Read Campeones de la Fuerza Online
Authors: Kevin J. Anderson
Volvió la mirada hacia el rostro cadavérico de Luke, y Leia vio que le temblaban los labios.
—Oye, si Kyp no me escucha... Bueno, entonces no escuchará a nadie, y estará perdido para siempre —siguió diciendo Han—. Si su poder es tan grande como piensa Cilghal, ese chico no es el tipo de enemigo que la Nueva República puede permitirse el lujo de tener. —Han miró a Leia y la obsequió con aquella sonrisa torcida que ella conocía tan bien—. Además, todo lo que sabe sobre el manejo de esa nave se lo enseñé yo. No puede hacerme nada, ¿verdad?
La cena con los estudiantes Jedi se desarrolló en un ambiente sombrío y lleno de tristeza.
Han utilizó los sintetizadores de alimentos del
Halcón
para crear un menú de platos corellianos bastante pesados y difíciles de digerir. Leia mordisqueó unas cuantas tiras de carne frita y sazonada con especias de una salamandra peluda que Kirana Ti había cazado en la jungla. Los gemelos se atiborraron de frutas y bayas, y consiguieron ponerse perdidos con los jugos y la pulpa mientras lo hacían. Dorsk 81 devoró una cena sosa y de aspecto nada apetitoso consistente en cubos de alimentos considerablemente procesados.
La conversación quedó reducida al mínimo y fue bastante forzada. Nadie se atrevía a hablar del tema que realmente les preocupaba a todos..., hasta que Kam Solusar empezó a hablar con su tono seco y cortante de costumbre.
—Teníamos la esperanza de que nos traería noticias, ministra Organa Solo —dijo—. Ayúdenos a descubrir lo que debemos hacer. Somos estudiantes Jedi sin un Maestro Jedi. Hemos aprendido algunas cosas, pero no las suficientes para poder seguir avanzando por nuestra cuenta.
—No estoy muy segura de que debamos tratar de aprender a controlar aquello que no entendemos —intervino Tionne—. ¡Fijaos en lo que le ocurrió a Gantoris! Fue consumido por alguna cosa maligna que descubrió por casualidad y sin darse cuenta de lo que era en realidad... ¿Y qué hay de Kyp Durron? ¿Y si nos vamos viendo atraídos hacia el lado oscuro sin darnos cuenta?
Streen se puso en pie y meneó la cabeza.
—No, no... ¡Está aquí! ¿Acaso no oís las voces? —Todo el mundo se volvió a mirarle, y Streen se sentó e inclinó los hombros hacia adelante como si estuviera intentando ocultarse bajo su túnica Jedi. Después resopló y carraspeó ruidosamente antes de seguir hablando—. Puedo oírle... Ahora mismo me está hablando en susurros.
Siempre me habla... No puedo alejarme de él.
Leia sintió una repentina oleada de esperanza.
—¿Luke? ¿Puedes oír a Luke hablándote?
—¡No! —Streen giró rápidamente hasta quedar de cara a ella—. Oigo hablar al Hombre Oscuro... Es un hombre hecho de oscuridad, una sombra. Habló con Kyp Durron. Haces brillar la luz, pero la sombra no se va nunca, y habla, y susurra...
Streen se tapó los oídos con las manos y empezó a apretarse las sienes.
—Esto es demasiado peligroso —dijo Kirana Ti frunciendo el ceño—. Vengo de Dathomir, y allí he visto lo que ocurre cuando todo un grupo sucumbe ante el lado oscuro. Las brujas malignas de mi planeta han hecho que Dathomir fuera un infierno durante siglos... y la galaxia se salvó únicamente debido a que no podían viajar por el espacio. Si las brujas hubieran logrado extender sus oscuras manipulaciones de un sistema estelar a otro...
—Sí, deberíamos interrumpir todos nuestros ejercicios Jedi —dijo Dorsk 81, parpadeando y contemplándoles con sus grandes ojos amarillos—. La verdad es que no era una buena idea. Ni siquiera deberíamos haberlo intentado.
Leia dejó caer las dos manos sobre la mesa.
—¡Basta ya! —exclamó—. Luke se avergonzaría de oír decir estas cosas a sus estudiantes. Con ese tipo de actitud nunca llegaréis a convertiros en Caballeros Jedi.
Leia estaba cada vez más enfurecida.
—Sí, existe un riesgo —siguió diciendo—. Siempre habrá riesgos. Habéis visto lo que ocurre cuando alguien no es lo suficientemente precavido..., pero eso sólo significa que debéis tener cuidado. No os dejéis seducir por el lado oscuro. Aprended del sacrificio de Gantoris, aprended de la manera en que fue tentado Kyp Durron y aprended de todos los sacrificios que hizo vuestro Maestro Jedi cuando intentó protegeros.
Se puso en pie y dejó que sus ojos fueran recorriendo lentamente los rostros de todos los estudiantes. Algunos se encogieron, y otros le sostuvieron la mirada sin bajar la cabeza.
—Sois la nueva generación de Caballeros Jedi —dijo—. Es una gran carga, cierto, pero debéis soportarla porque la Nueva República os necesita. Los antiguos Caballeros Jedi protegieron a la República durante un millar de generaciones. ¿Cómo podéis rendiros después del primer desafío?
»Tenéis que ser los campeones de la Fuerza con o sin vuestro Maestro Jedi. Aprended tal como aprendió Luke: paso a paso. Debéis trabajar juntos, descubrir las cosas que todavía ignoráis y luchar contra aquello que debe ser combatido... ¡Pero lo único que no podéis hacer es rendiros!
—Tiene razón —dijo Cilghal con su firme tranquilidad habitual—. Si nos rendimos, la Nueva República dispondrá de un arma menos contra el mal que acecha en la galaxia. Aunque algunos fracasemos, el resto debe triunfar.
—Hazlo o no lo hagas... —dijo Kirana Ti.
—... porque el intentarlo no existe —concluyó Tionne, terminando la frase que el Maestro Skywalker les había repetido una y otra vez.
Leia se sentó lentamente, sintiendo que el corazón le palpitaba a toda velocidad y que se le formaba un nudo en la garganta. Los gemelos contemplaron a su madre con cara de asombro, y Han le lanzó una mirada llena de admiración mientras le apretaba la mano. Leia respiró hondo, empezó a permitir que la tensión se fuera disipando y que sus músculos se relajaran poco a poco...
Y de repente un terrible alarido de agonía resonó dentro de su espíritu haciéndolo añicos. Era como una avalancha impalpable en la Fuerza, o como el clamor de miles y miles de vidas aniquiladas en un solo instante. Los estudiantes Jedi, todos ellos sensibles a la Fuerza, se llevaron las manos al pecho o intentaron taparse los oídos.
Streen dejó escapar un largo gemido.
—¡Son demasiados, demasiados...! —protestó con voz quejumbrosa.
La sangre de Leia parecía arder en sus venas. Unas garras terribles se deslizaron a lo largo de su columna vertebral, tirando dolorosamente de sus nervios y enviando descargas eléctricas por todo su cuerpo. Los gemelos estaban llorando.
Han agarró a Leia por los hombros y la sacudió.
—¿Qué te pasa, Leia? —preguntó atónito—. ¿Qué ha ocurrido? —Al parecer Han no había sentido nada—. ¿Qué ha sido eso?
—Una gran... perturbación en..., en la Fuerza —logró responder Leia por fin con voz entrecortada—. Algo terrible acaba de ocurrir.
Leia pensó en el joven Kyp Durron, que se había vuelto hacia el lado oscuro y que estaba armado con el
Triturador de Soles
, y una gélida oleada de terror se fue adueñando de ella.
—Algo terrible... —repitió, pero no pudo responder a las otras preguntas de Han.
La Fuerza se movía a través de todas las cosas, convirtiendo el universo en un tapiz invisible que unía a la criatura viva más pequeña con el cúmulo de estrellas más enorme. La sinergia hacía que el todo fuese mucho mayor que la suma de sus partes.
Y cuando una de esas hebras se rompió, las ondulaciones se fueron extendiendo por toda la estructura. Hubo un sinfín de acciones y reacciones, grandes oleadas de ondas expansivas que afectaron a todos los que podían oírlas...
La destrucción de Carida aulló a través de la Fuerza, acumulando energía e intensidad a medida que se iba reflejando en otras mentes dotadas de la sensibilidad necesaria para percibirla. Se transformó en un tumulto que se fue agitando en una incontrolable sucesión de choques...
Y que acabó provocando un despertar.
Las percepciones sensoriales volvieron a Luke Skywalker como una tormenta surgida de la nada, liberándole de aquel vacío asfixiante que le había atrapado y dejado paralizado. El último grito que había lanzado todavía resonaba en sus oídos, pero descubrió que se sentía extrañamente entumecido y confuso.
Lo último que recordaba era la presencia de los zarcillos serpentinos de Fuerza negra que se habían enroscado a su alrededor. Las serpientes de poder Sith habían surgido de las invocaciones de Exar Kun y de Kyp Durron, el estudiante Jedi de Luke que había escogido el camino equivocado, y habían hundido sus colmillos en él. Luke había sido incapaz de resistir su poderío combinado. Había intentado utilizar su espada de luz, pero ni siquiera la hoja de energía le había servido de nada.
Luke había caído en un pozo sin fondo más profundo que cualquiera de los agujeros negros del cúmulo de las Fauces. No sabía cuánto tiempo había permanecido impotente. Sólo recordaba un vacío, una frialdad... hasta que algo le había permitido recuperar la libertad sacándole de allí.
El repentino clamor de impresiones sensoriales se extendió por todo su ser, y Luke necesitó algún tiempo para examinarlas e ir asimilando poco a poco todo lo que podía ver: los muros de la gran sala de audiencias, las piedras romboidales, las baldosas traslúcidas colocadas formando dibujos casi hipnóticos, la larga avenida, y los bancos vacíos que se extendían sobre el suelo como olas congeladas, allí donde en tiempos pasados toda la Alianza Rebelde había celebrado su victoria sobre la primera
Estrella de la Muerte
.
Le zumbaba la cabeza, y se sentía débil y mareado. Se preguntó por qué debía sentirse tan curiosamente insustancial hasta que bajó la mirada..., y vio su cuerpo, yaciendo inmóvil debajo de él con los ojos cerrados y el rostro inexpresivo.
El asombro y la incredulidad le nublaron la vista, pero Luke se obligó a concentrarse en sus rasgos. Vio las cicatrices casi imperceptibles de su rostro, el recuerdo de las heridas que le había infligido el wampa, aquella criatura de los hielos que le había atacado en el planeta Hoth. Su cuerpo seguía envuelto en su túnica marrón Jedi, y tenía las manos cruzadas encima del pecho. La espada de luz estaba junto a su cadera, un silencioso cilindro de plastiacero, cristales y componentes electrónicos.
—¿Qué está ocurriendo? —gritó—. ¿Hay alguien ahí?
Oyó resonar las palabras dentro de su cabeza en forma de transmisiones vibratorias, pero no hubo ningún sonido perceptible en la atmósfera.
Luke por fin se miró a sí mismo. Examinó la parte de su ser que estaba consciente y vio una imagen carente de sustancia, como el reflejo fantasmal de su cuerpo, como si hubiera reconstruido un holograma utilizando su idea general del aspecto que tenía. Sus brazos y piernas espectrales parecían estar envueltos por los holgados pliegues de una túnica Jedi, pero los colores eran muy apagados. Todo estaba impregnado por un leve resplandor azulado que temblaba y oscilaba con cada movimiento suyo.
Y Luke comprendió de repente qué había ocurrido, y se sintió invadido por una oleada de asombro y perplejidad. Ya había tenido varios encuentros con los espíritus de Obi-Wan Kenobi y Yoda, así como con el de su padre, Anakin Skywalker.
¿Quería decir eso que estaba muerto? Parecía una idea ridícula, porque Luke no tenía la sensación de haber muerto..., pero tampoco había que olvidar que carecía de cualquier punto de comparación. Se acordó de que los cuerpos de Obi-Wan Kenobi, Yoda y Anakin se habían esfumado en el momento de su muerte. Obi-Wan y Yoda sólo habían dejado túnicas vacías, y de Anakin Skywalker sólo había quedado la armadura de Darth Vader, igualmente vacía.
¿Por qué seguía intacto su cuerpo entonces, y qué hacía yaciendo encima de aquel estrado? ¿Sería quizá porque aún no era del todo un Maestro Jedi completamente entregado a la Fuerza, o sería quizá que no estaba realmente muerto?
Luke oyó un débil zumbido que le indicó que el turboascensor se estaba aproximando a la gran cámara. El sonido parecía fantasmagórico y nada natural, como si estuviera utilizando un sentido distinto al oído para percibirlo.
Las puertas del turboascensor se abrieron. Erredós extendió su rueda delantera y salió de él, y después fue avanzando con una lentitud casi respetuosa a lo largo de la avenida de losas pulimentadas. El androide fue hacia la plataforma.
La imagen iridiscente de Luke se colocó delante de su cuerpo expuesto sobre la plataforma, y contempló con alegría cómo el pequeño androide astromecánico se acercaba a él.
—¡Cuánto me alegra verte, Erredós! —exclamó.
Luke esperaba que el androide lanzara un silbido de excitación, pero Erredós no dio ninguna indicación de que le hubiera oído o de que hubiese detectado la presencia de Luke.
—¿Erredós?
Erredós subió por la rampa hasta el cuerpo de Luke. El androide dejó escapar un pitido quejumbroso que expresaba una profunda pena, suponiendo que los androides fueran capaces de sentir tales emociones. Luke sintió una desgarradora punzada de dolor que atravesó su forma impalpable al ver cómo su amigo mecánico contemplaba el cuerpo. El receptor óptico de Erredós pasó del rojo al azul y volvió a ponerse rojo.
Luke comprendió que el androide estaba tomando lecturas para examinar el estado de su cuerpo. Se preguntó si Erredós detectaría alguna diferencia provocada por la liberación de su espíritu, pero el androide no dio ninguna señal de que hubiera notado algún cambio.
Luke intentó ir hacia Erredós y tocar el reluciente cuerpo en forma de barril. Necesitó unos momentos para averiguar cómo podía mover sus «piernas» fantasmales, y su imagen se deslizó sobre el suelo con una vertiginosa fluidez. Pero cuando intentó tocar a Erredós su mano atravesó al androide.
Luke no sintió ningún contacto con el plastiacero del cuerpo del androide, y tampoco podía percibir el roce del suelo en sus pies etéreos. Después intentó caminar a través del androide con la esperanza de que eso causaría alguna perturbación en los sistemas sensores de Erredós, pero Erredós siguió tomando lecturas sin inmutarse.
El androide emitió otro pitido como en señal de despedida, y después giró sobre sí mismo y fue lentamente hacia el turboascensor.
—¡Espera, Erredós! —gritó Luke.
Pero no tenía muchas esperanzas de que el androide pudiera oírle.
De repente tuvo una idea, y en vez de utilizar sus manos ilusorias lo que hizo fue desplegar un zarcillo de la Fuerza. Acababa de acordarse de cómo el y Gantoris habían utilizado suaves empujones con la Fuerza para hacer oscilar antenas metálicas en las ruinas flotantes de Tibanópolis, en Bespin.