Bruja blanca, magia negra (70 page)

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Authors: Kim Harrison

Tags: #Fantástico, Romántico

BOOK: Bruja blanca, magia negra
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El pixie agitó las alas con tal fuerza que se volvieron casi invisibles.

—¡Joder, Rachel! ¡Ten un poco de piedad!

Dejé escapar un suspiro.

—Cuando Al aparezca, mantente lejos de su vista hasta que acceda a dejar en paz a todo aquel que esté conmigo, ¿entendido?

Jenks se me quedó mirando.

—Claro. Como tú digas.

¡Como si fuera a creérmelo!

—¿Tiempo? —pregunté.

—Medio minuto.

Las botellas tintinearon cuando elegí una, y Jenks voló hasta la ventana y bajó la vista en dirección a Fountain Square mientras yo desenroscaba el tapón de cristal esmerilado y vertía el líquido en el crisol. El tintineo de la poción hizo regresar a Jenks, que se quedó suspendido de manera que la corriente de sus alas movía la superficie; entonces opinó:

—Por el olor, no me parece que funcione.

Su preocupación me hizo recordar los hechizos localizadores defectuosos.

—Tengo que invocarlo cuando todos se pongan a cantar.

—¡Ah, vale! —Algo más tranquilo, iluminó el respaldo de la silla—. Y estará desnudo, ¿no?

—Pues… sí.

Seguidamente sujeté la aguja de punción con el índice y el pulgar y aguardé. ¡Dios! Esperaba de todo corazón que funcionara. Si conseguía que Al accediera, sería la primera vez que conseguía algo de él sin tener que prescindir a una parte de mi alma.

Desde arriba, se oía el débil susurro de la cuenta atrás, pues el cemento y la maquinaria que nos separaban de la multitud hacían que los gritos de entusiasmo resultaran casi inaudibles.
Diez segundos
. Rompí la parte superior de la aguja y me la clavé en la yema del dedo. El agudo pinchazo me hizo dar una sacudida y empecé a masajearlo.

—Espera —me advirtió Jenks—. Espeeeera… ¡Ahora!

Con el corazón a mil, dejé caer una gota sobre el crisol, después otra y, finalmente, una tercera.

—Piensa en algo agradable —susurré mientras Jenks volaba hacia mí y ambos esperábamos la llegada del olor a secuoya que me indicaría que había realizado el hechizo correctamente. Como una ola, el cálido aroma se expandió.

—¡Ahí está! —exclamó Jenks alegremente. Acto seguido, la expresión de su rostro, iluminada por su propio polvo, se desvaneció. Me alejé de la silla. De acuerdo, lo había hecho. Ahora vería si podía ser tan sensata como todos esperábamos.

—¡Joder! —exclamó el pixie cuando el líquido empezó a humear de forma espontánea. El pulso se me aceleró y agarré mi pistola de pintura. Al iba a cabrearse de lo lindo. Si aquello no conseguía captar su atención, nada lo haría.

—Avísame cuando huelas a ámbar quemado, ¿vale? —mascullé.

Sin embargo Jenks estaba fascinado, yendo y viniendo desde donde estaba yo hasta la columna de humo, prácticamente invisible de no ser por la pequeña cantidad de polvo que despedía.

—¡Ahí lo tienes! —dijo el pixie emocionado, y yo me coloqué detrás de una de las sillas. En algún momento durante la realización del hechizo, el polvo se utilizaba para proporcionarle a Pierce el material necesario para conferirle un cuerpo temporal. La neblina empezó a adquirir una silueta cada vez más humana en la débil luz ambiental. No sabía en qué condiciones me lo iba a encontrar. Existía la posibilidad de que, a aquellas alturas, Al le hubiera golpeado brutalmente. Por desgracia, iba a estar tan ocupada con Al que no iba a poder ayudarle.

—Apártate, Jenks —le pedí, y el pixie empezó a volar de nuevo de un lado a otro. La niebla empezaba a espesarse y Jenks soltó un improperio cuando la forma vaporosa pareció encoger y avanzar poco a poco. De pronto apareció Pierce, de espaldas a mí, con los pies desnudos sobre la moqueta y la cabeza casi rozando el techo. Como Dios lo trajo al mundo.

El brujo se volvió a la vez que se agarraba al respaldo para no caerse. Sus ojos recayeron sobre mí y soltó la silla, tambaleándose mientras intentaba cubrirse.

—¡Por el amor del cielo! —exclamó, echando la cabeza hacia atrás para retirar la maraña de pelo negro de su cara, con el rostro crispado por lo que parecía rabia—. ¿Tendrías a bien decirme qué diablos estás haciendo, mi adorada bruja?

Jenks alzó el vuelo, con la espada desenvainada.

—¡Será capullo! ¡No eres más que un saco de huesos desagradecido!

—¡Jenks! —grité inspirando profundamente en busca del más ligero atisbo de olor a demonio mientras me inclinaba sobre la silla para acercarle la ropa a Pierce. Él la cogió con una mano y, lentamente, se bajó de la silla y se colocó de espaldas a mí mientras intentaba ponerse los pantalones.

Yo escudriñaba el oscuro y retumbante suelo buscando pruebas que me revelaran la presencia de un demonio, pero Jenks parecía más interesado en Pierce, sorprendiéndolo al colocarse justo delante de su rostro, despidiendo un montón de chispas brillantes.

—¡Te estamos salvando el culo! ¡Eso es lo que estamos haciendo! —le espetó—. ¡Y en cristiano, la expresión más adecuada es «joder»!

De pronto percibí un ligero olor a ámbar quemado y sentí un subidón de adrenalina, pero provenía de Pierce.

El fantasma estaba metiendo sus sólidas piernas en los pantalones sin preocuparse por los calzoncillos. A pesar de la oscuridad, era difícil no darse cuenta de lo atractivas que resultaban, con sus marcados músculos, que daban a entender que estaban acostumbradas a trabajar.

Como si hubiera notado mi mirada sobre él, se dio la vuelta, intentando subirse la cremallera.

—¿Qué estás haciendo? —preguntó, claramente consternado—. Soy de la opinión de que mi rescate no es responsabilidad tuya.

Ni rastro de Al
.

—Bueno es saberlo —dije, nerviosa—, porque dentro de unos tres segundos aparecerá Al y tendrás que preocuparte de tu propio culo. Yo voy a estar ocupada. Y ahora, ponte detrás de mí y mantente al margen, ¿de acuerdo?

Pierce desistió de subirse la cremallera y agarró una camisa blanca del suelo.

—¿Me has rescatado sin un plan? —dijo con su exótico acento del Viejo Mundo mientras introducía los brazos en las mangas y empezaba a abotonarse—. Este es un asunto tremendamente grave. Sin duda.

—Por supuesto que tengo un plan, pero rescatarte no era el propósito principal —repliqué, ofendida—, sino el catalizador. ¡Ponte detrás de mí!

Pierce agarró los zapatos y se situó a saltitos detrás de mí mientras se ponía uno de ellos. Llevaba la camisa por fuera para taparse la bragueta abierta y, al igual que había hecho con los calzoncillos, pasó de ponerse los calcetines.

—Entonces, ¿no me has rescatado?

—No exactamente.

—Te estaría muy agradecido si tuvieras a bien explicármelo —dijo, en un tono casi desilusionado. Una vez acabó de ponerse los zapatos, alzó la vista, mostrando una expresión en su rostro delgado y anguloso que daba a entender que se había llevado una decepción. En la penumbra, pude ver que estaba despeinado y que su estrecha barbilla no presentaba ni rastro de pelo. Aunque sus ojos azules parecían inocentes, sabía que detrás de ellos había una mente taimada, inteligente y perversa. Y me estaba mirando. ¡
Maldita sea
! ¡
Para ya, Rachel
!

—Lo siento, Pierce. ¿Podemos discutirlo después de que me haya ocupado de Al?

Él se irguió, quedando más o menos a mi altura.

—¿Después? —inquirió.

En aquel momento eché un vistazo a la oscura sala, agarrando con fuerza mi pistola mientras empezaba a sudar.

—Al se negaba a hablar conmigo y pensé que la mejor manera de forzar la situación era apoderarme de ti sin que se diera cuenta. ¿Quieres ponerte detrás de mí? No puedo interceptar líneas ni alzar círculos. Mi aura es demasiado delgada.

—¿Piensas someter a un demonio con una aura delgada? Yo tampoco puedo comunicarme con siempre jamás. ¿Has perdido el juicio?

Desde encima de nosotros, Jenks murmuró:

—Yo me pregunto lo mismo al menos tres veces a la semana.

Con una expresión difícil de interpretar, Pierce alzó la vista y se quedó mirando a Jenks con sus profundos ojos azules, que parecían negros bajo el efecto de la tenue luz de las ventanas.

—No quiero someterlo —dije, escudriñando en busca de cualquier indicio que denunciara la presencia de Al—. Solo pretendo hablar con él.

Arqueando sus pobladas cejas, Pierce inspiró para decir algo. Guiñé los ojos, pero entonces se detuvo, conteniendo la respiración como si estuviera escuchando algo que yo no podía oír. Jenks empezó a batir las alas a toda velocidad y sentí un escalofrío en la nuca.

—¿Rachel? —Jenks había sacado la espada y la agitaba sin ton ni son—. Se está acercando…

—Escóndete, Jenks. Lo digo en serio.

Con un fuerte estallido, la presión del aire cambió. Tras agacharme instintivamente, me erguí, dirigiendo primero la mirada hacia las ventanas temblorosas y después hacia la nueva sombra que se alzaba en el espacio abierto que teníamos frente a nosotros. Con un rápido bandazo, Pierce se situó junto a mí. Al estaba allí. ¡
Joder
! ¡
Ya era hora
!

—¡Discípula! —gritó Al, con un intenso brillo en sus ojos rojos de pupilas horizontales mientras miraba por encima de los cristales ahumados de sus gafas. Había adoptado una postura de enfado, con su abrigo de terciopelo y encaje otorgándole un aspecto siniestro en contraste con las oscuras ventanas. Al ver a Pierce, apretó la mandíbula—. ¡Por fin te encuentro, pelagatos! ¡Teníamos un trato!

—¡No he sido yo! —gritó Pierce indignado—. ¡Ha sido ella! —añadió, señalándome con el dedo mientras daba tres pasos hacia atrás.

¿
Un trato
?, pensé mientras Jenks empezaba a maldecir. ¿
Ha sido ella
?

—Al, puedo explicarlo —dije mientras le apuntaba con la pistola. Quería hablar con él, pero no iba a hacer ninguna estupidez al respecto.

—¡Maldito gusano baboso! —dijo Jenks, revoloteando por encima de nosotros para iluminar la escena.

Al soltó un fuerte gruñido y apretó los puños con fuerza.

—Os voy a hacer papilla. No sé si a uno, o a los dos —dijo en voz baja.

La satisfacción de haberle arrebatado a Pierce se mezcló con una considerable dosis de miedo. La adrenalina recorría mi cuerpo y me sentí viva. Pensé que había conseguido algo extraordinario, pero, por lo visto, no era así. Al agarró a Pierce y lo empujó hacia atrás. Jenks salió disparado hacia el techo y las sombras se volvieron más oscuras.

—¡Eres mío, maldito pelagatos! —entonó Al—. Cuanto más dure, más sufrirás.

—La joven bruja me invocó —dijo desafiante—. No tengo obligación de regresar hasta el amanecer.

Aquello me dio mala espina. Sonaba como si ya hubiera sellado un pacto con Al y, lo que es peor, que se sentía cómodo con él.
Maldita sea. He vuelto a hacerlo
.

—¡Te lo dije, Rachel! —dijo Jenks. Empujé a Pierce detrás de mí y el pixie descendió—. ¡Lo siento, pero te lo dije!

—No tengo tiempo para esto —gruñó Al. A continuación, hizo un gesto con la mano y Pierce se encogió y cayó sobre la moqueta, convulsionando, quedando a la altura de mis talones.

—¡Eh! —grité, desplazándome para que Al no pudiera agarrarlo—. ¿No has visto mi pistola? Para de una vez, Al. Tengo que hablar contigo.

Al no me escuchaba, y una neblina se alzó de sus manos enguantadas cuando las apretó con fuerza. Pierce soltó un gemido y se hizo un ovillo. Aquello no estaba funcionando.

—Al, si no lo dejas de una vez y me prestas atención, te dispararé —le amenacé.

Sus ojos rojos se giraron hacia mí.

—No te atreverás.

En ese momento apreté el gatillo. Al se apartó a un lado, se hizo un ovillo y, aterrizando sobre sus pies, se situó frente a mí. A mis espaldas, Pierce soltó un grito ahogado.

—¡He fallado a propósito! —grité—. ¡Deja de torturar a Pierce y habla conmigo!

—Rachel, Rachel, Rachel —dijo Al desde la oscuridad, con una voz que me hizo estremecerme—. Eso ha sido un error, bruja piruja.

Sin apartar la vista del demonio ni por un momento, me acerqué a tientas a Pierce para ayudarle a levantarse.

—¿Te encuentras bien?

—Como un día de verano en los prados —respondió respirando con dificultad, limpiándose la cara.

Jenks se situó entre Al y yo, con gesto de enfado.

—Deja que se lo lleve, Rachel. Es un maldito gusano. Ya lo has oído. Ya ha hecho un pacto.

¿
Y qué
?
Yo también
.

—Esto no tiene nada que ver con Pierce —dije secamente—. El problema está en que Al se dedica a raptar gente. —En aquel momento me giré hacia el demonio—. ¡Y tú vas a escucharme!

—Deberías hacer caso al pixie —dijo Al, subiéndose el encaje de sus mangas antes de dar una patada hacia atrás con el resultado de seis mesas derribadas contra la pared como si fueran fichas de dominó—. Si fueras lista, te desprenderías del rechazo que sientes hacia mí, y me suplicarías mi compasión. Te va a matar.

Empecé a temblar y empujé a Pierce lejos de mí. Apenas Al se apoderara de él, todo se acabaría. Y yo quería hablar con Al.

—Pierce no me hará daño —le reproché con voz temblorosa; Al sonrió y sus compactos dientes captaron un destello de la luz ambiental.

—Dile lo que eres, bruja piruja.

De pronto me asaltaron las dudas. Al verlo, Al se apoyó en una mesa y lentamente bajé la pistola.

—Solo quiero hablar contigo. ¿Por qué tienes que montar este número?

—Te va a traicionar —profetizó Al, acercándose un paso más y obligándome a alzar de nuevo la pistola.

—¿Por qué iba a ser diferente de cualquier otro hombre? —dije.

Jenks resopló y, al oírlo, Pierce le lanzó una mirada severa.

—Si me concedieras un momento, podría explicarme.

—Apuesto a que sí —dije. A continuación, en un tono más caritativo, añadí—: Más tarde, ¿de acuerdo? Me gustaría hablar con Al. —Seguidamente me concentré en el demonio—. Es la única razón por la que te lo he arrebatado. La única —insistí, cuando Jenks agitó las alas mostrando su desacuerdo. Al ver que Al me estaba prestando atención, relajé la postura—. No puedes raptar a la gente cuando te asomas a comprobar si me he presentado a nuestra cita. No es justo.

—Bla, bla, bla —se burló. Acto seguido, con una teatralidad poco habitual en él, chasqueó los dedos y desapareció.

Jenks agitó fuertemente las alas a modo de advertencia.

—¡Cuidado, Rachel! ¡No se ha ido!

—¿De veras? ¿Tú crees? —susurré, y me volví hacia Pierce, que había emitido un sonido de atragantamiento.

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