Casa capitular Dune (63 page)

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Authors: Frank Herbert

Tags: #Ciencia ficción

BOOK: Casa capitular Dune
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Como siempre hacemos.

La sala de espera del Campo era vieja. De piedra por dentro y por fuera, su principal material de construcción allí. Los sillones espartanos y las bajas mesitas de plaz moldeado eran más recientes. La economía no podía ser ignorada ni siquiera para la Madre Superiora.

El transporte llegó en un remolino de polvo. Nada de colchón a suspensor. Aquél iba a ser un despegue rápido, con incómodas
Ges
acumulándose sobre una, pero no las suficientes como para dañar la carne.

Odrade se sintió casi como vacía cuando dijo su adiós final y depositó la Casa Capitular en manos de un triunvirato formado por Sheeana, Murbella y Bellonda. Una última palabra:

—No interfiráis con Teg. Y no quiero que le ocurra nada malo a Duncan. ¿Me has oído, Bell?

Con todas las maravillosas cosas tecnológicas que podían conseguir, y seguían sin poder impedir que una densa tormenta de arena casi les cegara cuando despegaron. Odrade cerró los ojos y aceptó el hecho de que no le estaba permitida una última visión a bajo nivel de su amado planeta. Despertó con el golpe del atraque. Había un coche eléctrico en un pasillo al otro lado de la compuerta. Un zumbante recorrido hasta sus aposentos. Tamalane, Dortujla y la acólita sirviente guardaban silencio, respetando el deseo de la Madre Superiora de estar con sus propios pensamientos.

Los aposentos, al menos, eran familiares, estándar en las naves de la BG: un pequeño comedor-sala de estar en plaz elemental de un uniforme verde claro; un dormitorio más pequeño aún con paredes del mismo color y un solo camastro duro. Conocían las preferencias de la Madre Superiora. Odrade miró a un cuarto de baño fusiforme. Comodidades estándar. Los aposentos contiguos para Tam y Dortujla eran similares. Ya habría tiempo más tarde para examinar las otras instalaciones de la nave.

Se había previsto todo lo esencial. Incluidos elementos no llamativos de apoyo psicológico: colores relajantes, muebles familiares, un entorno que no molestara a ninguno de sus procesos mentales. Dio las órdenes necesarias para la partida antes de regresar a su comedor-salón.

La comida estaba aguardando en una mesita baja… unas frutas azules, dulces y jugosas, y un sabroso paté amarillo untado sobre pan adecuado a sus necesidades energéticas. Muy bueno todo. Observó a la acólita asignada en su trabajo de arreglar los efectos de la Madre Superiora. Su nombre escapó por un segundo a Odrade; luego:
Suipol
. Una mujer pequeñita con un rostro redondo y tranquilo y unos modales acordes con él.
No una de las más brillantes, pero de una eficiencia garantizada.

De pronto chocó a Odrade el hecho de que aquellas misiones tenían un aire de insensibilidad en sí mismas.
Un entorno pequeño, para no ofender a las Honoradas Matres. Y para reducir nuestras pérdidas al mínimo.

—¿Has sacado todas mis cosas, Suipol?

—Sí, Madre Superiora. —Muy orgullosa de haber sido elegida para aquella importante misión. Lo demostró en su forma de andar cuando se fue.

Hay algunas cosas que no puedes sacar por mí, Suipol. Las llevo en mi cabeza.

Ninguna Bene Gesserit de la Casa Capitular abandonaba nunca el planeta sin llevarse consigo una cierta cantidad de chauvinismo. Los otros lugares nunca eran tan hermosos, nunca tan serenos, nunca tan agradables como hábitat.

Pero esto se refiere a la Casa Capitular que era.

Aquél era un aspecto de la transformación del desierto que nunca antes había considerado de aquella manera. La Casa Capitular estaba extirpándose a sí misma. Desapareciendo, para no regresar nunca, al menos no en la vida de aquellos que la conocían ahora. Era como verse abandonada por un amado padre… desdeñosamente y con malicia.

Ya no eres importante para mí, niña.

En el camino hacia convertirse en una Reverenda Madre, se les enseñó muy pronto que el viajar podía proporcionar un pacífico modo de descanso. Odrade tenía intención de aprovecharse completamente de ello, y dijo a sus compañeras, inmediatamente después de comer:

—Ahorradme los detalles.

Suipol fue enviada a llamar a Tamalane. Odrade habló con la misma tensa concisión de Tam.

—Inspecciona las instalaciones y dime lo que debo ver. Llévate a Dortujla.

—Es inteligente. —Una gran alabanza viniendo de Tam.

—Cuando hayamos terminado con eso, aisladme tanto como sea posible.

Durante parte de la travesía, Odrade se ató en la red de su camastro y se ocupó en componer lo que consideraba su última voluntad y testamento.

¿Quién será el albacea?

Su elección personal era Murbella, especialmente después de haber Compartido con Sheeana. Sin embargo… la expósita de Dune seguía siendo una candidata potencial si aquella aventura en Conexión fallaba.

Algunas suponían que cualquier Reverenda Madre podía servir si la responsabilidad recaía sobre ella. Pero no en estos tiempos. No con esta trampa tendida. Era muy poco probable que las Honoradas Matres evitaran la trampa.

Si las hemos juzgado correctamente. Y los datos de Murbella dicen que hemos hecho todo lo posible. La puerta está ahí para que las Honoradas Matres entren por ella, y oh, qué invitadora parece. No verán el hecho de que no tiene ninguna salida hasta que no se hayan metido muy adentro en ella. ¡Demasiado tarde!

¿Pero y si fracasamos?

Las supervivientes (si quedaba alguna) despreciarían a Odrade.

A menudo me he sentido disminuida, pero nunca objeto de desprecio. Sin embargo, puede que las decisiones que he tomado nunca hayan sido aceptadas por mis hermanas. Al menos, no me disculpo por ellas… ni siquiera ante aquellas con las que he Compartido. Ellas saben que mi respuesta procede de la oscuridad antes del amanecer humano. Cualquiera de nosotras puede hacer algo fútil, incluso algo estúpido. Pero mi plan puede proporcionarnos la victoria. No «simplemente sobreviviremos». Nuestro grial requiere que persistamos juntas. ¡Los humanos nos necesitan! A veces, necesitan religiones. A veces, necesitan simplemente saber que sus creencias están tan vacías como sus esperanzas de nobleza. Nosotras somos su fuente. Una vez son retiradas las máscaras, eso es lo que queda:

Nuestro Nicho.

Entonces sintió que aquella nave la estaba llevando al abismo. Más y más cerca de aquella terrible amenaza.

Voy hacia el hacha; no es ella quien viene hacia mí.

Ningún pensamiento de exterminar a sus enemigos. No desde que la amplificada población humana de la Dispersión había hecho eso posible. Una imperfección en los esquemas de las Honoradas Matres.

El agudo bip y la parpadeante luz naranja que indicaba la llegada la sacaron de su descanso. Se extrajo de su red elástica y, con Tam, Dortujla y Suipol cerca de ella, siguió a un guía hasta la compuerta del transporte donde había sido unido el tubo estanco de conexión del transbordador de largo alcance. Odrade contempló el transbordador visible en las pantallas monitoras del casco. ¡Increíblemente pequeño!

—Serán solamente diecinueve horas —había dicho Duncan—. Pero es todo lo cerca que nos atrevemos a traer una no-nave. Es seguro que ellas poseen sensores del Pliegue espacial a todo alrededor de Conexión.

Bell, por una vez, había estado de acuerdo.
No arriesguemos la nave. Está ahí para detectar las defensas exteriores y para recibir tus transmisiones, no simplemente para llevar a una Madre Superiora.
El transbordador era el sensor a distancia de la no-nave, señalando todo lo que encontrara.

Y yo soy el sensor más de avanzada, un frágil cuerpo con delicados instrumentos.

Había flechas guía junto a la compuerta. Odrade abrió camino. Cruzaron un pequeño tubo en caída libre. Luego se halló en una sorprendentemente lujosa cabina. Suipol, tropezando detrás, la reconoció y se ganó un punto en la estimación de Odrade.

—Era una nave contrabandista.

Una persona las aguardaba. Masculina por su olor, pese a que una opaca capucha de piloto erizada de conectores ocultaba su rostro.

—Que todo el mundo se ate.

Una voz masculina dentro de toda aquella instrumentación.

Teg lo eligió. Será el mejor.

Odrade se deslizó en un asiento tras una compuerta de descarga y encontró las abultadas protuberancias que se desenrollaban en redes de sujeción. Oyó a las demás obedecer la orden del piloto.

—¿Todas aseguradas? Permaneced así a menos que yo diga otra cosa. —Su voz les llegó desde un altavoz flotante tras su asiento en la consola de pilotaje.

El cordón umbilical del tubo de conexión se retiró con un chasquido. Odrade notó una serie de suaves movimientos, pero la vista en el monitor al lado de ella mostró a la no-nave retrocediendo a una notable velocidad. Desapareció de la existencia con un parpadeo.

Yendo a cumplir con su misión antes de que pueda venir alguien a investigar.

El transbordador poseía una sorprendente velocidad. Los monitores señalaron estaciones planetarias y barreras de transición cuando faltaban dieciocho horas y algo, pero los parpadeantes puntos que los identificaban eran visibles tan sólo porque habían sido intensificados. Un recuadro en el monitor indicó que las estaciones serían visibles a ojo desnudo en un poco más de doce de esas horas.

La sensación de movimiento cesó bruscamente, y Odrade dejó de sentir la aceleración que señalaban sus ojos.
Cabina a suspensor. Tecnología ixiana para un nul-campo tan pequeño como éste.
¿Dónde lo había adquirido Teg?.

No necesito saberlo. ¿Por qué decirle a la Madre Superiora dónde se halla localizada cada plantación de robles?

Al cabo de una hora empezó a ver los contactos sensores, y dio silenciosamente las gracias por la astucia de Idaho.

Estamos empezando a conocer a esas Honoradas Matres.

El esquema defensivo de Conexión era evidente incluso sin el análisis de los rastreadores. ¡Planos superpuestos! Tal como Teg había predicho. Con el conocimiento de cómo estaban espaciadas las barreras, la gente de Teg podría tejer otro globo en torno al planeta.

Seguro que no es tan simple.

¿Estaban tan confiadas las Honoradas Matres de su poder abrumador que ignoraban las precauciones más elementales?

La Estación Planetaria Cuatro empezó a llamar cuando estaban exactamente a tres horas de distancia.

—¡Identifíquense!

Odrade oyó un «o de lo contrario» en aquella orden.

La respuesta del piloto sorprendió evidentemente a los observadores.

—¿Y venís en una pequeña nave contrabandista?

Así que la reconocen. Teg tiene razón una vez más.

—Voy a quemar el equipo sensor en el impulsor —anunció el piloto—. Eso aumentará nuestro impulso. Aseguraos de que estáis bien sujetas.

La Estación Cuatro se dio cuenta de aquello.

—¿Por qué estáis aumentando vuestra velocidad?

Odrade se inclinó hacia adelante.

—Repite la contraseña y di que nuestro grupo está cansado por haber permanecido demasiado tiempo en unos aposentos reducidos. Añade que voy equipada como precaución con un transmisor de signos vitales para alertar a mi gente en caso de que muera.

¡No encontrarán el cifrador de mensajes! Es listo Duncan. Y Bell no se sentirá sorprendida de descubrir lo que ocultó en los sistemas de la nave. «¡Más romanticismo!»

El piloto transmitió las palabras. De vuelta les llegó la orden:

—Reducid la velocidad y centraos en esas coordenadas para el aterrizaje. Tomaremos el control de vuestra nave en ese punto.

El piloto tocó un campo amarillo en su tablero.

—Exactamente de la forma en que el Bashar dijo que lo harían. —Había un placer malicioso en su voz. Alzó la capucha de su cabeza y se volvió.

Odrade se sintió impresionada.

¡Un cyborg!

El rostro era una máscara de metal con dos brillantes esferas plateadas por ojos.

Entramos en terreno peligroso.

—¿No os lo dijeron? —preguntó—. No malgastéis vuestra lástima. Estaba muerto, y esto me devolvió la vida. Soy Clairby, Madre Superiora. Y cuando muera esta vez, eso me hará ganar una nueva vida como ghola.

¡Maldita sea! Estamos comerciando con una moneda que tal vez nos esté negada. Demasiado tarde para cambiar. Y ese fue el plan de Teg. Pero… ¿Clairby?

El transbordador aterrizó con una suavidad que hablaba de un soberbio control por parte de la Estación Cuatro. Odrade supo que lo habían hecho debido a que el acicalado paisaje visible en su monitor ya no se movía. El nul-campo fue desconectado, y sintió la gravedad. La compuerta directamente frente a ella se abrió. La temperatura era agradablemente cálida. Había ruido ahí afuera. ¿Niños jugando a algún juego competitivo?

Con el equipaje flotando tras ella, se dirigió hacia un corto tramo de escaleras y vio que el ruido procedía efectivamente de un amplio grupo de jóvenes en un campo cercano. Bien pasados ya los quince años. Todos chicas. Golpeaban hacia un lado y hacia otro una pelota a suspensor, gritando mientras jugaban.

¿Una representación dedicada a nosotras?

Odrade pensó que era probable. A buen seguro había más de dos mil mujeres jóvenes en aquel campo.

¡Mirad cuántos reclutas tenemos a nuestro lado!

Nadie para recibirles, pero Odrade vio una estructura familiar al final de un sendero pavimentado a su izquierda. Obviamente un artefacto de la Cofradía Espacial, con una reciente torre añadida. Habló de la torre mientras miraba a su alrededor, dándole al transmisor implantado datos de un cambio para el plan en tierra de Teg. Nadie que hubiera visto alguna vez un edificio de la Cofradía podría equivocar el lugar, sin embargo.

Así que era como otros planetas de Conexión. En algún lugar en las grabaciones de la Cofradía había sin lugar a dudas un número de serie y un código para él. Había estado durante tanto tiempo bajo el control de la Cofradía antes de las Honoradas Matres que, en esos primeros momentos del desembarco, mientras «estiraban las piernas», todo lo que veían a su alrededor parecía tener aquel aroma especial de la Cofradía. Incluso el campo de juegos… diseñado para las reuniones al aire libre de los Navegantes en sus gigantescos contenedores de gas de melange.

El aroma de la Cofradía: algo compuesto por tecnología ixiana y diseño de los Navegantes… edificios construidos en torno al espacio con la máxima conservación de la energía en mente: caminos directos, pocas cintas deslizantes. Eran costosas y solamente la gravedad las necesitaba. Tampoco había plantaciones de flores en las cercanías de los Campos de Aterrizaje. Eran susceptibles de destrucción accidental. Y ese permanente grisor en todas las construcciones… no un color plateado sino ese apagado gris de la piel de los tleilaxu.

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