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Authors: Kim Harrison

Tags: #Fantástico, Romántico

Bruja blanca, magia negra (48 page)

BOOK: Bruja blanca, magia negra
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—Marshal —dije una vez llegamos arriba, y me rodeé el cuerpo con los brazos para protegerme del frío. Allí no había calefacción, y la temperatura era tan baja que me salía vaho de la boca. Busqué con la mirada los listones abiertos sobre la enorme campana que hacía las veces de techo, pero Bis no estaba. Probablemente la noche anterior se habría colocado en los aleros, donde el sol le habría dado durante todo el día. La gárgola adolescente no entraba si no era debido a las inclemencias del tiempo y, conforme creciera, no entraría ni siquiera entonces.

—¡Guau! ¡Qué sitio tan bonito! —dijo Marshal, y yo reculé, con cara de satisfacción, mientras él observaba la habitación hexagonal. El suelo sin pulir era del color del polvo; y las paredes, sin terminar, todavía mostraban los tablones de madera sin barnizar y la parte trasera del revestimiento externo. La temperatura era la misma que en el exterior, unos diez grados, y resultaba muy refrescante comparada con el calor húmedo de la planta inferior.

Las ventanas de tablillas dejaban entrar franjas de luz y de sonido en aquel agradable escondite en el que sentarse a ver la vida pasar. No me sorprendió cuando Marshal dobló una de las tablillas para echar un vistazo al exterior. Junto a él estaba la silla plegable que había dejado allí para cuando necesitaba alejarme de todo. En el centro de aquella estancia de diez metros cuadrados había un tocador con la superficie del mármol verde y un espejo deteriorado por el paso del tiempo. Mis libros se encontraban en la estantería de caoba que se apoyaba en uno de los espacios entre las ventanas. Junto a él, al lado de la puerta, había un sofá con la tapicería descolorida. Por lo demás, el espacio estaba vacío, excepto por el zumbido casi subliminal de la campana que retumbaba débilmente.

Cansada, me senté en el sofá, saqué uno de los libros y me lo coloqué en el regazo, contenta de poder sentarme mientras Marshal satisfacía su curiosidad. Mi mente regresó al piso de abajo, hacia los inservibles hechizos de mi armario.

—Ummm, Marshal. En cuanto a los hechizos localizadores…

Marshal se giró, sonriente.

—Mis labios están sellados —dijo cruzando la habitación—. Sé que los trabajos que haces para la AFI son confidenciales. No te preocupes.

De acuerdo. Esto es muy extraño
, pensé cuando Marshal se sentó junto a mí, me cogió el libro y lo abrió. ¿Cómo era posible que no se hubiera dado cuenta de que los hechizos eran malignos?

—¿Qué estamos buscando? —preguntó alegremente. A continuación se miró la mano, en la que probablemente había sentido un cosquilleo. Los grimorios demoníacos eran así.

—Un hechizo para proteger mi aura —expliqué—. Esto… Eso que tienes ahí es un texto demoníaco.

Marshal parpadeó, poniéndose rígido cuando se dio cuenta de lo que había abierto.

—Por eso los guardas aquí arriba —dijo, sin quitarle la vista de encima.

Asentí con la cabeza.

Para mi sorpresa, no lo devolvió a su sitio, sino que pasó la página, dejándose llevar por la curiosidad.

—No necesitas un hechizo para mejorar tu aura —dijo—. Lo que te hace falta es un buen masaje.

Mis hombros se relajaron y, contenta de que no hubiera echado a correr gritando como un poseso, murmuré:

—¿Un masaje?

—De cuerpo entero. Desde la cabeza hasta los dedos de los pies —respondió dando un respingo cuando pasó la página y se topó con una maldición para destruir un ejército con una sola nota musical—. ¿De veras crees que esto funciona?

—Si se hace bien, por supuesto. —Estirando el brazo, agarré un manual universitario y lo abrí por el índice. Tenía los dedos helados y soplé para calentarlos—. ¿Conque un masaje solucionaría lo de mi aura?

Marshal se rió entre dientes y pasó otra página amarillenta.

—Si se hace bien, por supuesto —respondió, haciéndome burla; alcé la vista y descubrí que me miraba con una sonrisa—. Palabra de
boy scout
. Los masajes estimulan los ritmos digestivos y de sueño. Es entonces cuando tu aura se regenera. Si te das un masaje, tu aura mejorará.

Me quedé mirándolo, intentando discernir si estaba bromeando o no.

—¿Lo dices en serio?

—Pues claro. —La seguridad y la convicción que mostraba flaquearon cuando vio la siguiente maldición, que permitía levantar un vendaval capaz de derribar edificios—. Ehh, ¿Rachel? —balbució.

—¿Qué? —pregunté poniéndome a la defensiva. ¡Por todos los demonios! Yo no era una bruja negra.

—Este de aquí es como para cagarse de miedo —dijo con el ceño fruncido.

Solté una carcajada, colocándome de nuevo el libro demoníaco sobre el regazo y dejando el de la universidad en el suelo.

—Por eso no lo hago —dije agradecida porque no pensara que era mala solo porque tenía un libro que enseñaba a realizar una maldición para causar una epidemia de peste bubónica.

Emitió un pequeño sonido y se movió hacia un lado para mirar por encima de mi hombro.

—Un cosa… Aun a riesgo de reabrir las heridas, ¿qué piensa Robbie de tu ingreso en el hospital?

Yo volví una página y palidecí:
Cómo conseguir que una humana engendre un lobo
. ¡
Maldita sea
!
No tenía ni idea de que tuviera aquel ejemplar en mi biblioteca
.

—Bueno… —farfullé pasando rápidamente la página—. Dice que son gajes del oficio y me pidió que dejara de hacer cosas peligrosas para no disgustar a mamá. Pero el disgustado es él, no mamá.

—Me imaginaba que diría algo así.

Marshal se inclinó, invadiendo mi espacio vital, y pasó la página por mí. Inspiré profundamente y disfruté tanto del calor corporal extra en el frío campanario como del intenso olor a secuoya. Había estado realizando hechizos recientemente, y me pregunté si tendría algún amuleto para modificar la temperatura y evitar temblar.

—Tu hermano me cae bien —dijo sin darse cuenta de lo mucho que disfrutaba de su olor—, pero me saca de quicio verlo tratarte como a la niña que eras cuando se fue. Mi hermano mayor hace lo mismo conmigo. Me entran ganas de darle un puñetazo.

—Mmmm —gemí dejando que el peso de nuestros cuerpos nos aproximara aún más, pensando lo sospechoso que resultaba que estuviera diciendo las palabras adecuadas—. Cuando Robbie se marchó, yo tenía trece años y nunca tuvo oportunidad de verme de adulta. —Nuestros hombros se tocaron cuando pasé la página, pero él no pareció darse cuenta—. Y yo voy y acabo en el hospital cuando viene a visitarnos. Mejor imposible, ¿verdad?

Marshal soltó una carcajada y luego se aproximó para leer el texto que explicaba cómo hacer que las pompas de jabón duraran hasta el amanecer, y me sentí mejor al ver que no todas las maldiciones eran malas. Supuse que podías hacerlas aparecer en los pulmones de alguien para que se ahogara, pero también podías usarlas para entretener a los niños.

—Quería darte las gracias por venir a casa de mi madre —dije quedamente, observándolo a él en lugar de a las maldiciones que estaba ojeando—. De no ser por ti, no creo que hubiera aguantado toda la noche escuchando «Cindy esto», «Cindy lo otro», seguido por el inevitable «¿Y tú cuándo piensas sentar la cabeza, Rachel?».

—Las madres son así —dijo en un tono preocupado—. Solo quiere que seas feliz.

—Ya lo soy —dije con acritud, y Marshal ahogó una risa, probablemente intentando memorizar la maldición para convertir el agua en vino. Era ideal para las fiestas, pero no hubiera podido invocarlo, porque su sangre carecía de las enzimas adecuadas. Yo, en cambio, sí podía.

Suspirando, empujé el libro para colocarlo en su regazo y coloqué otro en el mío. Allí arriba hacía frío, pero no quería bajar y arriesgarme a despertar a cuatro docenas de pixies. ¿
Me da envidia que Robbie parezca tenerlo todo
? ¿
Que le resulte tan sencillo
?

—¿Sabes? —dijo Marshal sin levantar la vista del libro—. No tenemos por qué dejar las cosas como están… entre nosotros, quiero decir.

Me puse rígida. Marshal debió de notarlo, teniendo en cuenta que nuestros hombros se estaban tocando. No dije nada y, envalentonado por la falta de una respuesta negativa, añadió:

—Me refiero a que, en octubre, no estaba preparado para una relación estable, pero ahora…

Contuve la respiración y Marshal cortó por lo sano.

—De acuerdo —dijo deslizándose para dejar un poco de espacio entre nosotros—. Perdona. Olvida lo que acabo de decir. Soy un perfecto inútil interpretando el lenguaje no verbal. Mea culpa.

¿
Mea culpa
? ¿
Todavía hay gente que utiliza esa expresión
? Sin embargo, ignorar lo que acababa de decir no era tan sencillo, sobre todo cuando yo misma llevaba semanas dándole vueltas a lo mismo en mis momentos de estupidez. Así que, humedeciéndome los labios, dije cuidadosamente sin levantar la vista del libro de mi regazo:

—Me lo he pasado muy bien contigo estos dos últimos meses.

—No pasa nada, Rachel —me interrumpió, alejándose aún más en el largo y descolorido sofá—. Olvida todo lo que he dicho. Y ahora, será mejor que me marche, ¿de acuerdo?

El pulso se me aceleró.

—No te estoy pidiendo que te vayas. Te estoy diciendo que me he divertido mucho contigo. Cuando llegaste, estaba pasando un periodo muy difícil. Todavía me duele, pero me he reído mucho, y me gustas. —Él levantó la vista, con las mejillas sonrosadas y en sus ojos marrones una vulnerabilidad que no había visto antes. Mi mente evocó el momento en el que estaba sentada en el suelo de la cocina, sin nadie que me ayudara a levantarme. Entonces inspiré profundamente, asustada—. Yo también he estado pensando.

Marshal suspiró, como si se acabara de deshacer un nudo en su interior.

—Cuando estuviste en el hospital —dijo rápidamente—, te juro que, de pronto, vi lo que habíamos estado haciendo durante los dos últimos meses y sentí que algo se rompía en mi interior.

—Tampoco se estaba tan bien allí —respondí con sarcasmo.

—Y luego Jenks me contó que te derrumbaste en la cocina —añadió con una sincera preocupación—. Sé que puedes cuidar de ti misma, y que tienes a Ivy y a Jenks…

—La línea me desgarró el aura —expliqué—. Fue muy doloroso.

Mi mente recordó de repente la envidia que sentí cuando estuve sentada toda la noche junto a Marshal escuchando cómo Robbie hablaba de Cindy, radiante. ¿Por qué yo no podía disfrutar de una estabilidad como aquella?

Marshal se movió para cogerme la mano, aunque el espacio que nos separaba parecía demasiado grande para ello.

—Tú me gustas, Rachel. Y mucho —dijo en un tono que casi me dio miedo—. Y no porque tus piernas sean muy sexis y tengas sentido del humor, ni porque te emociones en las escenas de persecución, o porque invirtieras tu tiempo en bajar a un cachorrito de un árbol.

—Aquello fue realmente extraño, ¿verdad?

Sus dedos apretaron los míos, haciendo que bajara la vista.

—Jenks me ha dicho que pensabas que estabas sola y que podrías cometer una estupidez intentando salvar a ese fantasma.

Al oír aquello, renuncié por completo a toda muestra de frivolidad.

—No estoy sola.

Quizás Mia tenía razón, pero deseaba con todas mis fuerzas que no la tuviera. Y aunque así fuera, podría arreglármelas sola. Lo llevaba haciendo toda mi vida, y se me daba muy bien. Pero no quería. Entonces me estremecí, ya fuera por el frío o por la conversación, y Marshal frunció el ceño.

—No quiero echar a perder lo que tenemos —dijo Marshal con voz queda en la absoluta quietud de una tarde invernal. Lentamente se aproximó, y yo dejé en el suelo el libro de mi regazo para reclinarme sobre su costado, comprobando cómo me sentía a pesar de que estaba tensa e indecisa; sentía que todo encajaba, lo que me resultó preocupante—. Quizás es suficiente con ser amigos —añadió como si de verdad lo estuviera considerando—. Nunca he tenido una relación tan buena con una mujer como la que tengo contigo, y soy lo bastante sensato y estoy lo bastante cansado como para dejar que las cosas sigan como están.

—Yo también —dije, con un punto de decepción. No debería estar apoyándome en él, engañándole. Era un peligro para todos aquellos que me importaban, pero los hombres lobo se habían retirado, y también los vampiros. Iba a conseguir que Al entrara en razón. Deseaba que Jenks se equivocara cuando decía que perseguía lo inalcanzable para justificar el hecho de estar sola. En aquel momento tenía una relación estupenda con Marshal. Solo porque no fuera física, no quería decir que fuera menos real. ¿
O sí
? Quería preocuparme por alguien. Quería amar a alguien, y no quería tener miedo de hacerlo. No podía permitir que Mia se saliera con la suya.

—Marshal, todavía no sé si estoy preparada para tener pareja. —Estirando el brazo, le toqué los cortos cabellos de detrás de la oreja, con el corazón latiéndome a toda velocidad. Me había esforzado tanto en convencerme de que no debía hacerlo que aquel pequeño gesto me resultó de lo más erótico. Él no se movió, y mi mano descendió hasta que mis dedos rozaron el cuello de la camisa, acariciando suavemente su piel. Una pequeña sensación comenzó a crecer, y volví a mirarle a los ojos—. Pero me gustaría comprobar si lo estoy. Si tú…

Él alzó la mano y sujetó la mía contra su hombro y, aunque no me la estrechó, el gesto prometía que la cosa no quedaría ahí. Entonces dejó caer la mano libre, traspasando de forma insinuante las barreras invisibles de mis defensas y retirándola para darme una respuesta. Habernos pasado dos meses manteniendo las distancias había hecho que aquel simple gesto resultara sorprendentemente intenso.

Marshal estiró el brazo para levantar mi cabeza hasta la altura de la suya, y permití que la dirigiera para mirarlo. Notaba la calidez de sus dedos sobre mi mandíbula mientras me buscaba la mirada, sopesando mis palabras y comparándolas con sus propias preocupaciones. Me estremecí por culpa del frío.

—¿Estás segura? —dijo—. Después, no podremos volver atrás.

Ya había visto la mierda que me rodeaba y no había salido huyendo. ¿Qué importaba si aquello no duraba eternamente si me daba paz en aquel preciso momento?

—No, no estoy segura —susurré—, pero si esperamos hasta que lo estemos, ninguno de los dos encontrará a nadie.

Aquello pareció darle cierta seguridad y cerré los ojos mientras giraba mi rostro hacia el suyo y me besaba con indecisión, con sabor a azúcar y a dónut. De pronto, una sensación me recorrió a toda velocidad, el calor de desear algo que había asegurado que nunca perseguiría. Su mano me acercó aún más, y la sensación de su lengua deslizándose en el interior de mi boca envió un dardo de deseo hasta mi vientre. ¡Oh, Dios! Era una sensación maravillosa, y la mente se movía a la misma velocidad que mi corazón.

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