Campeones de la Fuerza (10 page)

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Authors: Kevin J. Anderson

BOOK: Campeones de la Fuerza
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Lando sonrió de oreja a oreja, y se echó la capa color borgoña sobre el hombro.

Han intentó disimular una sonrisa llena de escepticismo ante las palabras de Lando.

—¿Y Mara sabe algo acerca de esa nueva sociedad, o todo esto no es más que otra de tus fanfarronadas habituales?

Lando puso cara de sentirse muy ofendido.

—Pues claro que lo sabe... En fin, más o menos. Además, si me llevas a Kessel quizá consiga recuperar la
Dama Afortunada
, con lo que me evitaré el tener que ir de paquete en las naves de otras personas. Es algo que está empezando a resultar muy molesto.

—Desde luego, desde luego —dijo Han—. Está bien, si nos acercamos a Kessel te llevaré allí..., pero encontrar a Kyp tiene prioridad sobre todo lo demás.

—Por supuesto, Han. Eso está clarísimo —dijo Lando—. Siempre que yo llegue a Kessel antes de una semana... —añadió después en un susurro que Han no pudo oír.

7

Haberse convertido en un espíritu sin cuerpo hacía que Luke Skywalker se viera reducido a la impotencia mientras contemplaba cómo su hermana Leia y sus estudiantes Jedi entraban en la gran sala de audiencias. Erredós precedía al desfile como una escolta silenciosa, y el pequeño androide fue rodando lentamente a lo largo de la avenida hasta detenerse delante de la plataforma sobre la que yacía el cuerpo de Luke.

Los estudiantes Jedi se alinearon ante la silueta inmóvil de su instructor, y la contemplaron con tanto respeto como si estuvieran asistiendo a un funeral. Luke pudo percibir las emociones que emanaban de ellos: pena, confusión, abatimiento y una profunda preocupación.

—¡Leia! —gritó con su nueva voz ultraterrena envuelta en ecos fantasmales—. ¡Leia! —repitió tan fuerte como era capaz de hacerlo, intentando abrirse paso a través de los muros de otras dimensiones que le mantenían prisionero.

Leia se encogió levemente sobre sí misma, pero no pareció oírle y se inclinó hacia adelante para poner la mano sobre uno de los fríos brazos del cuerpo de Luke.

—No se si puedes escucharme, Luke —le oyó susurrar—, pero sé que no estás muerto. Todavía puedo percibir tu presencia cerca de nosotros... Encontraremos alguna manera de ayudarte. Seguiremos intentándolo hasta que lo consigamos.

Después apretó suavemente la flácida mano de Luke, y se dio la vuelta rápidamente mientras parpadeaba para contener las lágrimas que habían empezado a acumularse en sus ojos.

—Leia... —suspiró Luke.

Contempló cómo los estudiantes Jedi la seguían hasta el turboascensor, y un instante después volvió a encontrarse solo con su cuerpo paralizado y recorrió con la mirada los muros llenos de ecos del gran templo massassi.

—Bien, si tiene que ser así... —murmuró.

Empezó a buscar otra solución. Si Erredós no podía oírle y si Leia y los otros estudiantes Jedi no eran capaces de percibir su presencia, entonces quizá pudiera comunicarse con alguien que se hallara en su nuevo plano de existencia. Luke intentaría encontrar a un luminoso espíritu Jedi con el que ya había hablado muchas veces anteriormente.

—¡Ben! —gritó—. Obi-Wan Kenobi, ¿puedes oírme?

Su voz vibró en el éter, y Luke volvió a gritar en el silencio utilizando toda la potencia de fuego emocional que era capaz de extraer del fondo de su alma.

—¡Ben!

La falta de respuesta hizo que Luke se sintiera cada vez más preocupado, y decidió llamar a otros espíritus.

—¡Yoda! Padre... ¡Anakin Skywalker!

Esperó, pero tampoco hubo respuesta...

Y siguió sin haberla hasta que de repente sintió una ondulación helada que recorrió el aire como un carámbano que se derrite muy despacio, y oyó unas palabras que parecieron surgir de los muros en forma de temblor impalpable.

—No pueden oírte, Skywalker..., pero yo sí puedo.

Luke giró sobre sí mismo y vio formarse una grieta en los muros de piedra. La resquebrajadura se fue volviendo cada vez más y más oscura, y una silueta negra como el alquitrán rezumó de ella y se fue solidificando poco a poco hasta adquirir la forma de un hombre encapuchado, cuyos rasgos Luke al fin pudo ver con claridad por encontrarse en el mismo plano de los espíritus donde residía la sombra. El desconocido tenía una larga cabellera negra, la piel muy oscura y un sol negro tatuado en su frente que parecía arder. Sus ojos eran como fragmentos de obsidiana, y el brillo que llameaba en ellos era tan gélido como los reflejos de esa piedra negra. Su boca estaba fruncida en una mueca de crueldad e ira, la expresión de alguien que ha sido traicionado y que ha dispuesto de mucho tiempo para ir llenando su mente con pensamientos impregnados de amargura.

—Exar Kun... —murmuró Luke, y el espíritu oscuro le oyó sin ninguna dificultad.

—¿Disfrutas viendo cómo tu espíritu está atrapado lejos de tu cuerpo, Skywalker? —preguntó Kun con voz burlona—. Yo he tenido cuatro mil años para irme acostumbrando a ello. Los primeros dos siglos siempre son los peores, ¿sabes?

Luke le fulminó con la mirada.

—Has corrompido a mis estudiantes, Exar Kun. Causaste la muerte de Gantoris, y volviste a Kyp Durron en mi contra.

Kun se echó a reír.

—Quizá todo eso ha sido un resultado de tus deficiencias como maestro —replicó—. O de haberte engañado a ti mismo...

—¿Qué te hace pensar que seguiré así durante millares de años? —preguntó Luke.

—Que en cuanto haya destruido tu cuerpo físico no tendrás otra elección —respondió Kun—. Dejar atrapado mi espíritu dentro de estos templos fue la única manera de que pudiera sobrevivir cuando llegó el holocausto final. Los Caballeros Jedi habían unido sus poderes para devastar la superficie de Yavin 4. Mataron a los pocos nativos que yo había permitido que siguieran viviendo, y después destruyeron mi cuerpo en un infierno de llamas y energía desencadenada.

»Mi espíritu se vio obligado a esperar, esperar y esperar..., hasta que por fin trajiste a tus estudiantes Jedi aquí. Bastó con que aprendieran a escuchar para que esos estudiantes pudieran oír mi voz.

Un eco de miedo recorrió la mente de Luke, pero cuando volvió a hablar hizo todo lo posible para que su voz sonara tranquila y llena de valor.

—No puedes hacer ningún daño a mi cuerpo, Kun —dijo—. No puedes entrar en contacto con nada que pertenezca al plano físico. He intentado hacerlo, y se que es imposible.

—Ah, pero yo conozco otras maneras de luchar —dijo el espíritu de Kun—, y he dispuesto de milenios interminables para ir adquiriendo mucha práctica en ellas. Puedes tener la seguridad de que acabaré destruyéndote, Skywalker.

Kun se fue esfumando en las grietas de las losas igual que si estuviera hecho de humo, y su silueta de sombras fue descendiendo hacia el corazón del Gran Templo como si ya se hubiera hartado de torturar a Luke. Una vez hubo desaparecido Luke volvió a quedarse solo, pero más decidido que nunca a escapar de su prisión etérea.

Encontraría una manera de conseguirlo. Un Jedi siempre era capaz de encontrar una manera.

Leia despertó sintiéndose llena de temor un instante después de que los gemelos hubieran empezado a llorar en sus catres al lado de ella.

—¡Es tío Luke! —dijo Jaina.

—Le van a hacer daño —dijo Jacen.

Leia se irguió de golpe, y sintió cómo una serie de vibraciones sibilantes recorrían su cuerpo con un extraño cosquilleo que no se parecía a ninguna sensación que hubiese experimentado con anterioridad. Percibió más que oyó el aullar del viento, como si hubiese una tormenta atrapada dentro del templo y ésta tuviera su centro en la gran sala de audiencias en la que yacía Luke.

Se puso una túnica blanca, se la ciñó a la cintura y salió corriendo al pasillo. Unos cuantos estudiantes Jedi estaban saliendo de sus cámaras, y también parecían haber experimentado un temor indefinible.

Los gemelos saltaron de sus catres.

—¡No os mováis de ahí! —gritó Leia, volviéndose hacia ellos y dudando mucho de que la obedecieran—. ¡Cuida de ellos, Erredós! —le gritó al androide, que había aparecido por el pasillo con las luces parpadeando y emitiendo zumbidos de confusión.

Los estudiantes Jedi se habían vuelto hacia ella.

—¡Vayamos a la gran sala de audiencias! —gritó Leia—. ¡Venga, daros prisa!

Erredós giró sobre sí mismo en el pasillo y fue hacia las habitaciones de Leia y los niños, y los pitidos y gemidos de confusión que lanzaba el androide siguieron a Leia por el corredor. Entró en el turboascensor, y cuando éste se detuvo y abrió sus puertas Leia se encontró con que la gigantesca cámara estaba llena de vientos de tempestad que ululaban de un lado a otro. Leia salió del ascensor y entró en lo que parecía un auténtico ciclón.

Ríos de aire frío entraban por los tragaluces del techo, y los cristales de hielo surgían de la nada y empezaban a brillar a medida que la temperatura descendía en picado. Vientos llegados de todas las direcciones chocaron en el centro de la gran sala y empezaron a girar en un remolino que iba adquiriendo cada vez más velocidad y una fuerza irresistible.

¡Streen!

El anciano ermitaño de Bespin estaba inmóvil en el perímetro de la tormenta circular con los pliegues marrones de su túnica Jedi aleteando a su alrededor. Su revuelta cabellera canosa se retorcía, envolviendo su cabeza como si estuviera cargada de estática. Sus labios farfullaron unas palabras incomprensibles, y sus ojos permanecieron cerrados como si estuviera teniendo una pesadilla.

Leia sabía que ni siquiera los Jedi más poderosos eran capaces de manipular fenómenos a una escala tan amplia como la involucrada en el clima, pero sí podían mover objetos, y enseguida se dio cuenta de que Streen estaba haciendo precisamente eso. No estaba alterando el clima, sino que se limitaba a desplazar el aire, atrayéndolo de todas direcciones para crear un tornado pequeño pero muy destructivo que ya había empezado a avanzar hacia el cuerpo de Luke.

—¡No! —gritó tratando de hacerse oír por encima del viento—. ¡Streen!

El ciclón cayó sobre Luke, azotó su cuerpo y lo levantó por los aires. Leia corrió hacia su hermano paralizado, con sus pies apenas tocando el suelo mientras los potentes vendavales la golpeaban amenazando con hacerla caer de lado. La tempestad le hizo perder el equilibrio y Leia se encontró lanzada por los aires, volando hacia las paredes de piedra como si fuese un insecto. Giró sobre sí misma y desplegó sus pensamientos, calmándose lo suficiente para poder usar sus capacidades con la Fuerza y desviar su cuerpo. En vez de quedar aplastada contra los bloques de piedra, Leia resbaló suavemente hasta llegar al suelo.

El cuerpo de Luke seguía ascendiendo, atraído cada vez más hacia arriba por el huracán. Su túnica Jedi se enroscaba a su alrededor mientras los vientos hacían que girase de un lado a otro, como si fuese un cadáver expulsado desde la compuerta de un carguero y enviado hacia la tumba del espacio.

Streen no parecía darse cuenta de lo que estaba haciendo.

Leia logró ponerse en pie y saltó. Esta vez cabalgó sobre las corrientes de aire circulares, y voló por la parte exterior del ciclón acercándose cada vez más a su indefenso hermano. Logró llegar hasta un pliegue de su túnica y sintió cómo sus dedos aferraban la tosca tela..., y después sintió la quemadura del roce cuando ésta le fue arrebatada de la mano. Leia volvió a caer al suelo.

Luke había sido aspirado hasta la boca del tornado, y seguía subiendo en dirección a los tragaluces.

—¡Luke! —gritó—. Ayúdame, por favor...

No tenía ni idea de si Luke podía oírla, o de si podía hacer algo en el caso de que la estuviera oyendo. Leia acumuló todas sus reservas de energía en los músculos de las piernas y volvió a saltar al aire. Quizá le fuera posible utilizar sus capacidades de levitación Jedi durante una fracción de segundo. Sabía que Luke lo había hecho en varias ocasiones, aunque ella nunca había llegado a dominar esa habilidad que en aquellos momentos se había vuelto repentinamente mucho más importante de lo que jamás lo había sido antes.

El viento la atrapó cuando saltaba hacia arriba. Leia logró llegar a una altura suficiente para agarrarse al cuerpo de Luke. Le rodeó la cintura con los brazos y retorció las piernas alrededor de sus tobillos, aferrándose frenéticamente a él con la esperanza de que su peso tiraría de Luke haciendo que descendiera.

Pero el vendaval se intensificó de repente cuando ya empezaban a bajar, y los rugidos y aullidos del ciclón se volvieron todavía más ensordecedores. Leia sintió cómo el gélido viento invernal le entumecía la piel, dejándole insensible todo el cuerpo. Un instante después salieron disparados hacia el techo de la gran sala de audiencias, avanzando en línea recta hacia el tragaluz de mayores dimensiones, del que colgaban hileras de carámbanos tan amenazadores como jabalinas.

Y Leia comprendió de repente lo que Streen tenía intención de hacerles, ya fuera consciente o inconscientemente. Serían aspirados fuera del Gran Templo, arrojados a una gran altura en el cielo..., y después el viento se esfumaría de repente y permitiría que cayeran centenares de metros hasta encontrarse con las ramas afiladas como lanzas del dosel arbóreo de la jungla.

Las puertas del ascensor se abrieron y Kirana Ti salió corriendo de la plataforma, seguida por Tionne y Kam Solusar.

—¡Detened a Streen! —gritó Leia.

Kirana Ti reaccionó al instante. Llevaba una delgada pero flexible armadura rojiza hecha con las pieles escamosas de los reptiles de Dathomir. En su mundo había sido una guerrera y había luchado empleando una habilidad innata para el manejo de la Fuerza que nunca había sido adiestrada o refinada, pero también había tomado parte en combates de naturaleza física.

Kirana Ti echó a correr impulsada por sus largas y musculosas piernas, agachando la cabeza mientras se lanzaba contra el viento ciclónico que rodeaba a Streen. El viejo ermitaño parecía estar sumido en un profundo trance, y giraba lentamente sobre sí mismo con los brazos colgando flácidamente a los lados y las puntas de los dedos muy separadas, como si estuviera intentando coger algo.

Kirana Ti se tambaleó al chocar con el viento, pero ladeó la cabeza, separó las piernas y tensó los dedos de sus pies descalzos sobre el suelo de piedra intentando obtener la máxima tracción posible. Siguió impulsándose hacia adelante en contra del viento, y acabó logrando llegar a la zona muerta de la tempestad. Después se lanzó sobre Streen, derribándolo al suelo de piedra e inmovilizándole las manos a la espalda.

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