Ciudad abismo (63 page)

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Authors: Alastair Reynolds

Tags: #ciencia ficción

BOOK: Ciudad abismo
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—Tus amigos estarán bien —dije—. Mañana a estas horas ni siquiera cojearán, a no ser que decidan quedarse con las heridas para presumir. Y tendrán una buena historia que contar en los círculos de cazadores.

—¿Y qué me dices de tu nombre?

—Llámame Tanner —respondí mientras la obligaba a avanzar.

Un viento cálido y húmedo nos recibió al cruzar la plataforma hacia la entrada con arco que llevaba hasta Escher Heights. Unos cuantos palanquines nos adelantaron como si fueran tumbas móviles. Al menos había decidido no llover. Quizá la lluvia era menos frecuente en aquella parte de la ciudad, o quizá estábamos a la suficiente altura como para escapar de sus peores efectos. Todavía tenía la ropa mojada de mi espera en el Mantillo, pero en ese sentido Chanterelle no tenía mejor aspecto que yo.

El arco conducía a un recinto bien iluminado, fresco y con aire perfumado, de cuyo techo colgaban faroles, pancartas y circuladores que giraban con lentitud. El pasillo hacía una suave curva a la derecha y cruzaba estanques ornamentales por medio de puentes de piedra. Por segunda vez desde que llegara a la ciudad, vi una carpa que me miraba con la boca abierta.

—¿Qué es lo que tiene ese pez? —pregunté.

—No deberías hablar de ellos así. Significan mucho para nosotros.

—Pero solo son carpas.

—Sí y fueron las carpas las que nos proporcionaron la inmortalidad. O al menos los primeros pasos hacia ella. Las carpas viven mucho. Hasta en estado salvaje, realmente no mueren de viejas. Solo se hacen más y más grandes hasta que sus corazones no pueden más. Pero no es lo mismo que morir de viejo.

Oí a Chanterelle murmurar algo que podría haber sido «Dios bendiga a las carpas» cuando cruzamos el puente y permití que mis labios imitaran el sentimiento. No quería que me vieran hacer nada raro.

Las paredes eran cristalinas, un motivo repetido hasta el infinito de octágonos en movimiento, pero a distancias intermitentes habían sido ahuecadas para admitir pequeñas boutiques y salones que ofrecían servicios en floridos garabatos de neón o de parpadeante luz holográfica. La gente de la Canopia compraba o paseaba; la mayoría de ellos eran parejas jóvenes, o al menos lo parecían, aunque había pocos niños y los que vi bien podrían haber sido adultos con neotenia en su última imagen corporal o hasta mascotas andromorfas programadas con unas cuantas frases infantiles.

Chanterelle me condujo hasta una cámara mucho mayor, un enorme salón abovedado de magnificencia cristalina en el que convergían varios centros comerciales y plazas de distintos niveles. Del techo colgaban arañas de luces del tamaño de cápsulas de reentrada. Los caminos se entrecruzaban entre sí y serpenteaban alrededor de estanques de carpas y cascadas ornamentales, rodeando pagodas y teterías. El centro del atrio lo ocupaba un enorme acuario de cristal con bordes de metal con filigranas. Había algo en el acuario, pero demasiada gente se agolpaba en su perímetro con parasoles, abanicos y mascotas con correa, así que no podía verlo.

—Voy a sentarme en esa mesa —dije, y esperé hasta que Chanterelle me prestó atención—. Vas a ir hasta esa tetería y pedirás una taza de té para mí y algo para ti. Después, vas a volver a la mesa y vas a poner cara de pasártelo bien.

—¿Vas a estar apuntándome todo el rato?

—Considéralo un cumplido. No puedo quitarte los ojos de encima.

—Eres la monda, Tanner.

Sonreí y me acomodé en una silla, de repente consciente de la suciedad del Mantillo que me cubría y del hecho de que, rodeado de los llamativos paseantes de la Canopia, parecía un enterrador en medio de un carnaval.

Casi esperaba que Chanterelle no volviera con el té. ¿Realmente pensaba que le dispararía allí, por la espalda? ¿Se imaginaba también que era capaz de apuntar con el arma dentro del bolsillo sin correr el riesgo de alcanzar a otra persona? Tendría que haberse alejado de mí tranquilamente y aquello habría puesto fin a nuestra relación. Y, como sus amigos, tendría una buena historia que contar, aunque la noche de caza no hubiera transcurrido como habían planeado. No la hubiera culpado. Intenté sentir cierta antipatía por ella, pero no logré mucho. Podía ver las cosas desde el punto de vista de Zebra con bastante claridad, pero lo que me había contado Chanterelle también tenía sentido. Ella pensaba que las personas a las que cazaban eran malas y que debían morir por lo que habían hecho. Chanterelle estaba equivocada con respecto a las víctimas pero ¿cómo iba a saberlo? Desde su punto de vista (sin haber disfrutado del exquisito punto de vista que Waverly me había ofrecido), las acciones de Chanterelle eran casi loables. ¿Acaso no le estaba haciendo un favor al Mantillo asesinando a sus peores especímenes?

Ya era demasiado permitir que aquel concepto me entrara en la cabeza, aunque me hubiera detenido antes de acomodarlo.

Sky Haussmann hubiera estado muy orgulloso de mí.

—No pongas esa cara de agradecimiento, Tanner.

Chanterelle había regresado con el té.

—¿Por qué has vuelto?

Ella puso las dos copas en la mesa de hierro, después se sentó delante de mí, con movimientos sinuosos como los de un gato. Me pregunté si habrían ajustado el sistema nervioso de Chanterelle para darle aquel toque felino, o si lo habría logrado tras mucha práctica.

—Supongo —dijo ella— que todavía no me había aburrido de ti. Quizá todo lo contrario. Estoy intrigada. Y ahora que estamos en un lugar público, no te encuentro tan amenazador.

Sorbí el té. Casi no sabía a nada, era el equivalente oral de una acuarela de pálida exquisitez.

—Debe haber algo más.

—Cumpliste tu palabra con mis amigos. Y creo que podrías haberlos matado. Pero en vez de eso les hiciste un favor. Les enseñaste lo que realmente es el dolor (el dolor de verdad, no la suave aproximación de los experienciales) y, como tú dijiste, les diste algo de lo que presumir después. Llevo razón, ¿verdad? Podrías haberlos matado con la misma facilidad y no hubiera supuesto ninguna diferencia para tus planes.

—¿Qué te hace pensar que tengo planes?

—La forma en que haces preguntas. También creo que, sea lo que sea lo que necesitas hacer, no tienes mucho tiempo para hacerlo.

—¿Puedo hacer otra pregunta?

Chanterelle asintió y aprovechó aquel momento para quitarse la máscara de gato de la cara. Tenía ojos leoninos con pupilas verticales, pero el resto de la cara era bastante humano, ancha y abierta, con pómulos altos rodeados de un halo de rizos castaños que le caían hasta el cuello.

—¿Cuál es, Tanner?

—Justo antes de que disparara a tus amigos, uno de ellos dijo algo. Puede que fueras tú, pero no lo recuerdo bien.

—Adelante. ¿Qué era?

—Que yo tenía algo raro en los ojos.

—Esa fui yo —dijo Chanterelle incómoda.

Así que no me lo había imaginado.

—¿Qué dijiste? ¿Qué viste?

Su voz bajó de tono, como si supiera lo extraña que se había vuelto la conversación.

—Era como si brillaran, como si tuvieras dos puntos brillantes en la cara —hablaba con nerviosismo—. Supuse que llevabas algún tipo de máscara y que te la habías quitado antes de volver a salir. Pero no la llevabas, ¿verdad?

—No. No la llevaba. Pero ojalá fuera así.

Ella me miró a los ojos, mientras las rendijas verticales de los suyos se entrecerraban para fijarse bien.

—Fuera lo que fuese, ya no lo tienes. ¿Me estás diciendo que no sabes por qué pasó?

—Supongo —dije tras terminar el té aguado con poco entusiasmo— que tendrá que seguir siendo uno de esos pequeños misterios de la vida.

—¿Qué clase de respuesta es esa?

—La mejor que puedo ofrecerte en estos momentos. Y si te suena como lo que diría alguien un poco asustado de lo que pueda esconder la verdad, quizá no estés muy equivocada. —Metí la mano bajo el abrigo y me rasqué el pecho, porque la piel me picaba bajo las ropas Mendicantes empapadas de sudor—. Preferiría dejar el tema por ahora.

—Siento haberlo sacado —dijo Chanterelle, cargada de ironía—. Bueno, ¿y ahora qué, Tanner? Ya me has dicho que te sorprendió que regresara. Eso me indica que mi presencia no te resulta vital o habrías hecho algo al respecto. ¿Quiere eso decir que ahora nos iremos cada uno por nuestro lado?

—Casi pareces decepcionada. —Me pregunté si Chanterelle habría notado que mi mano había soltado la pistola hacía varios minutos y que prácticamente no había pensado en el arma en ese tiempo—. ¿Tan fascinante soy o es que estás más aburrida de lo que imaginaba?

—Probablemente un poco de todo. Pero sí que eres fascinante, Tanner. Peor todavía, eres un puzzle del que solo he resuelto la mitad.

—¿Ya has resuelto la mitad? Será mejor que frenes. No soy tan insondable como crees. Si arañas la superficie puede que te sorprenda lo poco que hay debajo. Solo soy…

¿Qué iba a decirle? ¿Solo soy un soldado, un hombre que cumple su palabra? ¿Solo un idiota que ni siquiera sabía cuándo había llegado el momento de romperla?

Me levanté y saqué la mano del bolsillo para que lo viera.

—Me vendría bien tu ayuda, Chanterelle, eso es todo. Pero no hay más que lo que ves. Si quieres enseñarme algo de este lugar, te lo agradecería. Pero puedes irte ya.

—¿Tienes dinero, Tanner?

—Un poco. Nada que suponga mucho aquí, me temo.

—Enséñame lo que tienes.

Saqué un puñado de billetes Ferris grasientos y los puse en su lamentable totalidad sobre la mesa.

—¿Qué puedo comprarme con eso? ¿Otra taza de té, con suerte?

—No lo sé. Es suficiente para comprar otra muda de ropa y creo que no te vendría mal si quieres mezclarte un poco con el ambiente.

—¿Tan fuera de lugar parezco?

—Tanner, pareces tan fuera de lugar que puede que corras grave peligro de iniciar una moda nueva. Pero por algún motivo creo que no es eso lo que tenías en mente.

—La verdad es que no.

—No conozco Escher Heights lo bastante como para recomendarte lo mejor, pero he visto algunas boutiques por el camino que deberían servirte.

—Me gustaría ver primero ese acuario, si no te importa.

—Ah, eso sí sé lo que es. Es Matusalén. Se me había olvidado que lo tenían aquí. —Me sonaba el nombre vagamente y me dio la impresión de que ya lo había recordado un poco aquella tarde. Pero Chanterelle comenzó a alejarme de allí—. Podemos volver después, cuando no llames tanto la atención.

Suspiré y levanté las manos para rendirme.

—Puedes enseñarme también el resto de Escher Heights.

—Por qué no. Después de todo, la noche todavía es joven.

Chanterelle hizo algunas llamadas mientras caminábamos hacia la boutique más cercana para dar con sus amigos y averiguar si estaban sanos y salvos en la Canopia, pero no les dejó ningún mensaje y nunca volvió a mencionarlos. Supongo que así era como funcionaba: muchas de las personas que vi en Escher Heights conocerían el Juego y puede que hasta lo siguieran con avidez, pero nunca se lo admitirían a sí mismas fuera de los salones privados en los que se reconocía y celebraba la existencia del deporte.

En la boutique trabajaban dos criados bípedos de color negro satinado, mucho más sofisticados que cualquier otro de los que había visto hasta aquel momento. No dejaban de rezumar falsos cumplidos, aunque yo sabía que parecía un gorila que había irrumpido por accidente en un almacén de suministros teatrales. Seguí los consejos de Chanterelle para escoger una combinación que no me ofendiera ni me dejara en la bancarrota. Los pantalones y la chaqueta eran de corte parecido a la ropa de los Mendicantes, que descarté con agrado, pero la tela era de una ostentación salvaje en comparación, llena de danzarines hilos metálicos en reluciente oro y plata. Me sentía llamativo, pero cuando dejé la boutique (con el abrigo de Vadim volando detrás de mí) la gente no me daba más que un vistazo de soslayo en vez de observarme de forma suspicaz, como antes.

—Entonces, ¿cuándo vas a contarme de dónde eres? —me preguntó Chanterelle.

—¿Qué has averiguado tú?

—Bueno, no eres de por aquí. No de Yellowstone; casi seguro que no del Cinturón de Óxido; probablemente de ningún otro enclave del sistema.

—Soy de Borde del Firmamento —dije—. Llegué en el
Orvieto
. En realidad, suponía que ya te habías dado cuenta por la ropa de los Mendicantes.

—Lo hice, pero el abrigo me confundió.

—¿Esta cosa vieja? Me la donó un viejo amigo del Cinturón de Óxido.

—Lo siento, pero nadie dona un abrigo como ese. —Chanterelle tocó uno de los lustrosos y bastos retales cosidos sobre él—. No tienes ni idea de lo que significa, ¿verdad?

—Vale; lo robé. Supongo que era de alguien que también lo había robado. Un hombre que pasó por cosas peores.

—Eso es un poquito más creíble. Pero cuando lo vi por primera vez me hizo pensar. Y cuando mencionaste el Combustible de Sueños… —Había bajado la voz para decir las dos últimas palabras, casi en un susurro.

—Lo siento, me he perdido por completo. ¿Qué tiene que ver el Combustible de Sueños con un abrigo como este?

Pero, mientras lo decía, recordé cómo Zebra había hecho la misma conexión.

—Más de lo que te imaginas, Tanner. Hacías preguntas sobre el Combustible que te hacían parecer extranjero, pero llevabas el tipo de abrigo que decía que formabas parte del sistema de distribución; un proveedor.

—Entonces no me estabas contando todo lo que sabías sobre el Combustible de Sueños, ¿verdad?

—Casi todo. Pero el abrigo me hizo preguntarme si no estarías intentando engañarme, así que tuve cuidado con lo que decía.

—Pues dime ahora qué más sabes. ¿Cuál es el volumen del suministro? He visto a gente que se inyectaba unos cuantos centímetros cúbicos de una vez, con una reserva de unos cien centímetros cúbicos más. Supongo que el uso del Combustible de Sueños está restringido a un número relativamente pequeño de personas; quizá a ti y a tu élite, amigos de los riesgos y no mucho más. Unos cuantos miles de usuarios regulares en la ciudad como mucho, ¿no?

—Probablemente no te equivoques demasiado.

—Lo que implicaría un suministro regular en toda la ciudad de unos cientos de centímetros cúbicos por usuario y por año, ¿no? ¿Quizá un millón de centímetros cúbicos al año en toda la ciudad? La verdad es que no es mucho… aproximadamente un metro cúbico de Combustible de Sueños.

—No lo sé —Chanterelle parecía incómoda discutiendo lo que obviamente era una adicción—. Parece correcto. Solo sé que esa cosa es más difícil de conseguir de lo que solía serlo hace un año o dos. La mayoría hemos tenido que racionar el uso; tres o cuatro chutes a la semana como mucho.

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