Authors: Noah Gordon
Dos Cielos veía crecer el vientre de Ala Batiente, y hacia planes y se preparaba. Un cálido y apacible día de verano, la señorita Eva se llevó a Ala Batiente en la calesa. El señor Eduard estaba solo y no podía vigilarlas a todas. En cuanto la mujer se fue, Dos Cielos dejó caer la azada que había estado utilizando en el campo de remolachas y se arrastró fuera de la vista, detrás del establo. Apiló gruesas astillas de pino contra los leños secos y las encendió con las cerillas de azufre que había robado y guardado para la ocasión. Cuando el incendio resultó visible, el establo ya estaba envuelto en llamas. El señor Eduard llegó corriendo desde el campo de patatas, gritando como un loco y con los ojos desorbitados, y ordenó a las chicas que cogieran cubos y formaran un grupo.
En medio del nerviosismo general, Dos Cielos conservó la frialdad.
Reunió a Luna, a Pájaro Amarillo y a Mujer de Humo. Como si se le hubiera ocurrido en ese mismo momento, cogió una de las varillas de ciruelo de la señorita Eva y la utilizó para sacar el enorme cebón que había en la granja del oscuro lodazal de la pocilga. Lo hizo entrar en la limpia y lustrada casa que olía a beata y cerró la puerta. Luego guió a sus compañeras hasta el bosque, lejos de ese lugar mookamon.
Evitaron los caminos y se quedaron en el bosque hasta que llegaron al río. En la orilla había un tronco de roble atascado, y entre las cuatro jóvenes lo soltaron. Las cálidas aguas contenían los huesos y los espíritus de sus seres queridos, y abrazaron a las niñas mientras ellas se aferraban al tronco y dejaban que Masesibowi las condujera hacia el sur.
Cuando empezó a oscurecer, abandonaron el río. Esa noche durmieron en el bosque y pasaron hambre. Por la mañana, mientras cogían bayas a la orilla del río, encontraron una canoa siux escondida y la robaron, con la esperanza de que perteneciera a algún pariente de Ala Batiente. Ya era media tarde cuando giraron en un recodo y descubrieron que estaban en Prophetstown. En la orilla, un piel roja limpiaba pescado. Cuando se dieron cuenta de que era un mesquakie, rieron aliviadas y empujaron la canoa hacia él como si fuera una flecha.
En cuanto le fue posible, después de la guerra, Nube Blanca regresó a Prophetstown. Los soldados blancos habían incendiado su casa comunal junto con las demás, pero él construyó otro hedonoso—te. Cuando se extendió el rumor de que el chamán había regresado, las familias de varias tribus se acercaron y levantaron sus tiendas en las cercanías para poder pasar su vida junto a él. De vez en cuando llegaban otros discípulos, pero él miró con especial interés a las cuatro niñas que habían huido de los blancos y se habían abierto camino hasta él.
Durante varios días las observó mientras ellas descansaban y comían en su tienda, y notó que tres de ellas recurrían a la cuarta buscando su consejo para todo. Las interrogó por separado y detenidamente, y las tres le hablaron de Dos Cielos.
Siempre, Dos Cielos. El empezó a observarla con creciente esperanza.
Finalmente cogió dos ponis y le dijo a Dos Cielos que lo acompañara. Ella cabalgó detrás de él durante la mayor parte del día, hasta que el terreno empezó a elevarse. Todas las montañas son sagradas, pero en un paisaje de llanura incluso una colina es un sitio sagrado; en la cima boscosa, él la condujo hasta un claro en el que se sentía el olor almizcleño de los osos y se veían huesos de animales desparramados y cenizas de fuegos apagados.
Cuando desmontaron, Wabokieshiek cogió la manta que llevaba en los hombros y le dijo a Dos Cielos que se desnudara y se tendiera sobre ella. La muchacha no se atrevió a negarse, aunque estaba segura de que el viejo chamán tenía la intención de utilizarla sexualmente. Pero cuando Wabokieshiek la tocó, no lo hizo como un amante. La examinó hasta asegurarse de que estaba intacta.
Mientras se ponía el sol recorrieron el bosque de los alrededores y él colocó tres trampas. Luego encendió una hoguera en el claro y se puso a cantar mientras ella estaba tendida en el suelo, durmiendo.
Cuando Dos Cielos se despertó, él había recogido un conejo de una de las trampas y le estaba abriendo la panza. La muchacha estaba hambrienta, pero él no se movió para cocinar el conejo; en lugar de eso, tocó las vísceras y las estudió con más atención de la que había dedicado a examinar el cuerpo de ella. Cuando concluyó, lanzó un gruñido de satisfacción y la miró con expresión cautelosa y maravillada.
Cuando él y Halcón Negro se enteraron de la matanza de los suyos en el río Bad Ax se sintieron desalentados. Decidieron que no habría más sauk muertos mientras ellos estuvieran al mando, de modo que se entregaron al agente indio en Prairie du Chien. En Fuerte Crawford fueron puestos en manos de un joven teniente del ejército llamado Jefferson Davis, que había llevado a sus prisioneros Masesibowi abajo, hasta St. Louis. Pasaron todo el invierno encerrados en el Cuartel de Jefferson, sufriendo la humillación de estar encadenados. En la primavera, para mostrar a los blancos que el ejército había derrotado completamente al Pueblo, el Gran Padre de Washington ordenó que los dos prisioneros fueran trasladados a ciudades norteamericanas. Vieron el ferrocarril por primera vez y viajaron en él a Washington, Nueva York, Albany, Detroit. En todas partes, multitudes como manadas de búfalos se reunían para contemplar las rarezas, los “jefes indios” derrotados.
Nube Blanca vio poblaciones inmensas, edificios magníficos, máquinas espantosas. Infinidad de norteamericanos. Cuando se le permitió regresar a Prophetstown, comprendió la amarga verdad: los mookanonik nunca podrían ser apartados de las tierras de los sauk. Los pieles rojas siempre serían alejados de las mejores tierras y de la mejor caza. Y sus hijos, los sauk, los mesquakie y los winnebago, necesitaban acostumbrarse a un mundo cruel dominado por los hombres blancos. El problema ya no consistía en alejar a los blancos. Ahora el chamán pensó cómo podría cambiar su gente para sobrevivir y al mismo tiempo conservar el manitú y sus ritos mágicos. El era viejo y moriría pronto, y empezó a buscar a alguien a quien pudiera transmitirle lo que él era, un recipiente en el que pudiera verter el alma de las tribus algonquinas, pero no encontró a nadie. Hasta que apareció esta mujer.
Le explicó todo esto a Dos Cielos mientras estaba sentado en el sitio sagrado de la colina, buscando augurios favorables en el conejo abierto, que empezaba a oler mal. Al acabar le preguntó si le permitiría enseñarle a ser hechicera.
Dos Cielos era una niña, pero sabia lo suficiente para estar asustada.
Había muchas cosas que no podía comprender, pero entendió lo que era importante.
—Lo intentaré —le susurró al Profeta.
Nube Blanca envió a Luna, a Pájaro Amarillo y a Mujer de Humo a vivir con los sauk de Keokuk, pero Dos Cielos se quedó en Prophetstown, viviendo en la tienda de Wabokieshiek como una hija predilecta.
El le mostraba hojas, raíces y cortezas, y le explicaba cuáles podían elevar el espíritu fuera del cuerpo para permitirle conversar con el manitú, con cuáles se podía teñir la gamuza y con cuáles preparar pinturas de guerra, cuáles debían ser secadas y cuáles preparadas en infusión, cuáles debían cocerse al vapor y cuáles utilizarse como cataplasma, cuáles debían limpiarse con movimientos ascendentes y cuáles con movimientos descendentes, cuáles podían abrir los intestinos y cuáles podían cerrarlos, cuáles podían eliminar la fiebre y cuáles aliviar el dolor, cuáles podían curar y cuáles matar.
Dos Cielos lo escuchaba. Al cabo de cuatro estaciones, cuando el Profeta la sometió a una prueba, quedó satisfecho. Dijo que la había guiado a través de la primera Tienda de la Sabiduría.
Antes de ser conducida por la segunda Tienda de la Sabiduría, su condición de mujer se manifestó por primera vez. Una de las sobrinas de Nube Blanca le enseñó a cuidarse, y todos los meses, mientras sangraba, iba a alojarse en la tienda de las mujeres. El Profeta le explicó que no debía dirigir ninguna ceremonia ni tratar enfermedades ni heridas antes de asistir al sudadero para purificarse después del flujo mensual.
Durante los cuatro años siguientes aprendió a convocar al manitú con canciones y tambores, a sacrificar perros según diversos métodos ceremoniales y a cocinarlos para la Fiesta del Perro, a enseñar a cantantes y canturreadores a participar en las danzas sagradas. Aprendió a leer el futuro en los órganos de un animal muerto. Aprendió el poder de la ilusión: a chupar la enfermedad del cuerpo y escupirla de su boca en forma de pequeña piedra, para que la víctima pudiera tocarla y ver que había sido desterrada. Aprendió a cantar al espíritu del moribundo para acompañarlo al otro mundo cuando era imposible convencer al manitú de que le permitiera seguir con vida.
Había siete Tiendas de la Sabiduría. En la quinta, el Profeta le enseñó a dominar su propio cuerpo para llegar a comprender cómo dominar el cuerpo de los demás. Aprendió a vencer la sed y a pasar largos períodos sin comer. A menudo la hacia recorrer grandes distancias a caballo y después regresaba él solo a Prophetstown con los dos caballos, dejando que hiciera el camino de regreso a pie. Poco a poco le enseñó a dominar el dolor enviando su mente a un lugar pequeño y lejano, tan profundamente oculto dentro de ella que el dolor no podía alcanzarla.
Ese mismo verano volvió a llevarla al claro sagrado de la cima de la colina. Encendieron una fogata y convocaron al manitú con canciones, y volvieron a colocar trampas. Esta vez cogieron un conejo flaco, de color pardo, y cuando le abrieron la panza y estudiaron los órganos, Dos Cielos reconoció que las señales eran favorables.
Mientras caía el crepúsculo, Nube Blanca le dijo que se quitara el vestido y los zapatos. Cuando estuvo desnuda, él le hizo dos cortes en cada hombro con su cuchillo inglés y luego, cuidadosamente, le cortó tiras de piel con la forma de las charreteras que usaban los oficiales del ejército.
Pasó una cuerda a través de estos cortes ensangrentados e hizo un nudo, lanzó la cuerda por encima de la rama de un árbol y levantó a la muchacha hasta que quedó colgada sobre el suelo, suspendida por su propia piel sangrante.
Con unas finas varillas de roble cuyos extremos habían sido calentados al rojo blanco en la fogata, marcó en la cara interior de los pechos de la joven los fantasmas del Pueblo y los símbolos del manitú.
Cuando la oscuridad cayó sobre ella, aún intentaba liberarse. Durante la mitad de la noche estuvo revolviéndose hasta que por fin la tira de piel de su hombro izquierdo se desgarró. Pronto la carne de su hombro derecho se rompió y ella cayó al suelo. Con la mente en el lugar pequeño y distante en el que escapaba al dolor, tal vez se durmió.
Se despertó con la débil luz de la mañana y oyó la ruidosa respiración de un oso que se acercaba por el otro extremo del claro. El animal no la olió porque se movía en la misma dirección que la brisa matinal, arrastrando las patas tan lentamente que ella vio su hocico blanco y se dio cuenta de que era una hembra. Apareció un segundo oso, completamente negro, un macho joven ansioso por acoplarse a pesar del gruñido de advertencia de la hembra. Dos Cielos pudo ver la enorme y rígida oska del animal, rodeada por unos pelos grises y tiesos, mientras montaba a la hembra por detrás. Esta se puso a gruñir y se volvió haciendo varios intentos de morderlo, y el macho se apartó. Durante un instante la hembra lo siguió, luego tropezó con el conejo muerto, lo cogió con los dientes y se alejó.
Por fin, terriblemente dolorida, Dos Cielos se puso de pie. El Profeta se había llevado sus ropas. No vio huellas de oso en la tierra compacta del claro, pero en la fina ceniza de la fogata apagada había una sola huella de un zorro. Era posible que por la noche se hubiera acercado un zorro y se hubiera llevado el conejo; tal vez había soñado con los Osos, o éstos habían sido el manitú.
Viajó durante todo el día. En una ocasión oyó unos caballos y se ocultó entre la maleza mientras pasaban dos jóvenes siux. Aún era de día cuando entró en Prophetstown acompañada por los fantasmas, con el cuerpo desnudo cubierto de sangre y suciedad.
Mientras se acercaba, tres hombres guardaron silencio y una mujer dejó de moler maíz. Por primera vez vio el temor reflejado en los rostros de los que la miraban.
El Profeta en persona la lavó. Mientras se ocupaba de sus hombros lastimados y de las quemaduras, le preguntó si había soñado. Cuando ella le contó lo de los osos, él sonrió.
—¡La señal más poderosa! —murmuró.
Y le dijo que significaba que mientras no se acostara con un hombre, el manitú permanecería junto a ella.
Mientras la joven reflexionaba sobre esto, Nube Blanca le dijo que ella jamás volvería a ser Dos Cielos, como nunca más volvería a ser Sarah Dos. Esa noche, en Prophetstown, se convirtió en Makwa-ikwa, la Mujer Oso.
Una vez más, el Gran Padre que estaba en Washington había mentido a los sauk. El ejército había prometido a los sauk de Keokuk que podrían vivir para siempre en la tierra de los iowa, al otro lado de la orilla oeste del Masesibowi, pero los colonos blancos habían empezado a instalarse rápidamente en esas tierras. Al otro lado del río, desde Rock Island, se había instalado una ciudad blanca. La llamaban Davenport, en honor del negociante que había aconsejado a los sauk que abandonaran los huesos de sus antepasados y se marcharan de Sauk-e-nuk, y que luego había comprado sus tierras al gobierno para su propio beneficio.
Ahora el ejército les dijo a los sauk de Keokuk que tenían una cuantiosa deuda en dinero norteamericano, y que debían vender sus nuevas tierras del territorio de Iowa y mudarse a una reserva que Estados Unidos había creado para ellos a una gran distancia hacia el sudoeste, en el territorio de Kansas.
El Profeta le dijo a Mujer Oso que jamás en su vida debía aceptar como verdadera la palabra de un blanco.
Ese año Pájaro Amarillo fue picada por una serpiente. La mitad del cuerpo se le llenó de agua y se murió. Luna había encontrado esposo, un sauk llamado Viene Cantando, y ya había tenido hijos. Mujer de Humo no se casó. Se acostaba con tantos hombres y era tan feliz que la gente sonreía al pronunciar su nombre. En ocasiones Makwa-ikwa se sentía excitada por el deseo sexual, pero aprendió a dominarlo como cualquier dolor. La falta de niños era una pena. Recordaba cómo se había escondido con El-que-posee-Tierra durante la matanza en el Bad Ax, cómo los labios ávidos de su pequeño hermano habían tironeado de su pezón. Pero se había resignado; ya había vivido demasiado unida al manitú como para discutir su decisión de que no fuera madre. Se conformaba con ser hechicera.