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Authors: Kim Harrison

Tags: #Fantástico, Romántico

Bruja blanca, magia negra (52 page)

BOOK: Bruja blanca, magia negra
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—Tengo muchas cosas que hacer hoy —dije, subiendo a la pequeña y opulenta cabina.

—Y llegamos tarde —gruñó Jenks quitándose el sombrero para intentar arreglarse el pelo en el reflejo de las relucientes paredes. Había volado hasta la amplia barandilla que rodeaba el interior del ascensor, y la presencia de un par de pixies idénticos creaba un espectacular despliegue de físico alado.

Me obligué a ponerme derecha mientras comprobaba que mi amuleto para modificar el tono de la piel estaba en su sitio.
Excluidme si queréis
.

—Llegar un poco tarde aumenta el interés —murmuré quitándome también el sombrero y metiéndome un mechón rizado detrás de la oreja.

—Odio llegar tarde —se quejó, gesticulando para destaparse los oídos conforme cambiaba la presión del aire.

—Es un restaurante de cinco tenedores —le rebatí—. No creo que les importe mucho esperar.

Apenas nos detuvimos, se oyó una campanilla y se abrieron las puertas. Jenks se trasladó a mi hombro con un resoplido y juntos nos quedamos mirando el restaurante giratorio.

Complacida, relajé la postura y salí del cubículo con una sonrisa, sintiendo que todas mis preocupaciones se desvanecían. Bajo nuestros pies, el río serpenteaba alrededor de las blancas colinas de Cincinnati como una franja grisácea de nieve y barro. Los Hollows se extendían más allá, envueltos en la pacífica penumbra que avanzaba lentamente. El sol se acercaba al horizonte, cubriéndolo todo de una capa de rojos y dorados mientras las nubes lo reflejaban todo. Era de una gran belleza.

—¿Señorita? —preguntó una voz masculina, y dirigí la mirada hacia el interior. Parecía el hermano gemelo del tipo de abajo, incluyendo el traje negro y los ojos azules—. Si es tan amable de seguirme…

Había estado allí una sola vez, desayunando con Kisten, y lentamente caminé tras el
maître
, fijándome de nuevo en las suntuosas telas, las lámparas Tiffany y las mesas de caoba previas a la Revelación con las patas talladas. Las mesas estaban decoradas con centros de romero y capullos de rosas de color rosa. La visión del reservado en el que Kisten y yo habíamos conversado delante de un refinado desayuno me causó una desazón sorprendentemente suave, que se parecía más a un tierno recuerdo que al dolor propiamente dicho, y me descubrí capaz de sonreír, feliz de poder pensar en él sin que se me partiera el corazón.

El local estaba prácticamente vacío, a excepción de los empleados, que preparaban las mesas para esa noche y, tras cruzar un pequeño escenario y una pista de baile, divisé a Edden en una mesa junto a una de las ventanas acompañado de una atractiva mujer mayor que él. Tenía la constitución física de Ceri, pero, a diferencia de la elfina, cuyos cabellos eran rubios, lucía una densa y oscura melena que le caía por la espalda. Tenía la nariz pequeña, los labios carnosos y las cejas espesas. Su rostro no era joven, pero las escasas arrugas le otorgaban un aspecto maduro y venerable. Al hablar, movía unas elegantes y envejecidas manos en las que no se veía ningún anillo. Estaba sentada frente a Edden, estilizada y erguida, sin apoyarse en el respaldo, con un vestido blanco que le llegaba hasta los tobillos. Tanto la apariencia como la actitud de la señora Walker daban a entender que era la que llevaba las riendas.

Jenks me acarició el cuello con las alas y dijo:

—Se parece a Piscary.

—¿Crees que es egipcia? —le susurré, confundida.

Jenks soltó una risotada.

—¡Y yo qué diablos sé! Me refiero a que es de las que llevan el control. Mírala.

Asentí con la cabeza, sintiendo ya cierta aversión hacia aquella mujer. Edden todavía no había advertido nuestra presencia, concentrado como estaba en lo que ella decía. El traje de chaqueta le sentaba de maravilla, habiendo trabajado duro para evitar el declive de finales de la treintena y consiguiendo llegar a mitad de los cincuenta en plena forma. A decir verdad… daba la impresión de que aquella mujer lo había cautivado, y me puse en guardia. Cualquier persona con una belleza y un autocontrol semejantes resultaba potencialmente peligrosa.

Como si me hubiera oído el pensamiento, la mujer se volvió. Sus carnosos labios se cerraron y se quedó mirándome.
Me estás evaluando
, ¿
verdad
?, pensé alzando las cejas con expresión desafiante.

Edden le siguió la mirada y su rostro se iluminó. Poniéndose en pie, le oí decir: «Aquí está» y se acercó a saludarme.

—Siento llegar tarde —me disculpé mientras él me asía el codo para llevarme rápidamente hasta la mesa—. Marshal insistió en que fuera a darme un masaje para recuperar mi aura.
Eso. Échale la culpa a Marshal, en lugar de admitir que necesitaba recuperarme después de averiguar que me han excluido
.

—¿De veras? —exclamó el achaparrado hombre—. ¿Y funciona? ¿Cómo te encuentras?

Sabía que estaba pensando en su hijo y coloqué mi mano sobre la suya.

—De maravilla. Jenks dice que mi aura ha mejorado una barbaridad y me siento genial. No dejes que me vaya sin darte el número de la masajista. También hace visitas a hospitales. Se lo pregunté. Y no les cobra ningún cargo adicional a los miembros de la AFI.

Jenks se mofó con un resoplido.

—¿Conque dice que se siente genial, eh? —dijo—. Más que si estuviera borracha. Hemos estado a punto de estrellarnos con el coche cuando se ha desviado para ocupar una plaza de aparcamiento.

—¿Cómo está Glenn? —pregunté ignorando a Jenks mientras Edden me ayudaba a quitarme el abrigo.

—Listo para volver a casa. —Edden me miró de arriba abajo—. Tienes muy buen aspecto, Rachel. Nadie diría que hayas tenido que pedir un alta voluntaria.

El rostro se me iluminó y Jenks puso los ojos en blanco.

El camarero, que tenía el brazo extendido para cogerme el abrigo, no quitaba ojo a Jenks. Edden notó cómo lo miraba y movió la barbilla haciendo que se le despeinara el bigote.

—¿Podría traernos un bote de miel? —preguntó, intentando que Jenks se sintiera cómodo.

—Te agradezco la oferta, Edden —dijo Jenks—, pero estoy trabajando. No obstante, un poco de mantequilla de cacahuete no me vendría mal.

A continuación dirigió la mirada hacia la perfección blanca y dorada de la mesa, y en su rostro pude leer una expresión de pánico, como si hubiera pedido sémola y pata de cerdo en vez de la fuente alta en proteínas que necesitaba por culpa del frío.

El camarero, por supuesto, se aprovechó enseguida de su incomodidad.

—¿Mantequilla de cacahueeete? —preguntó en un tono paternalista, y Jenks dejó escapar una voluta de polvo rojo.

Entorné los ojos cuando el hombre dio a entender con aquellas palabras que Jenks era un paleto o, peor aún, que ni siquiera era una persona.

—Imagino que tendrán mantequilla de cacahueeete, ¿verdad? —dije arrastrando las palabras, haciendo una de mis mejores imitaciones de Al—. Y que esté recién batida. De ninguna manera la aceptaremos envasada. Baja en sal. Yo tomaré un agua con jarabe de frambuesa.

Había probado el agua con jarabe de frambuesa de Kisten tras descubrir que la tostada que me habían servido no era de mi agrado. Tenía por encima un extravagante glaseado. De acuerdo, tal vez la paleta era yo, pero hacer que Jenks se sintiera como un patán era muy grosero.

El rostro del camarero se puso blanco.

—Sí, señorita.

A continuación, tras indicarle con un gesto a uno de sus compañeros que nos trajera el agua y la mantequilla de cacahuete, me apartó la silla para que me sentara y me entregó un menú, que ignoré solo por el hecho de que me lo hubiera entregado a mí. Jenks se quedó suspendido junto a mi sitio, comportándose como si se resistiera a posarse en algo tan elegante. Su amplio traje negro quedaba de maravilla entre la cerámica y el cristal y, tras poner bocabajo una copa para que se pusiera cómodo, se sentó agradecido sobre su elevada base. Edden estaba a mi derecha, la banshee a mi izquierda y en aquel momento la puerta quedaba justo a mi espalda. Pero eso cambiaría conforme pasara el tiempo y el restaurante girara.

—Señora Walker, le presento a Rachel Morgan —dijo Edden, acomodándose de nuevo en su silla—. Rachel, la señora Walker ha insistido mucho en conocerte. Es la coordinadora administrativa del departamento de Asuntos Internos de las banshees al oeste del Misisipi.

Edden parecía inusualmente azorado y me puse en guardia de nuevo. A Jenks tampoco pareció gustarle que el hombre habitualmente sensato se comportara casi como un jovenzuelo enamorado. Pero ella era una banshee, hermosa y atractiva en su sofisticación y exótica belleza.

Dejando a un lado mi creciente rechazo, le tendí la mano por encima de la esquina de la mesa.

—Es un placer, señora Walker. Estoy convencida de que cualquier cosa que pueda aportarnos resultará de gran ayuda. La decisión de Mia Harbor de ir por libre nos ha puesto en una situación muy delicada.

Jenks esbozó una sonrisita y me sonrojé. Estaba intentando ser amable. Que me denunciara si quería. No había dicho nada que no fuera cierto. Era obvio que no podía encerrar a Mia si se resistía.

La mujer entrada en años tomó mi mano y yo me puse tensa buscando la más mínima sensación que indicara que me estaba absorbiendo el aura. Sus ojos eran de un intenso color marrón, y con la estructura ósea de una supermodelo y su arrugada pero clara piel, resultaba increíblemente atractiva.

—Puedes llamarme Cleo —dijo, y retiré la mano antes de empezar a temblar. Su voz era tan exótica como el resto de ella, una especie de líquido cálido en el que se entreveía un toque de picardía, pero agradable. ¡Dios! Aquella mujer era como un vampiro. Quizás era eso lo que me tenía con los nervios a flor de piel.

El hecho de que hubiera retirado la mano antes de tiempo no les pasó desapercibido ni a Edden ni a la señora Walker, y una tenue sonrisa de complicidad curvó las comisuras de sus labios.

—Me alegro mucho de conocerte —dijo inclinándose hacia delante—. Os ayudaré a encontrar a la pequeña Mia, pero estoy aquí por ti. Merece la pena investigar tu reputación.

Mi sonrisa fingida se desvaneció y Edden, encorvado y con expresión culpable, se puso a juguetear con su vaso. Lentamente, me volví hacia él, calmando mi rabia antes de que la banshee lo notara, aunque no lo conseguí.

La fría mujer apoyó los codos con un movimiento encantador y lo miró con una especie de coqueta timidez.

—¿Le has mentido para conseguir que viniera?

Edden me miró un instante, y luego volvió a bajar la vista hacia el río.

—Para nada —gruñó mientras su cuello se volvía rojo—. Enfaticé ciertas cosas, eso es todo.

¿
Enfaticé ciertas cosas
? ¡
Y una mierda
! Aun así, sonreí a la mujer, manteniendo las manos debajo de la mesa, como si me las hubiera ensuciado al tocarlas.

—¿Es por el hecho de que sobreviviera al ataque de Holly? —pregunté.

—Digamos que es la razón principal —dijo entrelazando los dedos y apoyando la barbilla encima—. ¿Te importa que te toque el aura?

Me puse rígida.

—No. Quiero decir, por supuesto que sí —me corregí—. No me fío de usted.

Edden se estremeció, pero la señora Walker se echó a reír. El agradable sonido hizo que los camareros que estaban lo suficientemente cerca como para oírlo alzaran la vista y el estómago se me encogió. Era demasiado perfecta, demasiado segura de sí misma. Y sus pupilas se dilataban como las de un vampiro.

—¿Es por eso por lo que te has traído a tu pixie? —dijo mientras aquel primer atisbo de desagrado le arrugaba la nariz al mirar a Jenks con el gesto torcido—. No tengo intención de tomar una muestra de su aura, señorita Morgan. Solo pretendo sentirla con los dedos. Averiguar por qué sobrevivió al ataque de una cría de banshee. La mayoría de la gente no lo consigue.

—Porque la mayoría de la gente no lleva una lágrima de banshee en el bolsillo —respondí secamente, y la mujer emitió un pequeño sonido que revelaba un gran interés.

—Entonces, es por eso por lo que… —empezó a decir, como si liberara una tensión que hasta ese momento había permanecido oculta—. La emoción adquirió un sabor amargo mientras te mataba y, al encontrar una fuente más dulce, una que le era familiar…

—La cogió —concluí por ella. Jenks golpeaba con los tacones, un signo evidente de angustia, y yo tamborileé con los dedos para expresarle que lo había advertido. Él también había visto cómo la mujer liberaba la tensión. Me tenía miedo, y de repente ya no lo tenía. Bien. Aquello ponía las cosas más fáciles para reducirla si resultaba necesario. ¡
Para, Rachel
!
No puedes echarle el guante a una banshee
.

La mujer siguió erguida en su asiento, bebiendo un sorbo de té con la elegancia de miles de años. Ella y Ceri se habrían llevado de maravilla.

—Aun así, tu aura es muy compacta —dijo dejando la taza sobre la mesa—. Si no supiera que te estás recuperando de un ataque, diría que estás chiflada.

Aquello fue una grosería, y cuando Jenks se revolvió incómodo, los ojos de la señora Walker iban desde él hasta mí, algo guiñados por efecto de la luz del sol.

—¿Tu pixie no te ha dicho que un aura compacta es un signo de inestabilidad?

Consciente de que intentaba provocarme, dejé que se desvaneciera mi rabia antes de devolverle la sonrisa.

—Es mi socio, no mi pixie —dije, y Edden se encogió en su silla sintiéndose fatal mientras se desarrollaba nuestra educada y sofisticada pelea de gatas.

Jenks, en cambio, no pudo contenerse, y se alzó con las manos en la cintura.

—¿Y por qué se supone que tengo que decirle a Rachel lo que significa un aura compacta? No está loca. Le han dado un masaje y se ha condensado. Y alegra esa cara, arpía provinciana.

—¡Jenks! —exclamé, aunque a la señora Walker no pareció afectarle. ¿
Qué mosca le habrá picado
?

Ignorando a Jenks, excepto por un preocupante temblor en los dedos de las manos, se concentró en mí, mientras sus ojos se ponían negros. Tuve que poner freno a mi miedo repentino. Aquella mujer podía matarme mientras estábamos allí sentados y largarse de rositas, independientemente de que Edden se encontrara a medio metro.

—No me importa lo que cuentan sobre ti —dijo en una voz baja carente de cualquier cosa excepto de desdén—. Somos más poderosas que tú; que sobrevivieras fue pura casualidad.

¿
Lo que cuentan sobre mí
? Lo sabía. Aquella banshee sabía que yo era una protodemonio.

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