—¿Y dices que es difícil? —dijo Trent, ofreciéndole un vaso—. ¿Tú podrías hacer un hechizo así?
—Si tuviese la receta —dijo inflando su abultado pecho con el orgullo claramente herido—. Es antiguo. Puede que preindustrial. No sé quién pudo hacerlo. —Se acercó más a mí, respirando hondo—. Afortunadamente para él, o tendrías que hacerte cargo de su biblioteca.
La conversación, pensé, se estaba poniendo interesante.
—Entonces no crees que lo hiciese ella misma —dijo Trent. Volvía a estar sentado en el borde de la mesa con un aspecto increíblemente estilizado y en forma, en contraste con Faris.
El corpulento hombre negó con la cabeza y regresó a su asiento. El vaso desapareció completamente envuelto en su rechoncha mano.
—Me juego la vida a que no lo hizo ella. No se puede ser tan listo como para hacer un hechizo así y tan tonto como para dejar que te cacen, no tiene sentido.
—Quizá haya pecado de impaciencia —dijo Trent y Faris estalló en una carcajada. Di un respingo y me cubrí los oídos con las patas.
—Oh, sí —dijo Faris entre risotadas—. Sí, seguro que estaba impaciente, qué gracia.
Me pareció que la habitual fachada de Trent empezaba a desconcharse mientras regresaba detrás del escritorio y dejaba sobre él su bebida sin haberla probado.
—¿Y quién es entonces? —preguntó Faris, inclinándose hacia delante como un conspirador de película—. ¿Una periodista intentando conseguir la noticia de su vida?
—¿Existe algún hechizo para entender lo que dice? —preguntó Trent, ignorando la pregunta de Faris—. Lo único que hace es chillar.
Faris gruñó al inclinarse un poco más para dejar su vaso vacío sobre la mesa, pidiendo con un gesto otra ronda.
—No. Los roedores no tienen cuerdas vocales. ¿Piensas quedártela mucho tiempo?
Trent hacía girar su vaso entre los dedos. Estaba alarmantemente callado. Faris esbozó una sonrisa taimada.
—¿Qué se cuece en esa perversa cabecita tuya, Trent?
El crujido de la silla de Trent al inclinarse hacia delante sonó muy fuerte.
—Faris, si no necesitase tus habilidades desesperadamente, haría que te azotasen en tu propio laboratorio.
El hombretón sonrió abiertamente, amontonando los pliegues de su cara.
—Ya lo sé.
Trent guardó la botella.
—Puede que la inscriba en el torneo del viernes.
Faris parpadeó extrañado.
—¿En el torneo de la ciudad? —dijo en voz baja—. Los vi en una ocasión. Los combates no terminan hasta que uno de los dos acaba muerto.
—Eso he oído.
El miedo me hizo retroceder hasta los barrotes.
—¿Qué? ¡Espera un momento! —chillé—. ¿Qué quieres decir con «muerto»? ¡Eh! ¡Que alguien se lo explique al visón!
Le tiré una bolita de pienso a Trent. Describió un arco de medio metro antes de caer a la moqueta. Lo intenté de nuevo, esta vez dándole una patada en lugar de arrojándola. Chocó contra la mesa con un
tac
.
—¡Vete al diablo, Trent! —grité—. ¡Háblame!
Trent me miró a los ojos con las cejas arqueadas.
—Por supuesto, son peleas de ratas.
El corazón me latía con fuerza. Atónita, me tumbé sobre mis cuartos traseros. Peleas de ratas. Locales ilegales. Rumores. A muerte. Iba a estar en un
ring
… luchando contra una rata a muerte.
Me levanté, confusa. Agarré los barrotes de mi jaula con mis largas y blancas zarpas. Me sentí traicionada por encima de cual quier cosa. Faris tenía mala cara.
—No lo dices en serio —susurró con las mejillas pálidas—. ¿De verdad piensas obligarla a luchar? No puedes hacer eso.
—¿Y por qué no?
La papada de Faris temblaba mientras buscaba las palabras.
—¡Es una persona! —exclamó finalmente—. No durará ni tres minutos. La despedazarán.
Trent se encogió de hombros demostrando una indiferencia que yo sabía no era fingida.
—Sobrevivir es problema suyo, no mío. —Se colocó sus gafas metálicas y se inclinó sobre sus papeles—. Buenas tardes, Faris.
—Kalamack, te estás pasando. Ni siquiera tú estás por encima de la ley.
En cuanto terminó de hablar ambos supieron que había sido un error. Trent levantó la mirada en silencio y clavó sus ojos en Faris por encima de las gafas. Se inclinó hacia delante apoyando un codo en la pila de documentación de su mesa. Aguardé conteniendo la respiración. La tensión me había erizado el pelo.
—¿Cómo está tú hija pequeña, Faris? —preguntó Trent. Ni su bonita voz fue capaz de ocultar la monstruosidad de la pregunta.
Faris se quedó lívido.
—Está bien —susurró. Su arrogante confianza desapareció, dejando únicamente a un hombre gordo.
—¿Qué edad tiene ya?, ¿quince? —dijo Trent reclinándose en su asiento. Se quitó las gafas y entrecruzó sus largos dedos—. Es una edad maravillosa. Quería ser oceanógrafa, ¿no? Quería hablar con los delfines o algo así.
—Sí —contestó en un volumen apenas audible.
—No te imaginas lo encantado que estoy de que su tratamiento contra el cáncer de huesos funcionase.
Miré hacia los cajones del escritorio donde Trent guardaba sus incriminatorios discos. Mis ojos volvieron a Faris y entendí el porqué de su bata de laboratorio. Me recorrió un escalofrío y miré fijamente a Trent. No solo traficaba con biofármacos, sino que además los fabricaba. No estaba segura de qué me horrorizaba más, si el hecho de que Trent flirtease activamente con una tecnología que había aniquilado a media humanidad, o el hecho de que chantajease a la gente con ella, amenazando a sus seres queridos. Era un hombre tan agradable, tan encantador, tan asquerosamente seguro de sí mismo. ¿Cómo algo tan nauseabundo podía coexistir junto a algo tan atractivo? Trent sonrió.
—Su cáncer lleva remitiendo cinco años. Es difícil encontrar buenos médicos dispuestos a explorar técnicas ilegales… y resultan caros —continuó diciendo Trent.
Faris tragó saliva.
—Sí, señor.
Trent lo miró inquisitivamente.
—Bien, buenas tardes, Faris.
—Asqueroso —bufé sintiéndome ignorada en mi jaula—, no vales más que la porquería de la suela de mis botas.
Faris se acercó tembloroso hacia la puerta. Me puse nerviosa cuando detecté una repentina actitud desafiante. Trent lo había acorralado y el hombretón no tenía nada que perder.
Trent debió percibirlo también.
—Vas a abandonarme, ¿verdad? —le dijo cuando Faris abría la puerta dejando pasar el ajetreo de las otras oficinas—. Sabes que no puedo permitirlo.
Faris se giró con una mirada desesperada. Boquiabierta, observé como Trent desenroscaba su pluma e introducía en ella una especie de dardo. Con un fuerte y corto soplido disparó a Faris.
El corpulento hombre abrió los ojos como platos, dio un paso hacia Trent y luego se llevó las manos a la garganta con un leve gruñido. Su cara comenzó a hincharse. Yo miraba la escena demasiado conmocionada como para espantarme. Faris cayó de rodillas y se llevó la mano al bolsillo de su camisa. Revolvió en él con los dedos y una jeringa cayó al suelo. Faris intentó cogerla pero se desplomó. Trent se levantó con el rostro inexpresivo y apartó la jeringa de Faris con el pie.
—¿Qué le has hecho? —chillé mientras Trent volvía a enroscar su pluma. Faris se estaba poniendo morado. Dio una bocanada de aire y después nada.
Trent se guardó la pluma en un bolsillo y pasó por encima de Faris para acercarse a la puerta abierta.
—¡Sara Jane! —gritó—. Llama a una ambulancia. Algo le pasa al señor Faris.
—¡Se está muriendo! —chillé—. Eso es lo que le pasa. ¡Lo has matado tú!
Se levantó un murmullo de preocupación cuando todos salieron de sus oficinas. Reconocí los rápidos pasos de Jonathan, que se detuvieron de golpe en el umbral de la puerta. Hizo una mueca al ver a Faris en el suelo para luego fruncir el ceño con desaprobación en dirección a Trent.
Trent estaba agachado junto a Faris, buscándole el pulso. Se encogió de hombros en respuesta a la mirada de Jonathan y le inyectó a Faris el contenido de la jeringa en el muslo a través de los pantalones. Yo sabía que ya era demasiado tarde. Faris había dejado de emitir cualquier sonido. Estaba muerto y Trent lo sabía.
—Los paramédicos están de camino —dijo Sara Jane desde el pasillo, acercándose—. ¿Puedo…?
Se detuvo detrás de Jonathan y se llevó la mano a la boca al ver a Faris en el suelo.
Trent se puso en pie, dejando caer la jeringa teatralmente entre sus dedos.
—Oh, Sara Jane —dijo lentamente acompañándola de vuelta al pasillo—. Lo siento mucho. No mire, es demasiado tarde. Creo que ha sido una picadura de abeja. Faris es alérgico. Intenté darle su antitoxina, pero no ha actuado lo suficientemente rápido. Debió de traer la abeja en su ropa sin darse cuenta. Se dio una palmada en la pierna justo antes de desplomarse.
—Pero él… —tartamudeó Sara Jane echando la vista atrás mientras Trent la alejaba de allí.
Jonathan se agachó para arrancarle el dardo de la pierna derecha y guardarlo en un bolsillo. Luego me miró con una mueca sarcástica.
—Lo siento mucho. ¿Jon? —llamó Trent desde el pasillo y este se levantó—. Por favor, encárgate de que todo el mundo se vaya a casa más temprano hoy y despeja el edificio.
—Sí señor.
—Es horrible, ha sido tremendo —continuó diciendo Trent, dando la impresión de decirlo en serio—. Vayase a casa, Sara Jane, e intente no pensar en esto.
Oí como ella ahogaba un sollozo y luego escuché sus pasos alejarse.
Hacía tan solo unos minutos que Faris había estado ahí de pie, vivo. Conmocionada aún, observé a Trent pasar por encima del brazo de Faris. Tan frío como el hielo, se acercó a su mesa y pulsó el interfono.
—¿Quen? Siento molestarte, pero ¿podrías venir a mi oficina? Un equipo de paramédicos viene de camino y después probable mente alguien de la SI.
Hubo un silencio de unos segundos y luego la voz de Quen se oyó distorsionada a través del interfono.
—¿Señor Kalamack? Sí, voy enseguida.
Miré a Faris, allí hinchado tirado en el suelo.
—Lo has matado —dije acusando a Trent—, Dios mío. Lo has matado aquí, en tu oficina delante de todo el mundo.
—Jon —dijo Trent en voz baja mientras rebuscaba aparentemente despreocupado en un cajón—, asegúrate de que su familia recibe el paquete mejorado de prestaciones. Quiero que su hija pequeña pueda ir a la universidad que elija. Pero que sea de forma anónima, que le den una beca.
—Sí, Sa'han.
Su tono era despreocupado, como si todos los días tratase con cadáveres en la oficina.
—Qué generoso por tu parte, Trent —chillé—. Aunque supongo que ella preferiría tener a su padre.
Trent me miró. Tenía una gota de sudor en la línea de nacimiento del pelo.
—Quiero reunirme con el ayudante de Faris antes de que acabe su jornada —añadió—, ¿cómo se llama… Darby?
—Darby Donnelley, Sa'han.
Trent asintió, frotándose la frente como si estuviese preocupado. Cuando bajó las manos el sudor había desaparecido.
—Sí, eso es, Donnelley. No quiero que esto nos retrase.
—¿Qué quiere que le diga?
—La verdad. Faris era alérgico a las picaduras de abeja. Todo su equipo lo sabía.
Jonathan le dio un golpecito a Faris con el pie y se marchó. Sus pasos resonaron por el pasillo ahora que no había ningún otro ruido. La planta se había vaciado sorprendentemente rápido. Me preguntaba con qué frecuencia pasaría esto.
—¿Le gustaría reconsiderar mi oferta anterior? —dijo Trent dirigiéndose a mí. Sostenía su vaso de güisqui intacto en la mano. No estaba segura, pero me pareció que le temblaba el pulso. Se lo pensó un instante y luego volvió a desestimar la bebida con un suave movimiento. Depositó el vaso en la mesa con delicadeza—. Lo de la isla está descartado —señaló—. Es más prudente mantenerla cerca. Me impresionó la forma en la que se infiltró en mis instalaciones. Creo que puedo convencer a Quen para que permita que se una a nuestro equipo. Se moría de risa viéndola atar al señor Percy en su maletero y después casi la mata cuando le dije que había entrado en mi oficina. —La impresión me había dejado la mente en blanco. No podía decir nada. Faris seguía allí, muerto en el suelo ¿y Trent me estaba pidiendo que trabajase para él?—. Pero Faris sin embargo estaba bastante impresionado con su hechizo —continuó diciendo—. Descifrar las técnicas de escisión genética anteriores a la Revelación no puede ser mucho más complicado que conjurar hechizos complejos. Si no quiere explorar sus límites en el ruedo físico puede hacerlo en el intelectual. Tiene una extraordinaria combinación de habilidades, señorita Morgan. Eso la convierte en insólitamente valiosa.
Me senté sobre mis cuartos traseros, abrumada.
—¿Lo ve, señorita Morgan? —decía Trent—, no soy mala persona. Ofrezco a todos mis empleados un trato justo, una oportunidad para mejorar, para alcanzar su máximo potencial.
—¿Oportunidad para mejorar? —escupí sin importarme que no me entendiese—. ¿Quién te has creído que eres, Kalamack? ¿Dios? ¡Por mí puedes irte al cuerno!
—Creo que he captado lo esencial de eso —me dijo con una sonrisa—. Al menos te he enseñado a ser sincera. —Acercó su silla a la mesa—. Voy a romper tu resistencia, Morgan, hasta que estés dispuesta a hacer lo que sea para salir de esa jaula. Espero sinceramente que tardes algún tiempo. Jon tardó quince años, no como rata sino como esclavo, pero es lo mismo. Imagino que tú te rendirás mucho antes.
—Maldito seas, Trent —dije furiosa.
—No seas obtusa. —Trent volvió a coger su pluma—. Estoy seguro de que tus principios morales son tan fuertes, si no más, que los de Jon; pero a él no lo amenazaban unas ratas con despedazarlo. Tuve el lujo del tiempo con Jon. Fui despacio y eso que entonces no sabía hacerlo tan bien. —Trent se quedó con la mirada perdida en sus pensamientos—. Aun así, él nunca supo que estaba minándole la moral. La mayoría no se da cuenta. Aún sigue sin saberlo. Y si se lo mencionas, te matará. —La mirada perdida de Trent se disipó—. Me gusta poner todas las cartas sobre la mesa. Contribuye a la satisfacción final, ¿no crees? No hace falta que sea delicado al respecto, ambos sabemos de qué estamos hablando. Y si no sobrevives, no será una gran pérdida. No he invertido mucho en ti salvo una jaula, pienso y virutas de madera.
La sensación de estar en una jaula me oprimió de pronto. Estaba atrapada.
—¡Sácame de aquí! —grité y tiré de los barrotes de mi celda—. ¡Sácame, Trent!