Bitterblue (46 page)

Read Bitterblue Online

Authors: Kristin Cashore

Tags: #Infantil y juvenil, #Aventuras, #Fantástico

BOOK: Bitterblue
7.81Mb size Format: txt, pdf, ePub

—Zaf.

Al decir su nombre se dio cuenta de que era todo cuanto podía hablar sin correr riesgos. Él esperó, pero a Bitterblue no se le ocurría cómo continuar. Cuando Zaf se echó hacia atrás, creyó que volvía a su trabajo, pero en cambio le dirigió unas palabras a Raposa:

—Regresaré dentro de un momento.

Sin mirarla, pasó a través de la ventana. Luego se desenganchó una cuerda que tenía atada a una especie de cinturón ancho que llevaba puesto. Echando la cuerda fuera de la ventana, cerró esta de un tirón, todo ello sin mirarla todavía. Un gorro de punto le tapaba el cabello y hacía que sus rasgos faciales se vieran más definidos, y también adorables. Las pecas no le habían desaparecido con el otoño.

—Vamos —dijo, y sin más se apartó de las ventanas para ir hacia uno de los extremos del cuarto vacío. Bitterblue lo siguió. A través de la ventana, Raposa les echó una ojeada y después se puso de nuevo a trabajar.

Se encontraban en una estancia larga y estrecha en la que había aspilleras que daban al puente levadizo y al foso, un sitio destinado a llenarse de arqueros en caso de que hubiera un asedio. Desde el lugar elegido por Zaf se veía la puerta que había en cada extremo y todas las trampillas del techo. Bitterblue deseó haber dedicado un rato a enterarse con más detalle del uso que tenía ese espacio. ¿Y si los centinelas se encontraban apostados arriba, en el techo? ¿Y si bajaban por las trampillas para el cambio de guardia? Sería extraño encontrar a la reina temblando en esa estancia oscura con el calafateador de ventanas.

—¿Qué quiere? —preguntó Zaf con sequedad.

—Mi capitán de la guardia monmarda ha desaparecido —consiguió decir, recriminándose para sus adentros la estúpida tristeza que le causaba su presencia—. Tras días y días sin haber novedades, me dijo que creía que Runnemood era el único responsable de todos los crímenes contra los buscadores de la verdad y después desapareció. Todos me dicen que se ha ido a las refinerías de plata por algún asunto urgente relacionado con piratas. Pero hay algo que no me cuadra, Zaf. ¿Has oído algo sobre esto?

—No. Y si eso es cierto, entonces Runnemood está vivo y en perfectas condiciones en el distrito este, porque en una vivienda donde almacenábamos contrabando se prendió fuego anoche y un amigo pereció en el incendio.

Po, sé que te vas pronto y sin duda estás agobiado con los preparativos
, transmitió Bitterblue con ansiedad.
Pero antes de partir, ¿tienes tiempo para dar otra batida por el distrito este en busca de Runnemood? Es muy, muy importante
.

—Siento lo ocurrido —dijo en voz alta.

Zaf agitó la mano con irritación.

—También corren rumores —prosiguió Bitterblue, que procuró no sentirse herida por el rechazo mostrado por Zaf a sus palabras de conmiseración—. Rumores sobre la corona. ¿Los has oído? Una vez que llegue a oídos de la guardia monmarda, me será imposible ocultar que no la tengo en mi poder, Zaf.

—Gris solo intenta ponerla nerviosa —dijo él—. Para que le entre pánico, como le ocurre ahora, y haga lo que él desee.

—Bueno, y ¿qué es lo que desea?

—Lo ignoro. —Zaf se encogió de hombros—. Cuando él quiera que usted lo sepa, lo sabrá.

—Estoy atrapada aquí. Me siento inútil, impotente. No sé cómo dar con Runnemood. Ni siquiera sé qué es lo que estoy buscando. No sé qué hacer con Gris. Mis amigos tienen sus propias prioridades, y mis hombres no parecen entender que algo va terriblemente mal. No sé qué hacer, Zaf, y tú tampoco quieres ayudarme porque hubo un tiempo en que te oculté mi poder y ahora es lo único que ves. Creo que no te das cuenta de tu propio poder sobre mí. Yo lo he sabido desde que nos tocamos. Yo… —La voz se le quebró—. Habría una forma de que tú y yo pudiéramos lograr cierto equilibrio, si me dejaras llegar a ti.

Zaf permaneció callado unos instantes. Por fin, habló con una especie de tranquila amargura:

—Eso no basta. La atracción no es suficiente. Busque a otro que despierte esa emoción en usted.

—Zaf, no es eso lo que siento —gritó—. Escucha bien lo que digo. Somos amigos.

—Bueno, ¿y qué? —instó con brusquedad—. ¿Qué imagina? ¿Me ve a mí, encerrado en este castillo, su amigo del alma plebeyo, aburrido como una ostra? ¿Quiere convertirme en un príncipe? ¿Cree que quiero tener algo que ver con todo esto? Lo que quiero es lo que creía que tenía. Quiero a la persona que usted no es.

—Zaf —susurró ella, al borde del llanto—. Siento mucho haber mentido. Ojalá pudiera contarte muchas otras cosas que son ciertas. El día que robaste la corona descubrí un código cifrado que mi madre desarrolló y le ocultó a mi padre. Leerlo no es fácil. Si alguna vez decides perdonarme y quieres saber cosas de mi madre de verdad, te las contaré.

Él la observó unos instantes y después bajó la vista al suelo, con los labios prietos. Entonces alzó el brazo y se llevó la manga a los ojos. La dejó estupefacta la idea de que quizás estuviera llorando; tan atónita que añadió algo más:

—No renunciaría a nada de lo que ha habido en nuestra relación, pero lo cambiaría todo porque mi madre estuviera viva. Lo cambiaría por conocer mejor mi reino y ser una reina mejor. Quizá renunciaría a ello a cambio de haberte causado menos daño. Pero me has hecho un regalo sin saberlo. Nunca había experimentado esas emociones antes, Zaf, con nadie. Ahora sé que hay cosas en la vida que están a mi alcance y que jamás creí que podría tener antes de conocerte. No renunciaría a eso como tampoco renunciaría a ser reina. Ni siquiera para que dejaras de castigarme.

Zaf estaba con la cabeza agachada y cruzado de brazos. Le recordaba una de las solitarias esculturas de Belagavia.

—¿No vas a decir nada? —susurró.

Él no contestó. No hizo un solo movimiento, no emitió sonido alguno.

Bitterblue se dio la vuelta y se escabulló escaleras abajo.

Capítulo 30

E
sa noche Raffin, Bann y Po cenaron con ella y con Helda. Teniendo en cuenta que era un grupo de amigos que se reunían, a Bitterblue le pareció que se comportaban de forma extraña —como inhibidos—, y se preguntó si la inquietud por Katsa empezaba a ser contagiosa. De ser así, la intranquilidad de los otros no ayudaba mucho a aliviar sus propias preocupaciones.

—Me gusta cómo has seguido mi consejo de no atraer la atención sobre tu relación con Zaf —comentó Po con sarcasmo.

—No nos vio nadie —replicó Bitterblue, que esperaba con paciencia que Bann le cortara la chuleta de cerdo. Ejercitó los músculos del hombro herido con precaución para aliviar las molestias acumuladas a lo largo del día—. En cualquier caso, ¿quién te crees que eres para ir organizando tareas y hacer encargos en mi castillo?

—Zaf es un grano en el culo, Escarabajito —dijo su primo—. Pero un grano útil. Si ocurriera algo con la corona, es preferible tenerlo a nuestro alcance. Y ¿quién sabe? Quizás oiga por casualidad algo interesante para nosotros. Le he pedido a Giddon que lo vigile después de que me marche.

—Yo colaboraré, si hay que hacerlo unos cuantos días —se ofreció Bann.

—Gracias, Bann —dijo Po.

Bitterblue se quedó pensativa, sin entender ese intercambio, pero entonces se le ocurrió otra pregunta:

—Po, ¿qué le has contado exactamente a Giddon de mi historia con Zaf?

Po abrió la boca y enseguida la volvió a cerrar.

—Yo tampoco sé mucho sobre eso, Bitterblue —dijo después—. Aparte de que he tenido la discreción de no preguntaros a ninguno de los dos respecto a eso. —Su primo hizo una pausa para empujar con el tenedor algunas zanahorias del plato—. Giddon sabe que, si observa en Zaf cualquier tipo de comportamiento irrespetuoso hacia ti, tiene que estamparlo contra una pared.

—Es probable que a Zaf le guste eso.

Po emitió un sonido de exasperación.

—Mañana voy al distrito este de la ciudad —anunció entonces—. Ojalá no tuviera que viajar a Elestia, porque pondría patas arriba toda la ciudad para dar con Runnemood y luego cabalgaría hasta las refinerías para encontrar yo mismo a tu capitán.

—¿Hay tiempo para que Giddon o yo vayamos a buscar a Smit? —preguntó Bann.

—Buena pregunta —dijo Po, que lo miró con el ceño fruncido—. Ya lo discutiremos.

—¿Y qué tal les fue a ustedes dos? —intervino Bitterblue mientras se volvía hacia Raffin y Bann—. ¿Llevaron a buen fin los asuntos por los que viajaron a Meridia?

—En realidad no ha sido un viaje relacionado con el Consejo, majestad —contestó Raffin con aparente apuro.

—¿No? ¿Qué fueron a hacer, pues?

—Era una misión real. Mi padre insistió en que hablara con Murgon sobre casarme con su hija.

Bitterblue se quedó boquiabierta.

—¡No puede casarse con su hija! —exclamó tras reaccionar.

—Y eso es lo que le dije, majestad —contestó Raffin, y no añadió nada más. Que no diera más detalles la complació. Al fin y al cabo, no era un asunto de su incumbencia.

Desde luego, estando en esa compañía, era imposible no pensar en equilibrios de poder. Raffin y Bann intercambiaban miradas de vez en cuando, ya fuera compartiendo un silencioso acuerdo o tomándose el pelo; o simplemente se miraban, como si el uno fuera un plácido lugar de reposo para el otro. El príncipe Raffin, heredero del trono de Terramedia; Bann, que no poseía título ni fortuna. Cómo anhelaba hacerles preguntas que eran demasiado indiscretas para plantearlas, incluso para sus criterios. ¿Qué hacían para compensar el tema económico? ¿Cómo tomaban decisiones? ¿De qué forma afrontaba Bann la expectativa de que Raffin se casara y engendrara herederos? Si Randa sabía la verdad sobre su hijo, ¿correría peligro Bann? ¿Bann no se sentiría incómodo alguna vez por la riqueza y la jerarquía de Raffin? ¿En qué afectaba, si lo hacía, el desequilibrio de poder en la cama?

—¿Giddon está fuera? —preguntó, porque lo echaba de menos—. ¿Por qué no se ha reunido con nosotros?

La reacción fue inmediata: el silencio se adueñó de la mesa y sus amigos se miraron entre sí con expresión apurada. A Bitterblue le dio un vuelco el corazón.

—¿Qué ocurre? ¿Le ha pasado algo malo?

—No está herido, majestad —contestó Raffin con un tono que no la convenció—. Al menos físicamente. Deseaba estar solo.

—¿Qué ha pasado? —preguntó Bitterblue al tiempo que se incorporaba de golpe.

Raffin respiró hondo y soltó despacio el aire antes de contestar con la misma voz pesimista:

—Mi padre lo ha declarado reo de traición, majestad, basándose tanto en su participación en el derrocamiento del rey de Nordicia como en sus continuas contribuciones monetarias al Consejo. Lo ha despojado de título, tierras y fortuna, y si regresa a Terramedia será ejecutado. Y para hacerlo fehaciente, Randa ha quemado su casa solariega y la ha arrasado hasta los cimientos.

A Bitterblue le faltó tiempo para llegar a los aposentos de Giddon.

Lo encontró en una silla, en un rincón apartado, con los brazos colgando, las piernas estiradas y el rostro petrificado por la conmoción.

Bitterblue se acercó a él y se arrodilló delante; lo tomó de la mano y deseó poder mover las dos para consolarlo.

—No debería arrodillarse ante mí —susurró él.

—Calle —le dijo. Se acercó a la cara la mano de Giddon, la meció, la acarició y la besó al tiempo que las lágrimas le corrían por las mejillas.

—Majestad —exclamó él, que se inclinó hacia Bitterblue y le tocó la cara con las manos, suave y afectuosamente, como si fuera la cosa más natural hacer algo así—. Está llorando.

—Lo siento. No puedo evitarlo.

—Me consuela —dijo Giddon, que le enjugó las lágrimas con los dedos—. Yo no siento nada.

Bitterblue conocía esa especie de insensibilidad. También sabía lo que venía a continuación, cuando la conmoción se pasaba. Se preguntó si Giddon era consciente de lo que se avecinaba, de si había experimentado alguna vez esa clase de aflicción, esa pesadumbre trágica.

Parecía que hacerle preguntas ayudaba a Giddon, como si al responderlas fuera llenando espacios vacíos y recordara quién era. Así pues, le preguntó cosas y aprovechó cada respuesta para encontrar qué pregunta hacer a continuación.

Así fue como se enteró de que Giddon había tenido un hermano que murió al caer de un caballo cuando tenía quince años; que el animal era de Giddon y no le gustaba que lo montaran otras personas, y que él había aguijoneado a su hermano para que montara, sin imaginar jamás las consecuencias. Giddon y Arlend habían peleado y competido continuamente, no solo por los caballos; lo más probable era que hubiesen peleado también por las propiedades de su padre si Arlend hubiera vivido. Ahora Giddon deseaba que su hermano no hubiera muerto y hubiera salido victorioso en la disputa por la heredad. Puede que no hubiera sido un señor justo, pero no habría provocado la ira del rey.

—Éramos gemelos, majestad. Después de que muriera, cada vez que mi madre me miraba, creo que veía un fantasma. Me juraba que no, y nunca me culpó de ello abiertamente, pero yo se lo veía en la cara. No vivió mucho después de aquello.

También fue así como Bitterblue descubrió que Giddon no sabía si todos habían conseguido salir sin sufrir daños.

—¿Salir? —repitió, y entonces comprendió. «Oh. Oh, no.»—. Seguro que la intención de Randa no era matar a nadie. Seguro que se advirtió a la gente para que saliera de la casa. Él no es Thigpen o Drowden.

—Me preocupa que cometieran la estupidez de intentar salvar algo de los recuerdos familiares. Mi ama de llaves habría intentado salvar a los perros, y mi jefe de caballerizas, a los caballos. Yo… —Aturdido, Giddon sacudió la cabeza—. Si alguno ha muerto, majestad…

—Mandaré a alguien a investigar.

—Gracias, majestad, pero estoy seguro de que la información ya está en camino.

—Yo… —Era intolerable no poder hacer nada más. Se contuvo antes de decir algo precipitado, como una oferta de un señorío monmardo, pero, tras examinar la idea, comprendió que no serviría en absoluto para consolarlo y, probablemente, haría que se sintiera insultado. Si a ella la depusieran y arrasaran su castillo, ¿cómo le afectaría que le ofrecieran como regalo la soberanía de un país del que no sabía nada, en otro lugar que no fuera Monmar? Era inconcebible.

—¿Cuántas personas estaban a su servicio, Giddon?

—Noventa y nueve en la casa y los terrenos aledaños, gente que ahora no tiene hogar ni ocupación. Quinientos ochenta y tres en la ciudad y en las granjas que no tendrán en Randa un señor considerado. —Hundió la cabeza en las manos—. Y aun así, ignoro si hubiese actuado de otra forma aun sabiendo las consecuencias, majestad. Jamás habría seguido siendo un hombre de Randa. Qué mal lo he hecho todo. Arlend tendría que haber vivido.

Other books

Ancestor Stones by Aminatta Forna
A Little Fate by Nora Roberts