Read Buenos Aires es leyenda Online
Authors: Víctor Coviello Guillermo Barrantes
Tags: #Cuento, Fantástico
Este testimonio en nada colaboró a la investigación del mito del cuadro que habla, pero sí nos permitió «palpar» la entropía inherente a los individuos, esas confusiones que pueden iniciar una cadena de más confusiones, para terminar creando otra versión del mito original; o llegar, inclusive, a construir una leyenda totalmente nueva: Caldis podría convertirse en el nombre que toma el mismo Satán para firmar una serie de cuadros diabólicos que no son otra cosa que entradas al Infierno.
Pero volvamos a la Recoleta. Existe una especie de cordón umbilical que une el Buenos Aires Design con el Centro Cultural: una improvisada feria esotérica (activa en su totalidad los fines de semana), en donde uno puede toparse con los astrólogos y videntes más dispares: algunos totalmente producidos, con sotanas multicolores, anillos gigantescos y turbantes con brillantina; y otros sin adorno alguno, adivinos de jean y camisa, con un mazo de cartas en la mano.
Por su especial ubicación, nos introdujimos en esta fauna de gurúes urbanos, y obtuvimos, entre otros, los siguientes testimonios:
Zorobabel
(vidente-experto en energías corporales): «Los dedos de la mano me sobran para señalar los temas de los que decido no hablar. Y el cuadro aquel es uno de ellos. Sólo diré que esa obra no es de este planeta. Nada más».
Fabio F
. (tarotista-adivino): «El dibujo en aquel cuadro estaba vivo. Había tomado conciencia de sí mismo, pero no sabía cómo escapar del lienzo. Gritaba, como un preso que supiera que su celda no se abriría jamás».
En una de los extremos de esta feria-oráculo, encontramos al siguiente personaje, que nada tiene que ver con el mundo de las mancias:
Miguel T
. (estatua viviente): «No hace mucho que trabajo acá, pero cuando empecé venía siempre un viejito, todos los días, me tiraba unas monedas y miraba muy atentamente el movimiento que me había "comprado". Yo ya me había convencido de que era un viejo puto, cuando, el último día que lo vi, me miró moverme como siempre y luego me dijo "sos igualito al muchacho del cuadro". Y se fue».
Vemos así que el mito no sólo se refugia en el shopping o en el Centro Cultural, sino que invade los alrededores, y más cuando en esos alrededores los dones extraordinarios y las artes milagrosas son moneda corriente.
Rastreemos ahora el posible origen de nuestro mito.
Son muchas las historias de «voces que están donde no deben estar»: desde la serpiente bíblica que habla con Adán y Eva (relato que hoy se supone muy primitivo, perteneciente, tal vez, a los denominados «mitos de la naturaleza»), hasta los miles de testimonios de gente que escucha voces de seres muertos, y también la multitud de fieles que afirman haber oído hablar, entre lágrimas de sangre, a figuras religiosas, a los santos de su fe.
A estos fenómenos se los conoce como «psicofonías», palabra que deriva del griego
psyqué
(alma) y
phonos
(sonido). Las supuestas psicofonías han dado pie al nacimiento de una gran cantidad de teorías pseudocientíficas, como la que asegura la existencia de un planeta llamado
Marduk
, también conocido como el planeta de los muertos, que sería la primera parada en nuestro viaje post mortem; o el denominado «principio de impregnación ambiental», que sostiene que todo lo que decimos en este mundo queda registrado en un «campo» o dimensión que la ciencia aún no ha podido localizar. Podemos percibir un eco de estas ideas en los testimonios que obtuvimos en la feria esotérica.
Hurgando entre toda esta maleza de tradiciones, mitos y pseudociencia, sólo hallamos un único precedente documentado relativo a un cuadro, a una pintura parlante. Se dice que, en 1976, un sacerdote llamado Edvard Trondheim afirmó haber hablado de la cercanía del fin del mundo con la serpiente que aparece en la pintura
Laocoonte
, de El Greco. El cuadro se hallaba, según la crónica, en una iglesia de Bergen, Noruega. Y se asegura que el sacerdote gozaba de una excelente salud mental antes, durante y después de aquel milagro.
¿Estaría nuestro cuadro del Buenos Aires Design, como la víbora de Bergen, tratando de dar un aviso del Apocalipsis?
En contraposición a esta posibilidad podemos comentar que las revelaciones de esta índole suelen ser experimentadas por una única persona, un «iluminado», como Trondheim, el sacerdote del relato noruego, y no por cualquier persona que se encuentre caminando en un shopping.
¿Se trataría nuestra pintura, entonces, según el «principio de impregnación ambiental», de una ventana hacia aquella dimensión no develada aún, una ventana de la cual escaparían, de vez en cuando, algunas de aquellas palabras eternamente grabadas? Quizá.
Sin embargo, también nos encontramos con dos explicaciones que dan una respuesta sin acudir al universo de lo sobrenatural.
La primera se apoya en el testimonio de numerosos testigos que, palabras más, palabras menos, repitieron lo siguiente: «Dicen que el cuadro tapaba un agujero que los mismos empleados de limpieza del shopping habían hecho en la mampostería. Los tipos se metían por unos pasadizos, que sólo ellos conocían, y así llegaban del otro lado de la pared, justo detrás de donde colgaba la pintura. Entonces hablaban por el agujero y parecía que la voz salía del cuadro».
Esta versión de los empleados bromistas concuerda con otros testimonios que, como el de
Raúl F
. citado al comienzo, sostienen que el cuadro insultaba a los hombres y piropeaba a las mujeres.
Incluso, podemos agregar que hay un punto de contacto con la fábula barrial de cómo el cuadro fue rescatado de su abandono. ¿Recuerdan quién lo encontró en un oscuro sótano? Sí, un empleado de limpieza.
¿Será posible, entonces, que los empleados, ante los rumores que amenazaban con arruinarles la diversión del agujerito, echaran a correr la historia del descubrimiento del cuadro, no sólo para reforzar la creencia de que aquellas voces que salían del lienzo eran sobrenaturales, sino para evitar cualquier sospecha al transformar en héroe solidario a uno de sus colegas? Aun así, quedaría pendiente la siguiente cuestión: ¿qué clase de entes sobrenaturales harían uso del cuadro con el fin de insultar o lanzar piropos a los transeúntes? Según quien sintonizara, algunas veces podría tratarse de demonios juguetones y otras de querubines que valoraban la belleza humana.
Cuando intentamos hablar con el personal de maestranza del Buenos Aires Design nos encontramos con un rechazo unánime. Uno de ellos nos lo dejó bien en claro:
—Déjense de joder con esa mierda. Ya tuvimos bastantes problemas con el invento ese del cuadrito. ¿No saben lo jodido que es mantener un laburo?
Esta negativa confirma, por lo menos, que las sospechas existieron. Si éstas eran infundadas o no, aún no lo sabemos.
Ahora bien, dijimos que teníamos
dos
explicaciones «antivocesdelmasallá».
La segunda también se basa en una serie de testimonios coincidentes. Estos testimonios pertenecen en su mayoría a empleados de diferentes locales del shopping, personas que pasan la mayor parte del día dentro del complejo, lo que les otorga cierto crédito respecto de la siguiente opinión, que, más o menos, todos compartieron:
—El shopping está lleno de ecos. ¿No vieron el aspecto irregular que tiene? Con tanto pasillo y desnivel, parece un laberinto. Y esa irregularidad se paga con una cacofonía de locos. Los ruidos rebotan por las paredes, y luego surgen en el rincón menos esperado.
Esto último pudimos corroborarlo. Hay esquinas de las que brotan, literalmente, los sonidos más variados. No ocurre todo el tiempo, hay que tener paciencia. Pero sucede.
¿No habrá estado nuestro cuadro colgado en alguno de estos rincones sonoros, produciendo así el efecto «sobrenatural» del habla? ¿No es ésta la explicación más sencilla de todas, la más simple, y no por eso menos satisfactoria?
Como ya dijimos, el cuadro desapareció. Nadie conoce su paradero.
Los defensores de la razón, de la lógica, dicen que simplemente alguien se lo robó. Algunos, incluso, llegan al extremo de asegurar que la pintura parlante jamás existió, y así pretenden resolver todo el asunto.
Del lado opuesto están los devotos de las psicofonías, de las voces de otro mundo, quienes aseguran que estas «aberturas dimensionales», como el cuadro de nuestro mito, se hacen presentes sólo por un tiempo, para luego desaparecer, a veces para siempre.
La cuestión es que el cuadro ya no está, si es que alguna vez estuvo. Lo que aún perdura es el mito, como si el relato mismo se tratara de las últimas palabras que emitió la pintura antes de desaparecer, las cuales, gracias a la irregular arquitectura, rebotan por los pasillos del shopping, de pared en pared, eternamente.
En realidad, el cuadro sigue hablando, pero ya no desde un lienzo, sino desde la boca de cada persona que difunde la leyenda.
Si bien este mito comenzó con la simple mención de un personaje fabuloso, terminó por conducirnos a los antiguos y oscuros pasajes que se esconden en la Cábala.
Sabíamos por diferentes fuentes que algunos de los habitantes de Balvanera confiaban en la presencia protectora de un ser extraordinario: un gigante que cuidaría, como un ángel guardián, de cada rincón del barrio.
Y cuando decimos «gigante» no estamos exagerando:
Walter M
. (vecino): «Se supone que existe un grandote bonachón, una especie de guardián del barrio. Algunos dicen que mide casi tres metros. Acá hay mucha gente que se lo toma en serio».
Jorge H
. (dueño de un pequeño hotel del barrio): «Me acuerdo de una vez, hace un año más o menos, que me había quedado sin cigarrillos y salí a buscar un kiosco abierto. Serían las 3 de la madrugada. Lo vi en la plaza. Tenía la altura de los árboles. Caminaba como en cámara lenta. Luego me enteré de que aquella noche, en la plaza, cerca de la boca del subte, estuvieron a punto de violar a una chica, y que el degenerado, de repente, se fue corriendo, como si hubiera visto al Diablo».
Facundo R
. (alumno del Colegio San José): «Un compañero de mi escuela dice que a su tío le salvó la vida un gigante de tres metros. Chocó con el auto y, antes de que explotara, el gigante lo sacó».
Los primeros pasos en la búsqueda de los orígenes del Gigante de Once no fueron nada alentadores.
Por un lado, el hecho de profundizar en ciertos testimonios, no arrojó ningún otro dato más que la extraordinaria talla del grandote y sus hazañas solidarias.
Y por otro lado, el estudio de algunos archivos barriales no nos entregó nada relacionado con el mito.
Tomamos la decisión, entonces, de retroceder a las mismas raíces de este tipo de leyendas, y así descubrimos algo que abriría una inesperada puerta en la investigación.
Ya en el primer Libro de la Biblia se hace mención a estos seres:
Génesis, 6.4.
«Había gigantes en la tierra en aquellos días…».
También se los nombra más adelante, en otros versículos, como el siguiente:
Números, 13.34.
«También vimos allí gigantes, hijos de Anac, raza de los gigantes: y éramos nosotros, a nuestro parecer, como langostas; y así les parecíamos a ellos».
En ambos pasajes, el término hebreo que se traduce por «gigantes» es
nefilim
. Aún no se ha decidido si con esa palabra se quiso decir «gigantes», o si sólo hacía mención a una raza de guerreros poderosos. Debido a esta incertidumbre, pueden encontrarse versiones de la Biblia donde, en los mismos versículos, la palabra
nefilim
se dejó sin traducir.
Ahora bien, al recoger este dato tuvimos la sospecha de que no era la primera vez que nos encontrábamos ante
nefilim
: esta particular palabra ya nos había llamado la atención en una oportunidad anterior.
Retornamos a los archivos de Balvanera y leímos, por segunda vez, un documento fechado en 1930, el cual hacía referencia a los diferentes acontecimientos de aquel año. Uno de los sucesos comentados, ocurrido un tanto en la periferia del barrio, se refiere a los destrozos que la tradicional confitería El Molino, en la esquina de Callao y Rivadavia, sufrió a causa del golpe militar de Septiembre:
«… esa misma noche, dicen, pudo ser visto el Nefilim entre las ruinas de la confitería, removiendo los escombros…».
Algunos conocedores de la historia de Balvanera aseguran que, en este párrafo, «nefilim» se utiliza como metáfora de la «gigantesca» desgracia asociada con el hecho; como si el escriba hubiera personificado al mismo mal que provocó la tragedia y lo hubiera imaginado hurgando entre los restos de El Molino.
Sin embargo, teniendo en cuenta el mito barrial y el término hebreo en cuestión, podemos suponer que el documento, en realidad, hace referencia a un gigante (nefilim), quien solidariamente trata, en un intento desesperado, de restaurar la confitería con sus propias manos.
Si en un documento con unos setenta años de antigüedad habíamos encontrado algo relacionado con el mito del Gigante de Once, ¿qué pasaría si siguiéramos retrocediendo en el tiempo? Decidimos entonces estudiar documentos anteriores.
Así, llegamos a una crónica acerca de los llamados «sopistas» que data del año 1903. Se denominaba así a los pobres que por aquella época se juntaban a recibir una sopa gratuita que ofrecía la Iglesia. Eran tantos que, según la crónica, las veredas del barrio se transformaban en verdaderos comedores al aire libre. Y así llegamos a un fragmento de la crónica que, al nombrar a ciertos personajes que esperaban su ración, dice: