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Authors: Kevin J. Anderson

Campeones de la Fuerza (42 page)

BOOK: Campeones de la Fuerza
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Wedge pulsó el botón de encendido de la unidad de comunicaciones para ponerse en contacto con la flota de la Nueva República. El secreto era la última de sus preocupaciones en aquellos momentos, pues las fuerzas imperiales no tendrían tiempo para actuar ni aun suponiendo que consiguieran descifrar sus transmisiones.

—Atención todos los cazas: reagrúpense y vuelvan al
Yavaris
. Prepárense para emprender la retirada. Vamos a salir de las Fauces. Ya tenemos todo lo que habíamos venido a buscar.

La enorme fragata flotaba en el cielo como un arma repleta de ángulos cortantes, esperando recibir los escuadrones de cazas. Los cazas X y los cazas Y empezaron a alterar sus cursos, y fueron abandonando los combates individuales en los que se habían enzarzado para regresar a sus naves primarias. Wedge aceleró hacia la
Yavaris
. La gigantesca abertura cuadrada de los hangares inferiores de la fragata estaba iluminada por el resplandor de un campo de retención atmosférica, y hacía pensar en una colosal puerta abierta que estuviera dándoles la bienvenida.

Cuatro cazas TIE de alas cuadradas surgieron repentinamente del punto ciego de Wedge con todo su armamento en acción, y azotaron implacablemente la proa de la lanzadera de transporte con sus andanadas láser.

Una lanzadera de asalto con las insignias imperiales en el casco apareció por la derecha antes de que Wedge hubiese tenido tiempo de reaccionar y disparó ráfagas de haces múltiples con sus cañones desintegradores delanteros de gran calibre. El ataque cogió desprevenidos a los pilotos de los cazas TIE, que intentaron huir desviándose en todas direcciones. Dos cazas TIE colisionaron en su frenético intento de escapar y los otros dos sucumbieron a los haces desintegradores, estallando y convirtiéndose en masas de restos fundidos.

Wedge oyó un ensordecedor grito de triunfo wookie por el canal de comunicaciones abierto, y el grito fue contestado un instante después por un coro de gruñidos y alaridos procedentes del compartimento de pasaje de la lanzadera de asalto.

—¡Deja de fanfarronear de una vez, Chewbacca! —gritó la voz metálica de Cetrespeó, intentando imponerse al estruendo—. Tenemos que volver a la
Yavaris
.

Luke utilizó su panel de comunicaciones.

—Gracias, chicos.

—¡Amo Luke! —gritó Cetrespeó—. ¿Qué está haciendo aquí? ¡Tenemos que huir!

—Es una historia muy larga, Cetrespeó... Todos queremos largarnos de aquí, y estamos haciendo cuanto podemos para conseguirlo.

El
Gorgona
viró al otro extremo del cúmulo de agujeros negros y empezó a acelerar en un nuevo rumbo directo hacia la desprotegida Instalación de las Fauces, lanzándose sobre ella tan deprisa como un bantha enloquecido. Sus motores traseros despedían chorros de fuego estelar, y un diluvio de haces turboláser surgió de la parte delantera del casco del Destructor Estelar y descendió en un ángulo vertiginoso para caer sobre los asteroides que formaban la Instalación. Los escudos del complejo habían dejado de funcionar, y los chorros de roca ionizada no tardaron en llenar el espacio.

Daala disparó sus baterías una y otra vez, acelerando continuamente en lo que parecía ser una embestida suicida. Los haces mortíferos martillearon la Instalación y fueron cayendo sobre un asteroide detrás de otro. Puentes metálicos quedaron vaporizados, y las estructuras de transpariacero se convirtieron en diminutos fragmentos que salieron despedidos hacia el exterior.

El
Gorgona
siguió adelante en un avance incontenible, disparando incesantemente hasta que el ataque continuado creó una brecha en el blindaje del reactor de energía desestabilizado justo cuando el Destructor Estelar se encontraba encima de él.

Wedge y Luke se encogieron en sus asientos de la cabina del transporte de personal cuando toda la Instalación de las Fauces se convirtió en una bola de luz tan cegadora como una estrella en miniatura que estallara. El centro de las Fauces quedó lleno de un incandescente fuego purificador.

La oleada de luz empezó a expandirse rápidamente, y las mirillas reaccionaron automáticamente oscureciéndose. Wedge tuvo que volar a ciegas, confiando en los controles del ordenador de navegación mientras dirigía la proa de la lanzadera hacia los navíos insignia de la Nueva República que les aguardaban.

Cuando por fin pudo volver a ver algo, volvió la cabeza hacia el punto estable que había contenido el laboratorio de investigación armamentística más sofisticado del Imperio. Sólo pudo ver un enjambre de rocas desmenuzadas y gases remolineantes que continuaban desplegándose en una imparable oleada de energía. El viaje de los restos terminaría cuando hubieran llegado lo bastante lejos para ser aspirados hacia el infinito a través de uno de los agujeros negros.

La nube de luz empezó a disiparse y los torbellinos de gases se fueron deteniendo, y Wedge no pudo ver rastro alguno de la almirante Daala o de su último Destructor Estelar.

39

El equipo de soldados de las tropas de asalto condenado a perecer se adhirió a la pared del núcleo de energía de la
Estrella de la Muerte
que había sufrido una brecha, y todos empezaron a trabajar como autómatas. El núcleo estaba despidiendo chorros de radiaciones muy intensas, que oscurecían las placas faciales de sus trajes hasta el extremo de que los soldados apenas podían ver e iban saturando lentamente sus sistemas de apoyo vital.

Los soldados lucharon con las enormes planchas que debían colocar, moviéndose lentamente en la baja gravedad a causa del rápido debilitamiento producido por el castigo invisible que estaban sufriendo. Utilizaron soldadores láser de acción rápida para colocar parches sobre la brecha, y después los reforzaron para que pudiesen soportar una acumulación de energía.

La mochila de control del traje de un soldado empezó a despedir chispas cuando los circuitos dejaron de funcionar, y el soldado se debatió frenéticamente envuelto en un silencio fantasmagórico. Los movimientos de sus brazos se fueron haciendo cada vez más lentos hasta que su cuerpo acabó soltándose del casco y se alejó flotando a la deriva. Otro soldado ocupó su lugar sin prestar ninguna atención a su compañero caído. La dosis de radiación que habían recibido durante el tiempo que llevaban trabajando ya era más que letal. Todos lo sabían, pero su adiestramiento había sido tan concienzudo que sólo vivían para servir al Imperio.

Un soldado completó una última soldadura en el punto más radiactivo de la brecha. Su piel se estaba cubriendo de ampollas, y sus nervios ya habían dejado de funcionar. Sus ojos y sus pulmones estaban sucumbiendo a las hemorragias, pero el soldado se obligó a terminar la tarea.

El frío vacío del espacio solidificaba las soldaduras al instante. —Misión cumplida —jadeó el soldado por la radio de su casco, con la voz convertida en un gorgoteo a causa de los fluidos que estaban empezando a obstruir su garganta.

Después los soldados se soltaron del núcleo de energía moviéndose al unísono, con sus sistemas de apoyo vital y sus cuerpos acusando de una forma ya claramente visible los estragos de la radiación. Sus cuerpos flotaron a la deriva, y fueron cayendo lentamente hacia la deslumbrante descarga de energía como otras tantas estrellas fugaces que se precipitaran hacia la superficie de un planeta.

La reacción inicial de Tol Sivron ante la destrucción total de la Instalación de las Fauces y la pérdida del
Gorgona
de la almirante Daala fue de disgusto y desilusión.

—Se suponía que la Instalación era mi blanco —dijo mientras fulminaba con la mirada a sus líderes de división—. Condenada almirante Daala... ¿Cómo ha sido capaz de hacer algo semejante? Yo dispongo de la
Estrella de la Muerte
y ella no.

La onda expansiva y los ecos lumínicos de la enorme explosión fueron disipándose poco a poco, y Sivron pudo ver que la flota rebelde se estaba reagrupando para huir del cúmulo.

Sivron suspiró.

—Quizá deberíamos celebrar otra reunión para comentar y analizar nuestras opciones actuales —dijo.

—¡Señor! —El capitán de las tropas de asalto se había puesto en pie—. Nuestro reactor está temporalmente reparado, y he perdido a nueve buenos soldados para conseguir que el arma volviera a funcionar. Creo que deberíamos utilizarla. La flota rebelde está iniciando la retirada, y conseguirá escapar a menos que actuemos pronto. Ya sé que no es el procedimiento habitual, director, pero no disponemos del tiempo necesario para celebrar una reunión.

Sivron miró a un lado y a otro, sintiéndose repentinamente inseguro. Odiaba ser sometido a presión y verse obligado a decidir con rapidez. Si no tomabas en consideración todas las consecuencias de tus actos, siempre había demasiadas cosas que podían acabar saliendo mal: pero el capitán tenía razón.

—Muy bien... Tendremos que seguir un curso de acción temporal de emergencia, así que vamos a adoptar una decisión de comité lo más deprisa posible. ¿Debemos utilizar el superláser contra las fuerzas rebeldes? Su voto, Doxin...

—Estoy a favor de que lo utilicemos —dijo el achaparrado líder de división.

Tol Sivron se volvió hacia la mujer cuyo rostro parecía haber sido tallado a golpes de hacha.

—¿Golanda? —preguntó.

—Causemos unos cuantos daños.

—¿Yemm?

El devaroniano movió la cabeza en un asentimiento que hizo que sus cuernos bajaran y subieran lentamente.

—El informe tendrá mucho mejor aspecto si la votación es unánime —dijo.

Sivron pensó durante unos momentos.

—Wermyn ya no está con nosotros, por lo que actuaré en representación suya y uniré mi voto al de él —dijo por fin—. En consecuencia, el resultado de la votación celebrada es el de aprobación por unanimidad. Atacaremos a las fuerzas rebeldes. Tenga la bondad de consignarlo en el acta ahora mismo —añadió con una inclinación de cabeza dirigida a Yemm.

—La flota rebelde se está alejando, director —dijo el capitán de las tropas de asalto—. Una corbeta ya ha entrado en las Fauces.

—¡Qué impaciente es usted, capitán! —replicó secamente Sivron—. ¿No se ha dado cuenta de que ya hemos adoptado una resolución? Ahora ha llegado el momento de ponerla en práctica. Escoja su primer objetivo.

Sivron abrió y cerró sus ojillos en un veloz parpadeo, y acabó clavando la mirada en una corbeta corelliana que flotaba en el espacio.

—¿Qué le parece ésa? —preguntó—. Parece estar averiada, o quizá se trate de una trampa. Podemos utilizarla para calibrar nuestros sistemas de puntería..., ya que no debemos olvidar que la última vez consiguió fallar el blanco a pesar de que se trataba de todo un planeta.

—Como desee, director.

El capitán dio las instrucciones pertinentes al equipo de artilleros del puesto de disparo.

—Sugiero que hagamos un disparo a mitad de la potencia máxima, director —dijo Doxin mientras examinaba las lecturas técnicas. Su calva volvió a llenarse de arrugas—. El superláser de la
Estrella de la Muerte
es capaz de destruir un navío de combate incluso funcionando a potencia reducida. De esa manera podemos disparar muchas veces sin agotar nuestras reservas tan rápidamente, y no tendremos que esperar tanto tiempo entre disparo y disparo.

—Buena sugerencia, líder de división —dijo Sivron con una sonrisa de expectación—. Sí, creo que es preferible disparar más de una vez. De hecho, me gustaría muchísimo hacerlo...

Los artilleros se inclinaron sobre los gigantescos paneles de control del puesto de disparo, y sus dedos se movieron diestramente por encima de las hileras de cuadrados brillantemente iluminados para centrar la mira del superláser en la corbeta que acababa de ser condenada a la destrucción.

—Vamos, dense prisa —resonó la voz de Tol Sivron desde los intercomunicadores—. Queremos hacer un segundo disparo contra esas naves antes de que se vayan.

Los artilleros enfocaron los haces láser secundarios y tiraron de las palancas que liberarían la energía acumulada dentro del núcleo del reactor.

Un enorme haz de poder incinerante se deslizó a lo largo de los tubos de centrado. El chorro destructor atravesó el ojo de centrado y se convirtió en una lanza letal que dio en el centro exacto de su objetivo.

La corbeta corelliana averiada era un blanco tan diminuto que sólo pudo absorber una fracción muy pequeña de la potencia destructiva del superláser. El haz siguió avanzando a través de los restos semi-vaporizados y se dirigió hacia los telones gaseosos de las Fauces.

—¡Impresionante! —exclamó Sivron—. ¿Ven qué es lo que ocurre cuando se siguen los procedimientos adecuados? Bien, y ahora centren la mira en la fragata, o en lo que sea esa nave tan grande... Quiero verla estallar.

—Disponemos de reservas de energía suficientes para hacer varios disparos más —dijo el capitán de las tropas de asalto.

Un puntito luminoso surgió de la nada y empezó a moverse a través del visor de puntería. Parecía tan insignificante como un mosquito, pero se estaba aproximando a una gran velocidad. Su casco brillaba reflejando la luz de las Fauces, y la pequeña nave disparó sus ridículamente poco efectivos cañones láser defensivos contra la
Estrella de la Muerte
.

—¿Qué es eso? —preguntó Sivron—. Quiero un primer plano.

Golanda aumentó la imagen en su pantalla y frunció el ceño. La mueca hizo que su rostro, ya muy feo en circunstancias normales, pareciese capaz de destruir un planeta con la mirada.

—Creo que es uno de nuestros conceptos, director Sivron —dijo—. Quizá pueda reconocerlo.

Sivron contempló la nave en forma de astilla y sus colas cefálicas empezaron a estremecerse. Se acordaba de ella, naturalmente, y no sólo por el modelo de trabajo que había visto sino también por todos los informes de progreso y simulaciones de ordenador que Qwi Xux, su creadora, le había ido entregando durante los años que duró su proceso de desarrollo.

—El
Triturador de Soles
... —dijo—. ¡Pero si esa arma es nuestra!

El generador toroidal del campo de resonancia instalado en el extremo de la silueta puntiaguda estaba empezando a iluminarse con el fuego del plasma acumulado.

—Abra un canal de comunicación —dijo Tol Sivron—. Quiero hablar con quien quiera que vaya a bordo... ¿Oiga? ¿Me oye? Está utilizando de manera ilegal un arma que es propiedad de la Instalación de las Fauces, y exijo que la devuelva inmediatamente a las autoridades imperiales correspondientes.

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