Read Campeones de la Fuerza Online
Authors: Kevin J. Anderson
Terpfen pagaría la deuda personal que había contraído de cualquier manera que estuviera a su alcance..., pero Furgan también tendría que pagar un precio.
Dejó atrás a los otros perseguidores calamarianos impulsado por la decisión que ardía en sus venas. Podía oír a Furgan delante de él, huyendo en la penumbra con el veloz correteo de un kángrex.
—¡Seguidme! —jadeó Terpfen mientras rebasaba a los otros miembros del equipo de rescate.
Saltó por encima de los fragmentos de metralla metálica en que se habían convertido las puertas blindadas voladas por los soldados de las tropas de asalto durante el curso de su operación invasora, y acabó llegando a la gruta de la pista para descubrir que Furgan ya estaba subiendo a uno de los MT-AT vacíos.
—¡No puedes escapar, Furgan! —gritó Terpfen, y se apoyó un momento en los restos ya enfriados de la escotilla derretida para recuperar el aliento.
Furgan deslizó una pierna por encima del reborde de la cabina del caminante-araña y se instaló en el asiento. Su rostro estaba tan lleno de arrugas como si alguien lo estuviera oprimiendo desde el interior.
—Ya hemos destruido el destructor que teníais en órbita —dijo Terpfen.
Encontró un nuevo manantial de energía en las profundidades de su ser, y fue con paso tambaleante hacia el caminante imperial. Ya podía oír a los otros miembros del equipo de rescate aproximándose.
La noticia pareció dejar asombrado a Furgan, pero un instante después su rostro se alisó de nuevo y se llenó de incredulidad.
—Sé muy bien que no se puede confiar en ti, pececito. Toda tu vida es una mentira.
Furgan bajó el panel protector de transpariacero y los motores de la gigantesca máquina cobraron vida con un zumbido. Un panel de las puertas blindadas había sido totalmente arrancado de sus guías, y el otro colgaba de ellas. El viento se deslizaba por la abertura con un leve suspiro. Los dos componentes de mayores dimensiones de Anoth se movían en el cielo color púrpura, avanzando velozmente como dos nubes de piedra que intercambiaran relámpagos a través del silencio del espacio.
Terpfen dejó escapar un gruñido ahogado y corrió hacia el otro caminante-araña. Era jefe de mecánicos espaciales, y había ayudado a los imperiales en las reparaciones de sus vehículos de combate y sus Destructores Estelares. Podía manejar cualquier clase de equipo, y probablemente bastante mejor que el propio Furgan.
Furgan estaba tan aterrorizado que tuvo bastantes dificultades para conseguir que las ocho patas del caminante se movieran en la secuencia adecuada impulsándolo sobre el suelo de piedra, pero acabó logrando ponerse en movimiento e hizo girar los cañones láser instalados en las articulaciones de las patas para hacer añicos un caza B que se interponía en su camino.
Terpfen conectó los sistemas de su caminante-araña y bajó el panel protector. La máquina tenía unos controles bastante toscos y respondía con lentitud a las órdenes, y sus mandos no se parecían en nada a los sofisticados paneles instalados en los cruceros estelares de Mon Calamari.
El vehículo de Furgan se aproximó a la gran abertura que se abría en la cara del risco, y el diseño del MT-AT reveló a Terpfen que la máquina era capaz de bajar trepando por la superficie rocosa. No sabía cómo se las arreglaría Furgan para escapar en cuanto hubiera llegado al fondo, y dudaba mucho de que el embajador hubiese pensado qué haría entonces.
Terpfen descubrió los controles de disparo y lanzó tres andanadas láser que destruyeron una articulación de las patas del otro caminante. La parte inferior del miembro metálico se desprendió y cayó al suelo de la gruta con gran estrépito.
El caminante de Furgan perdió el equilibrio y se tambaleó en un vacilante círculo de borracho hasta que consiguió compensar la falta de la pata destruida. El embajador volvió a dirigirse hacia la salida.
Terpfen vio los potentes cañones desintegradores instalados debajo de su cabina. Si disparaba las dos armas en el recinto cerrado de la caverna, acabaría con el transporte de asalto de Furgan... pero la explosión también le destruiría a él y a su caminante, y probablemente también haría pedazos a casi todos los cazas B.
Un instante después Terpfen vio cómo los otros miembros del grupo de rescate entraban corriendo en la gruta. El almirante Ackbar surgió por una entrada distinta y se quedó inmóvil, rodeado por los miembros de su equipo junto a una mujer vestida de blanco a la que Terpfen reconoció como Winter, la sirviente de Leia.
Ya no podía disparar los cañones desintegradores, pero Terpfen se juró que no permitiría que Furgan escapara. Manipuló los controles e hizo avanzar el vehículo de ocho patas en persecución de Furgan en el mismo instante en que la máquina del embajador se tambaleaba al borde del risco.
Ackbar llegó justo a tiempo de presenciar el comienzo de la batalla entre los dos caminantes-araña. Los cañones láser de Terpfen lanzaron sus rayos contra el MT-AT del embajador y dieron en el blanco. Furgan no parecía tener ningún plan, y daba la impresión de que sólo pretendía escapar. El caminante de Terpfen fue hacia él, y las garras de sus patas hicieron brotar chorros de chispas del suelo de la pista.
Terpfen disparó sus cañones láser una y otra vez. Furgan devolvió el fuego, pero su andanada falló y sólo consiguió arrancar un diluvio de fragmentos de roca de bordes afilados de una pared de la gruta.
El MT-AT de Terpfen se lanzó a la carga alzando sus dos patas delanteras y agarró los miembros metálicos del transporte de Furgan, levantándolo parcialmente del suelo. El vehículo de Furgan desplegó sus patas para aferrarse al borde del suelo de la caverna, en un intento desesperado de liberarse y poder iniciar el descenso.
Terpfen lanzó una andanada directa contra el transpariacero de la cabina, pero los haces láser fueron incapaces de atravesar la superficie blindada. Su caminante-araña siguió luchando con el vehículo de Furgan, con cuatro patas metálicas firmemente plantadas sobre el suelo de piedra mientras las otras cuatro empujaban con toda la potencia que podían proporcionarles sus motores.
Un gran fragmento de roca se desmenuzó bajo la presión de las garras, y el caminante de Furgan por fin logró salir de la abertura de la gruta con un horrible sonido de metal que se doblaba y se desgarraba.
El MT-AT de Terpfen continuaba empujando al vehículo del embajador. Furgan manipuló desesperadamente los controles dentro de su cabina, pero no parecía saber cuáles debía utilizar.
Terpfen seguía con su implacable martilleo de descargas láser. Empujó al caminante de Furgan hasta hacerlo pasar por el hueco abierto en las puertas blindadas, y sostuvo encima del vacío al MT-AT que se retorcía desesperadamente.
Y un instante después lo soltó.
El vehículo multípedo del embajador Furgan cayó dando tumbos en un largo descenso hacia el escarpado paisaje que lo esperaba a una gran distancia debajo de él. Terpfen disparó sus dos cañones desintegradores de alta potencia antes de que el vehículo de asalto llegara a chocar con el suelo, y los haces de energía hicieron estallar el MT-AT con un destello cegador cuando ya casi rozaba las protuberancias rocosas.
Y después, inexplicablemente, el caminante de Terpfen siguió avanzando, moviendo sus patas mecánicas para impulsarse al vacío en una zambullida suicida.
Ackbar comprendió las intenciones de Terpfen al instante, y se lanzó hacia los controles de las puertas blindadas sin desperdiciar ni un instante para emitir un grito que de todas maneras no hubiese podido ser oído.
Las patas metálicas ya se estaban desvaneciendo por el borde del risco con un último agitarse en el mismo instante en que Ackbar pulsó los botones, esperando que el panel torcido de la puerta conservara la movilidad suficiente para hacer lo que esperaba de él. La gruesa plancha metálica cayó sobre el último pie erizado de garras del caminante-araña de Terpfen, dejándolo atrapado en el risco e impidiendo que cayera por el precipicio.
—¡Ayudadle! —gritó Ackbar.
Los otros calamarianos se apresuraron a obedecer, y echaron a correr precedidos por el almirante. Ataron un cable de remolque a un caza B y fueron descendiendo a lo largo del risco hasta llegar a la cabina del caminante de Terpfen, al que encontraron estremeciéndose y casi inconsciente debido al shock que había sufrido. El equipo improvisó un arnés, y fue izando a Terpfen hasta dejarle sano y salvo sobre el suelo de la gruta.
Ackbar se inclinó sobre él con expresión preocupada, y pronunció una y otra vez el nombre del calamariano de cabeza cubierta de cicatrices hasta que Terpfen por fin empezó a removerse.
—Tendrían que haberme dejado morir —murmuró Terpfen—. Mi muerte tendría que haber sido mi castigo...
—No, Terpfen —replicó Ackbar—. No podemos escoger nuestro castigo. Aun puedes hacer una gran contribución a la Nueva República, y todavía tienes muchas cosas que hacer antes de que se te permita dejar de esforzarte.
Ackbar se irguió lentamente y comprendió que aquellas palabras también podían habérsele aplicado a él después de que hubiera huido para esconderse en Calamari.
—Tu castigo será vivir, Terpfen —dijo.
El
Halcón
sobrevoló las frondosas copas de los árboles de Yavin 4 hasta que Han Solo posó la nave delante del Gran Templo y bajó corriendo por la rampa de descenso.
Leia y los gemelos casi le hicieron caer al suelo, tal fue el ímpetu con que se lanzaron sobre él para darle la bienvenida.
—¡Papá, papá! —gritaban Jacen y Jaina, y sus voces se superponían creando un efecto de sonido altamente peculiar.
Leia, que ya había regresado de Anoth, sostenía junto a su pecho a su bebé de un año, y abrazó a Han y le dio un prolongado beso mientras Anakin jugueteaba con la cabellera de su madre. Los gemelos habían empezado a dar saltitos al lado de las piernas de Han, exigiendo que se les prestara la atención a la que tenían derecho.
—¡Hola, pequeño! —Han sonrió a Anakin, y después clavó la mirada en los ojos de Leia—. ¿Estás bien? Tienes muchos detalles que contarme, ¿sabes? Ese mensaje que me enviaste no era muy explícito.
—Sí, ya lo se —replicó ella—. Te enterarás de toda la historia en cuanto los dos podamos disfrutar de un rato de tranquilidad a solas. Me alegra mucho que todos nuestros hijos vayan a quedarse en casa. A partir de ahora nos encargaremos personalmente de protegerles.
—Creo que es una gran idea —dijo Han, y después soltó una risita y meneó la cabeza—. Oye, ¿no eras tú la que siempre me decía que no debía vagabundear por el espacio para vivir aventuras por mi cuenta?
Han se apartó del halcón en cuanto vio que Luke Skywalker venía hacia él cruzando la explanada que había sido vaciada de vegetación para que sirviera como parrilla de descenso. Erredós avanzaba junto a él entre silbidos y chirridos electrónicos, rodando al lado de su amo como si no quisiera separarse de él nunca más.
—¡Luke! —gritó Han, y corrió hacia él para abrazarle con entusiasmo—. Me alegra muchísimo volver a verte en pie. Ya iba siendo hora de que dejaras de hacer la siesta...
Luke le dio una palmada en la espalda, y sonrió mientras le contemplaba con ojos ribeteados por círculos oscuros que brillaban con una luz interior más potente que en ningún momento anterior de su existencia. Los poderes Jedi de Luke se iban haciendo cada vez más grandes a medida que iba superando cada nuevo obstáculo aparentemente imposible de vencer; pero al igual que les había ocurrido a Obi-Wan Kenobi y Yoda en el pasado, el Maestro Jedi Luke Skywalker también estaba aprendiendo a usar cada vez menos sus poderes y a confiar en el ingenio en vez de en las exhibiciones.
Un clan de salamandras peludas asustó a una pareja de criaturas aladas cubiertas de plumas en la densa jungla que rodeaba el templo massassi, y el estrépito no tardó en ser ensordecedor cuando las salamandras peludas empezaron a arrojar frutas podridas a las criaturas aladas, que remontaron el vuelo y se dedicaron a lanzar chillidos contra sus atormentadores contemplándoles desde lo alto.
Han volvió la mirada hacia toda aquella algarabía, pero los ojos de Luke permanecieron clavados en el
Halcón
como si estuvieran siendo atraídos por un poderoso imán. Han se volvió en esa dirección..., y se quedó totalmente inmóvil.
Kyp Durron, todavía envuelto en la reluciente capa negra que Han le había regalado, estaba bajando por la rampa de abordaje. Su mirada se encontró con la de Luke, y los dos Jedi permanecieron inmóviles, contemplándose en silencio como si estuvieran unidos por una conexión psíquica.
Han se apartó un paso de Luke, y el instructor Jedi cruzó la parrilla de descenso salpicada de hierbajos y maleza sin decir ni una palabra. Kyp llegó al final de la rampa, volvió a poner los pies sobre el suelo de Yavin 4 y se quedó inmóvil en una postura casi de penitente.
La rigidez de la postura de Kyp y la tensión de su mandíbula indicaron a Han que el joven estaba aterrorizado ante la perspectiva de tener que enfrentarse a su Maestro Jedi. Han sintió un escalofrío, y pensó que no quería verse atrapado entre dos personas a las que contaba entre sus amigos más queridos.
Leia se llevó a los niños a un lado de la pista de descenso y contempló el encuentro con el rostro lleno de recelosa cautela. La preocupación le llenó de arrugas la frente mientras su mirada iba velozmente de su hermano a Kyp y volvía a posarse en Kyp.
Luke avanzó hacia su estudiante moviéndose tan despacio como si estuviera deslizándose sobre el suelo.
—Sabía que volverías, Kyp —dijo..
Han le contempló, y tuvo la impresión de que en los rasgos de Luke no había ni la más mínima sombra de irritación, furia o necesidad de venganza.
—Exar Kun... ¿Ha sido destruido? —preguntó Kyp con voz enronquecida, a pesar de que ya conocía la respuesta a esa pregunta.
—Exar Kun no ejercerá ninguna influencia sobre tu futuro adiestramiento, Kyp —respondió Luke—. Ahora lo más importante es saber qué harás con tus capacidades.
Kyp parpadeó y puso cara de perplejidad.
—Tú... ¿Permitirías que continuara con mi adiestramiento?
La expresión de Luke se suavizó un poco más.
—Tuve que presenciar la muerte de mi primer maestro. También tuve que enfrentarme con Darth Vader, que era mi padre... Me he enfrentado a otras tareas bastante difíciles. Nunca planeé que ocurriera ninguna de esas cosas, pero cada vez que he atravesado las llamas de una prueba he salido de ellas convertido en un Jedi más poderoso de lo que era antes. Tú has sido arrojado de cabeza a las llamas, Kyp. Ahora debo averiguar si has sido consumido por ellas..., o si te han templado, convirtiéndote en un Jedi más grande de lo que eras antes. ¿Serás capaz de renunciar al lado oscuro?