Breve Historia De La Incompetencia Militar (16 page)

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Authors: Edward Strosser & Michael Prince

BOOK: Breve Historia De La Incompetencia Militar
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Ahora quedaban solamente dos gobernantes, así que los chilenos se prepararon para reducir la lista. Enviaron varias columnas en busca de Montero, refugiado en su recién declarada capital de Arequipa. Cuando los dos bandos se enfrentaron en octubre, los habitantes de la ciudad recuperaron de pronto el sentido común y obligaron a Montero a rendirse sin disparar un solo tiro. Montero, el quinto dirigente peruano al que vencían en la guerra, escapó, cómo no, a Europa, que ya podía presumir de una abultada población de exdirigentes sudamericanos.

Después de numerosos falsos finales, por fin la guerra había terminado. Casi fiel a su palabra, Iglesias firmó un tratado de paz con los chilenos para terminar la guerra, pero olvidó decírselo a los bolivianos, entonces sorprendidos de que su alianza secreta hubiese sido violada. Por supuesto, los bolivianos habían estado negociando en secreto con Chile durante años, pero aquello no evitaba que se pusiesen histéricos al sentirse apuñalados por la espalda por los peruanos. Según el tratado, Chile se quedaba con todas las tierras de guano que había conquistado y se retiraba de Lima, finalizando así su ocupación, que había durado tres años. Los dos países acordaron diferir la propiedad de algunos territorios más durante al menos diez años.

Entonces Bolivia quiso firmar algo. Después de haber rechazado inicialmente una propuesta en firme de paz a cambio de una franja de la costa peruana, ahora los bolivianos decidieron aceptar el trato. Los chilenos contemplaron a los bolivianos como si fuesen un espejismo. ¿Lo habrían entendido? Aquel buen trato se había ofrecido únicamente para romper el tándem infernal de Perú y Bolivia. Una vez Perú hubo capitulado, el trato caducó. Los chilenos querían legalizar sus conquistas, no regatear con los destrozados bolivianos. Los bolivianos habían demostrado ser tan ineptos como diplomáticos que como luchadores. Finalmente, los dos bandos acordaron una tregua; los chilenos administrarían los territorios conquistados y se estipularía un tratado de paz.

Pero la guerra no terminaba, y las negociaciones de paz, tampoco. Después de años de conversaciones, en 1904 Bolivia y Chile firmaron un acuerdo mediante el cual terminaban la guerra y legalizaban la situación de Bolivia como un país insignificante y sin salida al mar.

Perú y Chile discutieron durante años por los territorios disputados y finalmente concluyeron los trámites burocráticos en 1929: Perú salvó un infinitésimo gramo de honor recuperando uno de sus territorios perdidos.

Después de haber perdido su línea costera, Bolivia decidió crear una armada. Con almirantes.

¿Qué sucedió después?

Desde que perdió la guerra, Bolivia se quedó sin salida al mar. Cada año, el 23 de marzo, la gente se reúne en el centro de La Paz para lanzar invectivas contra los chilenos. Los dirigentes del país lanzan peroratas sobre cómo planean recuperar los territorios perdidos y cuando los congregados se dispersan, el pueblo hace planes para renovar sus pasaportes para poder visitar la playa.

Perú siguió cambiando y, de ser la piedra angular del vasto Imperio español, pasó a ser un país del montón. El general Cáceres resistió la atracción del exilio europeo y, en lugar de marcharse, se escondió en la montaña y siguió al mando de su pequeña banda de rebeldes. En 1884 se autoproclamó presidente de Perú con la intención de derrocar al traidor Iglesias. Un año después, Cáceres avanzó con su ejército por los helados pasos montañosos para circunvalar al ejército de Iglesias e irrumpió en Lima. Iglesias se rindió y Cáceres se hizo con el poder. Ampliamente considerado como el verdadero héroe de la resistencia contra Chile, fue elegido presidente el año siguiente envuelto en una oleada de fervor patriótico. Cáceres, perpetuando la puerta giratoria de los dictadores, acogió a Iglesias de nuevo en el ejército como general.

Daza regresó a Bolivia de su exilio en Europa en 1894. En cuanto bajó del tren, fue asesinado.

Por lo que respecta al guano, su valor cayó en picado durante la Primera Guerra Mundial, puesto que los nuevos explosivos ya no requerían nitrógeno y se desarrolló un método para sintetizar amoníaco gracias al cual resultaba innecesario arriesgarse por los enormes acantilados de guano. La economía de Chile, completamente dependiente de los excrementos de ave, se tambaleó. Los acantilados de excrementos han recuperado su justo sitio entre los lugares menos valiosos y más pestilentes del planeta.

Como gran gesto de reconciliación, en 2007 Chile devolvió 3.800 libros que había tomado prestados de la Biblioteca Nacional de Perú 125 años antes. Perú, gentilmente, renunció a aplicarle la multa por el retraso en la devolución.

Estados Unidos invade Rusia
Año 1918

Estados Unidos invadió Rusia. Sí, es cierto. Estados Unidos pisó el suelo de la Rusia siberiana en 1918, en un intento de derrocar a Lenin y a sus pioneros comunistas en los inicios de la Unión Soviética. Fue un golpe audaz y visionario: se había identificado a un futuro enemigo y se pretendía acabar con él en su cuna, el tipo de acción estratégica preventiva que, por razones que resultarán obvias, pocas veces han intentado las democracias actuales.

Esta aventura aliada, condenada desde su inicio, tuvo que superar la falta de un plan real (por no mencionar que la Primera Guerra Mundial aún se estaba librando). La única planificación real que se hizo para la invasión de Rusia, el mayor país de la Tierra, fue un breve memorando que el presidente Wilson le mandó al general de división William S. Graves, a quien Wilson había elegido para comandar las tropas estadounidenses asignadas a esta desventurada historia. Wilson, exprofesor universitario, tituló su informe de la invasión el «Memorando»; tal vez demasiado influenciado por los numerosos e imprecisos trabajos de estudiantes de primero de filosofía que había corregido, Wilson copió su estilo. Los políticos hablan sobre teoría, los generales, sobre logística, y el memorando de la invasión de Wilson carecía de ambas cosas. Sus principales características eran la brevedad y una total falta de detalle. Daba la impresión de no haber pensado en las implicaciones prácticas de un objetivo como el de «derrocar a los comunistas» en un país con una extensión de miles de kilómetros, simplemente con la ayuda de unas pocas brigadas de valientes hombres y un puñado de incontrolables aliados.

La invasión de Siberia llegó a perjudicar hasta tal punto a los comunistas, que sólo consiguieron mantenerse en el poder durante otros ochenta años más.

Los actores

Woodrow Wilson:
Presidente estadounidense idealista y con gafas. El exprofesor universitario llevó Estados Unidos a la Primera Guerra Mundial unos pocos meses después de haber sido reelegido justamente por haber prometido que no entraría en la guerra. Y cuando un académico se pone a luchar, vale más ir con cuidado. Ni siquiera una guerra que costó a Estados Unidos más de 100.000 bajas consiguió frenar las ansias luchadoras de Woody: cuando vio la oportunidad de hacerse con los comunistas, redactó corriendo un memorando y se volvió a poner manos a la obra.

La verdad desnuda: Era tan arrogante que incluso los franceses le odiaban.

Méritos: Se enfrentó a los comunistas cuando el senador Joseph McCarthy aún estaba en la escuela primaria.

A favor: Tenía un plan de catorce mandamientos sobre cómo gobernar el mundo.

En contra: Su plan tenía cuatro puntos más que los mandamientos de Dios.

Vladimir Lenin:
Con la inestimable ayuda del kaiser Guillermo II, lideró a los bolcheviques en su toma del poder en Rusia después de asesinar al zar y a su familia de amenazadores niños.

La verdad desnuda: Creía en una revolución mundial de la clase trabajadora tras la que nadie poseería nada, pero todo el mundo trabajaría duramente para poseerlo todo entre todos, o algo parecido.

Méritos: Convenció al kaiser de que le enviase de regreso a Rusia para iniciar una revolución a pesar de que él odiaba a los alemanes y los alemanes le odiaban a él.

A favor: Impulsó una revolución mundial con el pegadizo tema de una canción: La Internacional.

En contra: Formó la Unión Soviética.

Almirante Alexander Koichak:
Una vez superada la emoción de estar acuartelado en la ciudad de Omsk, en Siberia occidental, a 2.500 kilómetros de Moscú, el ex almirante se autoproclamó Dirigente Supremo de Rusia.

La verdad desnuda: Estaba guapo vestido con su uniforme de almirante y los países occidentales le apoyaron.

Méritos: Robó toda la reserva de oro del zar.

A favor: Estaba consagrado a destruir a los bolcheviques.

En contra: Las tácticas navales no funcionan demasiado bien en tierra.

General de división William S. Graves:
El general Graves, que no se había precisamente distinguido al defender el frente de San Francisco durante la Primera Guerra Mundial, recibió la nada envidiable tarea de derrocar al gobierno ruso con una minúscula división de infantería.

La verdad desnuda: Las órdenes finales que recibió del secretario de Guerra en la estación de tren de Kansas City fueron: «Que Dios le bendiga y adiós».

Méritos: En Rusia pronto se dio cuenta de que sus soldados aguantaban mejor las resacas que los bolcheviques.

A favor: Nunca se tragó el cuento de que la aventura siberiana iba a salir bien.

En contra: Después de leer el ridículo memorando de Wilson, se imaginó que aquel ampuloso asunto iba a terminar mal, pero a pesar de ello se embarcó diligentemente en la aventura.

La situación general

Las guerras forman extrañas parejas de cama y la Primera Guerra Mundial no fue una excepción. Estados Unidos, Gran Bretaña y Francia, junto a otros pequeños países que siempre luchan con los aliados más importantes, pero a los que en realidad nadie presta atención, se unieron contra el kaiser alemán y Austria. El zar no era precisamente un tipo de persona democrática, pero a causa de una serie de tratados entrelazados que en realidad nadie comprendía, los rusos acabaron formando equipo con los franceses y los británicos contra los alemanes, los austríacos y los turcos en el primer gran espectáculo del sangriento siglo XX.

Después de que los ineptos ejércitos rusos sufrieran millones de bajas, el pueblo ruso se sublevó y, a principios de 1917, derrocó al zar y lo sustituyó por un gobierno provisional. Estas noticias fueron bien recibidas por los aliados, puesto que el nuevo gobierno se presentaba con un nombre que sonaba mucho más democrático que el Reino de Rusia.

Pero Rusia se estaba debilitando. Los demócratas rusos, en su mayoría siervos sin tierra, se habían cansado de haber desempeñado durante tantos siglos el papel de carne de cañón de los ineptos oficiales rusos. La carne de cañón campesina, sin embargo, estaba altamente valorada por los franceses, británicos y americanos, porque el vasto ejército ruso obligaba a que las tropas alemanas dispusieran igualmente de grandes cantidades de soldados en el frente oriental. Los aliados temían que si el ingente número de soldados siervos alemanes tenían vía libre para atacar el frente occidental, lo más probable fuera que apareciesen en el canal de la Mancha en unas seis semanas. Por supuesto, los franceses creían que esto nunca podía pasar.

La situación en Rusia tomó un cariz horriblemente dramático para los aliados a finales de 1917, cuando los bolcheviques, dirigidos por Lenin y Trotski, se hicieron con el control del país mediante un golpe de Estado limpiamente ejecutado (disfrazado inteligentemente como una revolución) y apartaron del poder al gobierno provisional, demostrando el hecho de que si tu objetivo es establecer un nuevo gobierno y lo denominas Gobierno provisional, probablemente acabe siéndolo.

Para los aliados, el hecho de tener a un montón de bolcheviques como sus nuevos aliados al mando de Rusia no era precisamente tranquilizador. Pero en febrero de 1918, cuando los bolcheviques declararon que dejarían de luchar en esa guerra imperialista y capitalista contra Alemania y que sus soldados regresarían a casa, los aliados sufrieron el golpe de la paz con toda su fuerza. La retirada de Rusia significaba la transferencia potencial de unas setenta divisiones alemanas desde el frente del este al del oeste.

Los bolcheviques firmaron con entusiasmo el tratado de Brest-Litovsk el 3 de marzo de 1918, regalándose una completa y absoluta derrota. Este feliz acontecimiento para el kaiser despejó el camino de una vasta ofensiva alemana en primavera, diseñada para empujar a los atribulados aliados más allá del límite. Los aliados estaban desesperados por lograr que los rusos regresasen al terreno de juego, y si para ello Rusia tenía que cambiar su gobierno otra vez, pues que así fuese. Y si cambiar el gobierno de Rusia significaba finalizar con el experimento del comunismo, cuyo objetivo declarado era erradicar el capitalismo y destruir todos los gobiernos de los aliados, pues mejor que mejor.

Los aliados estuvieron de acuerdo en que, con una guerra mundial en marcha, una invasión tendría perfectamente sentido.

Por desgracia, el presidente Wilson ya había tachado el decimocuarto punto de su plan para una paz mundial duradera; dicho punto afirmaba enfáticamente que se debía permitir que los países se gobernasen ellos mismos, que era lo que los rusos estaban haciendo al cien por cien. A pesar de la existencia de su plan para alcanzar la perfección del mundo, Wilson, presionado por los británicos y franceses, acabó tirando sus ideales por la borda.

Por fortuna, a Wilson le cayó del cielo una estupenda tapadera: la legión perdida checa. La legión, que contaba con una fuerza de unos 30.000 hombres, había estado combatiendo contra los alemanes y austríacos junto con los siervos del zar, que seguían muriendo para poder continuar sometidos a su poco avispado gobernante. Cuando los rusos salieron de la guerra, los checos, cuyas filas estaban repletas de desertores del ejército austríaco, se convirtieron en soldados sin guerra. Los checos obtuvieron permiso de los bolcheviques para viajar en el tren Transiberiano hasta el puerto de Vladivostok, en la costa del Pacífico, desde donde los irresponsables franceses accedieron a conducirlos de regreso al matadero del frente occidental.

Los aliados ya tenían su tapadera: las tropas checas necesitaban ayuda. Además, gran parte del equipo que los aliados habían enviado a los desagradecidos rusos se estaba oxidando en los muelles de Vladivostok, así como en los puertos rusos del norte de Arcángel y Murmansk. Los aliados eran los propietarios del equipo y, ya que los rusos iban a dejar de intervenir en la guerra, querían que se lo devolviesen.

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