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Authors: Kevin J. Anderson

Campeones de la Fuerza (30 page)

BOOK: Campeones de la Fuerza
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Muchos estabilizadores del
Gorgona
habían estallado cuando lograron escapar por una fracción de segundo de la explosión múltiple supernova en la Nebulosa del Caldero. Al final los escudos habían dejado de funcionar, pero habían aguantado el tiempo suficiente. El casco metálico del
Gorgona
, que en el pasado había sido liso y de un color marfileño, estaba lleno de cicatrices y quemaduras. Las capas exteriores del blindaje se habían evaporado, pero Daala había decidido correr un riesgo tremendo y se había salido con la suya.

Tuvo la gran suerte de lograr huir de la explosión solar cuando el
Basilisco
, que sólo llevaba unos segundos de retraso sobre ellos, se había vaporizado convirtiéndose en una bola de llamas, desintegrado por la onda expansiva de la supernova que había salido disparada en todas direcciones. Pero Daala había ordenado que el
Gorgona
saltara a ciegas al hiperespacio unos instantes antes de que el frente explosivo llegara a sus impulsores traseros. El salto a la desesperada lanzó la nave en un curso temerario e incontrolable a través de los peligros del universo. Si hubieran ido a parar a un sendero interdimensional que atravesara el núcleo de una estrella o planeta, el
Gorgona
habría quedado totalmente destruido, pero un milagro del destino había evitado que eso llegara a suceder.

El
Gorgona
había emergido del hiperespacio en el vacío deshabitado del Perímetro Exterior. Sus escudos habían dejado de funcionar y sus sistemas de apoyo vital estaban medio quemados, y en varios puntos del casco habían aparecido brechas que permitieron que la atmósfera escapara aullando al vacío hasta que esos compartimentos quedaron sellados.

La dotación de Daala había dejado escapar un jadeo colectivo de alivio y sorpresa ante aquella fuga increíble, y había empezado a trabajar en las reparaciones. Se habían alejado tanto de las rutas conocidas que sus navegantes necesitaron un día entero sólo para determinar su nueva posición dentro de la galaxia. Soldados de las tropas de asalto con trajes espaciales totalmente herméticos recorrieron el esqueleto externo del
Gorgona
sacando componentes destrozados, aplicando parches sobre los puntos más debilitados del casco y colocando repuestos sacados de su cada vez más vacío almacén de equipo.

El Destructor Estelar había acabado materializándose en el espacio deshabitado que se extiende entre las estrellas. Uno de sus motores había sufrido averías de tal gravedad que no podía ser reparado, y tres de las baterías turboláser de proa habían quedado inutilizadas. Pero Daala no permitió que ninguno de sus tripulantes descansara hasta que el
Gorgona
volvió a estar en condiciones de funcionar. Tenían una misión que completar. Tampoco se permitió el lujo de descansar, y deambuló incansablemente por los pasillos inspeccionando las reparaciones, encargando trabajos y dando prioridad a las tareas de mantenimiento.

Daala había adiestrado implacablemente a sus soldados de las tropas de asalto y su personal de la armada espacial durante más de diez años. Sus hombres estaban acostumbrados al trabajo más agotador, y se portaron admirablemente una vez enfrentados a una auténtica crisis.

El Gran Moff Tarkin le había dado el mando de cuatro Destructores Estelares para que protegiese la Instalación de las Fauces con ellos, pero Daala había perdido su primera nave, el Hidra, cuando aún ni siquiera había tenido tiempo de sacar su flota del cúmulo de las Fauces. El
Mantícora
había sido destruido detrás de la luna de Calamari al no poder escapar a tiempo cuando algún genio de la táctica calamariano había adivinado la estrategia que estaba utilizando Daala. Su tercera nave, el
Basilisco
, que ya había sufrido daños durante la batalla contra las fuerzas de los contrabandistas librada en Kessel, no había podido moverse lo bastante deprisa para escapar a las explosiones supernova.

Daala no había podido hacer nada para impedir aquella lenta erosión de sus fuerzas. Había planeado lanzar un ataque fabulosamente devastador contra Coruscant, el mundo capital de la Alianza Rebelde, pero Kyp Durron había utilizado el
Triturador de Soles
contra ella antes de que Daala pudiera descargar su golpe.

Los largos días invertidos en las reparaciones habían permitido que Daala acabara asimilando su fracaso. Había cometido el grave error de confundir sus prioridades. Proteger la Instalación de las Fauces tendría que haber sido la única razón de su existencia, y nunca hubiese tenido que tomar la decisión de librar una guerra privada contra la Rebelión. Daala estaba segura de que los rebeldes intentarían apoderarse de sus secretos apenas conocieran la existencia de la Instalación, por lo que estaba claro que su nueva prioridad había pasado a ser la de cumplir con la misión que le había sido asignada por Tarkin.

El
Gorgona
estaba herido y ya no podía avanzar a máxima velocidad, pero Daala intentó regresar a las Fauces lo más deprisa posible. Volvería a la Instalación y protegería lo que quedara de ella con todos sus recursos y con toda su habilidad. La rendición estaba totalmente descartada. Tenía un trabajo que hacer, un deber que había jurado cumplir ante Tarkin, su oficial superior.

La almirante Daala se aferró a los brazos de su sillón de mando y mantuvo los ojos abiertos pese al brillo cegador de los torbellinos que se agitaban en aquel infierno de gases atrapados. El
Gorgona
se abrió paso a través de la barrera de agujeros negros para seguir un camino largo y tortuoso, y Daala fue sintiendo una sucesión de tirones impalpables en sus entrañas cuando pasaron junto a pozos gravitatorios de una profundidad tan colosal que podían aplastar un planeta entero dejándolo reducido al tamaño de un átomo.

Las mirillas se opacaron, pero Daala siguió manteniendo abiertos sus ojos color verde esmeralda. Parecía lógico suponer que ella era la única que conocía todos los detalles de aquella ruta, pero el joven Kyp Durron había logrado abrirse paso hasta el corazón de las Fauces, y Daala debía dar por sentado que otros Caballeros Jedi eran capaces de repetir su hazaña.

Daala oyó cómo un sistema empezaba a emitir los chillidos de las alarmas automáticas para indicar que un componente de importancia primaria acababa de averiarse. Chorros de chispas brotaron de un puesto de sensores, y un teniente luchó contra el tirón de la aceleración en un desesperado intento de anular los sistemas y transmitir sus funciones a otro panel.

—Ya casi hemos llegado... —dijo el comandante Kratas apretando los dientes en su puesto, y el estrépito hizo que su voz apenas pudiera ser oída.

Una serie de señales automáticas de advertencia resonó por el puente llenándolo de ecos... y los colores se apartaron del visor delantero tan repentinamente como si fueran una venda que una mano invisible acababa de arrancar de los ojos de Daala. El Destructor Estelar por fin había entrado en el refugio de calma que se ocultaba en el centro del cúmulo.

Daala reconoció al instante la aglomeración aislada de planetoides interconectados que flotaban en el vacío formando una precaria configuración. Los puntitos de luz indicaban que el complejo seguía funcionando. Daala llevó a cabo una rápida evaluación de la situación general y vio que el prototipo de la
Estrella de la Muerte
había desaparecido... y en el sitio que había ocupado se encontraban una fragata rebelde y tres corbetas corellianas.

—¡Almirante! —exclamó Kratas.

—Ya lo veo, comandante —replicó secamente Daala.

Abrió las hebillas de su arnés de seguridad, se puso en pie y deslizó automáticamente las manos sobre el uniforme gris verdoso que se ceñía a las curvas de su esbelto cuerpo para alisar la tela. Las gotitas de sudor esparcieron sobre su piel un cosquilleo como el que habrían podido producir las picaduras de un enjambre de insectos diminutos cuando Daala subió a la plataforma de mando y se acercó un poco más al visor, moviéndose como si estuviera respondiendo a una llamada silenciosa.

Sus manos enguantadas se curvaron sobre la barandilla del puente con tanta fuerza como si quisieran estrangular algo, y el cuero negro chirrió al rozar el metal esmaltado. Los rebeldes por fin habían llegado, tal como había estado temiendo todo el tiempo..., ¡y Daala había llegado demasiado tarde para detener la invasión!

Apretó los labios con tal furia que éstos palidecieron. Daala creía que el
Gorgona
había sobrevivido para un propósito, y haber vuelto a la Instalación de las Fauces hacía que tuviera la impresión de que el espíritu del Gran Moff Tarkin estaba contemplando sus acciones por encima de su hombro y se disponía a guiarla. Daala sabía muy bien qué estaba destinada a hacer, y también sabía que no podía fracasar por segunda vez.

—Conecten todos los sistemas de armamento que estén en condiciones de funcionar, comandante —ordenó—. Levanten los escudos y pongan rumbo hacia la Instalación.

Daala volvió la mirada hacia el comandante Kratas, su subordinado de grandes cejas y mentón débil, y vio que se ponía en posición de firmes.

—Al parecer tenemos trabajo que hacer —murmuró Daala.

27

Kyp Durron se agachó para pasar por debajo de una liana cubierta de espinos en el mismo instante en que una bandada de pájaros-insecto color escarlata emprendía el vuelo con una vibración ahogada. Los espinos le rozaron el brazo y la cara, impregnándole la piel con su olor acre. Las ramas que se unían unas a otras formando un telón casi continuo susurraron sobre su cabeza cuando las criaturas arbóreas huyeron del ruido. El sudor goteaba de la oscura cabellera de Kyp, y el aire cálido y sofocante era como una manta húmeda que le envolviera impidiéndole respirar.

Estaba haciendo cuanto podía para no perder de vista al Maestro Skywalker, que parecía fluir a través de los matorrales y la espesura de la jungla encontrando senderos secretos que le permitían pasar sin ninguna dificultad. En el pasado Kyp había utilizado trucos del lado oscuro para esquivar la vegetación espinosa y encontrar las rutas más libres de obstáculos a través de la maleza, pero después de sus últimas experiencias le bastaba con pensar en esas técnicas para sentir un estremecimiento de repugnancia.

Cuando fue a la jungla con Dorsk 81, Kyp había utilizado sin ningún escrúpulo una técnica Sith para generar alrededor de su cuerpo un aura repulsiva, ahuyentando a los insectos y las pequeñas criaturas que chupaban la sangre y haciendo que le considerasen como una presa poco apetecible. Pero eso pertenecía al pasado, y Kyp estaba decidido a soportar todas las incomodidades mientras el Maestro Skywalker iba alejándole poco a poco del Gran Templo.

Habían dejado que los otros estudiantes Jedi siguieran con sus estudios independientes. El Maestro Skywalker se sentía muy orgulloso de ellos, y ya había dicho que los candidatos estaban alcanzando los límites de todas las técnicas que podía enseñarles a utilizar. Los nuevos Caballeros Jedi continuarían desarrollándose siguiendo las direcciones que ellos mismos se marcaran, e irían descubriendo poco a poco cuáles eran sus grandes capacidades.

Pero desde aquel momento en que había estado a punto de aniquilar a Han Solo con el
Triturador de Soles
, Kyp había sentido una considerable reluctancia a utilizar su poder y temía lo que éste podía impulsarle a hacer en el caso de que lo empleara.

El Maestro Skywalker había decidido llevarle a la jungla, y la gran pirámide había ido desapareciendo a sus espaldas mientras Erredós emitía zumbidos y pitidos de disgusto al tener que quedarse en el templo.

Kyp no estaba muy seguro de qué podía querer de él su instructor Jedi. El Maestro Skywalker apenas había abierto la boca mientras avanzaban hora tras hora, atravesando la jungla que vibraba con el lento repiquetear del agua que corría y goteaba por todas partes y la asfixiante humedad que rezumaba de ella, abriéndose paso por aquella atmósfera saturada de insectos y atravesando los matojos de espinos que parecían garras.

Kyp se sentía un poco incómodo e intimidado al estar a solas con el hombre al que había derrotado mediante los poderes malignos de Exar Kun. El Maestro Skywalker había insistido en que Kyp debía ir armado, y le había explicado que debía llevar consigo la espada de luz construida por Gantoris. ¿Tendría Luke la intención de desafiarle a un duelo..., que esta vez se libraría a muerte?

En ese caso, Kyp se había jurado a sí mismo que no lucharía. Ya había permitido que su ira causara demasiada destrucción. El Maestro Skywalker había sobrevivido al terrible ataque de las arteras maquinaciones Sith, cierto, pero eso había sido un auténtico milagro.

Kyp había reconocido la insidiosa llamada del lado oscuro cuando Exar Kun empezó a susurrarle al oído, pero había pecado de exceso de confianza y había creído que sería capaz de resistir cuando incluso Anakin Skywalker no había podido hacerlo. Kyp había acabado siendo engullido por el lado oscuro, y aunque había logrado escapar de él, eso hacía que no le quedase más remedio que dudar de todas sus capacidades. De hecho, Kyp incluso deseaba poder verse libre de su talento Jedi para no estar obligado a temer lo que podía llegar a hacer con él.

El Maestro Skywalker se detuvo en el comienzo de un claro donde tallos de hierba muy altos oscilaban lentamente rozándose los unos a los otros. Kyp se detuvo junto a él y vio a dos depredadores de aspecto muy feroz cuyos cuerpos estaban cubiertos por escamas iridiscentes de color púrpura claro y verde moteado, lo que les proporcionaba un excelente camuflaje en aquella frondosa vegetación. Su aspecto general hacía pensar en grandes felinos cazadores que hubieran sido cruzados con unos reptiles enormes: tenían los hombros cuadrados, y sus antebrazos eran tan poderosos como gruesos pistones. Sus cabezas en forma de caja tenían tres ojos amarillos de pupila vertical que no parpadearon mientras miraban fijamente a los intrusos.

El Maestro Skywalker les devolvió la mirada en silencio. La brisa dejó de soplar. Los depredadores gruñeron, abriendo sus bocas para revelar colmillos tan grandes como cimitarras, y dejaron escapar una mezcla de aullido y ronroneo antes de volver a esfumarse en la jungla.

—Sigamos —dijo el Maestro Skywalker, y empezó a cruzar el claro.

—Pero ¿adónde vamos? —preguntó Kyp.

—Pronto lo verás.

Kyp no podía soportar por más tiempo las terribles sensaciones de aislamiento y soledad que estaba experimentando, e intentó conseguir que el instructor Jedi siguiera hablando.

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