Categoría 7 (12 page)

Read Categoría 7 Online

Authors: Bill Evans y Marianna Jameson

Tags: #Ciencia ficción, Intriga

BOOK: Categoría 7
13.66Mb size Format: txt, pdf, ePub

Sin cesar, ese flujo primitivo y elemental emergía de las cámaras verticales a temperaturas que alcanzaban los 400° C y que se combinaban con las densas y heladas aguas que daban nacimiento a una impenetrable y venenosa niebla negra que brotaba con furia infernal. Empujadas hacia lo alto por presiones inimaginables desde la chimenea, las oscuras nubes alteraban su densidad, su composición química, su salinidad, hasta que eran inevitablemente modificadas y se volvían indistinguibles, formando parte del océano. Su espantoso calor también se disipaba durante esa transformación.

Al alcanzar las corrientes superficiales, las columnas de agua caliente representaban apenas poco más que la eterna contribución de la tierra a la constante e intemporal corriente que cruza las cálidas aguas africanas hacia las templadas costas de las islas del Caribe y América del Norte antes de regresar hacia el este para llevar su calor a Europa.

Ese día, sin embargo, la superficie de la tierra se deslizó imperceptiblemente, acelerando infinitesimalmente el movimiento del magma a través de sus cavernas. Con el ritmo alterado, una sola onda de calor ardiente se movió por el mar de roca fundida con una intensidad diferente hasta que encontró una cámara de ventilación y la repentina reducción de presión sobre la misma provocó que la onda liberara el exceso de energía y así volviera a la entropía.

Al salir hacia fuera con más fuerza de la habitual, los líquidos expulsados y sobrecalentados se elevaron más, más cálidos y rápidos a causa de la columna de agua. Y al hacerlo, cuando se abría paso hacia la distante superficie, su contenido era, en gran parte dispersado, su furia prácticamente mitigada, reteniendo apenas una fracción del calor de su nacimiento.

Aun así, la temperatura era mayor que la del agua circundante.

Los antiguos vapores geotérmicos almacenaban suficiente calor como para ampliar la superficie de la onda que se rompió al liberarse, y para extender de forma mínima el errático golpe de la ola contra el viento. El aire, ligeramente más tibio, que se elevaba de la superficie chocó contra las partículas viajeras que descansaban sobre la lánguida brisa que atravesaba suavemente el medio del océano.

Animadas por el golpe de calor húmedo que se elevaba de las aguas, los itinerantes remolinos lo abrazaron. A medida que los remolinos se elevaban en un círculo cada vez más intenso, su velocidad, calor y humedad resultaron una atracción irresistible para otros bancos de aire tórrido. Los vientos en espirales se dirigieron hacia los pintorescos cirroestratos en lo alto, como un derviche novicio practicando su arte.

Veinte minutos más tarde, una flecha de calor intenso, resultado de la mano del hombre, cayó desde lo alto, sellando el horno de los vientos circulares. Los fotones se esparcieron, evaporando moléculas de vapor de agua y transformando la energía latente en la célula de una tormenta embrionaria. Recuperándose apenas de la instantánea agitación y furia, el aire, sobrecalentado, se dirigió a lo alto, trepando cientos de metros a la vez que su apetito por el aire denso y tibio por debajo se volvía voraz, absorbiéndolo y devorándolo.

Ahora, como parte del emergente vórtice, las partículas volverían a reunirse en un distante aterrizaje.

Capítulo 11

Jueves 12 de julio 12:00 h McLean Virginia.

Jake estaba a punto de apagar su ordenador cuando escuchó el tenue tintineo que le anunciaba la llegada de nuevos correos electrónicos. Sabía que podía ignorarlos con tranquilidad. No estaba esperando nada urgente, y además, ya estaba de pie, preparado para dirigirse hacia la gran cafetería a comer y darse un respiro del brillo electrónico de las pantallas de los ordenadores. Pero, como todos en ese lugar, era un adicto, así que pinchó en el icono de su barra de control. Su programa de correo electrónico apareció en pantalla desplegando once mensajes nuevos, clasificados por color, según el remitente. Sólo uno le llamó la atención.

Se volvió a sentar y pinchó para abrir el mensaje del informe del Servicio Nacional de Meteorología de los Estados Unidos. Hacía casi una hora, un rápido e imprevisto aumento de intensidad había convertido una depresión tropical sin nombre en la tormenta tropical
Simone
del Atlántico Central.

Se olvidó de la comida.

Jueves, 12 de julio, 12:10 h, Distrito Financiero, Nueva York.

—¿No recibiste mi correo electrónico o estás intentando decirme algo?

Kate giró en su silla y vio a Lisa Baynes, la adquisición más reciente del personal meteorológico, de pie junto a la puerta, con las manos en las caderas. Dos años antes de obtener su licenciatura, Lisa ya había sido tentada por la mayoría de las sociedades de Wall Street. Kate le había hecho una oferta que ella no pudo rechazar —más dinero, una oficina con puerta, más un generoso plus para el taxi— y ella dejó, feliz, una de las grandes compañías financieras en la calle próxima, para trabajar para Coriolis.

Kate enarcó una ceja, mirándola con fingido enfado.

—¿Qué te parece un «estás despedida» porque te negaste a ayudarme cuando me viste en la carpa conversando con Ted Burse?

Lisa levantó las manos en señal de rendición.

—Eh, no me digas nada. No me quedó más remedio que sentarme a su lado durante el vuelo de vuelta y estaba dispuesta a suicidarme antes de que subieran el tren de aterrizaje. Además, en ese tipo de fiestas, cada mujer tiene que arreglárselas por sí misma.

—Ése es el espíritu de equipo.

—El martirio no estaba incluido en mis competencias cuando me contrataste.

Kate se rió.

—¿Cuándo enviaste el correo electrónico?

—Hace diez minutos.

—Entonces aún no lo he recibido. Lo tengo regulado para actualizar mis correos cada veinte minutos.

La joven abrió los ojos con asombro.

—¿Lo dices en serio? ¿Y si sucede algo? Algo que sea importante.

—Sí, lo digo en serio. En caso contrario, nunca podría terminar nada. De los aproximadamente trescientos correos que recibo a diario, la mayoría son innecesarios o meros ejercicios para cubrirse las espaldas. Si algo importante sucede, aquel que necesite que yo me entere de inmediato me puede llamar —respondió Kate, encogiéndose de hombros—. ¿Qué querías que supiera?

—Me preguntaba si tenías algo previsto para el almuerzo.

—No tengo planes. ¿Adónde vas?

—Vamos a ir al puesto del vendedor de perritos en Pine y luego nos sentaremos en las escaleras del Chase Plaza para que nos dé un poco el sol.

—Me parece bien. Cualquier cosa con tal de escaparme de los blogs. Se están volviendo locos con las audiencias en el Senado. Los mercados también se están preocupando —dijo, mientras tecleaba la contraseña para bloquear su ordenador.

—Kate, hablando de forma oficial, no tengo ni idea de qué audiencias me estás hablando —respondió Lisa—. Pero creo que quiero cambiar de trabajo. He pasado la mañana haciendo dos cosas: mirando esos dos frentes de baja presión que se agitan sobre la llanura, intentando adivinar qué van a destruir, y colgando el teléfono cuando los agentes bursátiles quieren saber exactamente eso. Prefiero leer blogs.

Kate se puso de pie y agarró sus gafas de sol. Cerró la puerta de su oficina al salir, sonriendo.

—Tienes que esforzarte para llegar a ello. Además, no he dicho que sea lo único que he estado haciendo. También me he dedicado a despachar a los agentes de bolsa. Estoy tratando de averiguar si alguna de esas depresiones tropicales va a hacer algo.

—Sí, ¿qué sucede con eso? Están alineadas a lo largo del Pacífico como las Rockettes esperando salir al escenario.

Kate se encogió de hombros y se rió mientras atravesaban el salón de compraventa de acciones, que estaba funcionando con su habitual y constante barullo.

—No tengo ni idea. Las dos que hay sobre el Atlántico no me preocupan, pero deseo que los sistemas del Pacífico se despejen. Aunque sólo uno de ellos alcance el rango de tormenta tropical, nos veríamos con malas noticias. Todavía es la estación de los monzones al otro lado del charco. Dijiste que «nosotras» íbamos a almorzar. ¿Quiénes somos «nosotras»?

—Elle Baker. Está trabajando para Davis Lee en un proyecto especial y todavía no conoce a mucha gente. ¿Sabías que antes trabajaba para la Casa Blanca?

—Algo he oído. La he visto por ahí, pero no nos han presentado.

—Me senté a su lado en el vuelo de vuelta. Es agradable. Un poco callada pero lo suficientemente interesante como para conversar con ella, si consigues hacerla hablar. Es del interior. —Lisa se encogió de hombros—. Minnesota, Montana. No sé; creo que empieza con M. Buena chica, me ha dado la impresión.

—Si tú lo dices… Tienes veinticuatro años.

Lisa se encogió expresivamente de hombros.

—Eh, te recuerdo que soy de Trenton. Allí dejas de ser niño cuando cumples los diez.

Reprimiendo una sonrisa mientras daban vuelta a la esquina, Kate se detuvo frente al ascensor del banco en donde Elle estaba esperándolas. Había visto a Elle de pasada unas cuantas veces y todas había pensado lo mismo: aquella joven existía en la encrucijada en donde la elegancia se cruza con la falta de estilo. Elle era delgada y alta pero solía vestir ropa que parecía diseñada para una adolescente en una escuela privada; hoy llevaba unos pantalones caqui de pierna estrecha, zapatos negros de tacón bajo y una amplia camisa de botones. Su melena rubia, de corte sencillo, estaba atada en una cola de caballo demasiado apretada, y unos pequeños pendientes hacían que sus orejas parecieran más grandes y prominentes de lo que eran. Tenía dientes muy blancos y una sonrisa agradable y perfecta, lo que, de algún modo, le daba a su apariencia un tono todavía más extraño.

Lisa hizo las presentaciones mientras el ascensor comenzaba a bajar.

—¿Así que Davis Lee te tiene ocupada? —le preguntó Kate a falta de algo más brillante que decir.

Elle asintió con una sonrisa.

—Todo el tiempo.

—Eso suena a Davis Lee, es verdad. ¿En qué cuestiones estás trabajando?

—Están relacionadas con el aniversario.

Kate parpadeó al escuchar la evasiva respuesta. «No vas a morder el anzuelo tan fácilmente, señorita pantalones ajustados».

—¿Como qué?

Elle la miró, como si estuviera sopesando el cargo y la posición de Kate en relación con la suya, y un segundo después se encogió levemente de hombros, lo que daba a entender su estatus protegido con la sutil precisión de un corte con papel.

—Cosas de Recursos Humanos, en su mayor parte. Estoy trabajando en una historia de las compañías y recopilando información sobre el señor Thompson para una breve biografía. Trabajo con Marketing en las listas de invitados para algunos de los eventos que se están preparando para más adelante este verano. —Hizo una pausa y sonrió—. Ese tipo de cosas.

—¿Una biografía del viejo? ¿Hizo algo interesante además de muchísimo dinero?

Kate se sintió incomoda ante la brusca pregunta de Lisa, pero tenía curiosidad por la respuesta.

—Bueno, comenzó como meteorólogo —respondió Elle—. Sabíais eso, ¿verdad? Y trabajó un tiempo para el gobierno antes de comenzar con su empresa. Creo que cambiar la pura investigación para montar una sociedad constructora es poco habitual. Casi extremos opuestos, si se piensa bien. De puro cerebro a pura fuerza, al menos en los comienzos.

—Sí, claro, eso es lo que quise decir. ¿Qué fue lo que lo hizo cambiar? ¿Lo elevó un tornado y vio a Dios antes de aterrizar en un campo de maíz o algo así?

—Probablemente fue cuestión de dinero, Lisa. Nadie se hace rico trabajando para el gobierno —respondió Kate.

—Ves, ésa es la cuestión —arguyó Lisa—. Él se hizo rico trabajando para el gobierno. ¿Quién crees que le paga por reconstruir todas esas carreteras y puentes? Nuestro rico Tío Sam. Pero a pesar del dinero, pienso que el paso de la investigación a la reconstrucción es extraño. —Miró a Elle—. Entonces, bueno, esto es lo que se me ocurre. ¿Cuántas fiestas más de la compañía habremos de tener este verano para celebrar la extrañeza de su decisión? En la ciudad. No estoy interesada en volver a ver ninguna granja en un futuro cercano, a menos que el presidente vuelva a aparecer.

Elle se rió brevemente ante la pregunta de Lisa.

—¿El presidente o ese George Clooney del servicio secreto de quien no podías dejar de hablar en el viaje de vuelta de Iowa?

—Es curioso que lo preguntes —respondió Lisa algo tímidamente, y miró a Kate—. Hasta que vi a uno de cerca, nunca pensé que yo enloquecería tanto por los hombres que les hablan a sus gemelos.

—¿En vez de hablar sobre ellos? —replicó Elle por lo bajo, provocando una inesperada carcajada en Kate.

«Bueno, la muchacha merece una segunda oportunidad. Tiene sentido del humor, aunque carezca de estilo para vestir».

—¿Has oído las historias de los gemelos confederados, entonces? —le preguntó.

Lisa miró a Kate y a Elle.

—¿De qué estás hablando?

—Davis Lee tiene un par de gemelos hechos con los botones del uniforme de la Confederación de algún pariente suyo. Supuestamente, uno de ellos tiene una marca en donde rebotó una bala salvando así la vida del hombre —explicó Kate, moviendo los ojos—. Habla de ello a todas horas.

—Seguro que no más de una vez por semana —murmuró Elle.

—Son esas cosas que hacen que me jure que nunca saldré con alguien de Wall Street. Su nivel de narcisismo interferiría demasiado con el mío —dijo Kate con una sonrisa irónica—. Tiene que haber muchos tíos parecidos en Washington. Especialmente en los círculos políticos.

—Muchos —asintió Elle—. Aunque conocer a otros hombres en el trabajo es un desafío si uno no cuenta con una red de conocidos.

—O aunque la tengas —apostilló Kate.

—¿Y qué? ¿No has dejado ningún novio allá en el pueblo? —dijo Lisa, con obvio sarcasmo.

—Rompimos antes de trasladarme aquí —contestó Elle tensa.

Kate se sintió incómoda y cambió de tema.

—Y además de las conversaciones permanentes e inmortales, ¿cómo va todo? Quiero decir, la transición de la Casa Blanca a Wall Street?

Elle se acomodó un mechón de su cabello que se había soltado detrás de su oreja con un delicado gesto e inclinó la cabeza, pensando en la respuesta. Aquel movimiento reavivó la sutil incomodidad que había en el fondo de la mente de Kate. Había algo en Elle que parecía fuera de lugar. No parecía segura ni se vestía lo suficientemente bien para encajar con el estereotipo de la Ivy League/Wall Street, pero tampoco era una muchacha pueblerina de ojos asombrados. Tal vez se tratara de la reina de belleza del pueblecito, teniendo en cuenta su actitud. Y esa leve tendencia al sarcasmo. Sin embargo, la muchacha no era estúpida, y tenía que darse cuenta de que si se maquillaba y se vestía mejor, atraería mucha más atención. Eso hizo que Kate descartara la idea de que Elle estaba simplemente en busca de un marido, algo que había oído decir a uno de los administrativos, chismorreando unas semanas antes. Pero había algo en ella, sarcasmos aparte… No parecía lo suficientemente resistente para Wall Street. Tal vez fuera eso.

Other books

A Lady Betrayed by Nicole Byrd
How We Learn by Benedict Carey
Deadly Holidays by Alexa Grace
Master for Tonight by Elaine Barris
You're My Baby by Laura Abbot
Big Decisions by Linda Byler
Embrace Me by Ann Marie Walker