Era un fracaso en sí misma, pensó. Había crecido a los ritmos de la Casa Capitular. Este planeta le hablaba a un nivel subterráneo. Sentía la tierra, los árboles y las flores, cada cosa que crecía, como si todo formara parte de ella. Y ahora, aquí estaba este movimiento perturbador, algo en un lenguaje de otro planeta distinto. Sentía el desierto cambiar, y eso también era una lengua extraña. Desierto. No desprovisto de vida, sino viviendo de una forma profundamente distinta de la en un tiempo verdeante Casa Capitular.
Menos vida, pero más intensa.
Oyó al desierto: pequeños deslizamientos, chirriar de insectos, un impreciso susurro de alas en plena caza sobre su cabeza y un repentino
plop-plop
sobre la arena… un ratón canguro traído allí en anticipación de este día en el que los gusanos empezarían una vez más a dictar sus reglas.
Walli recordará enviar flora y fauna de Dune.
Se detuvo en la cima de un alto barragán. Frente a ella, con la oscuridad difuminando sus bordes, se extendía un océano congelado en pleno movimiento, una resaca fantasmal golpeando contra una playa fantasmal de aquella cambiante tierra. Era un ilimitado mar-desierto. Se había originado muy lejos, y llegaría a lugares más extraños que aquél.
Te llevaré allí si soy capaz.
Una brisa nocturna de las tierras áridas para humedecer lugares a sus espaldas depositó una película de polvo en sus mejillas y nariz, agitando las puntas de sus cabellos a su paso. Se sintió triste.
Lo que pudo haber sido.
Lo que ya no era importante.
Las cosas que son… eso es lo que importa.
Inspiró profundamente. El olor a canela era más fuerte. Especia. Especia y gusanos cerca. Gusanos conscientes de su presencia. ¿Cuán pronto sería aquel aire lo suficientemente seco para que los gusanos crecieran grandes y elaboraran su cosecha como habían hecho en Dune?
El planeta y el desierto.
Los vio como las dos mitades de una misma saga. Igual que la Bene Gesserit y la humanidad a la que servía. Dos mitades que encajaban. Cualquiera de ellas se veía disminuida sin la otra, un vacio carente de finalidad. No completamente inertes, quizá, pero moviéndose sin rumbo fijo. Ahí residía la amenaza de la victoria de las Honoradas Matres. ¡Orientadas por una ciega violencia!
Ciegas en un universo hostil.
Y era por esto por lo que el Tirano había preservado a la Hermandad.
Sabía que solamente él nos proporcionaba la senda sin dirección. Una caza de papelitos echados por un bromista y dejada vacía al final.
Un poeta por derecho propio, sin embargo.
Recordó su «Poema Memoria» de Dar-es-Balat, un asomo de desechos que la Bene Gesserit había conservado.
¿Y por qué razón lo conservamos? ¿Para que yo pueda llenar mi mente con él ahora? ¿Olvidando por un momento aquello a lo que tal vez tenga que enfrentarme mañana?
La hermosa noche del poeta,
Llena está con inocentes estrellas.
A un paso de distancia de Orión se halla.
Su resplandor lo ve todo,
Señalando nuestros genes para siempre.
Bienvenidas oscuridad y mirada,
Cegada en el resplandor crepuscular.
¡Ahí está la yerma eternidad!
Sheeana sintió bruscamente que había ganado una posibilidad de convertirse en la artista definitiva, llena para derramarse y enfrentada a una superficie virgen donde podía crear lo que quisiera.
¡Un universo sin restricciones!
Las palabras de Odrade de las exposiciones de Odrade acerca de las finalidades de la Bene Gesserit en aquella lejana infancia volvieron a ella.
—¿Que por qué debemos regocijarnos por ti, Sheeana? Es realmente simple. Hemos reconocido en ti algo que habíamos estado aguardando durante mucho tiempo. Has llegado, y vemos que eso está ocurriendo.
—¿Eso? —
¡Qué ingenua era!
—Algo nuevo alzándose por encima del horizonte.
Mi migración buscará lo nuevo. Pero… debo hallar un planeta con lunas.
Mirado desde un cierto punto de vista, el universo es movimiento browniano, en absoluto predecible a nivel elemental. Muad’Dib y su hijo el Tirano cerraron la cámara de niebla donde se producía el movimiento.
Historias de Gammu
Murbella penetró en un tiempo de incongruentes experiencias. Aquello la inquietó al principio, el ver su propia vida con visión múltiple. Los caóticos acontecimientos en Conexión habían desencadenado aquello, creando una confusión de necesidades inmediatas que no la abandonaron, ni siquiera cuando regresó a la Casa Capitular.
Te lo advertí, Dar. No puedes negarlo. Dije que podían convertir la victoria en una derrota. ¡Y mira en la mezcolanza que has echado a mi regazo! Tuve suerte de salvar tanto como salvé.
Su protesta interior la sumergía siempre en los acontecimientos que la habían elevado a aquella horrible prominencia.
¿Qué otra cosa podía haber hecho?
Las Memorias mostraban a Streggi desplomándose en el suelo en una muerte sin sangre. La escena había sido vista en los monitores de la no-nave como un drama de ficción. El marco de la proyección en la sala de mandos de la nave se añadía a la ilusión de que aquello no estaba ocurriendo realmente. Los actores se levantarían y saludarían. Los com-ojos de Teg, alejándose zumbando automáticamente, no se perdieron nada de la escena hasta que alguien los silenció.
La última imagen quedó grabada en su retina, como un residuo fantasmagórico: Teg tendido en el suelo de aquel nido de águilas de las Honoradas Matres. Odrade mirándolo en estado de shock.
Fuertes protestas recibieron la declaración de Murbella de que debían tomar tierra inmediatamente. Las Censoras fueron inflexibles hasta que ella les participó los detalles de la atrevida jugada de Odrade y preguntó:
—¿Deseáis el desastre total?
La Odrade Interior fue quien venció esa discusión. Pero tú estabas preparada para ella desde un principio, ¿no es así, Dar? ¡Era tu plan!
Las Censoras dijeron:
—Aún queda Sheeana. —Le dieron a Murbella un transbordador monoplaza y la enviaron a Conexión sola.
Pese a que transmitió por delante de ella su condición de Honorada Matre, hubo momentos delicados en el Campo de Aterrizaje.
Un pelotón de Honoradas Matres armadas la aguardaba cuando emergió del transbordador al lado de un humeante cráter. El humo olía a explosivos exóticos.
Donde fue destruido el transbordador de la Madre Superiora.
El pelotón era dirigido por una vieja Honorada Matre, con su túnica roja manchada, algunas de sus decoraciones desaparecidas, y un desgarrón en el hombro izquierdo. Era como algún desecado reptil, aún venenoso, aún capaz de morder, pero con sus cóleras desgastadas, la mayor parte de su energía desaparecida. Su desgreñado pelo tenía la apariencia de la piel exterior de un rizoma de jengibre recién extraído del suelo. Había un demonio en ella. Murbella lo vio asomarse por sus ojos moteados de naranja.
Pese al pelotón completo que flanqueaba a la vieja, las dos mujeres se miraron como si estuvieran solas a los pies de la rampa de descenso del transbordador, como animales salvajes olisqueándose cautelosamente, intentando juzgar la extensión del peligro.
Murbella observó atentamente a la vieja. Aquel reptil parecía dispuesto a lanzar su lengua y morder en cualquier momento, husmeando el aire, dando rienda suelta a sus emociones, pero se sentía lo suficientemente impresionada como para escuchar.
—Mi nombre es Murbella. Fui tomada cautiva por la Bene Gesserit en Gammu. Soy una adepta de Hormu.
—¿Por qué llevas las ropas de las brujas? —La vieja y su pelotón parecían realmente dispuestas a matar.
—He aprendido todo lo que ellas tenían para enseñar, y he traído ese tesoro a mis hermanas.
La vieja la estudió por un momento.
—Sí, reconozco tu tipo. Eres una Roc, una de las que elegimos para el proyecto Gammu.
El pelotón tras ella se relajó ligeramente.
—No viniste todo el camino en ese transbordador —acusó la vieja.
—Escapé de una de sus no-naves.
—¿Sabes dónde está su nido?
—Lo sé.
Una amplia sonrisa distendió los labios de la vieja.
—¡Bien! ¡Eres valiosa! ¿Cómo escapaste?
—¿Tienes que preguntarlo?
La vieja consideró aquello. Murbella pudo leer los pensamientos en su rostro como si los estuviera pronunciando:
Esas que trajimos de Roc… son mortíferas, todas ellas. Pueden matar con las manos, con los pies, o con cualquier otra parte móvil de sus cuerpos. Todas ellas deberían llevar una señal: «Peligrosas en cualquier posición.»
Murbella se apartó unos pasos del transbordador, mostrando la vigorosa gracia que era una marca de su identidad.
Rapidez y músculos, hermanas. Cuidado.
Algunas de las componentes del pelotón avanzaron unos pasos, curiosas. Sus palabras estaban llenas de comparaciones con la Honorada Matre, de ansiosas preguntas que Murbella se vio obligada a parar.
—¿Mataste a muchas de ellas? ¿Dónde está su planeta? ¿Es rico? ¿Has esclavizado a muchos machos allí? ¿Fuiste adiestrada en Gammu?
—Estaba en Gammu para el tercer estadio. Bajo Hakka.
—¡Hakka! La conozco. ¿Todavía tenía su pie izquierdo herido cuando estuviste con ella? —
Siempre probando.
—¡Era el pie derecho, y yo estaba con ella cuando ocurrió!
—Oh, sí, el pie derecho. Ahora lo recuerdo. ¿Cómo se lo hirió?
—Pateándole la retaguardia a un tipo. Llevaba un cuchillo afilado en el bolsillo de atrás. Hakka se puso tan furiosa que lo mató.
Las risas recorrieron el pelotón.
—Iremos a ver a la Gran Honorada Matre —dijo la vieja.
Así que he pasado la primera inspección.
Murbella sintió reservas, sin embargo.
¿Por qué lleva esta adepta de Hormu esas ropas enemigas? Y su expresión es extraña. Mejor enfrentarme a ésta inmediatamente.
—Tomé su adiestramiento y ellas me aceptaron.
—¡Las estúpidas! ¿Lo hicieron realmente?
—¿Dudas de mi palabra? —Qué fácil era darle la vuelta a las cosas, adoptando la susceptible actitud de las Honoradas Matres.
La vieja se envaró. No perdió altanería, pero envió una mirada de advertencia a su pelotón. Todas ellas necesitaron un momento para digerir lo que Murbella había dicho.
—¿Te has convertido en una de ellas? —preguntó alguien a sus espaldas.
—¿De qué otro modo hubiera podido robar sus conocimientos? ¡Sabedlo! Fui la estudiante personal de su Madre Superiora.
—¿Te enseñó bien? —Aquella misma voz desafiante desde atrás.
Murbella identificó a la que había formulado las preguntas: de los escalones intermedios, y ambiciosa. Ansiosa de que se fijaran en ella y recibir así una promoción.
Este es tu final, ansiosa. Y una pérdida muy pequeña para el universo.
Una finta Bene Gesserit llevó a la pluma que era su enemiga al lugar que le correspondía. Luego una patada estilo Hormu para que pudieran reconocerla. La que había preguntado cayó muerta al suelo.
La unión de las habilidades Bene Gesserit y las de las Honoradas Matres crean un peligro que tenéis que reconocer y envidiar todas.
—Me enseñó admirablemente —dijo Murbella—. ¿Alguna otra pregunta?
—¡Ehhhhh! —dijo la vieja.
—¿Cómo te llamas? —preguntó Murbella.
—Soy una Dama de Rango, una Honorada Matre de la Hormu. Me llamo Elpek.
—Gracias, Elpek. Puedes llamarme Murbella.
—Me siento honrada, Murbella. Por supuesto, es un tesoro lo que nos has traído.
Murbella la estudió un momento con atención Bene Gesserit antes de sonreír sin ningún humor.
¡El intercambio de nombres! Tú aquí, con tu túnica roja que te señala como una de las poderosas que rodean a la Gran Honorada Matre, ¿sabes qué es lo que acabas de aceptar en tu círculo?
El pelotón seguía impresionado y miraba a Murbella con precaución. Lo vio con su nueva sensibilidad. El sistema de grado/edad nunca había servido para crear posiciones en la Bene Gesserit, pero funcionaba con las Honoradas Matres. El simulflujo la divirtió con una exhibición confirmadora. Qué sutiles las transferencias de poder: las escuelas adecuadas, los amigos adecuados… todo ello conducido por familiares y sus conexiones, aduladores mutuos que establecían alianzas, incluso matrimonios. El simulflujo le dijo que aquello conducía hasta el pozo pero las que estaban en la escalera, las que controlaban los nichos, nunca dejaban que aquello las preocupara.
Hoy es suficiente hasta hoy, y así es como me ve Elpek. Pero ella no ve en qué me he convertido, solamente que soy peligrosa pero potencialmente útil.
Volviéndose lentamente sobre un pie, Murbella estudió al pelotón de Elpek. No había machos esclavizados allí. Aquella era una tarea demasiado delicada para cualesquiera que no fueran mujeres de confianza. Bien.
—Ahora escuchadme, todas. Si tenéis alguna lealtad a nuestra hermandad, lo cual juzgaré sobre actuaciones futuras, honraréis lo que he traído. Pretendo que sea un don para aquellas que lo merezcan.
—La Gran Honorada Matre se sentirá complacida —dijo Elpek.
Pero la Gran Honorada Matre no pareció complacida cuando le fue presentada Murbella.
Murbella reconoció la torre. Era casi el anochecer ahora, pero el cuerpo de Streggi aún permanecía tendido allá donde había caído. Algunos de los especialistas de Teg habían sido muertos, sobre todo los responsables de los com-ojos que pasaban por sus guardias.
No, a nosotras las Honoradas Matres no nos gusta que los demás nos espíen.
Vio que Teg aún vivía, pero estaba envuelto en hilo shiga y tirado desdeñosamente en un rincón. Lo más sorprendente de todo: Odrade permanecía de pie sin ligaduras cerca de la Gran Honorada Matre. Mostraba un gesto de desprecio.
Mirando a Murbella, la Gran Honorada Matre dijo:
—Así que éste es el saco de insolencia que dices que adiestraste en vuestras maneras.
Odrade casi sonrió ante la descripción.
¿Un saco de insolencia?
Una Bene Gesserit podía aceptar aquello sin inquina. Aquella Gran Honorada Matre con sus reumáticos ojos se enfrentaba a un dilema y no podía apelar a su arma que mataba sin sangre. Un equilibrio muy delicado de poder. Las agitadas conversaciones entre las Honoradas Matres habían revelado su problema.