lado de los ascensores, y si al menos uno de ellos tiene la puerta abierta, tendré la oportunidad de darles esquinazo. Voy a marearlos persiguiéndome por pisos, escaleras, escaleras mecánicas, por espacios fuertemente iluminados, cruzando tiendas colgadas en el aire, invernaderos, parques, restaurantes, galerías, terrazas, arriba y abajo, desde el nivel cincuenta al ochenta, ida y vuelta. Se dice que en un tiempo el hombre ganaba a la máquina en el juego de ajedrez. ¿Por qué el hombre no puede ganar ahora otra vez a la máquina como en una antigua competición llamada “persecución”?»

Se llenó el pecho de aire. Ahora.

Avanzó despacio y pasó justo al lado de sus perseguidores. El que estaba atándose los cordones de los zapatos se volvió y sin prisas empezó a alejarse. «Me esquiva el muy canalla, no quiere acortar la distancia», pensó Saveliy. De cinco grandes zancadas alcanzó al agente secreto y le dio unos golpes en el hombro, duro como un tronco.

El androide fingió una cortés perplejidad. Con el rabillo del ojo Hertz controlaba al segundo, que seguía, como antes, paseándose por el quiosco de prensa.

—Me estás siguiendo, ¿verdad? —preguntó Hertz.

—Perdón —dijo con voz retumbante el androide—. No entiendo…

Saveliy le dio un empujón en el pecho.

—Lo entiendes todo. Lo entiendes todo, cabrón.

—Le pido perdón…

—¡Largo de aquí! —ordenó en voz baja Saveliy—. Saluda de mi parte a tus amos. Diles que si tienen algo que preguntarme, que vengan ellos y pregunten, pero que no envíen a unos retrasados mentales de plástico. ¿Entendido?

—¿Qué pasa? ¿Qué amos? —El hombre artificial fingió estupefacción de una manera natural.

—Que te largues de aquí, he dicho. —Hertz volvió a empujar al personaje artificial e intentó enviarle una mirada amenazante.

«Dicen que hay que golpearlos en la barriga, porque el procesador y el disco duro no lo tienen insertado en la cabeza, sino debajo del ombligo, donde está el centro de gravedad. No —decidió Saveliy—, no le voy a pegar en la barriga. Voy a sacar del bolsillo una pluma automática e intentaré clavársela en un ojo. No le saldrá sangre, porque en vez de sangre ellos tienen un gel anticongelante, y en vez de cerebro, un radiador que refrigera todo el sistema. Por tanto, no le pasará nada a este ser artificial. Le provocaré una avería, así sus amos sabrán con quién se la están jugando.»

Pero el androide, sin entrar en discusiones, empezó a retroceder hábilmente y desapareció por un rincón. Hertz echó una mirada a su alrededor. El segundo androide también había desaparecido.

En el tiempo que se dirigía al coche, se ponía al volante y salía del aparcamiento, no miró a los lados a propósito.

«Al diablo todos vosotros. Soy el redactor jefe de una revista influyente, estoy en fase de movimiento, mi mujer lleva a mi hijo en su interior. No quiero tener nada con vosotros.»

Capítulo 3

Lo primero que vio el redactor jefe al entrar en su despacho (la verdad es que Hertz todavía evitaba llamarlo suyo incluso de pensamiento. En todas partes aún vivía el espíritu del gran anciano) fue el perfil de un par de suelas de unos botines chinos baratos, de la talla cuarenta y cinco, con unos tacones vergonzosamente desgastados y dispuestos encima de una espaciosa mesa.

—Quita los pies de la mesa —ordenó Saveliy.

—¡Sí, señor redactor jefe!

Garri Godunov era el rey a la hora de impresionar con su conducta, pero como hombre profundamente cultivado (entre la gente del mundo del arte eso era posible), al instante cumplió el mandato y apartó los pies. También es verdad que al mismo tiempo se las ingenió para levantar indecentemente las rodillas y soltar a media voz un juramento.

—Como vuelvas a colarte otra vez en mi despacho —le informó Hertz con indiferencia—, ordenaré que no te dejen entrar.

—Eso suena horrible —respondió Godunov—. Arcaico y nada musical. Al estilo de los nobles de la literatura rusa clásica: «Fuera de aquí, conde insoportable, ordenaré que no le dejen entrar».

Se carcajeó. Desaliñado, repugnante, borracho e insolente. Compañero de estudios. Antiguo colega. Si todos los cínicos del mundo se reunieran en una manifestación, él llevaría la bandera. Un cerebro superdotado, dos metros de cuerpo desgarbado, una mueca permanente de asco, una nariz rota varias veces. Pelos de punta, dientes marrones. De su cuello delgado y nudoso colgaban unos amuletos en una cuerda de cuero. Vestía una ridícula chaqueta acolchada y desgastada con la inscripción
Kannabis Uber Alles
. Hertz no se negó el placer de admirar una vez más el aspecto del genio, y pensó que los genios, en general, tienen el aspecto que se supone deben tener los genios, es decir, de loco.

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