Campeones de la Fuerza (7 page)

Read Campeones de la Fuerza Online

Authors: Kevin J. Anderson

BOOK: Campeones de la Fuerza
12.4Mb size Format: txt, pdf, ePub

Encima de su mesa de trabajo había un cubo que contenía un pequeño retrato holográfico de Wedge. Qwi volvía la mirada hacia él con frecuencia para recordarse a sí misma qué aspecto tenía Wedge, quién era y lo mucho que significaba para ella. Después del cruel castigo que Kyp Durron había infligido a su mente cuando la invadió con su sonda mental, Qwi ya no podía estar segura de ninguno de sus recuerdos.

Al principio incluso se había olvidado de Wedge y de todos los momentos que habían pasado juntos. Wedge, desesperado, se lo había contado todo, le había enseñado fotos y hologramas y había vuelto a llevarla a todos los lugares del planeta Ithor que habían visitado juntos. También le había explicado su visita a los trabajos de reconstrucción de la Catedral de los Vientos cuando estuvieron en el planeta Vórtice.

Algunas de aquellas cosas hacían que imágenes escurridizas parpadearan durante unos momentos en las profundidades de su mente, manteniéndose allí el tiempo suficiente para que Qwi supiera que habían estado en aquellos sitios, pero ya no era capaz de recordarlos con claridad.

Otras de las cosas que le dijo Wedge volvieron a su mente y estallaron entre sus pensamientos con una nitidez lo bastante grande para hacer que los ojos se le llenaran de lágrimas abrasadoras. Fuera lo que fuese lo que le había ocurrido. Wedge estaba allí para rodearla con los brazos y consolarla.

—Te ayudaré a recordar, y no me importa el tiempo que pueda hacer falta para ello —le había dicho—. Y si no conseguimos recuperar todo tu pasado..., entonces te ayudaré a crear nuevos recuerdos para que llenes los huecos con ellos.

Wedge le había acariciado la mano, y Qwi había asentido.

Qwi estaba repasando las cintas del discurso que había pronunciado ante el Consejo de la Nueva República durante el que había insistido en que debían abandonar sus intentos de analizar el
Triturador de Soles
y librarse de él para siempre. Los miembros del Consejo habían acabado accediendo de bastante mala gana a su petición, y decidieron olvidarse del proyecto enviándolo al núcleo de un gigante gaseoso. Pero al parecer aquello no había bastado para impedir que la ira y la determinación de alguien tan poderoso como Kyp Durron acabaran permitiéndole recuperar la superarma.

Qwi siguió contemplando la grabación holográfica de su discurso ante el Consejo de la Nueva República. Oía cómo su voz articulaba las palabras, pero no recordaba haberlas pronunciado. Guardó los recuerdos dentro de su mente, pero en realidad sólo eran imágenes externas de sí misma tal como había sido vista y registrada por otros. Qwi respiró hondo y pasó al fichero siguiente. Era un método lento y tosco, pero Qwi no podía hacer otra cosa y tendría que conformarse con él.

Una gran parte de sus conocimientos científicos básicos seguían estando intactos, pero algunas cosas habían desaparecido por completo: problemas que había entendido y resuelto, diseños de nuevas armas y nuevas ideas que había desarrollado... Parecía como si Kyp hubiese borrado todo aquello que no le gustaba mientras hurgaba en su cerebro y extraía violentamente de él todo cuanto tuviera alguna relación con el
Triturador de Soles
.

Qwi tenía que reconstruir todo lo que pudiera. Haber perdido sus conocimientos relacionados con el
Triturador de Soles
no la preocupaba en lo más mínimo, desde luego. Se había jurado no revelar a nadie cómo funcionaba el arma, y después de lo que le había hecho Kyp el revelarlo le hubiese resultado totalmente imposible ni aunque quisiera hacerlo. Algunos inventos eran tan terribles que era preferible que desapareciesen para siempre...

La flota de asalto de las Fauces llevaba casi un día entero de viaje avanzando hacia el sistema de Kessel. Qwi había pasado una gran parte de aquel período de tiempo estudiando, y sólo se había apartado de la pantalla durante unos momentos para hablar con Wedge cuando fue a visitarla después de haber atendido sus deberes en el puente de mando. Cuando le trajo la comida, comieron juntos casi sin hablar y dedicando prácticamente todo el tiempo a mirarse a los ojos.

Wedge entraba de vez en cuando y ponía las manos sobre los delgados hombros de Qwi, dándole masaje hasta que sus tensos músculos se iban relajando poco a poco y un suave calor fluía por ellos.

—Estás trabajando demasiado, Qwi —le había dicho en más de una ocasión.

—He de hacerlo —le respondía ella.

Se acordó de su juventud, cuando había estudiado desesperadamente llenando su joven y maleable cerebro con montañas de conocimientos de física, ingeniería y tecnologías del armamento para satisfacer a Moff Tarkin. Era la única estudiante que había logrado sobrevivir al riguroso adiestramiento. Resultaba tristemente irónico que la salvaje violación de su mente llevada a cabo por Kyp no hubiera eliminado aquellos dolorosos recuerdos de su infancia que Qwi hubiese preferido poder olvidar.

Había algunas cosas que no podía recuperar mediante las cintas de datos o los programas de enseñanza. Qwi tendría que volver a la Instalación de las Fauces y recorrer los laboratorios en los que había pasado tantos años de su vida. Sólo entonces podría saber qué recuerdos acabarían volviendo a su mente y qué parte de su pasado tendría que sacrificar para siempre.

El intercomunicador emitió un zumbido y la voz de Wedge resonó en el camarote.

—¿Puedes subir al puente, Qwi? Hay algo que me gustaría que vieras.

Qwi le dijo que iba enseguida y sonrió al oír su voz. Fue en un turboascensor hasta las torres de mando de la fragata y salió al continuo ajetreo del puente. Wedge se volvió para darle la bienvenida, pero los ojos color índigo de Qwi ya se habían visto atraídos hacia el enorme visor delantero de la
Yavaris
.

Había visto el cúmulo de las Fauces con anterioridad, pero eso no impidió que se quedara boquiabierta de asombro. El increíble torbellino de gases ionizados y restos superrecalentados pasaba a toda velocidad junto a los insondables agujeros negros moviéndose en una colosal vorágine de colores.

—Hemos salido del hiperespacio cerca del sistema de Kessel —dijo Wedge—, y estamos preparando el vector de entrada. He pensado que quizá te gustaría verlo.

Qwi tragó saliva para eliminar el nudo que se le había formado en la garganta, fue hacia Wedge y le cogió de la mano. Los agujeros negros formaban un laberinto de pozos gravitatorios y callejones sin salida hiperespaciales, y sólo existían unos cuantos caminos «seguros» que permitiesen atravesar aquel complicado laberinto.

—Tomamos el curso de los bancos de datos del
Triturador de Soles
—dijo Wedge—. Espero que nada haya cambiado, o de lo contrario todos nos llevaremos una gran sorpresa cuando intentemos atravesar el cúmulo.

Qwi asintió.

—No debería haber ningún peligro —dijo—. Comprobé meticulosamente toda esa ruta hasta asegurarme que podía ser recorrida sin problemas.

Wedge le lanzó una mirada llena de cariño, como si se fiara más de su verificación que de todas las simulaciones hechas mediante los ordenadores.

El cúmulo de agujeros negros era una rareza astronómica tan grande que rozaba la imposibilidad. Los astrofísicos llevaban miles de años intentando determinar su origen y tratando de averiguar si alguna extrañísima combinación de circunstancias galácticas había acabado provocando el nacimiento de los agujeros negros, o si una poderosa raza alienígena increíblemente antigua había creado el cúmulo para algún propósito inimaginable.

El cúmulo de las Fauces desprendía un sinfín de radiaciones letales, y en aquellos mismos instantes estaba impulsando al sistema de Kessel por el camino que acabaría llevándolo a la destrucción. Pero de momento el Imperio había encontrado una isla de estabilidad dentro del cúmulo, y había construido su laboratorio secreto en ella.

—Bien, pues entonces vayamos allí —dijo Qwi mientras contemplaba los remolinos de gases luminosos que destellaban en un increíble movimiento a cámara lenta. Tenía mucho que descubrir..., y una cuenta pendiente que saldar—. Estoy preparada.

Las naves que componían la flota de ataque a las Fauces se desplegaron, y fueron lanzándose una por una hacia el corazón del cúmulo de agujeros negros.

5

Un ala del reconstruido Palacio Imperial había sido convertida en un entorno adecuado para una raza tan amante del agua como era la calamariana, y aquel hábitat saturado de humedad acogía a los calamarianos traídos allí por el almirante Ackbar que habían sido adiestrados para trabajar como astromecánicos especializados suyos.

El hábitat había sido construido con plastiacero y metales duros a los que se había moldeado para que adquiriesen la apariencia de un arrecife surgido de la nada dentro del inmenso palacio. Algunas de las mirillas redondas permitían contemplar el resplandeciente horizonte urbano de la Ciudad Imperial, y otras daban a un gran tanque lleno de agua que iba circulando por las habitaciones como un río atrapado.

El ruidoso susurro del chorro de neblina surgido de los generadores de humedad sobresaltó a Terpfen, arrancándole de su nerviosa contemplación. El calamariano recorrió rápidamente su alojamiento con la mirada haciendo girar sus ojos circulares, pero no vio nada entre las sombras aparte de la hermosa luz azulada que entraba por las ventanillas acuáticas con delicados reflejos de gema. Terpfen vio cómo un pez engullidor verde grisáceo avanzaba lentamente a lo largo del canal e iba filtrando los microorganismos de la corriente. Los únicos sonidos que rompían el silencio eran los siseos de los generadores de vapor y el burbujeo de los aparatos de aireación instalados en los tanques de la pared.

Terpfen llevaba más de un día sin oír ninguna voz dentro de su mente y sin sentir ninguna compulsión procedente de sus amos imperiales de Carida, y no sabía si debía asustarse..., o empezar a albergar esperanzas. Furgan tenía la costumbre de torturarle y burlarse de él con regularidad meramente para recordarle su continua presencia, y Terpfen había empezado a sentirse solo.

El Palacio Imperial estaba lleno de rumores que circulaban a toda velocidad de un nivel a otro. Se habían detectado señales de alarma en Carida, y después todos los contactos se habían interrumpido de repente. La Nueva República había enviado naves de exploración para que inspeccionaran la zona. Si Carida había sido destruida de alguna manera inexplicable, entonces quizá el control que los imperiales ejercían sobre su cerebro hubiera desaparecido junto con el planeta. ¡Terpfen por fin podría ser libre!

Terpfen había sido hecho prisionero durante la terrible ocupación imperial del planeta acuático de Calamari. Al igual que muchos de sus congéneres, Terpfen había sido llevado a un campamento de trabajo donde se le había obligado a trabajar en las instalaciones que construían naves espaciales.

Pero además Terpfen había sido condenado a padecer un adiestramiento de una variedad muy especial. Había sido llevado al planeta militar imperial de Carida, donde había sufrido semanas de torturas y condicionamiento mientras los xenocirujanos extraían ciertas porciones de su cerebro y las sustituían con circuitos orgánicos cultivados en biocubas, lo cual permitía que Furgan utilizara a Terpfen como un títere perfectamente camuflado e indetectable.

Las cicatrices suturadas a toda prisa de su enorme cabeza de calamariano habían servido como insignias de su terrible prueba cuando fue puesto en libertad. Muchos calamarianos también habían sido severamente torturados durante la ocupación imperial, y nadie sospechó que Terpfen pudiera estar cometiendo actos de traición al servicio de los imperiales.

Llevaba años intentando resistirse a sus dueños imperiales, pero la mitad de su cerebro no le pertenecía y los controladores imperiales siempre podían manipularle a voluntad.

Terpfen había saboteado el caza B expandido del almirante Ackbar para que se estrellara en Vórtice, y el accidente había destruido la inapreciable Catedral de los Vientos y había deshonrado a Ackbar. Después había colocado un sensor en otro caza B, lo cual le había permitido averiguar la situación de Anoth, el planeta secreto donde el pequeño Anakin Solo vivía en aislamiento y se hallaba protegido de ojos y mentes inquisitivas. Terpfen había transmitido esa información crucial al embajador Furgan, que sólo vivía para poder causar daños a la Nueva República, y sabía que en aquellos mismos instantes los caridanos ya debían de estar preparando un ataque para secuestrar al tercer niño Jedi.

Terpfen estaba inmóvil delante de la ventana del acuario de su habitación sumida en la penumbra, contemplando cómo el engullidor se movía perezosamente en el agua. Un depredador acuático se lanzó sobre él agitando aletas terminadas en afiladas puntas y abriendo sus temibles mandíbulas. El depredador caería sobre el pez engullidor al igual que las fuerzas imperiales caerían sobre el indefenso niño y su única protectora, Winter, que en el pasado había sido la confidente y compañera de Leia.

—¡No!

Terpfen golpeó el grueso cristal con sus manos-aleta. Las vibraciones asustaron al depredador de boca repleta de colmillos, y el pez asesino se alejó a toda velocidad en busca de otra presa. El engullidor protoplásmico siguió avanzando lentamente sin haberse enterado de lo que acababa de ocurrir, y continuó examinando el agua en busca de alimento microscópico.

Quizá sus amos de Carida se habían visto distraídos temporalmente por otros asuntos urgentes que reclamaban su atención..., pero si Terpfen esperaba poder hacer algo para frustrar sus planes, tendría que entrar en acción inmediatamente. Terpfen se juró que actuaría sin importarle el daño que eso pudiera causar a su cerebro.

Ackbar seguía en Calamari, soportando el exilio que se había impuesto a sí mismo, y estaba trabajando con sus gentes para reparar las ciudades flotantes que habían sido devastadas por el reciente ataque de la almirante Daala. Ackbar afirmaba haber dejado de interesarse por la política de la Nueva República.

El pequeño Anakin no tardaría en correr un serio peligro debido al ataque de los imperiales, por lo que Terpfen acudiría directamente a Leia Organa Solo. Sabía que Leia podía movilizar las fuerzas de la Nueva República e impedir que los imperiales se salieran con la suya. Pero la Ministra de Estado y Han Solo acababan de partir con rumbo a la luna cubierta de junglas de Yavin...

Terpfen tendría que ir allí. Sí, tendría que conseguir una nave y hablar con ella. Lo confesaría todo, y después se confiaría a su clemencia. Leia podía ejecutarle al instante, y tendría todo el derecho del mundo a hacerlo, pero incluso eso sería un castigo justo por todos los daños que Terpfen había causado.

Other books

Caught Dead in Philadelphia by Gillian Roberts
Instead of You by Anie Michaels
The Frog Prince by Elle Lothlorien
The Dude and the Zen Master by Jeff Bridges, Bernie Glassman
Jury of One by David Ellis
Depraved Indifference by Robert K. Tanenbaum