Bruja blanca, magia negra (58 page)

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Authors: Kim Harrison

Tags: #Fantástico, Romántico

BOOK: Bruja blanca, magia negra
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La expresión de Mia se volvió aún más desagradable, pero escuché la voz de Ivy desde detrás de ella.

—¡Estoy bien! —la oí gritar. A continuación, tras un suave quejido, como si hubiera recibido un golpe, añadió—: ¡Como le hagáis daño, te juro que acabarás peor que muerto, maldito humano!

Sin apartar sus fríos dedos de mi garganta, Mia echó un vistazo al monovolumen, desde el que se oía a Holly, esta vez llorando amargamente. El corazón empezó a latirme a toda velocidad cuando volvió a centrarse en mí. Con la mano todavía alrededor de mi cuello, alargó la otra y la dirigió hacia mi frente.

—¡No! —le supliqué, convencida de que iba a matarme—. ¡Por favor, no!

Con una sonrisa maliciosa, Mia apoyó su fría mano en mi mejilla en un gesto que casi podría definirse como tierno.

—Esta es la razón por la que vas a ayudarme, bruja. Quiero que veas lo que puedo darte.

Unos diminutos pinchazos explotaron en mi mejilla y solté un grito ahogado, poniéndome rígida mientras intentaba agarrarme al coche que tenía detrás. Un intenso calor empezó a penetrar en mí, familiar y reconfortante. Era mi aura, que volvía, rellenando las grietas y completándome. Se abría paso dentro de mí con el dolor de una costra que se está curando y los ojos se me abrieron como platos mientras miraba el color azul claro de los de Mia. Exhalé, pensando que había sonado como un sollozo, y luego contuve la respiración para saborear mejor la energía entrante. Estaba devolviéndomela. No provenía de una línea luminosa sino directamente de su alma. Me estaba devolviendo mi energía vital.
Pero
¿
por qué
?

Los pinchazos cesaron con una brusquedad sorprendente y me di cuenta de que estaba aprisionada contra un coche en un frío aparcamiento mientras una diminuta mujer me tenía secuestrada con el poder de mi alma.

Mia cerró el puño y se retiró, encorvada, con aspecto cansado.

—Esto es lo que he aprendido de Holly —explicó, ufana—. Dado que su padre no podía sufrir ningún daño de una banshee, desde el momento en que nació ella no solo sabía cómo extraer la energía de una persona, sino también cómo introducirla en su interior. Yo solo tuve que fijarme en cómo lo hacía.

—¿Y bien? —pregunté, sin entender muy bien lo que pretendía decirme. ¡Dios! Me sentía genial, y de pronto me di cuenta de que podía interceptar una línea. Al hacerlo, respiré aliviada, tomando una enorme cantidad de energía de líneas luminosas y almacenándola en forma de huso en el interior de mi mente. En el fondo del aparcamiento, un coche se detuvo con las luces eclipsadas por la nieve, que no paraba de caer. Moviéndose lentamente, deambuló en busca de un sitio para aparcar.

—¿Mia? —la llamó Remus, claramente nervioso.

—Tranquilízate —le ordenó la mujer—. Intento que la bruja entienda por qué debe convencer a la AFI de que desista. —Cuando se giró hacia mí, su rostro lucía una sonrisa producida por la convicción de que tenía el control sobre mí, y mi estado de ánimo se endureció—. Me he alimentado increíblemente bien durante los últimos meses —explicó Mia con una satisfacción carente de remordimientos—. Los humanos son unos animales estúpidos y confiados. Basta que les des un poco para que crean que los amas. Después, solo tienes que tomar lo que te dan. Causas naturales —dijo con coqueta timidez—. Infarto, aneurisma cerebral, una simple fatiga. Llevamos cuarenta años, desde la Revelación, pasando hambre, pero Holly nos devolverá nuestra fuerza, la astucia para apropiarnos con impunidad de lo que queramos en lugar de seguir la delgada línea que la ley ha trazado para nosotras. Los que protesten serán silenciados. La SI lo sabe y te estoy recargando de energía para que convenzas a la AFI del error que comenten.

Desde detrás de ella, Ivy se agitó rabiosa, mientras Remus la sujetaba con fuerza.

—¡Eres un monstruo! —le reprochó, enfurecida—. ¿Les haces creer que los quieres y luego los matas? ¡No te di el deseo para que hicieras algo así!

—¡Cierra la boca! —le ordenó Remus, e Ivy bramó de dolor. Mi rostro palideció y el frío de la noche pareció volverse más oscuro. Era así como habían estado alimentándose, tanto ella como su hija. ¡Maldición! ¿Cómo se suponía que íbamos a distinguir las muertes inducidas por una banshee de las que se debían a causas naturales?

—¿De veras crees que voy a ayudarte? —le pregunté, consternada—. ¡Tú estás loca!

El coche pasó lentamente, siguiendo el sendero que había trazado el que acababa de irse, marcando aún más los surcos, y empecé a sentir un hormigueo en la piel. Iba muy lento. Y me parecía… no, me sonaba familiar. Se trataba de un modelo antiguo, y bastante deteriorado. Giró al final del aparcamiento y los faros iluminaron a Ivy y a Remus. En el monovolumen, Holly gritó, extendiendo los brazos para que la cogieran.

—¡Mia! —gritó Remus—. ¡Tenemos que irnos!

—Ayudarme es exactamente lo que vas a hacer —dijo Mia, acercándose a mí mientras me inundaba una segunda ola de calor—. Le dirás a la AFI que he desaparecido. Puedes contarles que vinieron los extraterrestres y me abdujeron, no me importa. El caso es que si no me dejan en paz, te mataré, aquí mismo si hace falta, y luego me cargaré al resto, empezando por el hijo de ese hombre.

—¡Como toques a Glenn, yo misma me encargaré de que mueras! —le espetó Ivy.

Mia la miró con desprecio.

—No sé cómo te atreves a amenazarme —dijo con tono condescendiente—. Os vi a Piscary y a ti pisar por primera vez mi ciudad y también presencié su entierro. No lo olvides.

Sacudí la cabeza.

—No pienso ayudarte, Mia. Si no me acompañas, tu hija y tú tendréis que vivir para siempre al margen de la sociedad, como dos proscritas.

Las pálidas cejas de Mia se alzaron.

—Escúchame bien, bruja, yo construí esta sociedad. Si me tocan, no viviré al margen de ella, la destruiré.

Sentir la fuerza de la línea en mi interior me dio el valor para enfrentarme a ella.

—Pues vete al infierno.

Mia soltó un suspiro y se volvió hacia Remus, que agitaba los dedos con nerviosismo, ansioso por marcharse.

—Puedes llevar un caballo hasta el río, pero no puedes obligarlo a beber —sentenció, volviéndose de nuevo hacia mí—. Visto lo visto, tendrá que ser la vampiresa la que transmita mis palabras.

Al darme cuenta de que iba a matarme se me cortó la respiración.

—¡Espera!

Presa del pánico, empecé a retroceder a gatas por entre los coches. Sin llegar a tocarme todavía, extendió la mano y, con la mirada extasiada, tiró fuertemente de mi aura y me arrebató todo lo que me había dado.

Con la boca abierta, caí de rodillas mientras la línea luminosa se convertía en una cinta de fuego y, con un grito, la empujé hacia ella, incapaz de seguir sujetándola. Mia blasfemó con discreción, y se tomó un breve respiro, pero después me arrasó una avalancha de hielo y los miembros se me durmieron de golpe. La fuerza de la línea no había conseguido ralentizarla lo más mínimo. Me estaba arrebatando el aura muy despacio, concienzudamente, haciéndome sufrir para tener más con lo que deleitarse.

Ivy estaba gritando, emitiendo un sonido desgarrador que contrastaba con los penetrantes chillidos de Holly. Era incapaz de pensar, arrodillada en la nieve mientras Mia me dejaba sin protección alguna. Levanté la vista cuando una brillante luz aumentó su intensidad.
Me estoy muriendo
, pensé, y la luz se movió y el coche del que provenía se estrelló contra la esquina delantera del monovolumen.

Se oyó el crujido del metal al chocar y un montón de piezas de plástico salieron disparadas. El impacto distrajo la atención de Mia y el dolor de mi aura al rasgarse se desvaneció. Levanté la vista y, con las manos y las rodillas apoyadas en el suelo, inspiré profundamente, como si aquello pudiera revestir mi alma.

—¡Cuidado! —grité cuando el monovolumen empezó a deslizarse por el hielo, en dirección a Ivy. Mierda, iba a aplastarla contra él.

Ivy dio un salto hacia arriba y aterrizó en la capota del todoterreno, mientras Remus se tiraba al suelo y rodaba justo debajo. Holly aulló mientras el vehículo se detenía en seco. Un destartalado Chevrolet de un horrible color verde humeaba. El líquido del radiador salía a raudales, pero el motor seguía funcionando. Aquel trasto debía de pesar más que el monovolumen y el todoterreno juntos, y se habría necesitado una bomba atómica para destruirlo.

—¡Holly! —gritó Mia, corriendo hacia su hija.

Apoyándome en el coche para ponerme de pie, vi que Tom salía del Chevrolet. ¡
Hijo de puta
! No era la señora Walker la que había estado siguiéndolos, sino Tom.

Con un terrible gruñido, Ivy se lanzó desde lo alto del todoterreno y aterrizó sobre Mia.

—¡Dios, no! —susurré. Estaba temblando y, a pesar de que apenas podía caminar, me arrastré como pude hacia ellas. Mia tenía a Ivy cogida del cuello y, con una expresión terrorífica en su rostro, empezó a matarla. La luz de una de las farolas iluminó todo con una extraordinaria claridad. Ivy se resistía con todas sus fuerzas, con los dientes relucientes mientras luchaba.

Los agudos chillidos de Holly continuaron, y dirigí la mirada hacia Remus y Tom. El puño del brujo de líneas luminosas estaba envuelto en una bruma de color púrpura, pero el encolerizado hombre lo tenía agarrado y apretó hasta que Tom aulló de dolor. Propinándole una fuerte patada antes de alejarse, Remus dejó a Tom bramando de dolor. Me moví y Remus volvió la cabeza automáticamente. Sus ojos negros se quedaron mirándome con fijeza, advirtiéndome que no me moviera. Eran los ojos de un lobo, y me quedé petrificada. Entonces se dio la vuelta. Desde la cárcel una sonora sirena empezó a aullar, y el aparcamiento se vio bañado repentinamente por la potente luz de un montón de bombillas de criptón azul. ¿
Dónde demonios estaban
?

Calmado y con una actitud reconfortante, el asesino en serie rescató a su desesperada hija del maltrecho monovolumen. Cantando una nana, miró a su mujer.

—¡Ivy! —acerté a decir al verla tirada en el suelo, inmóvil. Mia estaba arrodillada a su lado, de espaldas a mí, con su abrigo azul extendido como las alas de un pájaro cubriendo a su presa. Tambaleándome, me dirigí hacia donde se encontraban, gritando—: ¡Aléjate de ella!

Remus llegó antes que yo y, con una mano, tiró de Mia obligándola a ponerse en pie.

—¡Suéltame! —gritó la mujer, intentando zafarse. No obstante, él la arrastró hasta el coche de Tom, cuyo motor seguía en marcha, y tras abrir la puerta del asiento del copiloto, la obligó a entrar. Los gritos de Holly competían en intensidad con las alarmas de la prisión, pero esta disminuyó cuando Remus se la entregó a Mia y cerró con un portazo. Lanzándome una agria mirada, caminó hacia el otro lado y se subió al vehículo. El motor rugió y Tom se apartó rodando mientras Remus lo dirigía a toda velocidad hacia la carretera. Después, cubriéndonos con una lluvia de partículas de lodo helado, desaparecieron.

Con el corazón a punto de estallar, llegué hasta Ivy y caí de rodillas sobre la nieve aplastada.

—¡Oh, Dios mío! ¡Ivy! ¡Ivy! —exclamé dándole la vuelta y tirando de su cuerpo para apoyarlo contra el mío. La cabeza le pendía y tenía los ojos cerrados. Estaba extremadamente pálida y el pelo le caía sobre la cara.

—¡No me dejes, Ivy! ¡No puedo seguir viviendo sin ti! —grité—. ¿Me oyes, Ivy?

¡
Oh, Dios
!
Por favor, no
. ¿
Por qué tengo que vivir de esta manera
?

Las lágrimas se deslizaban por mis mejillas y ahogué un sollozo cuando abrió los ojos. Eran de color marrón, y me alegré profundamente. No estaba muerta, ni no muerta, ni nada parecido. Con el rostro demacrado, levantó la vista intentando mirarme con los ojos vidriosos, pero sin verme. En la mano sujetaba una cinta lila descolorida atada a una moneda. Los dedos la agarraban como si fuera la vida misma, con tal fuerza que los nudillos se le habían puesto blancos.

—Lo he recuperado —dijo con voz áspera—. No se merece que la amen.

El edificio que se alzaba a nuestras espaldas seguía emitiendo aquel ruido infernal y pude oír a un grupo de hombres que venía hacia nosotras. Ivy inspiró profundamente y repitió el gesto una segunda vez.

—Necesito… ¿Rachel? —susurró. Entonces me di cuenta de que empezaba a verme con mayor claridad—. Mierda —exhaló, y yo la acerqué aún más a mi cuerpo, acunándola, consciente de que seguía viva. No había muerto y yo no estaba abrazando a una no muerta.

—Te pondrás bien —dije, sin saber si era cierto. Estaba increíblemente pálida.

—No. La necesito —dijo Ivy. Yo la miré, viendo las lágrimas que surcaban sus mejillas y sus colmillos cubiertos de saliva. Era evidente de lo que estaba hablando. Sangre. Necesitaba sangre. Los vampiros eran los parientes más cercanos de las banshees y disponían de una forma de recargar sus auras. La recuperaban cuando se alimentaban. Ivy necesitaba sangre.

Impávida, alcé su cuerpo un poco más, y ella rompió a llorar desconsoladamente, consciente de que no podía ser la persona que quería ser y lamentándose por la pérdida de un sueño.

—Quería mantenerme limpia, pero no puedo —dijo mientras la mecía—. Cada vez que intento ser otra, fracaso. La necesito —repitió, con un brillo negro en sus ojos—. Pero no la tuya. No quiero que seas tú —declaró, con voz suplicante, incluso mientras sus ojos comenzaban a dilatarse y el hambre se apoderaba de ella—. Prefiero morir antes de que me des tu sangre. Te quiero, Rachel y no quiero que me des tu sangre. ¡Prométeme que no lo harás!

—Te pondrás bien —repetí, desesperada—. Aún se percibía el olor a anticongelante del destartalado Chevy, mientras que el débil efluvio del motor caliente empezaba a desvanecerse.

—¡Prométemelo! —me ordenó intentando tocarme la cara—. No quiero que me des tu sangre. ¡Prométemelo, maldita sea!

Mierda
. En aquel momento levanté la vista y, por primera vez, vi las luces de las linternas y a los hombres detrás de ellas. Mi bolso y mis llaves estaban tirados en el suelo.

—Te lo prometo.

Entonces se escuchó el ruido de unas botas aplastando la nieve.

—¡Señorita! ¡Apártese de esa mujer! —me ordenó una voz con tono autoritario—. Túmbese bocabajo y ponga las manos extendidas donde pueda verlas.

Con el rostro cubierto de lágrimas, levanté la vista y miré detrás de mí, hacia la claridad de las luces de seguridad, descubriendo una enorme sombra detrás.

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