—¿No gritó, ni jadeó ni nada por el estilo? —preguntó Rengo.
—No —respondió Sky—. Ni pío. —Hizo toda una exhibición de tristeza, pero procuró no pasarse. Después de todo, con Balcazar fuera de la ecuación, el camino hacia la capitanía estaba de repente mucho más despejado que antes, como si un complicado laberinto se revelara súbitamente como una ruta muy simple hasta su corazón. Él lo sabía; ellos también… y resultaría todavía más sospechoso si no templaba su pena con un ligero toque de placer ante su considerable buena suerte.
—Seguro que esos cabrones del
Palestina
lo han envenenado —dijo Valdivia—. Siempre estuve en contra del viaje, ¿sabes?
—Lo cierto es que fue una reunión bastante estresante —dijo Sky.
—Probablemente era lo único que necesitaba —dijo Rengo mientras se rascaba la piel rosa en carne viva bajo el ojo—. No hace falta culpar a otros. Simplemente no pudo con el estrés.
—Entonces, no había nada que yo pudiera hacer, ¿no?
El otro médico examinaba la red protésica que cruzaba el pecho de Balcazar, atada bajo la túnica abotonada a un lado que los dos hombres habían abierto. Valdivia toqueteó el dispositivo poco convencido.
—Esto debería haber disparado una alarma. Supongo que no oirías ninguna, ¿no?
—Como ya he dicho, ni pío.
—La maldita cosa debe haberse roto otra vez. Escucha, Sky —dijo Valdivia—. Si llega a saberse una palabra de esto, estaremos perdidos. Esa maldita red siempre se estaba rompiendo, pero últimamente Rengo y yo la hemos estirado mucho… —Resopló y sacudió la cabeza como si no pudiera creerse la cantidad de horas que habían trabajado—. Bueno, no digo que no la reparáramos, pero obviamente no podíamos pasar todo el tiempo cuidando de Balcazar y olvidándonos de todos los demás. Sé que en el
Brasilia
tienen cacharros mejores que esta basura desvencijada pero ¿de qué nos sirve?
—De muy poco —dijo Sky asintiendo con entusiasmo—. Otra gente hubiera muerto si le hubierais dedicado demasiada atención al anciano. Lo entiendo perfectamente.
—Espero que lo hagas, Sky… porque esto nos va a cubrir de mierda en cuanto se filtre la noticia de su muerte. —Valdivia miró de nuevo al capitán, pero si esperaba una recuperación milagrosa, no tuvo suerte—. Van a evaluar la calidad de nuestro soporte médico. A ti te van a interrogar sobre la forma en que manejaste el viaje al
Palestina
. Ramírez y esos cabrones del consejo van a intentar decir que nosotros la cagamos. Intentarán decir que tú fuiste negligente. Créeme; lo he visto antes.
—Nosotros sabemos que no fue culpa nuestra —dijo Sky. Miró al capitán, al reguero de saliva seca que le adornaba la charretera—. Era un buen hombre; nos sirvió bien hasta mucho después de la edad a la que debería haberse retirado. Pero era viejo.
—Sí, y hubiera muerto en un año, aproximadamente, pasara lo que pasara. Pero intenta explicarle eso a la nave.
—Bueno, entonces tendremos que cubrirnos las espaldas.
—Sky… no dirás nada, ¿verdad? ¿Sobre lo que te he dicho?
Alguien golpeaba la esclusa de aire para intentar llegar al taxi. Sky hizo caso omiso del tumulto.
—¿Qué quieres que diga exactamente?
El médico respiró.
—Tienes que decir que la red te avisó. No importa que no hicieras nada al respecto. No podías… no tienes ni los recursos ni la habilidad y estabas muy lejos de la nave.
Sky asintió, como si todo aquello fuera perfectamente razonable y justo lo que él habría sugerido.
—Siempre que nunca sugiera que la red protésica no llegó a funcionar nunca, ¿no?
Ya que lo pensaba, a Sky le parecía que el capitán estaba en calma. Tenía los ojos cerrados; uno de los médicos le había bajado las pestañas para darle cierta dignidad en la muerte. Era, como Payaso había dicho, del todo posible imaginarse que el hombre soñaba con su niñez. No importaba que su niñez a bordo de la nave hubiera sido tan estéril y claustrofóbica como la de Sky.
No dejaban de llamar a la puerta.
—Será mejor que deje entrar a ese tipo —dijo Sky.
—Sky… —imploró el primer médico.
Sky le puso una mano en el brazo al hombre.
—No te preocupes.
Se recompuso y puso la palma sobre el control de la puerta. Detrás había al menos veinte personas y todas querían ser la primera en entrar en la cabina. Todos intentaban ver al capitán muerto y expresar su preocupación, aunque secretamente esperaban que no fuera otra falsa alarma. Balcazar llevaba varios años con la desagradable costumbre de estar a punto de morirse.
—Dios mío —dijo uno de ellos, una mujer de Conceptos de Propulsión—. Es cierto, no es… en nombre de Dios, ¿qué ha pasado?
Uno de los médicos empezó a hablar, pero Sky fue más rápido.
—Su red protésica falló —dijo.
—¿Qué?
—Ya me has oído. Estuve pendiente de Balcazar en todo momento. Estaba bien hasta que la red empezó a dar la alarma. Le abrí la túnica y miré la lectura del diagnóstico. Decía que estaba teniendo un ataque al corazón.
—No… —dijo uno de los médicos, pero era como si hablara con una pared.
—¿Y estás seguro de que no estaba teniendo ninguno? —preguntó la mujer.
—Sería difícil. Estuvo hablando conmigo todo el tiempo, con bastante lucidez. No había signos de incomodidad, solo de irritación. Entonces la red me dijo que iba a intentar la desfibrilación. No hace falta que diga que en aquel momento empezó a mostrar inquietud.
—¿Y entonces qué pasó?
—Intenté quitarle la red, pero con todos los tubos que tenía introducidos me di cuenta de que no podría hacerlo en los segundos que tenía antes de comenzar la desfibrilación. Solo pude apartarme de él. Podría haber muerto yo también si llego a tocarlo.
—¡Miente! —gritó el médico.
—No le hagáis caso —dijo Sky tranquilamente—. Es lo que debe decir, ¿no? No digo que esto fuera deliberado… —Dejó que la palabra flotara en el aire, para que pudiera acomodarse en la imaginación de la gente antes de continuar—. No digo que fuera deliberado, solo que se trata de un terrible error causado por el exceso de trabajo. Miradlos. Estos dos hombres están al borde de la depresión nerviosa. No es de extrañar que empiecen a cometer errores. No deberíamos culparlos por eso.
Ya estaba. Cuando la conversación se reviviera en la memoria de la gente, lo que permanecería no sería la imagen de Sky intentando zafarse de la culpa, sino la de Sky siendo magnánimo en su victoria; incluso compasivo. Lo verían y aplaudirían, mientras que al mismo tiempo admitirían que había que asignar su parte de culpa a los médicos sonámbulos.
No verán nada de malo en ello
, pensó Sky. Un anciano importante y respetado había muerto en circunstancias lamentables. Era correcto y decente que se quisiera culpar a alguien.
Se había cubierto bien.
Una autopsia revelaría que el capitán había muerto de un fallo cardiaco, aunque ni la autopsia ni la lectura de la memoria de la red protésica ayudarían a aclarar la cronología de la muerte.
—Lo has hecho muy bien —dijo Payaso.
Cierto; pero Payaso se merecía también parte del mérito. Había sido él el que le había dicho que le desabrochara la túnica a Balcazar mientras dormía y el que le había enseñado a acceder a las funciones privadas de la red de modo que pudiera programarla para administrar un impulso desfibrilador aunque el capitán estuviera tan bien como siempre. Payaso había sido listo, aunque en cierto modo Sky sabía que siempre había poseído aquellos conocimientos. Pero Payaso los había rescatado de su memoria y se lo agradecía.
—Creo que formamos un buen equipo —dijo Sky entre dientes.
Sky observó los cadáveres de los hombres caer al espacio.
Valdivia y Rengo habían sido ejecutados de la forma más sencilla de la que disponían a bordo de una nave espacial: asfixia en un compartimento estanco, seguida de eyección al vacío. El juicio por la muerte del anciano había durado dos años de tiempo de la nave; muy lentamente, conforme se interponían las apelaciones, se encontraron discrepancias en la historia de Sky. Pero las apelaciones fallaron y Sky había conseguido explicar las discrepancias hasta contentar a casi todos. En aquellos momentos un séquito de oficiales de rango superior de la nave se arremolinaba en torno a las portillas adyacentes para intentar echar un vistazo a la oscuridad. Ya habían oído a los hombres moribundos golpear la puerta de la esclusa mientras el aire salía de la cámara.
Sí, había sido un duro castigo, reflexionó Sky… sobre todo dada la poca experiencia médica que quedaba a bordo de la nave. Pero tales crímenes no podían tomarse a la ligera. Casi no importaba que aquellos hombres no pretendieran matar a Balcazar con su negligencia, aunque la falta de intención en sí seguía abierta a la especulación. No; a bordo de una nave la negligencia era un crimen poco menor que el motín. También hubiera sido negligente no convertir a aquellos hombres en ejemplo.
—Los has asesinado —dijo Constanza, en voz lo bastante baja como para que solo él lo escuchara—. Puede que hayas convencido a los otros, pero no a mí. Te conozco demasiado bien, Sky.
—No me conoces en absoluto —dijo Sky con un siseo.
—Ah, pero sí que te conozco. Te conozco desde que eras un niño. —Ella sonrió de forma exagerada, como si los dos compartieran un divertido cotilleo—. Nunca has sido normal, Sky. Siempre has estado más interesado en cosas retorcidas, como Sleek, que en la gente real. O en monstruos como el infiltrado. Lo has mantenido vivo, ¿verdad?
—¿Mantenido vivo a quién? —preguntó Sky con una expresión tan forzada como la de Constanza.
—Al infiltrado. —Ella lo miró con ojos entrecerrados y suspicaces—. Si es que ocurrió así de verdad. De todos modos, ¿dónde está? Hay cientos de lugares en los que podrías esconder una cosa como esa a bordo del
Santiago
. Algún día lo averiguaré, ¿sabes? Pondré fin a los experimentos sádicos que estés llevando a cabo. De la misma forma que probaré que les tendiste una trampa a Valdivia y Rengo. Tendrás tu castigo.
Sky sonrió y pensó en la cámara de tortura en la que guardaba a Sleek y al quimérico. El delfín estaba bastante menos cuerdo que antes: era una máquina de puro odio que solo existía para infligir daño al quimérico. Sky había condicionado a Sleek para que culpara al saboteador de su encierro, y el delfín había asumido el papel del diablo frente al dios en el que Sky se había convertido para el quimérico. Había sido mucho más fácil darle forma así, ofreciéndole una figura de miedo y desprecio, junto con otra a la que reverenciar. De forma lenta pero segura, el quimérico se acercaba al ideal que Sky siempre había tenido en mente. Para cuando lo necesitara (y todavía faltaban años para aquello), el trabajo estaría hecho.
—No sé de qué me hablas —le dijo a Constanza.
Una mano se apoyó en su hombro. Era Ramírez, el líder del consejo ejecutivo, el órgano de la nave que tenía poder para elegir a alguien para la vacante de la capitanía. Ramírez, decían, era el sucesor más probable de Balcazar.
—¿Ya lo estás monopolizando de nuevo, Constanza? —preguntó el hombre.
—Solo recordábamos los viejos tiempos —respondió ella—. Nada que no pueda esperar, se lo aseguro.
—Nos ha hecho sentir orgullosos, ¿no crees, Constanza? Otros hombres se hubieran sentido tentados de darles a esos tipos el beneficio de la duda, pero no Sky.
—No, él no —dijo Constanza antes de alejarse.
—En la Flotilla no hay sitio para la duda —dijo Sky mientras observaba a los dos cadáveres hacerse cada vez más pequeños. Hizo un gesto con la cabeza hacia el capitán, tumbado en su propia cabina refrigerada—. Si hay una lección que me enseñó nuestro querido anciano es que nunca se debía dejar espacio para la incertidumbre.
—¿Nuestro querido anciano? —Ramírez parecía divertido—. ¿Te refieres a Balcazar?
—Era como un padre para mí. Nunca volveremos a conocer a nadie como él. Si estuviera vivo, esos hombres no se hubieran librado con una muerte tan indolora como la asfixia. Balcazar hubiera considerado que la única forma de disuasión sería una muerte dolorosa. —Sky lo miró atentamente—. Está de acuerdo, ¿no, señor?
—Yo no… presumiría de saberlo. —Ramírez parecía un poco desconcertado, pero parpadeó y siguió hablando—. No tenía grandes conocimientos sobre la mente de Balcazar, Haussmann. Se decía que en los últimos tiempos no estaba en su mejor momento. Pero supongo que tú lo sabrías, ya que eras su favorito. —De nuevo le puso la mano en el hombro—. Y eso significa algo para algunos de nosotros. Confiamos en el criterio de Balcazar, como lo hacíamos en el de Titus, tu padre. Seré sincero: tu nombre se ha barajado para… qué te parecería…
—¿La capitanía? —No tenía sentido andarse con rodeos—. Es un poco prematuro, ¿no? Además, alguien con un historial como el suyo, con su profunda experiencia…
—Puede que aceptara hace un año. Probablemente me hubiera hecho cargo, sí… pero ya no soy tan joven y dudo que pase mucho tiempo antes de que empiecen a preguntarse por mi más probable sucesor.
—Todavía le quedan muchos años, señor.
—Oh, puede que viva hasta que lleguemos a Final del Camino, pero no estaré en condiciones de supervisar los primeros años difíciles del asentamiento. Ni siquiera tú seguirás siendo joven cuando eso ocurra, Haussmann… pero serás mucho más joven que algunos de nosotros. He visto que tienes valor y visión de futuro, y eso es importante… —Ramírez miró extrañado a Sky—. Algo te preocupa, ¿verdad?
Sky observaba los puntos de los hombres ejecutados perderse en la oscuridad, como dos diminutas gotas de crema cayendo en el café más negro que se pudiera imaginar. La nave no avanzaba a propulsión (llevaba a la deriva toda la vida de Sky), lo que quería decir que los hombres estaban tardando una eternidad en quedarse atrás.
—Nada, señor. Solo pensaba. Ahora que esos dos hombres han sido expulsados y que no tenemos que seguir llevándolos con nosotros, podremos desacelerar un poquito más rápido cuando llegue el momento de iniciar la combustión de frenado. Eso quiere decir que podemos permanecer un poco más en modo de crucero, a la velocidad actual. Lo que quiere decir que llegaremos antes a nuestro destino. Y eso quiere decir que esos hombres nos han recompensado, aunque sea de una forma pequeña e insuficiente, por sus crímenes.
—Se te ocurren unas cosas muy extrañas, Haussmann. —Ramírez le dio un golpecito en la nariz y se acercó más. Nunca habían corrido el peligro de que los demás oficiales escucharan la conversación, pero en aquel momento empezó a susurrar—. Un consejo. No bromeaba cuando te dije que se había mencionado tu nombre… pero no eres el único candidato y una palabra equivocada podría resultar desastrosa para tus oportunidades. ¿Estoy hablando claro?