Read Buenos Aires es leyenda Online
Authors: Víctor Coviello Guillermo Barrantes
Tags: #Cuento, Fantástico
Nos llamó la atención que la visita guiada se limitó, entonces, a un breve circuito. Cuando preguntamos por qué, nos dijeron que no era seguro por las diferentes especies, como el lagarto overo. En ese momento (no fuimos nosotros), alguien mencionó al Reservito. El guardia se rió y siguió caminando moviendo la cabeza. Por las dudas, nosotros no descuidamos nuestras espaldas y seguimos caminando entre grillos y otras especies indistinguibles pero autóctonas.
Hasta lo que sabemos, este animal de aspecto entre perro y rata no ha podido ser fotografiado. La única prueba tangible la tienen las supuestas cámaras de la misma reserva. Y por ahora, no hay indicios de que sean cedidas para su difusión.
Carlos P
.: «El loco es el personaje del barrio. Yo no lo vi nunca, pero dicen que no deja un afiche sano».
Hugo M
.: «El tipo arranca todos los afiches y publicidades que encuentra pegadas. Busca en todos lados: en las fachadas de las casas, en los teléfonos públicos, en los postes de luz. Lo vi sólo una vez, desde muy lejos. Estoy seguro que era él, estaba arrancando una papeleta del palo de un semáforo. Además lo reconocí porque llevaba al perrito».
Julio L
.: «Para mí es uno de los tantos linyeras que se juntan en la iglesia. Anda siempre con un perrito cachuzo. Este barrio está lleno de locos. Me pareció verlo un par de veces, pero me crucé de calle para esquivarlo. Los linyeras me ponen nervioso. Y los linyeras locos, ni te cuento. Mi viejo dice que a veces se lo cruza en la calle y charla con él. Pero mi viejo también está loco».
Así se suceden los primeros testimonios en el barrio de Caballito. Todos muy parecidos entre sí: gente que dice conocer al loco de los carteles, pero, o tienen la impresión de haberlo visto desde lejos, o jamás lo vieron y alguien les contó. O sea, los típicos rasgos de una leyenda urbana.
Ahora bien, no se hacen esperar otros testimonios más interesantes, que pretenden explicar la existencia del loco y las causas que lo llevaron a su meticulosa y rutinaria labor.
Mercedes C
.: «El pobre tipo perdió a su perro. Hace mucho de esto ya. Unos treinta años diría yo. Mi mamá cuenta cómo aquel hombre, que según ella era vecino suyo, buscaba al pichicho todos los días, llorando por las calles del barrio».
Algunas personas nos sorprendieron con el alto nivel de detalles que, con respecto a este primer dato, afirmaban saber.
Palmira G
.: «El tipo, hace mucho, tenía un bóxer. Ustedes vieron cómo son los bóxer, si uno no les enseña de chiquito son muy asustadizos. Y bueno, a éste lo asustó un petardo y se escapó».
Supusimos que este comentario del petardo había sido incorporado arbitrariamente por la entrevistada, convirtiendo una opinión personal en un elemento real de la historia. Ésta es una contaminación clásica que sufren los mitos con el ir y venir de boca en boca.
Sin embargo, nos encontramos con un testimonio que parece tener cierta relación con el comentario de
Palmira G
., aunque también existe la posibilidad de que se trate de una simple coincidencia. Aun así, vale la pena citarlo.
Francisco Q
.: «Dicen que el loco tuvo en un tiempo un puestito de pirotecnia. Y que por aquellos años ya le decían
loco
; pero era
el loco de los cohetes
».
De «el loco de los cohetes» a «el loco de los carteles» hay un camino fonético muy corto. Y más teniendo en cuenta la ya nombrada deformación que ocasiona la transmisión oral del mito.
Pero dejemos los cohetes por el momento y retornemos al testimonio de
Mercedes C
., quien nos entregó una de las más completas versiones de la historia del loco de los carteles:
«Mi mamá cuenta cómo aquel tipo, después de un par de semanas sin noticias de su mascota, empapeló el barrio con afiches en donde se mostraba la foto del perro y la recompensa para la persona que lo encontrara. Pero el pichicho jamás apareció. Mi mamá dice que, todos los días, el pobre hombre recorría las calles despegando los avisos nuevos que tapaban los afiches con la foto de su perro».
Al igual que Mercedes (¿o deberíamos decir su mamá?), muchos dicen que así, de pura tristeza, se volvió loco el loco de los carteles; continuando con su labor hasta el día de hoy, buscando liberar sus viejos avisos de nuevas publicidades. Sus viejos avisos que ya no existen.
Además, esta versión explicaría por qué se lo ve al loco acompañado siempre por un perrito: algunos dicen que de esa manera no extraña tanto a aquel perro que perdió hace tiempo; otros, en cambio, dicen que al no tener ya dinero para una recompensa, el loco piensa entregarle, al alma solidaria que encuentre a su amada mascota, el «perrito cachuzo» que lo acompaña.
Todo parecía encajar. Quizás el mito no era mito. Quizás el loco existía y vagaba por las calles de Caballito buscando a su fiel amigo cuadrúpedo, desaparecido años atrás.
Pero, como dijimos en un comienzo, nos llamaba la atención que no hubiera personas que declararan haber visto cara a cara al loco de los carteles. Porque, si bien esto no descartaba definitivamente la posibilidad de mito, al menos la tornaba dudosa.
Fue este «olor» a leyenda urbana el que nos llevó a rastrear el posible origen de la historia del loco de los carteles. Y para esta investigación fue crucial el siguiente testimonio de uno de los entrevistados. Un hombre que parecía conocer el recorrido diario de nuestro personaje.
Augusto D
.: «Mirá, dicen que sale caminando del pasaje El Alfabeto, agarra Honorio Pueyrredón derecho, hasta el monumento del Cid Campeador. Ahí no sé qué vuelta pega, pero lo ven aparecer por atrás de la iglesia vieja, esa que esta sobre Gaona. Un par de compañeros de laburo dicen haberlo visto unas cuantas veces descansando en las escaleras de la iglesia. Y ahí termina su caminata. Después se va y desaparece con su perrito sarnoso, uno que lo acompaña siempre».
Fuimos hasta la iglesia que nombró Augusto, recordando las palabras de otro entrevistado: «Para mí es uno de los tantos linyeras que se juntan en la iglesia». Al llegar vimos algunos linyeras en aquellas escaleras santas, pero ninguno llevaba un perrito cachuzo. Les preguntamos si conocían al loco de los carteles. Nos dijeron que no, que nunca lo habían visto, que si nos sobraban algunas monedas. Hablamos con uno de los curas del templo (que nos pidió que no diéramos su nombre), pero desconocía la historia. «Mira, hijo, yo hace cuarenta años que estoy en esta parroquia; y acá se juntan siempre estos vagos, cualquiera de los que están ahí —dijo señalando al grupo de linyeras— puede ser la persona que buscan. Ustedes saben cómo es esta gente, andan tomados todo el día; ese vino barato, ese que viene en cajita, los pone a todos locos».
Al no hallar nada interesante en el supuesto «final de recorrido» del loco, decidimos probar suerte en el «comienzo»: El Alfabeto.
El pasaje, misteriosamente llamado El Alfabeto, nace a unos metros de la esquina que forman las avenidas Honorio Pueyrredón y Juan B. Justo, en el barrio de Villa Crespo. En el mismo pasaje y en sus inmediaciones no parecían saber mucho más que la gente de Caballito con respecto al loco de los carteles. Pero lo que sí conocían era una especie de cuento tradicional, una interesante fábula barrial. Este relato cuenta la historia de un hombre que, en circunstancias misteriosas, pierde a su amada. Desesperado, la busca por todos lados. La muchacha jamás aparece y él muere, cansado y triste, tendido sobre la vereda. Entonces, un perro vagabundo olfatea al hombre, justo en el momento en que el alma abandona el cuerpo. El espíritu del amante fallecido no deja nuestro mundo, sino que pasa al cuerpo del perro, que continúa con la búsqueda inconclusa. Es así como, en el barrio, a cualquier perro que olfatee a alguna señorita se lo identifica con el que fue poseído en la fábula del amante.
Tenemos, por lo tanto, un hombre buscando desesperadamente a un ser querido que se ha extraviado. Y también tenemos a un perro.
¿No será entonces el mito del loco de los carteles una mutación de este cuento barrial? ¿Cuánto puede demorar la transmisión de boca en boca para convertir al perro poseído en el perro perdido, y al amante fallecido en nuestro loco?
Además, la fábula parece estar aún mas relacionada si tenemos en cuenta que nos topamos con ella en las inmediaciones de El Alfabeto, en Villa Crespo, barrio que limita con Caballito; y más aún todavía cuando recogimos testimonios de personas que señalan al pasaje como el lugar donde supuestamente se tendió para morir el amante del relato.
Nuevamente, ¿cuánto tiempo le tomaría al boca en boca transformar el lugar de la muerte del protagonista de un antiguo cuento barrial en el «comienzo de recorrido» del protagonista de un mito relativamente nuevo?
Un último dato: se dice que el pasaje El Alfabeto fue, hace muchos años, un lugar que, en ciertas fechas festivas, se llenaba de puestos ambulantes de pirotecnia.
Esto nos trajo a la memoria el testimonio de
Francisco Q
.: «Dicen que el loco tuvo en un tiempo un puestito de pirotecnia. Y que por aquellos años ya le decían
loco
; pero era
el loco de los cohetes
». Y como habíamos dicho, de «cohetes» a «carteles» hay un corto camino.
¿No será, entonces, esta última coincidencia, prueba de la relación existente entre la fábula del amante y el mito que investigamos?
Quizás alguno de estos antiguos vendedores de fuegos artificiales del pasaje El Alfabeto, era ducho en contar historias. Y una de las que más contaba era la «fábula del amante muerto y el perro poseído». Quizá, cuando este narrador murió, otras personas continuaron divulgándola. Quizás, antes de comenzar el relato, dirían algo así como «… y ahora les contaré lo que tantas veces nos relató
el loco de los cohetes
». Quizá, luego de un tiempo,
el loco de los cohetes
pasó del prólogo de la historia a integrar la historia misma, y se convirtió en
el loco de los carteles
; así como el perro poseído se convirtió en el perro perdido, y…
O no. Quizás el loco de los carteles sólo sea un linyera más, que se pasea con su perrito sarnoso por las calles de Caballito.
Quizá.
En la película
Hombre mirando al sudeste
, el cineasta argentino Eliseo Subiela nos muestra las desventuras de un personaje sumamente extraño, llamado Rantés, que afirma ser de otro planeta, un enviado para conocer a los humanos. El hombre parece decirlo en serio, demasiado en serio, tanto que por eso se encuentra en un manicomio. Lo más interesante es que, todas las tardes, Rantés se para en un sector determinado del patio del neuropsiquiátrico. Y así se queda un buen rato. De esta manera, afirma, transmite y recibe información de sus compatriotas. (Existe una película posterior, de origen norteamericano, con una trama muy parecida a
Hombre mirando al sudeste
. El filme se llama
K-Pax
y está basado en el libro, que lleva el mismo nombre, escrito en 1995 por el psiquiatra Gene Bowler).
¿Esta historia fue totalmente inventada o se basa en un relato anterior?
Casualidad o no, existiría un antecedente ocurrido en el propio Hospital Neuropsiquiátrico José T. Borda, ubicado en el barrio de Constitución.
La información que manejábamos estaba fragmentada, algo habitual en el imaginario mítico. Pero esta vez se nos presentó compleja desde el inicio, porque ¿a quién entrevistar que tuviera cierto grado de credibilidad?
Nos había llegado un rumor acerca de una persona que había ingresado al Borda llevada por la policía. La versión de la fuerza aseguraba que habían encontrado al «sujeto masculino NN» intentando subirse al Obelisco. La versión del que por ahora seguiremos llamando NN, era que
estaba arreglando desesperadamente el faro
—refiriéndose al Obelisco—
para permitir la «disgregación de apertura»
, es decir, para guiar naves extraterrestres en sus maniobras de acercamiento a la ciudad de Erks (a esto nos referiremos con detenimiento más adelante).
Con estos datos decidimos hacer una recorrida por el neuropsiquiátrico. Mientras subíamos la amplia escalinata, no pudimos evitar pensar: «¿Podré irme de acá? ¿No me dejarán adentro confundiéndome con un interno?». Nuestras dudas se disiparon enseguida. En un pequeño salón, que funciona como mesa de entradas, entregamos nuestros documentos de identidad y nos dieron una tarjeta que decía «Visitante».