Bitterblue (43 page)

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Authors: Kristin Cashore

Tags: #Infantil y juvenil, #Aventuras, #Fantástico

BOOK: Bitterblue
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—Bueno, Ror sabe tu conexión con el Consejo, ¿no es así? —preguntó.

—Sí.

—Y ya se ha enterado de que Celaje prefiere a los hombres. ¿Es que no se ha reconciliado con esas sorpresas?

—Es que ninguno de los dos casos fue una nadería —dijo Po—. Se armó un buen escándalo.

—A mí me pareces una persona con capacidad para aguantar unos cuantos gritos —comentó con ligereza.

La sonrisa que esbozó su primo era descorazonada y compungida.

—Ror y yo gritando y Katsa y yo gritando son dos cosas distintas por completo —dijo—. Él es mi padre, además de mi rey. Y le he estado mintiendo toda la vida. Está tan orgulloso de mí, Bitterblue. Su decepción va a ser demoledora, y lo percibiré hasta en su respiración.

—Po…

—¿Sí?

—Cuando mi madre tenía dieciocho años y Leck la eligió, ¿quién dio permiso para el casamiento?

Po se quedó pensativo.

—Mi padre era rey —dijo luego—. Debió de ser él, a requerimiento de Cinérea.

—Creo que Ror debe de saber lo que se siente al traicionar a alguien a quien quieres.

—Pero no era culpa suya, por supuesto. Leck visitó la corte lenita y manipuló con su don a cuantos estaban allí.

—¿Y hasta qué punto crees tú que le consuela a Ror esa reflexión? —preguntó Bitterblue en voz queda—. Él era su rey y su hermano mayor. La envió lejos para que fuera torturada.

—Espero que tu intención sea consolarme —dijo su primo, que tenía los hombros hundidos—. Pero lo único que se me ocurre es que, si Ror hubiese sabido por entonces mi aptitud para captar algunos pensamientos, me habría presentado a Leck durante esa visita a fin de investigar al posible esposo de su hermana. Y tal vez yo habría podido evitar todo eso.

—¿Cuántos años tenías?

A Po le llevó unos segundos calcularlo.

—Cuatro —dijo, en apariencia sorprendido por su respuesta.

—Po, ¿qué crees tú que Leck le habría hecho a un niño de cuatro años que percibiera su secreto e intentara que los demás lo vieran también?

Su primo no contestó.

—Fue tu madre quien te obligó a mentir sobre tu gracia, ¿no es cierto? —le preguntó.

—Y mi abuelo, sí. Por mi propia seguridad —confirmó Po—. Temían que mi padre quisiera utilizarme.

—Hicieron lo correcto. De no ser así, estarías muerto. Cuando Ror reflexione detenidamente sobre todo esto, verá que todos han hecho lo que creían que era lo mejor en todo momento. Te perdonará.

En su despacho había ciertas cosas que Bitterblue ya no creía necesario fingir que ignoraba. Rood y Darby no sabrían el origen de su amistad con Teddy y Zaf, pero ya no era un secreto que acaso ella estuviera enterada de cosas que ellos habían ocultado.

—Me he enterado de que la situación en las escuelas de la ciudad es desastrosa por culpa de Runnemood —les dijo a los dos—. Por lo visto, no se enseña historia a casi nadie, ni a leer, lo cual, además de vergonzoso, es un problema que vamos a abordar de inmediato. ¿Qué sugerencias tenéis vosotros dos?

—Perdón, majestad —dijo Darby, que estaba sudando y tenía la cara húmeda y pegajosa. Al hablar se puso a temblar—. Me siento terriblemente enfermo. —Dio media vuelta y salió corriendo por la puerta.

—¿Qué le ocurre? —preguntó Bitterblue de forma intencionada, a sabiendas de cuál era la respuesta.

—Intenta dejar de beber, majestad, ahora que la ausencia de Thiel hace necesaria nuestra presencia —contestó Rood sin que se le alterara la voz—. La indisposición pasará cuando lo haya conseguido.

Bitterblue lo observó con detenimiento. Tenía los bordes de las mangas manchados de tinta; el cabello blanco, peinado de manera que le cubría la parte calva del cráneo, empezaba a descolocársele. La expresión de los ojos del consejero era tranquila y triste.

—Me pregunto por qué no hemos tenido una colaboración más estrecha en el trabajo, Rood —le dijo—. Creo que finges menos que los otros.

—En tal caso, majestad, podemos trabajar más estrechamente en este asunto de las escuelas. ¿Y si creamos un nuevo ministerio, dedicado a la educación? Podría presentarle candidatos idóneos para el puesto de ministro.

—Bueno, me doy cuenta de que tendría sentido reunir un equipo dedicado a esta materia, aunque tal vez nos estamos precipitando. —Bitterblue miró el reloj de pared—. ¿Y el capitán Smit? —añadió, porque el capitán monmardo había prometido ir al despacho todas las mañanas para informarle en persona respecto a la búsqueda de Runnemood. Y la mañana casi había quedado atrás ya.

—¿Quiere que vaya a buscarlo, majestad?

—No. Sigamos discutiendo este asunto un poco más. ¿Querrás empezar por explicarme cómo se dirige ahora la enseñanza?

Resultaba un poco extraño pasar un rato hablando de un objetivo claro con una persona que, en el momento más inesperado, podía recordarle a Runnemood. La personalidad sin pretensiones de Rood no podría ser más distinta, pero el timbre de voz era parecido, sobre todo cuando empezaba a sentirse seguro con el tema que trataba. También lo era el rostro, desde ciertos ángulos. Bitterblue echaba ojeadas a las ventanas vacías de vez en cuando en un intento de asimilar que un hombre que se había sentado en ellas tantas veces hubiera sido capaz de apuñalar a personas hasta matarlas mientras dormían e intentar matarla a ella.

Cuando llegó el mediodía sin que Smit se hubiera presentado todavía, Bitterblue decidió ir por sí misma a buscarlo.

El cuartel de la guardia monmarda estaba al oeste del patio mayor, en la planta baja del castillo. Bitterblue entró.

—¿Dónde está el capitán Smit? —demandó a un joven nervioso que había sentado a un escritorio, al otro lado de la puerta.

El guardia se la quedó mirando boquiabierto, se incorporó de un brinco y después la condujo a través de otra puerta que daba a un despacho. Bitterblue se encontró al capitán Smit apoyado en un escritorio pulcrísimo y hablando con Thiel. Los dos hombres se pusieron de pie al instante.

—Confío en que no esté entrometiéndose —le dijo Bitterblue a Smit—. Ya no es mi consejero. En consecuencia, no está en disposición de obligarle a hacer nada, capitán Smit.

—Todo lo contrario, majestad —contestó el capitán, que le hizo una reverencia—. No se entrometía ni me daba órdenes, sino que respondía a unas preguntas que le hacía sobre en qué empleaba el tiempo Runnemood. O, más bien, intentaba responderme, majestad. El problema con el que me estoy tropezando es que Runnemood se mostraba muy reservado y contaba historias contradictorias respecto a dónde iba en cualquier momento dado.

—Entiendo. ¿Y el motivo de no haber ido a informarme esta mañana?

—¿Cómo? —El capitán Smit echó un vistazo al reloj que tenía en el escritorio, y acto seguido dio un puñetazo tan fuerte en la madera que sobresaltó a Bitterblue—. Este reloj no deja de pararse. Da la casualidad de que tengo poco que informar, pero eso no es una excusa, desde luego. No he hecho progresos en la búsqueda de Runnemood ni he conseguido descubrir nada sobre las conexiones que podría tener con las personas de esa lista que me dio. Pero acabamos de empezar, majestad. Por favor, no pierda la esperanza; quizá mañana tenga algo de lo que informarle.

En el patio mayor, Bitterblue se paró para echar una mirada hostil a un arbusto podado en forma de pájaro, llamativo con las hojas del color del otoño. Estaba apretando con fuerza el puño del brazo sano.

Se dirigió a la fuente, se sentó en el frío borde e intentó discernir por qué se sentía tan frustrada.

«Supongo que forma parte de ser una reina —pensó—. Y de estar herida, y de que Zaf no quiera verme, y de que todo el mundo sepa dónde y con quién estoy todo el tiempo. Tengo que quedarme sentada y esperar mientras otros van de aquí para allá investigando cosas, y después vuelven y me presentan un informe. Estoy atrapada aquí, esperando, mientras todos los demás viven aventuras. No me hace gracia».

—¿Majestad?

Alzó la vista y se encontró con Giddon de pie, a su lado; copos de nieve se derretían en su cabello y en la chaqueta.

—¡Giddon! Po me decía esta misma mañana que usted volvería enseguida. Qué alegría verlo.

—Majestad —empezó él en voz grave mientras se pasaba los dedos por el pelo—, ¿qué le ha pasado en el brazo?

—Oh, esto. Runnemood intentó asesinarme —contestó.

Él se la quedó mirando con aire estupefacto.

—¿Runnemood, su consejero? —preguntó.

—Están pasando muchas cosas, Giddon —contestó, sonriente—. Mi amigo de la ciudad me robó la corona. Po está inventando una máquina voladora. He apartado del servicio a Thiel. Y he descubierto que todos los bordados de mi madre son mensajes cifrados.

—¡Pero si no he estado fuera ni tres semanas!

—Po ha estado enfermo, ¿sabe?

—Lo siento —dijo él, inexpresivo.

—No sea imbécil. De hecho, ha estado muy mal.

—¿Sí? —Ahora, Giddon parecía sentirse incómodo—. ¿A qué se refiere, majestad?

—¿Qué quiere decir con que a qué me refiero?

—Quiero decir que si ya está bien.

—Ahora se encuentra un poco mejor, sí.

—No está… No corre peligro, ¿verdad, majestad?

—Se va a poner bien, Giddon —dijo, aliviada al oír un atisbo de ansiedad en la voz del noble—. Tengo una lista de nombres que quiero darle. ¿Adónde va primero? Lo acompañaré.

Giddon tenía hambre; Bitterblue estaba aterida de frío por el aire helado y la humedad de la fuente, y quería enterarse del asunto del túnel de Piper y de lo que pasaba en Elestia. Así pues, él la invitó a acompañarlo a buscar algo de comer. Ella aceptó y Giddon la condujo a través del vestíbulo del este hacia un corredor abarrotado de gente.

—¿Adónde vamos? —preguntó.

—Se me ocurrió que podríamos ir a las cocinas —repuso el noble—. ¿Conoce sus cocinas, majestad? Están contiguas a los jardines del sudeste.

—De nuevo me lleva a hacer una excursión por mi castillo.

—El Consejo tiene contactos aquí, majestad. Confío en que Po se reúna con nosotros. ¿Tiene tanto frío como aparenta? —preguntó.

Entonces vio lo que Giddon veía: un hombre que se acercaba con un montón de mantas de colores en los brazos.

—Oh, sí —contestó—. Acorralémoslo, Giddon.

Unos instantes después, Giddon la ayudaba a echarse una manta de colores verde musgo y dorado por encima del brazo herido y la espalda.

—Muy bonita —dijo él—. Este color me recuerda a mi hogar.

—Majestad —saludó una mujer a la que Bitterblue no había visto nunca, y que se metió afanosamente entre Giddon y ella. Era menuda, mayor, con arrugas, e incluso más baja que ella—. Permítame, majestad —dijo, agarrando la parte delantera de la manta, que Bitterblue mantenía cerrada con la mano buena. La mujer sacó un broche sencillo de estaño, juntó los bordes de la manta y los prendió con el broche.

—Gracias —dijo Bitterblue, sin salir de su asombro—. Tiene que decirme cómo se llama para poder devolverle el broche.

—Me llamo Devra, majestad, y trabajo con el zapatero.

—¡El zapatero! —Bitterblue dio unos toquecitos al broche en tanto que el movimiento de gente por el pasillo los arrastró a Giddon y a ella hacia su destino—. Ignoraba que hubiera un zapatero —se dijo a sí misma en voz alta, luego miró de reojo a Giddon y suspiró. La manta arrastraba tras ella como la cola de un magnífico y caro manto; lo extraño era que la hacía sentirse como una reina.

Bitterblue nunca había oído tanto ruido ni había visto a tanta gente trabajando a un ritmo tan frenético como en las cocinas. Se quedó estupefacta al descubrir que había un graceling de mirada alocada que era capaz de saber por el aspecto —y sobre todo por el olor de una persona— lo que sería, en ese momento, más satisfactorio comer para él o para ella.

—A veces es agradable que le digan a una lo que le apetece —le comentó Giddon, inhalando el vapor que se alzaba de la taza de chocolate que sostenía.

Cuando Po llegó y se detuvo con prudencia delante de Giddon, prietos los labios y cruzado de brazos, Bitterblue lo vio como lo estaría viendo Giddon y comprendió que su primo había perdido peso. Tras unos instantes de evaluación mutua, Giddon le habló:

—Te hace falta comer. Siéntate y deja que Jass te olfatee.

—Me pone nervioso. —Po se sentó—. Me preocupa hasta dónde puede llegar su percepción.

—Ironías de la vida —comentó Giddon con sequedad mientras se metía en la boca una cucharada llena de alubias con jamón—. Tienes un aspecto horrible. ¿Te ha vuelto el apetito?

—Estoy famélico.

—¿Tienes frío?

—Vaya, ¿es que piensas dejarme tu chaqueta empapada? —le preguntó Po con un resoplido—. Deja de interesarte por mí como si fuera a morirme hoy mismo. Estoy bien. ¿Por qué lleva Bitterblue una manta como si fuera una capa? ¿Qué le has hecho?

—Siempre me has caído mejor cuando Katsa está cerca —comentó Giddon—. Me trata de un modo tan infame que, en comparación, tú pareces agradable.

A Po se le curvó la boca con un tic, como si fuera a sonreír.

—Es que tú la provocas a propósito —comentó luego.

—Eso es fácil de lograr. Cualquier cosa la provoca. —Giddon empujó una bandeja de pan y queso para ponerla al alcance de Po—. A veces lo consigo incluso por el mero hecho de respirar. Bien —cambió de tema con brusquedad—, tenemos unos cuantos problemas y los expondré lisa y llanamente. El pueblo de Elestia está decidido, pero es justo como dijo Katsa: no tienen planes más allá de deponer a Thigpen. Y este tiene una reducida camarilla de lores y damas favoritos, nobles avariciosos, leales a su rey, pero aún más leales a sí mismos. Hay que neutralizarlos a todos, del primero al último, o en caso contrario se corre el peligro de que uno de ellos se alce con el poder en sustitución de Thigpen sin que haya el más mínimo progreso respecto a la situación actual. La gente con la que hablé no quiere saber nada de la nobleza elestina. Sienten una profunda desconfianza hacia cualquier otro habitante de Elestia que no haya sufrido tanto como ellos.

—Y aun así, ¿confían en nosotros?

—Sí —afirmó Giddon—. El Consejo no goza del aprecio de ninguno de los reyes déspotas, y el Consejo ha ayudado a deponer a Drowden, así que se fían de nosotros. Creo que si Raffin fuera el siguiente en ir a hablar con ellos, como futuro rey de Terramedia e hijo caído en desgracia de Randa, quizá lograría llegar a ellos por su carácter afable. Y por supuesto tú también tienes que ir —gesticuló Giddon con la cuchara—, y hacer lo que quiera que haces. Si ibas a echar las tripas, supongo que ha sido una suerte que no vinieras conmigo esta vez. Pero me habría venido bien tu compañía en ese túnel, y te he necesitado en Elestia. Lo siento, Po.

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