Campeones de la Fuerza (41 page)

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Authors: Kevin J. Anderson

BOOK: Campeones de la Fuerza
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Trepó por los peldaños de la escalerilla izándose con manos temblorosas hasta la cabina. Han Solo y Chewbacca habían subido por aquellos mismos peldaños para entrar en el
Triturador de Soles
durante su huida de la Instalación de las Fauces. El hermano de Kyp había intentado trepar por ellos antes de que la estrella de Carida estallase..., pero Zeth no había conseguido llegar hasta la cabina.

Kyp cerró la escotilla como si se estuviera separando del resto de la galaxia para toda la eternidad. No sabía si volvería a ver el exterior o si regresaría algún día a Coruscant, y ni siquiera sabía si volvería a hablar alguna vez con Han Solo o con el Maestro Skywalker.

Se dejó caer en el asiento de pilotaje y utilizó una técnica Jedi para calmar la frenética agitación de sus pensamientos. Hacía sólo unas horas él y Luke habían estado viajando a bordo del
Triturador de Soles
, dos compañeros que charlaban tranquilamente de sus vidas y de sus esperanzas. Todo eso pertenecía al pasado, y Kyp ya no podía pensar en nada que estuviera mas allá de los sencillos controles del
Triturador de Soles
.

Fue haciendo elevarse la nave en forma de espino sobre sus haces repulsores, y después la pilotó por el largo túnel de lanzamiento hasta el vacío donde se estaba librando el encarnizado combate espacial.

Kyp avanzó hacia la gigantesca esfera esquelética de la
Estrella de la Muerte
. Ya había sido testigo de lo efectivo que podía llegar a ser el blindaje ultra resistente del
Triturador de Soles
cuando Han Solo lo lanzó a toda velocidad contra la torre del puente del Hidra, pero ni siquiera la armadura cuántica podía ser capaz de soportar un disparo del superláser de la
Estrella de la Muerte
.

Kyp aún disponía de dos torpedos de resonancia que podían crear una supernova. Dudaba que pudiera llegar a provocar una masa crítica en la estructura del prototipo, pero un impacto directo seguiría causando una reacción en cadena de considerable magnitud.

Kyp imprimió un poco más de velocidad al
Triturador de Soles
, aquella nave diminuta que era un mero puntito luminoso casi perdido sobre el inmenso lienzo de gases multicolores que giraban alrededor de los agujeros negros de las Fauces.

Y una deslumbrante flor naranja y blanca apareció de repente en el núcleo de energía que ocupaba el centro de la
Estrella de la Muerte
, indicando que se acababa de producir una pequeña explosión; y un instante después el
Halcón Milenario
emergió de la superestructura y fue adquiriendo velocidad a medida que se alejaba en dirección opuesta.

Kyp comprendió que Han Solo había sobrevivido, y se sintió invadido por una deliciosa oleada de alivio y triunfo que derritió todo el hielo de sus temores. Ya podía atacar a la
Estrella de la Muerte
sin ninguna preocupación aprovechando que acababa de sufrir nuevos daños, y después iría a por Daala.

Conectó los sistemas de puntería y armamento. Sus sentidos Jedi le permitieron percibir el repentino aflujo de energía que inundó el generador toroidal de torpedos debajo de él, y Kyp supo que esa energía bastaría para hacer añicos una estrella.

Tendría que utilizarla por última vez.

La explosión producida en el núcleo de energía hizo que toda la
Estrella de la Muerte
se bamboleara. El soldado que había estado intentando desmantelar los detonadores salió despedido hacia atrás y quedó convertido en un amasijo de huesos incinerados y fragmentos de armadura de plastiacero.

El detonador había abierto una hendidura en el cilindro del núcleo, y un chorro de fuego radiactivo empezó a brotar por entre los dientes de sierra de las planchas destrozadas.

Las colas cefálicas de Tol Sivron se tensaron bajo los efectos de la indignación.

—¡Di la orden de que esos dos soldados impidieran el sabotaje! —gritó, y giró sobre sí mismo para encararse con el líder de división devaroniano—. ¡Apunte sus números de servicio y haga una anotación disciplinaria especial en sus historiales, Yemm! —Sivron tabaleó con las garras sobre el brazo de su sillón hasta que se hubo calmado lo suficiente para poder recordar que aún debía ocuparse de un pequeño detalle—. Ah, sí... —añadió—. Y también quiero una evaluación de daños, ¿entendido?

Doxin fue corriendo hacia una consola de diagnóstico y solicitó un informe visual.

—Por lo que sé de los diseños del prototipo, parece haber una brecha relativamente insignificante en el núcleo de energía, director —dijo unos instantes después—. Podemos repararla antes de que los niveles de radiación lleguen a ser demasiado elevados. Es una suerte que sólo uno de esos detonadores estallara, desde luego, ya que de lo contrario no podríamos taponar la brecha.

El capitán de las tropas de asalto se había puesto en pie y estaba dando órdenes a toda velocidad por la radio de su casco.

—Ya he enviado todo un escuadrón de soldados abajo para que se pongan los trajes de vacío, señor —dijo—. También les he ordenado que reparen la avería cueste lo que cueste sin preocuparse de su seguridad personal.

—Excelente, excelente —dijo distraídamente Tol Sivron—. ¿Cuándo podré volver a disparar el superláser?

El capitán estudió sus paneles de control. El casco de plastiacero blanco ocultaba todas sus expresiones.

—Los soldados ya se han puesto los trajes y van hacia allí —dijo—. Están bajando por las pasarelas. —El capitán volvió la cabeza y contempló a Sivron con sus visores negro mate—. Si los trabajos de reparación siguen el curso planeado, podrá volver a disparar dentro de veinte minutos.

—Pues entonces ordéneles que se den prisa —dijo Sivron—. Si Daala se me adelanta y destruye la Instalación de las Fauces antes de que yo haya podido hacerlo... Bueno, capitán, le advierto de que en ese caso me enfadaré muchísimo.

—Sí, director —respondió el capitán.

Tol Sivron contempló con creciente frustración cómo el
Halcón Milenario
se alejaba de ellos, siguiendo un rumbo que lo llevaría a desaparecer entre las naves que estaban combatiendo dentro de las Fauces. Se dio cuenta de que las naves de la Nueva República habían conquistado su complejo, y observó con expresión pensativa la aglomeración de planetoides en la que había pasado tantos años de su carrera. Después volvió la mirada hacia el Destructor Estelar de la almirante Daala... Daala, a la que aborrecía, que había dejado abandonado a Sivron y había abandonado su puesto en el momento en que Sivron más la necesitaba.

—Tantos blancos y tan poco tiempo... —murmuró para sí mismo mientras se removía nerviosamente en el sillón de pilotaje.

38

La gigantesca masa cubierta de cicatrices y quemaduras del Destructor Estelar estaba sobrevolando los cada vez más debilitados escudos defensivos de la Instalación de las Fauces a una altitud tan baja que la primera reacción instintiva de Luke fue agacharse. El complicado amasijo de componentes y estructuras que era el casco del
Gorgona
fluía sobre los tragaluces como un río interminable, demostrando lo inmenso que era el navío de combate.

—Los escudos acaban de dejar de funcionar —dijo un técnico—. No sobreviviremos a otra pasada, ¡y el reactor del asteroide está entrando en la fase crítica!

Wedge conectó el intercomunicador general del complejo y empezó a gritar órdenes. Su voz envuelta en ecos resonó por todo el laberinto de túneles excavados en los asteroides que formaban la Instalación de las Fauces.

—Última llamada para la evacuación. Que todo el mundo vaya a las naves de transporte ahora mismo... ¡Sólo disponemos de unos minutos para salir de aquí!

Las sirenas de alarma parecieron hacerse todavía más estridentes y ensordecedoras. Luke se volvió para seguir a los soldados que habían echado a correr hacia la puerta. Wedge agarró el esbelto brazo azulado de Qwi Xux, pero ella se resistió y lanzó una mirada llena de horror a las pantallas de los ordenadores.

—¡Mira! —exclamó—. ¿Qué está haciendo esa mujer? ¡No puede hacerlo!

Wedge volvió la cabeza hacia los chorros de datos que se sucedían velozmente en las pantallas. Parpadeó y vio que las pantallas habían quedado inundadas por un chorro increíblemente rápido de diseños de armas, planos y datos de prueba que aparecían y se esfumaban en fracciones de segundo.

—La almirante Daala debía de conocer la contraseña del director Sivron —dijo Qwi—. Está recuperando todas las copias de seguridad de los datos a los que no conseguimos acceder... ¡Está transmitiendo toda la información referente a los sistemas de armamento a sus ordenadores!

Wedge agarró a Qwi por la cintura, la apartó de la terminal y echó a correr hacia la puerta.

—Bueno, ya no podemos hacer nada respecto a eso... Tenemos que salir de aquí.

Recorrieron los pasillos a la carrera precedidos por un grupo de soldados. La fina cabellera plumosa de Qwi flotaba detrás de ella, y la áspera claridad blanca de los paneles luminosos la llenaba de reflejos.

Wedge se sentía abrumado y cada vez más tenso, como si su cronómetro interno estuviera contando los segundos que faltaban para que se produjera la explosión del reactor en fase crítica, para que llegara el próximo ataque de la almirante Daala y para que toda la Instalación estallara quedando convertida en una nube de fragmentos al rojo blanco.

Wedge nunca había querido ser general. Era un buen líder de ala, y un buen piloto de caza. Había volado al lado de Luke por el desfiladero de la primera
Estrella de la Muerte
, y después había volado al lado de Lando Calrissian para destruir la segunda esfera gigante.

Hasta el momento la misión más agradable de todas las que le habían sido asignadas era la de escoltar y proteger a la hermosa Qwi Xux, que seguía teniendo un aspecto exótico y hermoso incluso cuando estaba asustada y llena de consternación. Wedge quería abrazarla y consolarla, pero ya podría hacerlo cuando estuvieran a bordo del transporte alejándose de la Instalación de las Fauces con rumbo hacia la fragata
Yavaris
. Si no salían de allí inmediatamente, todos morirían.

Los grupos de técnicos y soldados seguían llegando a la zona de lanzamiento, y un transporte informó de que ya estaba lleno. Wedge cogió su comunicador portátil.

—¡Despegue, despegue! ¡No nos espere!

Subieron corriendo por la rampa de otra lanzadera que estaba aguardándoles con las compuertas abiertas. Los soldados que habían subido con ellos empezaron a ponerse los arneses de seguridad. Wedge invirtió un segundo en asegurarse de que Qwi tuviera un puesto libre, y Luke fue corriendo a la cabina, se dejó caer en el asiento del copiloto y conectó los motores sublumínicos.

Wedge lanzó una última ojeada al compartimento de personal para asegurarse de que todo el mundo estaba sentado o a punto de sentarse.

—¡Asegurad la puerta! —gritó.

Un teniente golpeó los controles de la escotilla con la palma de su mano, y la rampa fue desapareciendo dentro del casco con un siseo impaciente, como si la nave fuera una serpiente que estuviera retrayendo su lengua. Los paneles se cerraron con un chasquido.

Wedge no desperdició ni un segundo poniéndose el arnés de seguridad antes de hacer despegar el transporte de la pista. La nave salió disparada de la agonizante Instalación de las Fauces con un estridente gemido de máxima aceleración.

Los tacones de las botas del comandante Kratas martillearon las planchas metálicas cuando subió corriendo a la plataforma de observación del puente. La almirante Daala giró sobre sí misma, esperando nerviosamente un informe favorable.

Kratas intentó recuperar la compostura, pero no logró borrar la sonrisa que curvaba sus labios en una mueca tan exagerada que le daba un aspecto de franca estupidez.

—La transferencia ha sido completada con éxito, almirante —dijo—. Todo el núcleo de las copias de seguridad de los ordenadores de la Instalación de las Fauces ha quedado registrado en nuestros sistemas de datos. Usted tenía razón, almirante... —añadió bajando la voz—. El director Sivron nunca se tomó la molestia de alterar su contraseña. Seguía utilizando la misma que usted sacó de sus archivos hace diez años.

Daala soltó un bufido.

—Sivron ha sido un incompetente en todo lo demás —dijo—. ¿Por qué razón iba a cambiar ahora?

Casi todos sus cazas TIE habían sido destruidos, y todas las baterías turboláser de estribor se hallaban inutilizadas. La eficiencia de los sistemas motrices había quedado reducida al cuarenta por ciento, y muchos sistemas estaban empezando a sufrir un severo recalentamiento.

Daala nunca había imaginado que la batalla pudiera durar tanto tiempo. Había atacado con la intención de aniquilar a las fuerzas rebeldes y terminar las operaciones de limpieza sin apresurarse, y no entendía por qué Sivron y la
Estrella de la Muerte
no hacían nada. Pero por fin algo había salido bien, y Daala había logrado salvar aquellos datos inapreciables sacándolos de los ordenadores de la instalación de las Fauces.

Daala contempló cómo un transporte de tropas de la Nueva República huía de la aglomeración de rocas que giraba debajo de ella, pero pensó que era un blanco demasiado insignificante.

—Los escudos de la Instalación han dejado de funcionar —dijo el teniente del puesto táctico.

—Bien —replicó secamente Daala—. Viren y prepárense para una última pasada de ataque, y...

—Discúlpeme, almirante —la interrumpió Kratas—. Estamos recibiendo lecturas anómalas del asteroide del reactor. Parece haber sufrido graves daños y hallarse en una situación altamente inestable.

El rostro de Daala se iluminó.

—Ah, excelente... Bien, será nuestro nuevo objetivo. Tal vez el reactor pueda hacer la mayor parte del trabajo destructivo por nosotros.

Volvió la mirada hacia la torre del puente y clavó la vista en el océano de gases que aullaban alrededor de los puntitos infinitamente negros. El
Gorgona
viró y empezó a avanzar hacia la Instalación de las Fauces.

—Adelante a toda máquina —dijo Daala, rígidamente inmóvil en su puesto con las manos enguantadas unidas a la espalda. Su cabello color cobre fundido fluía a su espalda como un chorro de lava—. Disparen repetidamente hasta que la Instalación haya quedado totalmente destruida..., o hasta que los acumuladores de nuestras baterías turboláser se hayan quedado sin carga.

La gigantesca nave fue acelerando, y el
Gorgona
se dispuso a iniciar su última pasada sobre la aglomeración de asteroides.

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