Casa capitular Dune (58 page)

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Authors: Frank Herbert

Tags: #Ciencia ficción

BOOK: Casa capitular Dune
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Lo sabe.

—¿Dónde está Duncan? preguntó Odrade.

A sus palabras, Murbella se puso en pie y se volvió. La pregunta confirmó lo que ella había sospechado.

—Lo encontraré —dijo Sheeana, y se fue.

Murbella aguardó en silencio, enfrentando la mirada de Odrade.

Tenemos que conseguirla,
pensó Odrade. Nunca había tenido una necesidad tan grande la Bene Gesserit. Qué insignificante figura era Murbella allí abajo para llevar tanto peso en su persona. El rostro casi ovalado, algo más ancho en las cejas, revelaba una nueva serenidad Bene Gesserit. Unos grandes ojos verdes, unas cejas arqueadas —ninguna mirada de soslayo—, no más naranja. Una boca pequeña… no más fruncimientos de sus comisuras.

Está preparada.

Sheeana regresó con Duncan a su lado.

Odrade le dirigió una breve mirada.
Nervioso.
Así que Sheeana se lo había dicho.
Bien.
Aquello era un acto de amistad. Podía necesitar amigos aquí.

—Te sentarás aquí arriba y permanecerás aquí a menos que yo te llame —dijo Odrade—. Quédate con él, Sheeana.

Sin que nadie se lo dijera, Tamalane flanqueó a Duncan por el otro lado. A un gesto de Sheeana, los tres se sentaron.

Con Bellonda a su lado, Odrade descendió hasta el nivel de Murbella y se dirigió hacia la mesa. A un lado había una serie de jeringuillas orales listas para ser colocadas en posición, pero todavía vacías. Murbella hizo un gesto hacia las jeringuillas y asintió con la cabeza a Odrade, que se dirigió hacia una puerta lateral en busca de la Reverenda Madre Suk encargada de la esencia de especia.

Apartando la mesa de la pared trasera, Odrade empezó a disponer las correas y ajustar las almohadillas. Se movía metódicamente, comprobando que todo hubiera sido dispuesto en el pequeño estante debajo de la mesa. La almohadilla bucal para impedir que la Agónica se mordiera la lengua. Odrade comprobó que fuera lo suficientemente fuerte. Murbella tenía una mandíbula musculosa.

Murbella observó trabajar a Odrade, sin decir nada, intentando no hacer ruidos que pudieran distraerla.

La Madre Superiora en pleno trabajo era un estudio fascinante incluso en circunstancias normales. Murbella había visto antes en su asociación que Odrade era una ejecutante virtuosa, tomando sus decisiones antes de que sus ayudantes terminaran de plantear sus problemas. Preguntas imaginativas…

Murbella vio de pronto a Odrade como una aliada. Ambas eran parecidas en muchos aspectos.

Bellonda regresó con la esencia de especia y procedió a llenar las jeringuillas. La venenosa esencia tenía un penetrante olor… canela amarga.

Llamando la atención de Odrade, Murbella dijo:

—Os agradezco que lo superviséis todo vos misma.

—¡Os lo agradece! —se burló Odrade, sin alzar la vista de su trabajo.

—Déjame esto a mí, Bell.

Mirando fijamente a Murbella, dijo:

—Sé las reservas que tienes en tu pecho, limitando tu compromiso con nosotras. Es lógico y está bien. No lo discutiré contigo porque tus reservas son muy poco diferentes de las que tenemos cualquiera de nosotras.

Sinceridad.

—La diferencia, si quieres saberla, se halla en el sentido de la responsabilidad. Yo soy responsable de mi Hermandad… de toda la que aún sobrevive. Eso representa una profunda responsabilidad, pese a lo que opine alguien que está aquí.

Bellonda resopló.

Odrade pareció no darse cuenta de ella mientras proseguía:

—La Hermandad de la Bene Gesserit se ha agriado algo desde el Tirano. Nuestro contacto con tus Honoradas Matres no ha mejorado las cosas. Las Honoradas Matres tienen en ellas el hedor de la muerte y la decadencia, están bajando la colina hacia el gran silencio.

—¿Por qué me decís estas cosas ahora? —Había miedo en la voz de Murbella.

—Porque, de alguna forma, lo peor de la decadencia de las Honoradas Matres no te ha afectado. Tu naturaleza espontánea quizá. Aunque eso se ha amortiguado algo desde Gammu.

—¡Es obra vuestra!

—Solamente hemos retirado un poco de salvajismo de ti, proporcionándote un mejor equilibrio. Puedes vivir más y de una forma más sana gracias a ello.

—¡Si sobrevivo a esto! —Un movimiento brusco de su cabeza hacia la mesa detrás de ella.

—El equilibrio es lo que quiero que recuerdes, Murbella. Homeostasis. Cualquier grupo que elija el suicidio cuando tiene otras opciones alcanza la locura. La homeostasis se vuelve loca.

Cuando Murbella miró al suelo, Bellonda restalló:

—¡Escúchala, estúpida! Esta haciendo todo lo posible por ayudarte.

—Tranquila, Bell. Esto es algo entre nosotras.

Cuando Murbella siguió mirando al suelo, Odrade dijo:

—Esta es la Madre Superiora dándote una orden. ¡Mírame!

La cabeza de Murbella se alzó bruscamente, y miró fijo a los ojos de Odrade.

—¿Cómo sabéis la energía que yo puedo manejar? —Aún furiosa.

Odrade se limitó a sonreír.

Cuando Odrade siguió en silencio, Murbella pareció encenderse. ¿Se había mostrado como una estúpida delante de la Madre Superiora, delante de Duncan y de todas esas otras? Qué humillante.

Odrade se recordó a sí misma que no era bueno hacer que Murbella fuera demasiado consciente de su vulnerabilidad. Era una mala táctica en aquellos momentos. No necesitaba provocarla.

—Estaré a tu lado a lo largo de toda tu Agonía. Si fracasas, será un hondo pesar para mí.

—¿Duncan? —Había lágrimas en sus ojos.

—Le será permitido darte cualquier ayuda que él pueda proporcionarte.

Murbella alzó la vista hacia las hileras de bancos y, por un breve momento, su mirada se encontró con la de Idaho. Él se alzó ligeramente, pero la mano de Tamalane sobre su hombro lo contuvo.

¡Pueden matar a mi amada!,
pensó Idaho.
¿Debo permanecer sentado aquí y contemplar simplemente cómo ocurre?
Pero Odrade había dicho que le permitiría ayudar.
No hay forma de detener esto ahora. Debo confiar en Dar. Pero, ¡dioses de las profundidades! Ella no sabe lo hondo de mi pesar si… si…
Cerró los ojos.

—Bell. —La voz de Odrade tenía una sensación de finalidad, un borde afilado que la hacía casi quebradiza.

Bellonda tomó a Murbella del brazo y la ayudó a subir a La mesa. Esta osciló ligeramente, ajustándose al peso.

Este es el auténtico trampolín,
pensó Murbella.

Tuvo tan sólo una remota sensación de las correas siendo atadas sobre ella, de movimientos precisos a su alrededor.

—Esta es la rutina habitual —dijo Odrade.

¿Rutina?
Murbella había odiado las rutinas de convertirse en una Bene Gesserit, todos sus estudios, el escuchar y reaccionar a las Censoras. Había odiado particularmente la necesidad de refinar unas reacciones que había creído adecuadas pero que eran inadmisibles a aquellos atentos ojos.

¡Adecuadas! Qué peligrosa palabra.

Aquel reconocimiento había sido exactamente lo que ellos buscaban. Exactamente la palanca que sus acólitas requerían.

Si lo odias, hazlo mejor. Utiliza tu odio como guía; dirígete exactamente hacia lo que necesitas.

El hecho de que sus maestras vieran de una forma tan directa en su comportamiento… ¡qué maravilloso era! Deseaba esa habilidad. ¡Oh, cómo la deseaba!

Debo dominar eso.

Era algo que cualquier Honorada Matre envidiaría. Se vio bruscamente a sí misma en una especie de doble visión:

Bene Gesserit y Honorada Matre a la vez. Una intimidante percepción.

Murbella se dio cuenta entonces de lo que había estado haciendo Odrade con palabras y tono.

Una mano tocó su mejilla, movió su cabeza, y se retiró.

Responsabilidad. Estoy a punto de aprender lo que quieren decir ellas con «un nuevo sentido de la historia».

La visión de la historia de la Bene Gesserit la fascinaba. ¿Cómo contemplaban los pasados múltiples? ¿Era algo inmerso en un esquema más grande? La tentación de convertirse en una de ellas había sido abrumadora.

Este es el momento en el que aprendo.

Vio una jeringuilla oral en posición encima de su boca. La mano de Bellonda la movió.

—Llevamos nuestro grial en nuestras cabezas —
había dicho Odrade—.
Lleva este grial con gentileza si consigues poseerlo.

La jeringuilla tocó sus labios. Murbella cerró los ojos, pero sintió que unos dedos abrían su boca. El frío metal tocó sus dientes. La recordada voz de Odrade estaba con ella.

—Evita los excesos. Corrígelos demasiado, y siempre tendrás un revoltijo en tus manos, la necesidad de hacer mayores y mayores correcciones. Oscilación. Los lunáticos son maravillosos creadores de oscilaciones.

«Nuestro grial. Representa la linealidad porque cada Reverenda Madre lleva consigo la misma determinación. Perpetuaremos esto todas juntas.»

Un líquido amargo inundó su boca. Murbella tragó convulsivamente. Sintió el fuego fluir garganta abajo hasta su estómago. Ningún dolor excepto el ardor. Se preguntó si podría librarse de él. Su estómago sentía ahora tan sólo una cierta calidez.

Lentamente, tan lentamente que necesitó varios latidos de su corazón para reconocerlo, el calor fluyó hacia afuera. Cuando alcanzó la punta de sus dedos sintió que su cuerpo se convulsionaba. Su espalda se arqueó en la mesa acolchada. Algo suave pero firme reemplazó a la jeringuilla en su boca.

Voces. Las oyó, y supo que había gente hablando, pero no pudo distinguir las palabras.

Mientras se concentraba en las voces fue consciente de que había perdido el contacto con su cuerpo. De alguna forma, su carne se contorsionaba, había dolor, pero ella había sido extirpada de él.

Una mano tocó su mano y la aferró firmemente. Reconoció el contacto de Duncan y, bruscamente, allí estuvo su cuerpo y su agonía. Sus pulmones le dolían cuando expulsaba el aire. No cuando lo inhalaba. Parecían estar como aplastados y nunca lo suficientemente llenos. El sentido de su presencia en la carne viviente se convirtió en un delgado hilo que se enroscaba en muchas presencias. Sintió a las otras a todo su alrededor, demasiada gente para aquel pequeño anfiteatro.

Otro ser humano flotó ante su vista. Murbella sintió que se hallaba en la lanzadera de una factoría… en el espacio. La lanzadera era primitiva. Demasiados controles manuales. Demasiadas luces parpadeantes. Una mujer a los controles, pequeña y sucia con el sudor del trabajo. Tenía un largo pelo castaño y lo llevaba atado en un moño del que escapaban algunos mechones más pálidos, que colgaban sobre sus chupadas mejillas. Llevaba un vestido de una sola pieza, corto, con brillantes rojos, azules y verdes.

Maquinaria.

Fue consciente de una monstruosa maquinaria justo más allá de su espacio inmediato. El vestido de la mujer contrastaba enormemente con la sensación vieja y deslustrada de la maquinaria. Habló, pero sus labios no se movieron.

—¡Escucha, tú! Cuando llegue el momento de que te hagas cargo de estos controles, no te conviertas en una destructora. Estoy aquí para evitar los destructores. ¿Lo sabes?

Murbella intentó hablar, pero no tenía voz.

—¡No lo intentes tan intensamente, muchacha! —dijo la mujer—. Te oigo.

Murbella intentó apartar su atención de la mujer.

¿Dónde es este lugar?

Una operadora, un almacén gigantesco… una factoría… todo automatizado… marañas de líneas de realimentación en aquel reducido espacio con sus complejos controles.

—¿Quién eres tú? —
preguntó Murbella con intención de susurrarlo, y oyó su propia voz rugir. ¡Agonía en sus oídos!

—¡No tan alto! Soy tu guía del Mohalata, la que te conduce para librarte de los destructores.

¡Dur me proteja!, pensó Murbella. ¡Esto no es ningún lugar; soy yo!

Ante aquel pensamiento, la sala de control desapareció. Era una emigrante en el vacío, condenada a no estar nunca inmóvil, a no hallar nunca ni un momento de refugio. Todo excepto sus propios aleteantes pensamientos se había vuelto inmaterial. No tenía sustancia, tan sólo una tenue adherencia que reconoció como su propia consciencia.

He construido mi yo fuera de la niebla.

Llegaron las Otras Memorias, atisbos y fragmentos de experiencias que sabía que no eran suyas. Rostros que la miraban de soslayo y exigían su atención, pero la mujer en los controles de la lanzadera los rechazaba. Murbella reconoció las necesidades, pero no podía plantearlas de una forma coherente.

—Esas son vidas en tu pasado. —Era la mujer a los controles de la lanzadera, pero su voz poseía una cualidad incorpórea y procedía de un lugar indiscernible.

—Somos descendientes de gente que hizo cosas horribles —dijo la mujer—. No nos gusta admitir que hubo bárbaros entre nuestros antepasados. Una Reverenda Madre tiene que admitirlo. No tenemos elección.

Murbella consiguió la habilidad de pensar entonces en hacerle solamente preguntas.
¿Por qué debo…?

—Los vencedores procrean. Nosotras somos sus descendientes. La victoria fue ganada a menudo a cambio de un gran precio moral. Barbarie no es ni siquiera una palabra adecuada para algunas de las cosas que hicieron nuestros antepasados.

Murbella sintió una mano familiar en su mejilla.
¡Duncan!
Aquel contacto restableció la agonía.
¡Oh, Duncan! Estás haciéndome daño.

A través del dolor, sintió abismos en las vidas que le eran reveladas. Cosas que eran retenidas.

—Solamente lo que eres capaz de aceptar ahora —dijo la voz incorpórea—. Otras vendrán más tarde cuando estés más fuerte… si sobrevives.

Un filtro selectivo.
Aquellas eran palabras de Odrade.
La necesidad abre puertas.

Un persistente gemido llegó de las otras presencias. Lamentos.

—¿Lo ves? ¿Ves lo que ocurre cuando ignoras el sentido común?

La agonía aumentó. No podía escapar a ella. Cada nervio estaba tocado por llamas. Deseaba llorar, gritar amenazas, implorar ayuda. Girantes emociones acompañaban la agonía, pero las ignoró. Todo aquello ocurría a lo largo de un delgado hilo de existencia. ¡El hilo podía romperse!

Estoy muriéndome.

El hilo estaba tensándose. ¡Iba a romperse! Era inútil resistirse. Los músculos no obedecían. Probablemente ya no le quedaban músculos. No los deseaba, de todos modos. Representaban dolor. Era un infierno y nunca terminaría… no aunque el hilo se rompiera. Las llamas ardían a lo largo del hilo, lamiendo su consciencia.

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