Casa capitular Dune (40 page)

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Authors: Frank Herbert

Tags: #Ciencia ficción

BOOK: Casa capitular Dune
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Logno vio el destello naranja en los ojos de Dama y casi se arrodilló.
Realmente le tiemblan las rodillas.

—¡Todo mi interés es serviros, Dama!

Tu interés es reemplazarme, Logno.

—¿Qué hay de esa mujer de Gammu? Un extraño nombre. ¿Cuál es?

—Rebecca, Dama. Ella y algunos de sus compañeros nos han… ahhh, eludido temporalmente. Los encontraremos. No pueden abandonar el planeta.

—Crees que hubiéramos debido retenerla aquí, ¿no?

—¡Fue sagaz pensar en ella como en un cebo, Dama!

—Sigue siendo un cebo. Esa bruja que encontramos en Gammu no fue a ellos por accidente.

—Sí, Dama.

¡Sí, Dama!
Pero el tono servil en la voz de Logno era regocijante.

—¡Bien, sigue con ello!

Logno desapareció discretamente.

Siempre había aquellas pequeñas células de violencia potencial agrupándose secretamente en algún lugar. Edificando sus mutuas acusaciones de odio, zumbando de un lado para otro para desorganizar las ordenadas vidas de su alrededor. Alguien tenía que actuar siempre para arreglar las cosas luego. Dama suspiró. Las tácticas del terror eran tan… tan temporales.

Éxito, ese era el peligro. Les había costado un imperio. Si agitabas tu éxito en torno tuyo como una bandera alguien deseaba siempre echársete encima. ¡Celos!

Conservaremos más celosamente nuestro éxito esta vez.

Cayó en una semiensoñación, alerta aún a los sonidos a sus espaldas, pero saboreando las evidencias de nuevas victorias que le habían sido mostradas aquella mañana. Le gustaba paladear silenciosamente sobre su lengua los nombres de los planetas cautivos.

Wallach, Kronin, Reenol, Ecaz, Bela Tegeuse, Gammu, Gamont, Niushe…

Capítulo XXVII

Los humanos nacen con una susceptibilidad hacia el más persistente y debilitador mal del intelecto: el autoengaño. El mejor de todos los mundos posibles y el peor obtienen su espectacular coloración de ello. Por todo lo que podemos determinar, no existe ninguna inmunidad natural. Se requiere una constante alerta.

La Coda

Con Odrade lejos de Central (y probablemente tan sólo por un corto tiempo), Bellonda supo que era necesaria una acción rápida.
¡Ese maldito Mentat-ghola es demasiado peligroso para vivir!

El grupo de la Madre Superiora apenas estaba fuera de su vista en el creciente ocaso cuando Bellonda ya estaba de camino hacia la no-nave.

No era propio de Bellonda una meditativa aproximación a través del anillo de huertos. Ordenó espacio en un tubo, sin ventanillas, automático, y rápido. Odrade también tenía observadoras que podían enviar mensajes indeseados.

Por el camino, Bellonda revisó su evaluación de las muchas vidas de Idaho, una grabación que había mantenido preparada en Archivos para una recuperación rápida. En el original y en los gholas primitivos, su carácter había sido dominado por la impulsividad. Rápido en el odio, rápido en la lealtad. Más tarde, los gholas-Idaho templaron eso con cinismo, pero la impulsividad subyacente permanecía. El tirano lo había llamado muchas veces a la acción. Bellonda reconocía un esquema.

Podía ser aguijoneado por el orgullo.

Su largo servicio al Tirano la fascinaba. No sólo había sido varias veces un Mentat, sino que había evidencias de que había sido un Decidor de Verdad en más de una encarnación.

La apariencia de Idaho reflejaba lo que veía en sus grabaciones. Interesantes líneas de carácter, una expresión en torno a los ojos y un rictus en su boca que encajaban con su desarrollo interno.

¿Por qué no aceptaba Odrade el peligro que representaba este hombre? ¡Los poderes de un Decidor de Verdad unidos a los de un Mentat de potencial desconocido! Dejemos que actúe una sola vez traicionando habilidades proscritas, y nadie en la Hermandad podrá ignorar el peligro. Ni siquiera Odrade.
¡No más Kwisatz Haderachs para mantenernos esclavizadas!

Bellonda había notado frecuentes recelos cuando Odrade hablaba de Idaho con un alarde tal de sus emociones.

—Piensa de una forma clara y directa. Hay una exigente meticulosidad en su mente. Es restaurativa. Me gusta, aunque reconozco que es algo trivial para influenciar mis decisiones.

¡Admite su influencia!

Bellonda encontró a Idaho solo y sentado ante su consola. Su atención estaba fija en una imagen lineal que reconoció: ¡los esquemas operativos de la no-nave! Borró la proyección cuando la vio.

—Hola, Bell. Os estaba esperando.

Tocó el campo de su consola, y se abrió una puerta tras él. El joven Teg entró y ocupó una posición cerca de Idaho, mirando silenciosamente a Bellonda.

Idaho no la invitó a sentarse ni buscó una silla para ella, obligándola a traer una del dormitorio y colocarla frente a él. Cuando se hubo sentado, él le devolvió una mirada de cauteloso humor.

Bellonda seguía desconcertada por su saludo.
¿Por qué me esperaba?

El respondió a su no formulada pregunta:

—Dar se proyectó hace poco, y me dijo que salía a ver a Sheeana. Sabía que vos no ibais a perder tiempo en acudir a mí cuando ella se hubiera ido.

¿Una simple proyección Mentat o…?

—¡Ella te advirtió!

—Falso.

—¿Qué secretos compartís tú y Sheeana? —Exigiendo.

—Ella me usa de la forma que vosotras deseáis que me use.

—¡La Missionaria!

—¡Bell! Dos Mentats juntos. ¿Debemos jugar a esos juegos estúpidos?

Bellonda inspiró profundamente y buscó ponerse en modo Mentat. No era fácil bajo aquellas circunstancias, con aquel niño mirándola, con el regocijo en el rostro de Idaho. ¿Estaba desplegando Odrade una insospechada astucia? ¿Trabajando contra una Hermana con su ghola?

Idaho se relajó cuando vio la intensidad Bene Gesserit convertirse en aquel desdoblado foco del Mentat.

—Desde hace mucho tiempo sé que me deseáis muerto, Bell.

Sí… mis temores han sido claramente legibles.

Se había acercado mucho allí, pensó él. Bellonda había acudido a él con muerte en su mente, con un pequeño drama para crear «la necesidad» completamente preparado. Conservaba pocas ilusiones acerca de su habilidad para enfrentarse a ella en un entorno de violencia. Pero la Bellonda-Mentat observaría antes de actuar.

—Es irrespetuosa la forma en que utilizas nuestros nombres de pila —dijo ella, aguijoneándole.

—Una diferente aceptación, Bell. Vos ya no sois una Reverenda Madre y yo ya no soy «el ghola». Somos dos seres humanos con problemas comunes. No me diréis que no sois consciente de ello.

Ella miró a su alrededor al cuarto de trabajo.

—Si me esperabas, ¿por qué no está aquí Murbella?

—¿Para obligarla a mataros para protegerme?

Bellonda admitió aquello.
La maldita Honorada Matre probablemente me mataría, pero entonces…

—La enviaste lejos para protegerla.

—Tengo un protector mejor. —Idaho hizo un gesto hacia el niño.

¿Teg? ¿Un protector? Había esas historias de Gammu acerca de él. ¿Sabe Idaho algo?

Deseaba preguntárselo, pero ¿se atrevería a arriesgarse a una diversión? Las vigilantas recibirían un claro escenario de peligro.

—¿Él? ¿Cómo puede…?

—¿Serviría a la Bene Gesserit si os viera matarme?

Cuando ella no respondió, dijo:

—Poneos en mi lugar, Bell. Soy un Mentat atrapado no sólo en vuestra trampa sino en la de las Honoradas Matres.

—¿Es eso todo lo que eres, un Mentat?

—No. Soy un experimento tleilaxu, pero no veo el futuro. No soy un Kwisatz Haderach. Soy un Mentat con memorias de muchas vidas. Vosotras, con vuestras Otras Memorias… pensad en la palanca que esto me proporciona.

Mientras él estaba hablando, Teg se inclinó hacia la consola al lado de Idaho. La expresión del niño era de curiosidad, pero Bellonda no vio miedo de ella.

Idaho hizo un gesto hacia el foco de proyección encima de su cabeza, motas plateadas danzando allá, listas para crear sus imágenes.

—Un Mentat ve sus relés producir discrepancias… escenas invernales en verano, brillar el sol cuando sus visitantes llegan en medio de la lluvia… ¿No esperáis que desestime vuestros pequeños dramas?

Ella oyó el compendio Mentat. Hasta allí, compartían una enseñanza común. Dijo:

—Naturalmente, te dijiste a ti mismo que no debías minimizar el Tao.

—Me hice otras preguntas. Las cosas que ocurren juntas pueden tener lazos subterráneos que las unan. ¿Qué es causa y qué es efecto cuando te enfrentas a ello simultáneamente?

—Tuviste buenos maestros.

—Y no solamente en una vida. Teg se inclinó hacia ella.

—¿Realmente habéis venido aquí a matarlo?

No tenía ningún sentido mentir.

—Sigo pensando que es demasiado peligroso. —¡Dejemos que los perros guardianes discutan eso!

—¡Pero él va a devolverme mis memorias!

—Bailarines sobre una misma pista, Bell —dijo Idaho—. Tao. Puede que no parezca que bailamos juntos, puede que no utilicemos los mismos pasos o ritmos, pero hemos sido vistos juntos.

Ella empezó a sospechar dónde podía estarla conduciendo él, y se preguntó si era posible que existiera alguna otra forma de destruirlo.

—No sé de qué estáis hablando —dijo Teg.

—Interesantes coincidencias —dijo Idaho.

Teg se volvió hacia Bellonda.

—¿Quizá vos queráis explicaros, por favor?

—Él está intentando decirme que nos necesitamos el uno al otro.

—Entonces, ¿por qué no lo dice así?

—Es más sutil que eso, muchacho. —Y pensó:
La grabación tiene que mostrarme haciendo mis advertencias a Idaho
—. El morro del asno no causa la cola, Duncan, no importa las veces que veas al animal pasar por delante de esa estrecha rendija vertical limitando tu visión de él.

Idaho sostuvo sin pestañear la dura y fija mirada de Bellonda.

—Dar vino aquí en una ocasión con un ramillete de flores de manzano, pero mi proyección me mostraba la época de la recolección.

—¡Eso son acertijos! —dijo Teg, palmeando.

Bellonda recordó la grabación de aquella visita. Precisos movimientos por parte de la Madre Superiora.

—¿No sospechaste un invernadero?

—¿O que ella deseaba simplemente complacerme?

—¿Se supone que yo también tengo que pensar algo? —preguntó Teg.

Tras un largo silencio, mirada de Mentat clavada en mirada de Mentat, Idaho dijo:

—Hay anarquía tras mi confinamiento, Bell. Discusiones en vuestros altos consejos.

—Puede haber deliberación y juicio incluso en la anarquía —dijo ella.

—¡Sois una hipócrita, Bell!

Ella se echó hacia atrás como si él la hubiera golpeado, un movimiento puramente involuntario que la sorprendió por la forzada reacción.
¿La Voz?
No… algo que iba mucho más profundo. Se sintió de pronto aterrada de aquel hombre.

—Encuentro maravilloso que un Mentat
y una Reverenda Madre
puedan ser unos tales hipócritas —dijo él.

Teg tiró del brazo de Idaho.

—¿Os estáis peleando?

Idaho apartó la mano.

—Sí, nos estamos peleando.

Bellonda no podía apartar su mirada de Idaho. Deseaba dar media vuelta y huir. ¿Qué estaba haciendo aquel hombre? ¡Aquello había ido completamente mal!

—¿Hipócritas y criminales entre vosotras? —preguntó él.

Una vez más, Bellonda recordó los com-ojos. ¡Estaba jugando no sólo con ella sino también con las observadoras! Y haciéndolo con un cuidado exquisito. Se sintió repentinamente llena de admiración por aquel logro, pero esto no alivió su miedo.

—Me pregunto si vuestras Hermanas os toleran. —¡Los labios del hombre se movieron con una precisión tan delicada!—. ¿Sois un mal necesario? ¿Una fuente de datos valiosos y, ocasionalmente, buen consejo?

Ella consiguió hablar.

—¿Cómo te atreves? —Gutural, y conteniendo toda su alardeada malignidad.

—Puede ser que así fortalezcáis a vuestras Hermanas. —Una voz llana, sin el menor cambio de tono—. Los lazos débiles crean lugares que otros deben reforzar, y eso fortalece a esos otros.

Bellonda se dio cuenta de que apenas conseguía mantenerse en modo Mentat. ¿Sería cierto algo de aquello? ¿Era posible que la Madre Superiora la viera de aquel modo?

—Vinisteis con una desobediencia criminal en mente —dijo Idaho—. ¡Todo en nombre de la necesidad! Un pequeño drama para los com-ojos, demostrando que no teníais otra elección.

Bellonda halló de nuevo sus palabras, restaurando sus habilidades Mentat. ¿Estaba haciendo él aquello conscientemente? Se sintió fascinada por la necesidad de estudiar sus actitudes al mismo tiempo que sus palabras. ¿La estaba leyendo realmente tan bien? La grabación de este encuentro podía ser mucho más valiosa que su pequeña representación. ¡Y el resultado no sería distinto!

—¿Crees que los deseos de la Madre Superiora son ley? —preguntó.

—¿Realmente pensáis que no soy observador? —Agitando una mano hacia Teg, que iba a interrumpir—. ¡Bell! Sed solamente un Mentat.

—Te he oído. —
¡Y también muchas otras!

—Estoy profundizando en vuestro problema.

—¡Yo no he te traído ningún problema!

—Pero lo tenéis. Lo tenéis, Bell. Puede que lo olvidéis por la forma en que lo parceláis, pero yo lo veo.

Bellonda recordó bruscamente a Odrade diciendo:

—¡No necesito un Mentat! Necesito un inventor.

—Vosotras… me… necesitáis —dijo Idaho—. Vuestro problema se halla aún dentro de su cascarón, pero el meollo está ahí y tiene que ser extraído.

—¿Por qué deberíamos necesitarte?

—Necesitáis mi imaginación, mi inventiva, todas esas cosas que me mantuvieron con vida frente a la ira de Leto.

—Has dicho que te mató tantas veces que habías perdido la cuenta.

¡Trágate tus propias palabras, Mentat!

Él le dedicó una sonrisa exquisitamente controlada, tan precisa que ni ella ni los com-ojos podían equivocarse respecto a su significado.

—¿Pero cómo podéis confiar en mí, Bell?

¡Se está condenando a sí mismo!

—Sin algo nuevo estáis perdidas —dijo Idaho—. Sólo es un asunto de tiempo, y todas vosotras lo sabéis. Quizá no en esta generación. Quizá ni siquiera en la próxima. Pero inevitablemente.

Teg tiró bruscamente de la manga de Idaho.

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