Él se encogió de hombros y, con una rápida inspiración, sentí que me invadía un inmenso placer. Entonces crucé el espacio que nos separaba y, de pronto, me detuve en seco y mi sonrisa se desvaneció. Tenía que ser una broma. Una de las típicas bromas de mal gusto de Al.
—¿Cuáles son las palabras que abren el relicario de mi padre? —le pregunté con cautela.
Pierce se inclinó hacia delante y, cuando me di cuenta de que su respiración era fría, y no cálida como habría sido la de Al, sentí un atisbo de esperanza.
—Blanco como las azucenas —susurró, tocándose la nariz, y yo, alborozada, estiré un dedo cubierto por los guantes y le di un leve empujoncito en el hombro. Por lo visto él también lo sintió, y se meció hacia atrás.
—¡Pierce! —exclamé, dándole un tremendo abrazo que hizo que gruñera de sorpresa—. ¡Dios mío! ¡Puedo tocarte! —Entonces lo solté y le di una palmada en el hombro—. ¿Por qué no lo has hecho antes? ¡Me refiero a ponerte de pie en la línea! Vengo aquí todas las semanas. Iba a intentar invocar de nuevo aquel hechizo, pero ahora ya no hace falta. ¡Maldita sea! ¡Cuánto me alegro de verte!
El pequeño hombre se acercó a mi rostro, sonriente al percibir el olor a polvo de carbón, betún para los zapatos y secuoya.
—He estado en una línea al mismo tiempo que tú —dijo—. Me quedo aquí la mayoría de las veces que te marchas a cumplir tu trato con el demonio y también me quedo aquí cuando regresas.
—¿Has estado espiándome? —le pregunté sonrojándome al recordar que cinco minutos antes, cuando estábamos en la cocina, había dicho que era muy sexi. La teoría de Jenks de que iba a vender nuestros secretos era ridícula, pero habían pasado muchas cosas en la iglesia últimamente que no me hubiera gustado que mi madre supiera, y mucho menos un fantasma del siglo
XIX
al que apenas conocía.
—¿Espiándote? —exclamó Pierce visiblemente ofendido mientras se colocaba de nuevo el sombrero—. No, he pasado la mayor parte del tiempo en el campanario. Excepto cuando la televisión estaba embrujada. Es una magia excelente, y muy poderosa. —La expresión de su rostro cambió cuando se fijó en mí y, con semblante de satisfacción, me examinó de los pies a la cabeza—. ¡Maldita sea! Te has convertido en toda una señorita, mi adorada bruja.
—Bueno, yo también me alegro de verte.
Mis cejas se alzaron cuando retiré mi mano de la suya, convencida ya de que había estado en la cocina justo antes de que saliera.
Repasé mentalmente lo que había dicho antes de salir y llegué a la conclusión de que no había nada que no me hubiera gustado que oyera y, probablemente, muchas cosas que debía saber, a excepción, tal vez, de cuando le había dicho a Jenks que le dieran. Esbozando una sonrisa taimada, me incliné hacia atrás apoyada sobre los talones y me situé a propósito a unos centímetros de distancia para sugerirle que ya no era la jovencita de dieciocho años que había conocido. Lo más preocupante fue que parecía contento de que así fuera.
Sin duda, su sonrisa se hizo más amplia cuando se dio cuenta de que me distanciaba. Con mirada penetrante, inclinó la cabeza. La luz del porche iluminó sus brillantes ojos, que se demoraron en mi rostro, haciendo que me preguntara si tenía restos de la masa de chocolate de las galletas en la barbilla.
—¡Caramba! ¿Cómo es posible que hayas caído tan bajo en tan poco tiempo? —dijo cambiando de tema y frunciendo el ceño mientras sacudía la cabeza con consternación—. ¿En deuda con un demonio? ¡Eras tan inocente cuando te dejé!
Sus fríos dedos me colocaron un mechón de pelo detrás de la oreja y un escalofrío me recorrió de arriba abajo cuando retiró la mano de mis rizos y me agarró los dedos.
—Esto… —murmuré. Entonces recordé lo que iba a decir—. Tenía que salvar a Trent. Le prometí que le traería de vuelta a casa sano y salvo. Todavía estoy en posesión de mi alma. No pertenezco a Al.
El ruido de la puerta trasera al cerrarse hizo que me diera la vuelta de golpe, pero solo era Bis. Su asustada silueta, similar a la de un murciélago, se acercaba tambaleándose, moviéndose lentamente debido al peso de la bolsa que llevaba. Entonces tomé aire para pedirle que llamara a Ivy y Pierce me asió la barbilla y me volvió la cara para que lo mirara.
—Tu demonio está a punto de volver a buscarte —dijo con una repentina expresión de urgencia en su rostro—. Te ruego que me busques cuando regreses de tu clase. De momento, me conformo con que podamos hablar. No merece la pena recurrir a un aquelarre para reunir la energía suficiente con la que darme un cuerpo para una sola noche hasta que encuentre una manera de estar completo de nuevo. Supondría un martirio innecesario. Pero tienes que prometerme que no le hablarás de mí a tu demonio. No quiero que le pidas ayuda. Puedo arreglármelas solito.
Bis aterrizó pesadamente encima de mi bolsa de lona, con la piel negra y fría y los ojos muy abiertos al ver a Pierce. ¿
No quiere que le pida ayuda a Al
?, pensé. ¿
De dónde, si no, va a sacar un conjuro capaz de devolverle la vida
? De pronto recordé los comentarios de Jenks sobre que estaba espiándonos para descubrir nuestros secretos y mi sonrisa se desvaneció. La gente no te pide que hagas cosas a no ser que tenga una razón.
Al verme vacilar, Pierce frunció el ceño, mirando entre la sorprendida gárgola y yo.
—Es solo por una pequeñez, Rachel. Tengo intención de explicarte el motivo, pero no ahora.
—Pues tu intención podría ser explicármelo ahora mismo —respondí empezando a sentir un ligero sofoco.
Sentí un leve estallido en los oídos y emití un grito ahogado cuando, de pronto, Al apareció detrás de Pierce alargando una de sus manos enguantadas con los ojos brillantes. Pierce se agachó intentando alcanzar el extremo más lejano de la línea, pero era demasiado tarde.
—¡Cuidado, Rachel! —gritó Bis. Me tambaleé hacia atrás y caí sobre mi bolsa golpeando las galletas con el codo. Se escuchó un soplido sibilante cuando Bis se elevó y dirigí la mirada hacia la gárgola que estaba suspendida entre Al y yo. El brazo elegantemente ataviado de Al se encontraba alrededor del cuello de Pierce, y apretaba hasta que a este le colgaron los pies, mientras su rostro se volvía rojo al resistirse.
Bis aterrizó entre Al y yo, con las alas extendidas para parecer más grande, pues tenía demasiado frío para derretir nieve.
—¡Al! —grité acercándome al demonio hasta que Bis me siseó—. ¿Qué estás haciendo?
El demonio nos miró por encima de los cristales ahumados de sus gafas, con una expresión de satisfacción en sus ojos rojos, cuyas pupilas recordaban a las de las cabras.
—Conseguir un apartamento mejor —refunfuñó dirigiendo un bufido a Bis a modo de advertencia.
¡
Oh, mierda
!
—¡Al, tienes que parar! —dije con el pulso acelerado mientras lanzaba una mirada a la iglesia, pero no había nadie en la ventana—. ¡No puedes llevarte a la gente que está hablando conmigo!
El demonio sonrió mostrando su gruesa y compacta dentadura.
—¿Ah, no?
Pierce forcejeó intentando liberarse, y el sombrero se le cayó al suelo, desvaneciéndose antes de tocar la nieve.
—No te preocupes, mi adorada bruja —dijo entre jadeos con el rostro enrojecido y los pies intentando encontrar el suelo—. Este demonio de tres al cuarto no pinta nada. Estaré…
Al apretó el brazo, interrumpiendo las palabras de Pierce, y me estremecí.
—Ocupado —dijo el demonio—. Estarás ocupado. —Sin apartar la vista de mis ojos, Al deslizó la mano sugerentemente bajo el abrigo de Pierce, y el pequeño hombre dio un respingo.
—¡Eh! —grité, pero Bis no me dejaba acercarme, moviéndose de un lado a otro con las alas extendidas y situando las zarpas sobre una línea imaginaria con una extraña rigidez—. ¡Suéltalo! ¡Esto no es justo! Tenemos que establecer ciertas reglas para regular tus apariciones sin aviso previo y tus raptos injustificados. ¡Lo digo en serio!
—¿Lo dices en serio? —preguntó Al con una carcajada, cambiando la manera en que sujetaba a Pierce hasta que gruñó y se quedó quieto—. Pues a mí me parece que, después de todo, no voy a necesitar mi nombre para conseguir familiares —me desafió en tono cantarín.
La imagen de Pierce en una subasta demoníaca fue como un trozo de hielo que recorriera mi espalda, pero la posibilidad de que Al empezara a presentarse sin avisar y raptara a quienquiera que estuviera conmigo resultaba aterradora.
—¡De ninguna manera! —dije empezando a enfadarme—. No voy a dejar que me uses como cebo. Suéltalo. Si lo quieres, tendrás que cogerlo a la manera tradicional, pero no me vas a utilizar para esto. ¿Me oyes, ojos de cabra?
Estaba tan furiosa que tenía ganas de ponerme a chillar. Pierce pareció dolido por mis palabras, pero Al se limitó a reírse de nuevo.
—¿Utilizarte como cebo? ¡Qué gran idea! —exclamó el demonio. A continuación le hizo una mueca a Bis, que seguía caminando con paso impetuoso entre nosotros—. No se me había ocurrido. Simplemente he visto algo que me gustaba y lo he cogido. —Entonces entrecerró los ojos—. Es lo que siempre he hecho.
—Pero ¡él no tiene ningún valor! —exclamé a punto de dar un zapatazo en el suelo y no creyéndome ni una palabra de lo que decía—. Pierce es un fantasma. No puede interceptar líneas. ¡Suéltalo! Estás haciendo esto para fastidiarme.
Lentamente, una sonrisa se dibujó en el rostro de Al y acarició el pelo alrededor de la oreja de Pierce provocando que se pusiera rígido.
—No tienes ni idea de quién es, ¿verdad? —dijo Al sembrando en mi interior la semilla de la duda. Parecía demasiado satisfecho—. Hay maldiciones capaces de resolver el pequeño problema de ser todo espíritu y carecer de cuerpo, y este pedazo de mierda de brujo… —Al dio una sacudida a Pierce—. El aquí presente se merece un poco más de tiempo en la cocina. Solo es cuestión de dar con la maldición adecuada. Se trata del niño bonito, el que se escapó, y va a servir para pagar mis deudas durante los próximos treinta años.
Cerré los puños, fríos en el interior de mis guantes. ¿
Pierce tenía una historia con los demonios
? ¡
Maldición
!
—¿Lo conoces? —dije mientras mis palabras se rodeaban de una neblina blanca. Aquello explicaría por qué se le daban tan bien las líneas luminosas. Pero ¡era tan agradable! ¡Tan… normal!
—¡Yo no practico la demonología! —exclamó el fantasma—. Suéltame ahora mismo, pedazo de hígado de cabra lleno de gusanos, o sufrirás una monumental derrota. Tú no vales para nada. Eres un demonio de segunda categoría…
Al flexionó el brazo y Pierce se atragantó.
—Jamás había conseguido dar con él antes —explicó Al recobrando su habitual actitud altanera a pesar de que Pierce intentaba separar los dedos del demonio de su garganta—, pero he oído hablar de él, bruja piruja. Todo el mundo ha oído hablar de Gordian Nathaniel Pierce. Estuvo a punto de matar a Newt, y esa es la razón por la que voy a sacar tanto dinero de él que podrás quedarte mi nombre de invocación durante la próxima década. Alguien pagará una buena cantidad por él. —Y, bajando la voz, añadió—: Aunque lo único que hagan sea molerle a palos.
No practica magia negra, sino que es un asesino de demonios
, pensé con una extraña sensación de tenso alivio. Incluso Bis parecía aliviado. Entonces miré hacia la iglesia, pero seguí sin percibir movimiento alguno.
—Al, no puedes llevarte a la gente que habla conmigo —dije y, cuando Al se rió, le espeté—: ¡Entonces lo compraré yo!
Bis se volvió hacia mí con los ojos como platos, e incluso Pierce abrió la boca para protestar, gruñendo cuando Al tiró de él.
—Ni por lo más remoto —canturreó tirando de Pierce hacia sí hasta que el fantasma apretó los labios con gesto desafiante y sus ojos brillaron de odio—. Bueno, tal vez… —masculló Al justo antes de sacudir la cabeza—. No, ni por lo más remoto —se reafirmó—. No te lo venderé. A pesar de la limitación que le supone su categoría de brujo, en este momento es más peligroso que tú. Está en su momento álgido. Además, ¿cuántos pequeños y desagradables hombrecitos necesitas como familiares? —dijo, mirando a Bis—. Es una mala persona a la que le gusta matar demonios.
—No soy un demonio —dije, con voz temblorosa.
Al entrecerró los ojos.
—Pero yo sí —entonó—. Considera tu noche libre como una muestra de agradecimiento por atraerlo hasta mí, bruja piruja. Tus clases han sido canceladas hasta nueva orden. Voy a estar ocupado durante una temporada.
—¡Al! —grité cuando empezaron a desvanecerse—. ¡No puedes dejarme así!
Sonriéndome por encima de sus gafas, Al sacudió la cabeza.
—No eres tú la que tiene el control, Rachel. Soy yo. De todo.
—¡Estás abusando de tu derecho a controlarme, y lo sabes! —le grité furiosa—. Devuélvelo y deja de secuestrar a la gente que está conmigo o te aseguro que voy a… a…
Al vaciló y me eché a temblar.
—¿A qué? —preguntó, y Pierce cerró los ojos con expresión desdichada—. No puedes viajar a través de las líneas hasta que tu aura no se haya recuperado, y yo no pienso arreglártela. —Miró a Bis y se le aproximó lentamente hasta que la gárgola emitió un sonido sibilante—. No hay nada que puedas hacer, Rachel Mariana Morgan.
Al oír sus palabras di un paso atrás, bloqueada. ¡Maldición! Cuando me llamaba por mi nombre completo se trataba de una advertencia, probablemente, la única que me haría. Si lo invocaba, podría salirme con la mía, pero perdería el poco respeto que me tenía y volvería a tratarme como a una invocadora de demonios. Y me gustaba el respeto con el que me trataba ahora, por poco que fuera. Disfrutaba de no tener que asustarme cada vez que cambiaba la presión del aire. Y aunque las fiestas de siempre jamás eran un coñazo, la cocina de Al era un remanso de paz. No quería que aquello terminara. Pero tenía que dejar de raptar a gente.
—Esto no acaba así —lo amenacé, temblando por la frustración—. Vamos a resolver este asunto y tendrás que soltarlo.
—¿Y cómo vas a hacerlo, bruja piruja? —se mofó.
Torcí el gesto y busqué una respuesta que no estaba allí.
Me había quedado sin palabras, entonces Al tiró de Pierce hasta casi levantarlo del suelo.
—No me llames. Ya lo haré yo —concluyó antes de que el fantasma y él se desvanecieran.
Con el corazón a mil, me quedé mirando el lugar en el que habían estado.
—¡Maldito sea una y mil veces! —grité. Frustrada, me giré hacia la iglesia, pero no había nada allí que pudiera ayudarme. Las luces brillaban intensamente, derramándose sobre la silenciosa nieve. Entonces agarré el espejo y mi bolsa, y me dirigí a grandes zancadas hacia la puerta trasera recordando en el último momento recoger las galletas. Al iba a estar ocupado con Pierce durante una buena temporada, pero mientras no solucionara aquello, todos los que me conocían eran posibles objetivos.