Chamán (40 page)

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Authors: Noah Gordon

BOOK: Chamán
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Se paseó de un lado a otro de la granja. Cerca del río los mosquitos compitieron con él por la sombra de los árboles y zumbaron en sus oídos.

Sabía que nunca más volvería a ver a Luna. Deseó haber tenido la posibilidad de decirle adiós. Le habría preguntado dónde había sido enterrado viene Cantando. Le hubiera gustado enterrar a los dos como correspondía, pero tal vez en este momento Luna también habría sido abandonada en una tumba sin marcas. Como quien entierra una basura.

Al pensar en esto se sintió furioso, y también culpable porque él era parte de los problemas de ellos, lo mismo que la granja. En otros tiempos, los sauk habían poseído granjas magníficas y Pueblos de los Muertos en los que las tumbas estaban marcadas.

“Nos hicieron mucho daño”, le había dicho Luna a Chamán.

En Estados Unidos había una buena Constitución, y Rob J. la había leído atentamente. Proclamaba la libertad, pero Rob tenía que reconocer que sólo se aplicaba a personas cuya piel iba del rosado al tostado. Las personas de piel más oscura bien podían llevar pieles o plumas.

Durante todo el tiempo que dedicó a pasearse por la granja estuvo buscando algo. Al principio no se dio cuenta, y luego, cuando comprendió lo que estaba haciendo, se sintió un poco mejor, aunque no demasiado. El lugar que buscaba no debía encontrarse en los campos ni en los bosques por los que Alden o alguno de los chicos -o incluso un cazador furtivo- pudiera pasar. La casa propiamente dicha era inadecuada porque necesitaría ocultársela a su familia, cosa que le fastidiaba enormemente. El dispensario a veces estaba desierto, pero en las horas de consulta quedaba atestado de pacientes. El establo también era un sitio muy frecuentado. Pero…

En la parte de atrás del establo había un cobertizo largo y estrecho, separado por una pared del lugar donde se ordeñaba. Era el cobertizo de Rob J., el lugar donde almacenaba los medicamentos, los tónicos y otros productos medicinales. Además de las hierbas que tenía colgadas y de los frascos y vasijas que llenaban las estanterías, guardaba una tabla de madera y un fuego suplementario de instrumentos de drenaje, porque cuando le pedían que practicara una autopsia realizaba la disección en el cobertizo, que tenía una sólida puerta de madera y una buena cerradura.

La estrecha pared norte del cobertizo, lo mismo que toda la pared norte del propio establo, estaba construida en una elevación. En el cobertizo, una parte de la pared era un saliente rocoso, y el resto era de tierra.

Rob J. dedicó el día siguiente a atender el atestado dispensario y a hacer unas cuantas visitas domiciliarias, pero la mañana después dispuso de tiempo. Fue un día lleno de casualidades porque Chamán y Al den estaban reparando las vallas y construyendo un comedero con techo de una vertiente en la zona más alejada, y Sarah trabajaba en un proyecto de la iglesia. En la casa sólo se encontraba Kate Stryker -a quien Sarah había contratado para que la ayudara durante algunas horas en las tareas domésticas, después de que Luna se marchara-, pero Kate no lo molestaría.

En cuanto los demás se alejaron de esa zona de la granja, él llevó un pico y una pala y se puso enseguida a trabajar. No hacía mucho que había hecho un trabajo físico prolongado, y avanzó a buen ritmo. El terreno era rocoso y tan duro como la mayor parte del de la granja, pero él era un hombre fuerte y el pico abría el suelo sin dificultad. De vez en cuando tiraba tierra con la pala en una carretilla y la trasladaba a una buena distancia del establo, hasta un pequeño barranco. Había calculado que tal vez estaría varios días cavando, pero a primeras horas de la tarde llegó al saliente. La pared rocosa se extendía hacia el norte, de modo que la excavación sólo tenía un metro de profundidad en un extremo, algo más de uno y medio en el otro, y menos de un metro y medio de ancho. El espacio que quedaba era apenas suficiente para acostarse, sobre todo si había que guardar en él alimentos y otras provisiones, pero Rob J. pensó que serviría. Cubrió la abertura con unos tablones verticales de más de dos centímetros de grosor que habían estado amontonados fuera durante más de un año, de modo que parecían tan viejos como el resto del establo. Utilizó una lezna para agrandar un poco algunos agujeros de los clavos y aceitó los clavos que introdujo en los agujeros, de forma tal que algunos tablones podían ser retirados y colocados nuevamente con toda facilidad y sin hacer ruido.

Trabajó con mucho cuidado, trasladando la carretilla hasta el bosque y cargando musgo, que esparció en el barranco para ocultar la tierra añadida.

A la mañana siguiente cabalgó hasta Rock Island y mantuvo una breve pero significativa charla con George Cliburne.

35

La habitación secreta

Aquel otoño el mundo empezó a cambiar para Chamán; no fue un cambio brusco y desconcertante como el que había sufrido al perder el sentido del oído, sino una compleja alteración de su entorno que no fue menos modificadora por su carácter progresivo. Alex y Mal Howard se habían convertido en grandes amigos y su compañerismo bullicioso y risueño excluía a Chamán la mayor parte del tiempo. Rob J. y Sarah no estaban conformes con esa amistad; sabían que Mollie Howard era una mujer desaseada y quejosa, y su esposo Julian un vago, y detestaban que su hijo pasara el tiempo en la cabaña atestada y sucia de los Howard, a la que se acercaba una buena parte de los vecinos de la población para comprar el brebaje casero que Julian destilaba a partir del maíz triturado en un deshidratador oculto bajo una cubierta oxidada.

Ese malestar se vio justificado con la llegada de la Víspera de Todos los Santos, cuando Alex y Mal probaron el whisky que éste había apartado mientras embotellaba la producción de su padre. Así inspirados, se dedicaron a dejar una serie de retretes volcados a lo ancho de medía población, lo que obligó a Alma Schroeder a salir arrastrándose y gritando de su retrete derribado, después de lo cual Gus Schroeder puso fin a la incontenible hilaridad de ambos apareciendo con su rifle de cazar búfalos.

El incidente dio lugar a una sucesión de desagradables conversaciones entre Alex y sus padres que Chamán hizo todo lo posible por evitar, porque después de observar los intercambios iniciales fue incapaz-de leer el movimiento de sus labios. La reunión que mantuvieron los chicos, los padres y el sheriff London fue aún más desagradable.

Julian Howard afirmó que se había dado demasiada importancia a la travesura que un par de muchachos habían hecho la Víspera de Todos los Santos.

Rob J. intentó olvidar la antipatía que tenía a Howard; estaba seguro de que si en Holden’s Crossing había algún miembro de la Orden Suprema de la Bandera Estrellada, éste era Howard, un hombre capaz de provocar bastantes problemas por su cuenta. Estaba de acuerdo con Howard en que los muchachos no eran asesinos ni criminales pero dado que su trabajo consideraba la digestión humana como algo serio, no se sentía inclinado a compartir la opinión general de que todo lo relacionado con la mierda fuera divertido, incluida la destrucción de retretes. Sabía que el sheriff London se sentía respaldado por medía docena de quejas sobre los chicos, y que tomaría medidas contra ellos porque no sentía simpatía por ninguno de los padres. Rob J.

sugirió que Alex y Mal se hicieran responsables de arreglar los des perfectos. Tres de los retretes se habían astillado o derrumbado. Otros dos no podían ser levantados sobre el mismo agujero, que había que dado obstruido. Como compensación, los muchachos debían cavar agujeros y reparar los retretes. Rob J. pagaría la madera que fuera necesaria, y Alex y Mal saldarían esa deuda con él trabajando en la granja. Y si no cumplían el trato, el sheriff London podría tomar medidas.

Mort London admitió de mala gana que no le parecía mal el plan.

Julian Howard se opuso hasta que supo que tanto su hijo como el de los Cole serían responsables también de sus tareas habituales; entonces estuvo de acuerdo. A Alex y a Mal no se les dio la posibilidad de negarse, de modo que durante el mes siguiente se convirtieron en expertos en la reparación de letrinas, cavando los agujeros antes de que el invierno helara el suelo, y realizando el trabajo de carpintería con los dedos entumecidos de frío. Trabajaban bien; todos “sus” retretes durarían varios años, excepto el que construyeron detrás de la casa de los Humphrey, que quedó astillado tras el tornado que arrasó la casa y el granero en el verano del sesenta y tres, acabando también con la vida de Irving y Letty Humphrey.

Alex era incontrolable. Una noche entró con la lámpara de aceite en la mano en el dormitorio que compartía con Chamán y anunció con profunda satisfacción que lo había hecho.

—¿Qué es lo que has hecho?-preguntó Chamán soñoliento, parpadeando para poder ver los labios de su hermano.

—Ya sabes. Lo he hecho. Con Pattie Drucker.

Chamán terminó de despertarse.

—Eres un asqueroso embustero, Bigger.

—No; lo he hecho con Pattie Drucker. En casa de su padre, mientras la cenaba fuera.

Chamán lo miró embelesado, incapaz de creerle, aunque con unas tremendas ganas de hacerlo -Entonces dime cómo se hace.

Alex le sonrió con aire de suficiencia y explicó:

—cuando metes el pirulí entre los pelos y todo lo demás, sientes algo tibio y agradable. Muy tibio y agradable. Pero entonces te excitas, de alguna manera y te mueves hacia atrás y hacia delante porque estás muy contento. Atrás y adelante, como hace el carnero con la oveja.

—¿y la chica también se mueve hacia atrás y hacia delante?

—No. La chica se queda tendida y muy contenta, y te deja hacer.

_¿Y entonces qué ocurre?

—Bueno, se te cruzan los ojos. Esa cosa sale disparada de tu polla como una bala.

—¿Como una bala? ¿Y le hace daño a la chica?

—No, idiota, quiero decir tan rápido como una bala, no tan fuerte como una bala. Es más blanda que un flan, como cuando te lo haces tú mismo. De todos modos, después de eso casi todo ha terminado.

Chamán quedó convencido por la gran cantidad de detalles que nunca había oído mencionar.

—¿Eso quiere decir que Patty Drucker es tu chica?

—¡No!-exclamó Alex.

—¿Estás seguro?-preguntó Chamán ansiosamente.

Pattie Drucker ya era casi tan grande como su pálida madre, y su risa sonaba como un rebuzno.

—Eres demasiado pequeño para entenderlo-murmuró Alex, preocupado y contrariado, y apagó la lámpara para interrumpir la conversación.

Chamán se quedó despierto, pensando en lo que Alex le había contado, también excitado y preocupado. No le gustaba la parte en que se cruzaban los ojos. Luke Stebbins le había dicho que si se lo hacía solo podía quedarse ciego. Tenía suficiente con la sordera, no quería perder ningún otro sentido. “Tal vez ya había empezado a quedarse ciego”, pensó, y a la mañana siguiente anduvo de un lado a otro comprobando ansiosamente su visión de lejos y de cerca.

Cuanto menos tiempo pasaba Bigger con él, más se dedicaba Chamán a los libros Los leía a toda prisa y los pedía prestados sin ningún tipo de reparO. Los Geiger tenían una buena biblioteca y le permitían llevarse los libros prestados. Para su cumpleaños y para Navidad todos le regalaban libros, el combustible para el fuego que él encendía contra el frío de la soledad. La señorita Burnham decía que jamás había conocido a nadie que leyera tanto.

La maestra lo hacía trabajar sin descanso para que mejorara su expresión. Durante las vacaciones de la escuela recibía alojamiento y pensión gratuitos en casa de los Cole, y Rob J. se ocupaba de que los esfuerzos que hacía por su hijo quedaran recompensados, pero ella no trabajaba con Chamán por interés personal. Había convertido la claridad de expresión de Chamán en su propio objetivo. Los ejercicios con la mano del muchacho sobre el piano continuaban sin cesar Se sintió fascinada al comprobar que desde el principio el chico captaba la diferencia entre las distintas vibraciones, y que poco tiempo después era capaz de identificar las notas en cuanto ella las tocaba.

El vocabulario de Chamán se iba ampliando gracias a la lectura, pero tenía dificultades con la pronunciación y no podía corregirla escuchando las voces de los demás. Por ejemplo, pronunciaba “habito” en vez de “hábito” y ella se dio cuenta de que parte de su dificultad se debía a que ignoraba dónde acentuar las palabras. Utilizó una pelota de goma para mostrarle cuál era el problema, lanzándola suavemente para indicar una acentuación normal, y con más fuerza para señalar una acentuación mayor. Incluso eso le llevó tiempo, porque la actividad corriente de recoger una pelota que rebota representaba para él una gran dificultad. La señorita Burnham se dio cuenta de que ella estaba preparada para recoger la pelota gracias al sonido que ésta hacía al golpear contra el suelo. Chamán no tenía este tipo de preparación, y tuvo que aprender a cogerla memorizando la cantidad de tiempo que la pelota tardaba en llegar al suelo y rebotar hasta su mano cuando la lanzaba con una determinada fuerza.

Cuando Chamán logró identificar el rebote de la pelota como una representación de la acentuación, ella puso en marcha una serie de ejercicios con la pizarra y la tiza, escribiendo palabras y luego dibujando pequeños círculos sobre las sílabas que recibían una acentuación oral normal, y círculos más grandes sobre las sílabas que debían acentuar. Ca-te-dral. Bue-nos-días. Cua-dro. Fies-ta. U-ná-mon-ta-ñá.

Rob J. se unió a sus esfuerzos enseñándole a Chamán a hacer malabarismos, y a menudo Alex y Mal Howard se sumaban a las lecciones.

A veces Rob había hecho malabarismos para entretenerlos, y ellos se divertían y se mostraban interesados, pero la técnica era difícil. No obstante, los estimulaba a que perseveraran.

—En Kilmarnock, todos los chicos de la familia Cole aprenden a hacer malabarismos. Es una antigua costumbre familiar. Si ellos pueden aprender a hacerlos, vosotros también -les decía, y ellos descubrieron que tenía razón Para decepción de Rob, Mal Howard resultó ser el mejor malabarista de los tres, y pronto pudo trabajar con cuatro pelotas. Pero Chamán le seguía de cerca, y Alex tuvo que practicar tenazmente para poder mantener tres pelotas en el aire con soltura. El objetivo no era forjar un artista sino darle a Chamán la noción de la diferencia de ritmos. Y funcionó.

Una tarde, mientras la señorita Burnham estaba delante del piano de Lillian Geiger con el muchacho, le cogió la mano que tenía apoyada en la caja de resonancia y la colocó en la garganta de ella.

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