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Authors: José Manuel Roldán

Tags: #Histórico

Césares (41 page)

BOOK: Césares
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Y se podría empezar por analizar su propia vida privada, es decir, su idiosincrasia personal y sus intereses, en cuanto a gustos y pasiones. Si dejamos de lado los seis primeros meses de su reinado, la imagen que nos ofrecen las fuentes a continuación es la de un joven inclinado hacia lo exótico e indignante, hacia la desmesura y el desafio de lo imposible, que no duda en ofender a quienes se oponen a sus excesos, con una marcada falta de sensibilidad. Lo muestra, en primer lugar, su forma de vestir. Según Suetonio:

Su ropa, su calzado y en general todo su traje no era de romano, de ciudadano, ni siquiera de hombre. A menudo se le vio en público con brazalete y manto corto, guarnecido de franjas y cubierto de bordados y piedras preciosas; se le vio otras veces con sedas y túnica con mangas. Por calzado usaba unas veces sandalias o coturnos [el calzado con alzas utilizado por los actores], y otras, bota militar; algunas veces calzaba zueco de mujer. Se presentaba con frecuencia con barba de oro, blandiendo en la mano un rayo, un tridente o un caduceo, insignias de los dioses, y algunas veces se vestía también de Venus… Llevó asiduamente los ornamentos triunfales, y no era raro verle con la coraza de Alejandro Magno, que había mandando sacar del sepulcro del príncipe.

También en sus gustos y entretenimientos Calígula buscaba lo nuevo, lo diferente. Lo cuenta, de nuevo, Suetonio:

En sus despilfarros superó la extravagancia de los más pródigos. Ideó una nueva especie de baños, de manjares extraordinarios y de banquetes monstruosos; se lavaba con esencias unas veces calientes y otras frías, tragaba perlas de crecido valor disueltas en vinagre; hacía servir a sus invitados panes y manjares condimentados con oro, diciendo que «era necesario ser económico o César»… Hizo construir
liburnas
[24]
de diez filas de remos, con velas de diferentes colores y con la popa guarnecida de piedras preciosas… Para la edificación de sus palacios y casas de campo no tenía en cuenta ninguna de las reglas, y nada ambicionaba tanto como ejecutar lo que consideraba irrealizable; construía diques en mar profundo y agitado; hacía dividir las rocas más duras; elevaba llanuras a la altura de las montañas y rebajaba los montes a nivel de los llanos; hacía todo esto con increíble rapidez y castigando la lentitud con pena de muerte. Para decirlo de una vez, en menos de un año disipó los inmensos tesoros de Tiberio César, que ascendían a dos mil setecientos millones de sestercios.

En cuanto a sus pasatiempos personales, le gustaba jugar a los dados y la buena mesa, pero sobre todo, le caracterizaba una desmedida pasión sexual. El abanico de sus excesos no puede ser más amplio: incesto, rapto, estupro, violación, bisexualidad… Incluso en sus matrimonios —cuatro a lo largo de su corta vida—, «es díficil decidir —como escribe Suetonio— si fue más desvergonzado a la hora de contraerlos, romperlos o mantenerlos». Pero, además de esta ajetreada vida conyugal, Cayo gustaba de las relaciones con prostitutas —la más famosa, Piralis—, o buscaba sus aventuras entre mujeres de noble cuna, a las que violaba cínicamente casi a la vista de sus maridos, sin pasar por alto sus inclinaciones homosexuales. Éste es el perfil que nos ofrece Suetonio:

Nunca se cuidó de su pudor ni del ajeno; y se cree que amó con amor infame a Marco Lépido, al mimo Mnéster y a algunos rehenes. Valerio Catulo, hijo de un consular, le censuró públicamente haber abusado de su juventud hasta lastimarle los costados.Aparte de sus incestos y de su conocida pasión por la prostituta Piralis, no respetó a ninguna mujer distinguida. Lo más frecuente era que las invitase a comer con sus esposos, las hacía pasar y volver a pasar delante de él, las examinaba con la minuciosa atención de un mercader de esclavas y, si alguna bajaba la cabeza por pudor, se la levantaba él con la mano. Llevaba luego a la que le gustaba más a una habitación inmediata y, volviendo después a la sala del festín con las recientes señales del deleite, elogiaba o criticaba en voz alta su belleza o sus defectos, y hacía público hasta el número de actos.

Una de las pasiones de Calígula eran los espectáculos, tanto escénicos como circenses. En cuanto a los primeros, los
ludi scacnici
, Tiberio había expulsado de la ciudad a un buen número de actores, bajo el pretexto de que constituían una amenaza para el orden público. Calígula los hizo regresar y gustaba de su compañía. Conocemos dos de sus favoritos, el actor de teatro Apeles y el mimo Mnéster, el primero, asiduo compañero; el segundo, su amante. Su afición no se limitaba a la de simple espectador; él mismo gustaba de disfrazarse con vestiduras de escena y exhibir sus habilidades en el canto y la danza. La devoción con la que se entregaba a tales espectáculos, lindante con el absurdo, la retrata una anécdota: en una ocasión, hizo llamar a palacio a medianoche a un grupo de senadores, que acudieron sobrecogidos de terror, y, tras acomodarlos en su teatro privado, apareció de improviso en escena vestido de actor para bailar ante ellos al son de la música.

Pero más que el teatro le atraían los juegos de circo,
ludi circenses
, y, de ellos, las carreras de caballos y de carros, uno de los espectáculos preferidos por los romanos, que asistían a presenciarlos con auténtica pasión, animando con sus gritos a los jinetes y aurigas de las diferentes cuadras, distinguidos por sus colores: rojo, blanco, verde y azul. En Calígula esta afición era una auténtica obsesión, como espectador y como propietario de una cuadra, en cuyo mantenimiento derrochó enormes sumas. Como espectador, prefería a losVerdes, y se dice que llegó a envenenar caballos y aurigas de las facciones rivales para hacer ganar a sus favoritos. Y como propietario de una de las cuadras de los Verdes, es suficientemente conocido su fervor por el caballo
Incitatus
, a quien, según Suetonio…

[…] lo quería tanto que la víspera de las carreras del circo mandaba a sus soldados a imponer silencio en la vecindad, para que nadie turbase el descanso del animal. Hizo construir una caballeriza de mármol, un pesebre de marfil, mantas de púrpura y collares de perlas; le dio casa completa, con esclavos, muebles y todo lo necesario para que aquellos a quienes en su nombre invitaba a comer con él recibiesen magnífico trato, y hasta se dice que le destinaba para el consulado.

A finales de su reinado, todavía vigilaba con atención los trabajos de construcción de un grandioso hipódromo, el Gaianum, en la colina del Vaticano, para cuyo embellecimiento había hecho trasladar de Egipto un gigantesco obelisco, que todavía hoy se yergue casi intacto en el centro de la plaza de San Pedro.

No obstante, en el aprecio popular, los
ludi gladiatorii
, los combates de gladiadores, que tenían lugar en el anfiteatro, ocupaban, con mucho, el primer puesto. Surgidos como parte de las honras fúnebres dedicadas a distinguidos personajes, hacía tiempo que habían perdido su sentido religioso y se habían convertido en espectáculo de masas. Ello exigió convertir a los gladiadores, generalmente esclavos, en profesionales, con la proliferación de escuelas, en las que se les entrenaba en el uso de diferentes armas, de las que recibían nombres específicos. Generalmente se buscaba el enfrentamiento entre gladiadores armados de modo diferente. Sabemos que Calígula, también un fervoroso amante de estos espectáculos, prefería a los
parmulariii
, los gladiadores «armados a la tracia», con espada corta curva y un pequeño escudo redondo, parma, en la misma medida que rechazaba a sus oponentes, los
myrmillones
, provistos de vendas de protección en el brazo que blandía la espada y de un largo escudo rectangular. Como en el teatro, no desdeñaba participar en los combates, naturalmente sin riesgos, obligando a distinguidos personajes al dudoso honor de combatir con él.

Carreras y combates no sólo eran para Cayo pasatiempo, pasión u obsesión. El populismo, que desde los comienzos de su reinado había convertido en programa de gobierno, exigía estas muestras de atención hacia la plebe parasitaria de Roma y, por ello, no es de extrañar que se multiplicaran las celebraciones que incluían este tipo de espectáculos.

Pero Cayo también cultivaba aficiones más exquisitas. Desde la niñez había mostrado una estimable capacidad oratoria, que pudo exhibir en los funerales de Livia y, luego, de su antecesor, Tiberio. Y el trato frecuente con los literatos, oradores y filósofos que acompañaban a Tiberio en Capri le fomentó el gusto si no por el estudio y la erudición, al menos por el conocimiento de las letras griegas y latinas, idiomas ambos en los que podía expresarse correctamente, pero, sobre todo, por las discusiones literarias, en las que se permitía, con la arrogancia precipitada de la juventud, expresar opiniones para algunos escandalosas, en su desprecio por autores consagrados como Livio o Virgilio. El propio Séneca hubo de su frir sus críticas y el orgulloso cordobés no las olvidó, como muestran sus denigratorias opiniones sobre el emperador. Aunque, si hubiera que destacar una cualidad de Cayo, sería, sin duda, su negro y, a veces, perverso sentido del humor, no exento de cinismo, desarrollado desde la desfachatez de su privilegiada posición, y, en gran medida, no entendido por sus contemporáneos, que tomaron al pie de la letra opiniones o gestos cuya intención no iba más allá de humillar o de ridiculizar a un entorno que, en su afán de agradar al poder, se degradaba. Por lo demás, en sus gustos y aficiones, Calígula, con su mezcla de vulgaridad e inclinaciones intelectuales, no dejaba de ser en gran medida convencional y semejante a la mayoría de sus contemporáneos, a los que si sobrepasaba era sólo como consecuencia de las ilimitadas posibilidades que le ofrecía su posición de poder.

Las primeras ejecuciones

Y
uno de estos rasgos de humor negro iba a mostrarlo no bien repuesto de su grave enfermedad. Se sabe que la postración de Cayo desató una histeria colectiva que ensombreció Roma y el imperio. En todas partes se hicieron rogativas y sacrificios por su recuperación, que, en casos concretos, sobrepasaron los límites de la devoción para asumir rasgos de rastrero servilismo. En concreto, un ciudadano romano llamado Afranio Potito juró sacrificar su vida si el emperador recobraba la salud; otro, del orden ecuestre,Atanio Segundo, prometió saltar a la arena como gladiador. Cayo obligó a ambos a cumplir sus promesas: el primero fue despeñado por la roca Tarpeya; el segundo escapó de la muerte sólo porque resultó vencedor en el combate.

Más graves fueron las determinaciones que condujeron a la eliminación de diversos personajes de su íntimo entorno, que sólo encuentran explicación en circunstancias producidas durante su enfermedad. No bien recuperado, decidió la eliminación de Tiberio Gemelo, bajo el pretexto, si creemos a Suetonio, de que tomaba contravenenos por miedo a que Cayo intentara asesinarle por este medio. Otras fuentes, como Dión Casio, dan como razón una acusación explícita de conspirar contra Calígula, desear su muerte y querer aprovecharse de ella. Los propios detalles de la liqui dación son tétricos: los soldados enviados para conminarle al suicidio hubieron de enseñar al nieto de Tiberio, que no había recibido instrucción militar alguna, el uso de la espada y el modo de hacerla efectiva en su propio cuerpo. No es difícil explicar las razones de esta brutal determinación. Gemelo, como hijo adoptivo de Cayo, era el inevitable candidato a la sucesión, opción que a muchos senadores no debía disgustar y que, seguramente, convirtieron al joven, a su pesar, en centro de una embrionaria conspiración.

La conexión de esta ejecución con la del prefecto Macrón, separada por muy poco tiempo, es más problemática. No parecen demasiado convincentes las prolijas explicaciones de Filón, viendo en la determinación de Cayo el deseo de eliminar a un molesto tutor, que, desde los tiempos de Capri, había interferido continuamente en su voluntad y en sus inclinaciones y que aún se permitía reconvenirle en público o aconsejarle sobre el arte de gobernar. Parece más atractivo considerar su muerte como resultado de los intentos de conspiración, que pretendían la sustitución de Galígula por Gemelo. No puede considerarse a Macrón muy sobrado de escrúpulos, y la enfermedad de Cayo amenazaba con arruinar su preeminente posición. Es lógico que tratara de conservar su puesto y su poder, jugando al doble juego de mostrar su compunción por la enfermedad del pupilo, al tiempo que tejía sus redes en torno al próximo probable emperador. Como antes Tiberio, también Calígula obró con cautela en su propósito de acabar con el poderoso prefecto. Primero, lo alejó de la guardia pretoriana, nombrándole prefecto de Egipto, el cargo más alto al que podía aspirar un caballero, y, luego le acusó de incitación a la prostitución, por haberle ofrecido en tiempos como amante a su mujer, Ennia Trasila, que, como cómplice, también fue obligada al suicidio. Precavidamente, Cayo no volvió a delegar tanto poder en una sola persona; a partir de ahora la prefectura del pretorio fue compartida entre dos responsables.

Finalmente, le tocó el turno a su ex suegro, Marco junio Silano. Las aparentemente excelentes relaciones con Cayo, incluso tras la muerte de la hija, no fueron obstáculo para una incesante persecución, bajo pretextos tampoco suficientemente claros. Sin duda, su ascendiente en el Senado y su actitud protectora y admonitoria con respecto al ex esposo de su hija le convertían en un irritante personaje para quien, como Cayo, era reacio a cualquier consejo o reconvención. Una de las excusas para esta actitud, que nos transmite Suetonio, no parece consistente: «Pretendía que se había negado a seguirlo por mar durante una tempestad, esperando apoderarse de Roma si él perecía», cuando la razón, según el mismo autor, había sido «evitarse las molestias de la navegación y las náuseas del mareo, del que sufría mucho». Pero en el caso de Silano, Cayo no se atrevió a denunciarlo directamente. Escogió el camino de la tortura psicológica, complaciéndose en humillar al arrogante personaje de todos los modos posibles hasta incitarle al suicidio. No puede descartarse también en este caso la sospecha o la convicción para Calígula de que Silano hubiera intervenido en las maniobras para elevar al principado a Gemelo en caso de su muerte.

Apenas quedaban ya, en el entorno íntimo de Calígula, sus hermanas y su tío Claudio. No es de extrañar que, a tenor de las especulaciones e intrigas sobre la posible sucesión durante el curso de su enfermedad, el emperador buscara asegurarla con un segundo matrimonio. La elegida fue Livia Orestila, arrancada de brazos de su prometido, Cayo Calpurnio Pisón, durante la propia boda, con la desvergonzada excusa de que así habían elegido a sus esposas el propio fundador de Roma, Rómulo, y Augusto. El matrimonio no cuajó. Al poco tiempo, cansado de Orestila, Calígula deshizo el matrimonio y la desterró de Roma, lo mismo que a su antiguo prometido.

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