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Authors: Alastair Reynolds

Tags: #ciencia ficción

Ciudad abismo (61 page)

BOOK: Ciudad abismo
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—Sea quien sea, está claro que necesita que le peguen un buen tiro. Desplegaos; cogeremos al pequeño cabrón.

—¡Te digo que no es él! Debería estar a tres manzanas al sur… y, aunque fuera él, ¿por qué iba a salir de su refugio?

—Porque íbamos a encontrarlo, claro.

—Fue demasiado rápido. Los del Mantillo no suelen serlo.

—Así que tienes un reto. ¿Te estás quejando?

Me arriesgué a asomarme al otro lado de mi hueco protector. Un trueno había escogido aquel preciso momento para caer; quedaron enmarcados en una completa claridad.

—¡Acabo de verlo! —gritó la otra mujer y entonces oí el silbido de una descarga de energía, seguida de un estallido de armas de proyectiles escupiendo en la noche.

—Tiene algo raro en los ojos —dijo la primera mujer—. ¡Le brillaban en la cara!

—Ahora empiezas a asustarte, Chanterelle. —Era la voz de uno de los hombres, quizá del oso, muy cerca ya. Todavía retenía la imagen mental del grupo en mi mente, grabada en la memoria, pero dejé que la imagen avanzara en mi cabeza y les permití caminar hacia donde sabía que estarían, como actores que siguieran las instrucciones del guión. Después salí de mi cobijo, disparé tres tiros, tres chirridos precisos de la pistola, y casi no tuve que volver a apuntar, ya que la vista coincidía muy bien con la imagen de mi cabeza. Disparé bajo e hice caer a tres de los cuatro con tiros en el muslo, apuntando aposta mal con el último, y después volví a esconderme detrás de la pared.

No se recibe un tiro en el muslo y se sigue en pie. Quizá fuera mi imaginación, pero creí oír tres chapoteos distintos cuando cayeron al agua. Era difícil de decir, ya que la otra cosa que no suele hacerse después de recibir un tiro en el muslo era permanecer en silencio. La herida que yo había recibido la noche anterior había sido relativamente indolora comparada con aquellas, ejecutada con precisión por una arma de rayos para duelos, con poca propagación. Aun así, no es que hubiera disfrutado mucho con la experiencia.

Mi apuesta consistía en que los tres del suelo quedarían fuera de juego, incapaces de apuntar sus armas aunque no hubieran caído fuera de alcance. Puede que intentaran disparar unos cuantos tiros al azar en mi dirección, pero (como la mujer que me había disparado en la pierna), no usaban el tipo de armas que perdonaban la falta de precisión. En cuanto a la cuarta, figuraba en mis planes y por eso no se le estaba derramando el alma en un charco de lluvia sucia en aquellos momentos.

Salí de mi escondite tras asegurarme de que la pistola se viera bien… lo que no era tan fácil teniendo en cuenta su tamaño; empecé a arrepentirme de no haber cogido también el enorme rifle estilo cachiporra de Zebra para darme apoyo moral.

—Pa-para —dijo la mujer que seguía en pie—. Para o te derribaré.

Estaba a unos quince metros de mí, con el arma apuntando más o menos en mi dirección: la señorita piel de leopardo, con la máscara de gato alunarado, aunque su paso había perdido buena parte de su aspecto felino.

—Baja el juguete —dije—. O yo lo bajaré por ti.

Si se hubiera parado a contemplar las heridas que había infligido a sus amigos lloricas, puede que se le hubiera ocurrido pensar que era un tirador más bueno de lo normal y, por tanto, capaz de hacer exactamente lo que había dicho. Pero estaba claro que no era del tipo contemplativo, porque lo que hizo fue subir ligeramente el ángulo del arma; vi cómo tensaba el antebrazo en el que la llevaba, preparándose para el retroceso del disparo.

Así que disparé primero y su arma le salió volando de la mano con un repique de balas de hielo rebotadas. Emitió un pequeño gañido canino y se examinó rápidamente la mano para comprobar que seguía teniendo todos los dedos.

Me sentí insultado. ¿Por quién me tomaba, por un aficionado?

—Bien —dije—. La has soltado. Qué lista; así evitarás que te meta una bala en el nervio braquial. Ahora aléjate de esas malas imitaciones de amigos que tienes y comienza a andar hacia el vehículo.

—Están heridos, hijo de puta.

—Mira el lado positivo. Podrían estar muertos. —
Y lo estarán si no consiguen ayuda en un futuro razonablemente próximo
, pensé. El agua que los rodeaba estaba adquiriendo un ominoso tono cereza, visible a la poca luz que quedaba—. Haz lo que te digo —dije—. Camina hacia el teleférico y empezaremos desde ahí. Puedes pedir ayuda una vez estemos en el aire. Por supuesto, si tienen mucha suerte, alguien del Mantillo llegará antes hasta ellos.

—Pedazo de cabrón. Seas quien seas.

Sin dejar de apuntar con la pistola, por turnos, a la mujer y a sus amigos heridos, pasé entre los cuerpos y los examiné por el rabillo del ojo.

—Espero que no tengan implantes —dije—. Porque he oído que a la gente del Mantillo le gusta cosecharlos y no estoy seguro de que sean muy quisquillosos con el papeleo.

—Pedazo de cabrón.

—¿Por qué estás tan enfadada conmigo? ¿Solo porque tuve el valor de defenderme?

—Tú no eres el blanco —dijo ella—. No sé quién eres, pero no eres el blanco.

—¿Y quién eres tú, por cierto? —Intenté recordar el único nombre que había escuchado usar al cuarteto de cazadores—. ¿Chanterelle? ¿Es ese tu nombre? Muy aristocrático. Supongo que tu familia gozaba de una buena posición en la Demarquía antes de que la Belle Époque se fuera al traste.

—No te creas que sabes algo sobre mí o sobre mi vida.

—Como si me interesara. —Me agaché y cogí uno de los rifles; inspeccioné las lecturas de los cartuchos para averiguar si seguía siendo funcional. Me sentía inquieto, aunque la situación estaba más o menos bajo control. Tenía la sensación (indefinible, pero no por ello menos presente) de que otro de los suyos acechaba detrás del equipo principal, de que me estaba observando por la mirilla de algún arma de gran potencia y precisión nada deportiva. Pero intenté no demostrarlo—. Me temo que te han engañado, Chanterelle. Mira mi cabeza. ¿Lo ves? Ahí hay una herida, de un implante. Pero nunca funcionó bien. —Corrí el riesgo, supuse que Waverly habría realizado el trabajo en la verdadera víctima antes de morir, o que habría sido reemplazado rápidamente por un suplente igual de hosco—. Te engañaron. El hombre trabajaba para los saboteadores. Quería tenderte una trampa. Así que modificaron el implante para que el rastro de la posición no fuera preciso. —Sonreí con aire de superioridad, aunque no tenía ni idea de si aquello era posible—. Pensabais que estaba a manzanas de aquí, así que no esperabais una emboscada. Tampoco esperabais que estuviera armado pero, bueno, algunos días te toca el premio gordo. —Después miré a su amigo oso—. No, perdona. Hoy me ha tocado a mí el gordo, ¿no?

El hombre se revolvía en el agua con las manos apretadas contra el muslo. Comenzó a decir algo, pero le di una patada para que se callase.

Chanterelle casi había llegado a la cuña negra del teleférico. Gran parte de mi apuesta dependía de que el vehículo estuviese vacío, pero solo en aquel momento me sentí más o menos seguro de que el riesgo había merecido la pena y de que nadie se escondía dentro.

—Entra —le dije—. Y no intentes nada raro; no soy famoso por mi gran sentido del humor.

El coche tenía un interior ostentoso, con cuatro lujosos asientos color granate, un reluciente panel de control y un bar bien surtido instalado en una pared, junto con un bastidor lleno de brillantes armas y trofeos. Mantuve la pistola apuntada a su nuca y obligué a Chanterelle a que nos elevara.

—Supongo que tienes un destino en mente —dijo ella.

—Sí, pero por ahora solo quiero que ganes una buena altitud y que me pasees. Puedes enseñarme la ciudad, si quieres. Hace una noche maravillosa para el turismo.

—Llevas razón —dijo Chanterelle—. No eres famoso por tu sentido del humor. De hecho, tienes tanta gracia como la Plaga de Fusión. —Pero, después de aquella agudeza se puso en marcha a regañadientes y dejó que el coche se dedicara a sus bamboleos antes de darse la vuelta para mirarme a la cara—. ¿Quién eres en realidad y qué quieres de mí?

—Soy quien he dicho ser, alguien a quien han metido en vuestro jueguecito para igualar un poco las cosas, que ya lo necesitaban.

Movió la mano rápidamente para tocarme la sien… lo que era prueba de una gran valentía o de una estupidez considerable, dada la proximidad de mi pistola a su cráneo y de mi demostrada predisposición a usarla.

Frotó el lugar del que Dominika había extirpado el implante de la cacería.

—No está aquí —dijo Chanterelle—. Si es que lo estuvo alguna vez.

—Entonces Waverly me mintió a mí también. —La observé en busca de una reacción anómala, pero que usara el nombre de aquel hombre no pareció resultarle poco razonable—. Nunca llegó a poner el dispositivo.

—Entonces, ¿a quién seguíamos?

—¿Cómo voy a saberlo yo? No se usan los implantes para seguir a la presa, ¿o sí? ¿Es que se trata de un nuevo refinamiento del que no sé nada? —Mientras hablaba, el coche realizó una de sus desagradables caídas en picado al saltar entre cables que estaban un poquito demasiado separados para mi gusto.

Chanterelle ni siquiera pestañeó.

—¿Te importa que pida ayuda para mis amigos?

—Adelante, por favor —le dije.

Parecía más nerviosa al hacer la llamada que en ningún otro momento desde que nos habíamos encontrado. Chanterelle se inventó la historia de que habían bajado al Mantillo a rodar un documental que estaban haciendo y que ella y sus amigos habían sido abordados por una cruel banda de cerdos adolescentes. Lo dijo con tal convicción que casi me lo creí hasta yo.

—No voy a hacerte daño —le dije mientras me preguntaba si sonaría creíble—. Solo quiero que me des cierta información, información de carácter muy general, que no te supondrá un problema darme. Después quiero que me lleves a un lugar de la Canopia.

—No confío en ti.

—Claro que no. Yo no lo haría. Pero no te lo estoy pidiendo. No te estoy poniendo en una situación en la que tu confianza en mí sea de alguna relevancia. Me limito a apuntarte con una pistola a la cabeza y darte órdenes. —Me lamí los labios, sedientos y secos—. O haces lo que te digo o redecoras el interior del coche con tu cráneo. No es la decisión más difícil del mundo, ¿no?

—¿Qué quieres saber?

—Háblame sobre el Juego, Chanterelle. He oído la versión de Waverly y lo que me dijo parecía bastante razonable, pero quiero estar seguro de comprenderlo todo. Puedes hacerlo, ¿verdad?

Chanterelle resultó ser bastante elocuente. En parte lo achaqué a la amabilidad natural que suele atacar a la gente cuando tiene una pistola en la cabeza. Pero me pareció que gran parte de ello radicaba en el hecho de que a Chanterelle le gustaba mucho escuchar su propia voz. Y no podía culparla del todo por ello. Era una voz muy agradable y provenía de una cabeza bastante atractiva.

Su familia se llamaba Sammartini y me contó que se trataba de uno de los clanes más importantes de la estructura de poder anterior a la plaga, un linaje que se remontaba a la era amerikana. Las familias que podían contar sus descendientes hasta tan lejos eran muy estimadas; lo más parecido a la realeza en las enrarecidas alturas de la sociedad de la Belle Époque.

Su familia tenía contactos con el clan más famoso, los Sylveste. Recordé que Sybilline me había hablado sobre Calvin, el hombre que había resucitado las olvidadas y desacreditadas tecnologías de escaneado neural que permitían que los vivos fueran convertidos (mortalmente, según resultó al final) en simulaciones de ordenador inmortales.

Por supuesto, a los transmigrantes no les había importado que sus cuerpos quedaran destruidos en el proceso de escaneado. Pero cuando las simulaciones comenzaron a fallar, ya no estaban tan contentos. Hubo setenta y nueve voluntarios en la primera oleada de transmigrantes (ochenta, si se contaba a Calvin), y la mayoría de aquellas simulaciones dejaron de funcionar mucho antes de que la plaga atacase a los soportes lógicos en los que se basaban. Para conmemorar a los fallecidos, habían construido un enorme y abatido Monumento a los Ochenta en el centro de la ciudad, donde los familiares que seguían siendo corpóreos atendían los altares de sus difuntos. Seguía estando allí después de la llegada de la plaga.

La familia de Chanterelle Sammartini estaba entre las conmemoradas.

—Pero tuvimos suerte —dijo ella, en tono casi afectuoso—. Los escaneados de los Sammartini estuvieron dentro del cinco por ciento que nunca fallaron y, como mi abuela y mi padre ya tenían hijos, nuestro linaje continuó en forma corpórea. —Intenté meterme todo aquello en la cabeza. Su familia se había bifurcado, una rama de ella se había propagado en una simulación y la otra en lo que irónicamente llamábamos «realidad». Y para Chanterelle Sammartini aquello era tan normal como si tuviera familiares viviendo en otro país o en otra parte del sistema—. Como no teníamos ningún estigma, nuestra familia patrocinó más investigaciones y siguió donde lo había dejado Calvin. Nuestros lazos con la Casa Sylveste siempre habían sido estrechos, y tuvimos acceso a casi todos los datos de su investigación. Avanzamos con rapidez. Modos no letales de escaneado. —Su tono de voz cambió y se volvió quejumbroso—. ¿Por qué quieres saber esto? Si no eres del Mantillo, debes ser de la Canopia. En cuyo caso ya sabes lo que te estoy contando.

—¿Por qué asumes que no soy del Mantillo?

—Eres listo, o al menos no eres estúpido sin remedio. Y no es un cumplido, por cierto. Solo es una observación.

Estaba claro que la idea de que yo fuera de más allá del sistema estaba tan lejos de las normas aceptadas por Chanterelle que ni siquiera se lo había planteado.

—Sígueme la corriente, ¿vale? ¿Te han escaneado, Chanterelle?

Entonces sí que me miró como si fuera estúpido.

—Pues claro.

—Duplicados interactivos… ¿cómo los llamáis?

—Simulaciones de nivel alfa.

—Así que en estos momentos existe una simulación de ti misma en algún lugar de la ciudad.

—En órbita, idiota. La tecnología que facilita el escaneado nunca hubiera sobrevivido a la plaga si no estuviera en cuarentena.

—Por supuesto, tonto de mí.

—Subo seis o siete veces al año para actualizarla. Visitar Refugio es como tomarse unas pequeñas vacaciones. Es el hábitat que está en la parte más alta del Cinturón de Óxido, a salvo de cualquier espora de la plaga. Y después me escanean y la simulación que ya está funcionando asimila mis últimos dos o tres meses de experiencias. No pienso en ella como en una copia de mí. Es más como una hermana mayor y más sabia que sabe todo lo que me pasa… como si hubiera estado vigilándome toda la vida.

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