Se produjo un silencio que se prolongó unos largos instantes.
—Se le da muy bien guardar secretos, ¿verdad? —dijo Bitterblue, en un punto intermedio entre la vergüenza y el temor.
—Es tu jefa de espías —le recordó Katsa, dejándose caer despatarrada en la cama—. Estoy reventada.
—Yo también.
—Me pregunto qué habrá querido decir exactamente en cuanto a Po. Él no ha mencionado que Helda sepa lo de su gracia. ¿Es cierto lo de los asesinatos en la ciudad? Si lo es, no quiero marcharme.
—Es cierto, sí —confirmó Bitterblue en voz queda—, y yo tampoco quiero que te vayas, pero creo que ahora te debes a Elestia, ¿no te parece?
—Acércate, ¿quieres?
Bitterblue dejó que Katsa la asiera por el brazo y tirara de ella hacia la cama. Se quedaron tendidas cara a cara, sin que Katsa le soltara la mano. Las manos de Katsa eran fuertes, activas, y las tenía calientes como un horno.
—¿Adónde vas por la noche? —preguntó.
Con eso la magia del momento se rompió y Bitterblue se apartó.
—No es justo que me hagas esa pregunta.
—Pues no la respondas —dijo Katsa, sorprendida—. Yo no soy Po.
«Pero yo no puedo mentirte —pensó Bitterblue—. Si me preguntas algo, te lo contestaré».
—Voy al distrito este de la ciudad, a visitar a unos amigos —dijo.
—¿Qué clase de amigos?
—Un impresor y un marinero que trabaja con él.
—¿Es peligroso?
—Sí, a veces. Pero eso no te incumbe, y sé cómo llevar este asunto, así que deja de hacer preguntas.
Katsa se quedó callada, mirando al techo con el entrecejo fruncido.
—Ese impresor y ese marinero, Bitterblue —dijo luego en voz queda—. ¿Has…? —Hizo una pausa—. ¿Le has entregado el corazón a alguno de ellos?
—No —respondió, anonadada y sin aliento—. Deja de hacerme preguntas.
—¿Me necesitas? ¿Me dejarías que hiciera algo?
«No. Vete».
»Sí. Quédate conmigo, quédate aquí hasta que me duerma. Dime que estoy a salvo y que mi mundo tiene sentido. Dime qué he de hacer con lo que siento cuando Zaf me toca. Dime lo que significa enamorarse de alguien».
Katsa se volvió hacia ella, le echó el pelo hacia atrás y la besó en la frente; le puso algo en la mano y se la apretó.
—Quizás esto sea algo que no quieres ni necesitas —dijo—. Aunque desearía que no lo tuvieras, prefiero que lo tengas antes que no sea así y desees haberlo tenido.
Katsa se marchó y cerró la puerta tras ella. Iría al encuentro de quién sabía qué aventura. Seguramente a su cama, con Po, donde se perderían el uno en el otro y se amarían.
Bitterblue examinó el objeto que tenía en la mano. Era un paquetito de herbolario con una etiqueta escrita claramente en la parte delantera: «Hierba doncella. Para prevención de embarazos».
Aturdida, leyó las instrucciones. Después, dejando la hierba doncella a un lado, trató de descifrar lo que sentía, pero no llegó a ninguna conclusión. Entonces recordó lo que Helda había echado encima de la cama y lo recogió. Era una bolsita de tela; la abrió y dentro encontró otro sobre de herbolario, también etiquetado con claridad.
Se echó a reír, sin saber muy bien qué había de divertido en que una chica con el corazón hecho un lío tuviera bastante hierba doncella para que le durara todos los años de fertilidad.
Luego, exhausta hasta casi el desmayo, se tendió de costado y apretó la frente, donde Katsa la había besado, contra las almohadas impecables de Helda.
B
itterblue estaba soñando con un hombre, un amigo. Empezó siendo Po, luego pasó a ser Giddon y, a continuación, Zaf. Cuando se convirtió en Zaf, él empezó a besarla.
—¿Dolerá? —preguntó Bitterblue.
A todo esto, su madre apareció entre ellos y le habló con calma:
—Tranquila, cariño. Él no quiere hacerte daño. Tómale de la mano.
—No me importa si duele. Solo quiero saberlo.
—No le dejaré que te haga daño —dijo Cinérea, frenética de repente.
Bitterblue vio que el hombre había cambiado otra vez. Ahora era Leck y Cinérea se interponía entre los dos, protegiéndola de su padre. Ella era una niñita.
—Jamás le haría daño —dijo Leck sonriente. En la mano sostenía un cuchillo.
—No permitiré que te acerques a ella —replicó Cinérea, temblorosa pero con firmeza—. No tendrá una vida como la mía, la protegeré para que eso no ocurra.
Leck envainó el arma y después asestó un puñetazo en el estómago a Cinérea, la tiró al suelo, le dio una patada y se marchó, todo ello mientras Bitterblue chillaba.
En su cama, Bitterblue se despertó llorando a lágrima viva. La última parte del sueño era algo más que un sueño; era un recuerdo. Su madre jamás había permitido que Leck convenciera a Bitterblue para que bajara con él a sus aposentos ni a sus jaulas. Leck había castigado siempre a Cinérea por obstaculizar sus intentos. Y cada vez que Bitterblue había corrido hacia su madre tirada en el suelo, hecha un ovillo, Cinérea le había susurrado:
—No debes ir jamás con él. Prométemelo, Bitterblue. Eso me dolería mucho más que cualquier cosa que pueda hacerme a mí.
«No fui jamás, mamá —pensó mientras las lágrimas mojaban las sábanas—. Nunca fui con él. Mantuve mi promesa. Pero tú perdiste la vida, de todos modos».
En las prácticas matinales, entrenando con Bann, fue incapaz de centrarse en lo que hacía.
—¿Qué le ocurre, majestad? —le preguntó él.
—He tenido una pesadilla —contestó frotándose la cara—. Una en el que mi padre hacía daño a mi madre. Entonces me he despertado y he comprendido que era real, un recuerdo.
Bann detuvo los movimientos de la espada para sopesar aquello. Los ojos sosegados del hombre la conmovieron y le recordaron el principio del sueño, la parte en la que Cinérea la consolaba.
—Esa clase de sueños suelen ser horribles —dijo Bann—. Yo tengo uno recurrente sobre las circunstancias de la muerte de mis padres. Llega a atormentarme de forma cruel.
—Oh, Bann, lo lamento. ¿Cómo murieron?
—A causa de una enfermedad. Sufrían alucinaciones terribles y expresaban cosas crueles que ahora sé que decían sin querer. Pero cuando era niño no comprendía que fueran crueles solo por la enfermedad. Y cuando tengo ese sueño, me ocurre lo mismo.
—Odio los sueños —expresó Bitterblue, ahora furiosa en defensa de su amigo.
—¿Y qué tal atacar ese sueño estando despierta, majestad? —sugirió Bann—. ¿Sabría exteriorizar lo que sería resistirse a su padre? Podría fingir que soy él y lograr su venganza ahora mismo —dijo al tiempo que alzaba la espada, aprestándose a su ataque.
La práctica de esgrima mejoró durante toda la mañana imaginando que atacaba al Leck de su sueño. Pero Bann era un hombretón amable en el mundo real y podría hacerle daño si arremetía contra él con demasiado ímpetu. De modo que su imaginación no le permitía olvidar del todo ese detalle. Al acabar las prácticas tenía un calambre en la mano y seguía de mal humor.
En el despacho de la torre, Bitterblue observó que Thiel y Runnemood se movían con cuidado al andar uno alrededor del otro, sin hablarse, forzado el gesto. Fuera cual fuese el enfrentamiento que tuvieran ese día, ocupaba un espacio tan grande como si hubiera otra persona en el despacho. Bitterblue se preguntó qué decirles sobre los buscadores de la verdad que eran víctimas de ataques. No podía recurrir a la disculpa de haber oído por casualidad una conversación detallada respecto a acuchillamientos y asesinatos brutales en la calle; rayaría en lo absurdo. Tendría que usar de nuevo la excusa del espía. No obstante, si difundía información falsa sobre cosas que se suponía que sabían sus espías, ¿no los pondría en peligro? Por otro lado, Teddy, Zaf y sus amigos quebrantaban la ley. ¿Era justo llamar la atención de sus consejeros sobre ese asunto?
—¿Por qué sé tan poco sobre mis nobles? —dijo—. ¿Por qué hay cientos de lores y damas a los que no reconocería si entraran por esa puerta?
—Majestad, nuestro deber es evitar que tenga que ocuparse de todas las menudencias —contestó Thiel con gentileza.
—Ah. Pero, ya que estáis sobrecargados con mi trabajo —contestó ella con intención—, creo que lo mejor es que aprenda todo lo posible. Me gustaría conocer sus historias y asegurarme de que no están todos tan locos como Danzhol. ¿Otra vez volvemos a ser solo los tres hoy? —añadió. Luego, con el propósito de forzar el resultado que buscaba, preguntó—: ¿Sufre Rood un ataque de nervios y Darby sigue ebrio?
Runnemood abandonó el hueco de la ventana donde estaba sentado.
—Qué falta de consideración hablar de eso, majestad —dijo de un modo que sonaba ofendido—. Rood no puede evitar esos ataques.
—En ningún momento he dicho que pueda hacerlo —replicó Bitterblue—. Solo digo que sufre ataques. ¿Por qué vamos a actuar con disimulo siempre? ¿No sería más provechoso hablar de lo que sabemos?
Tomada la decisión de que había algo que deseaba, que necesitaba, se puso de pie.
—¿Adónde va, majestad? —inquirió Runnemood.
—A ver a Madlen. Necesito un sanador.
—¿Estáis enferma, majestad? —preguntó Thiel, consternado, al tiempo que daba un paso hacia ella, tendiéndole una mano.
—Ese es un asunto a discutir entre un sanador y yo —repuso; le sostuvo la mirada para que sus palabras le calaran hondo—. ¿Acaso lo eres tú, Thiel?
Se marchó para no tener que verlo vencido —por nada, por palabras que no deberían importar— y sentirse avergonzada.
Cuando Bitterblue entró en la habitación de Madlen, esta garabateaba símbolos en un escritorio cubierto de papeles.
—Majestad —saludó mientras los recogía y los metía debajo de la hoja de papel secante—. Espero que haya venido a rescatarme de mis tareas de anotaciones médicas. ¿Se encuentra bien? —preguntó al reparar en la expresión de Bitterblue.
—Madlen, tuve un sueño anoche. —Se sentó en la cama—. Mi madre se negaba a que mi padre me llevara con él, y él le pegaba. Pero no era un sueño, Madlen; era un recuerdo. Es algo que ocurrió una y otra vez, y nunca pude protegerla. —Bitterblue se ciñó con los brazos, temblorosa—. Quizás habría podido hacerlo si me hubiera ido con él cuando lo intentaba, pero jamás lo acompañé. Ella me hizo prometérselo.
Madlen se acercó para sentarse a su lado en la cama.
—Majestad, no es tarea de una niña proteger a su madre —manifestó con su estilo personal de bondadosa dureza—. El deber de una madre es proteger a sus hijos. Al permitir que su madre la protegiera, le hizo un regalo. ¿Me comprende?
Bitterblue nunca lo había enfocado así. Se sorprendió asiendo la mano de Madlen con los ojos llenos de lágrimas.
—El sueño no empezaba mal —continuó tras un breve silencio.
—¿De veras? ¿Ha venido a hablarme de su sueño, majestad?
«Sí», pensó Bitterblue.
—Me duele la mano —contestó en cambio; la abrió y se la mostró a Madlen.
—¿Mucho?
—Creo que he sostenido la espada con demasiada fuerza en las prácticas de esta mañana.
—Veamos —respondió la mujer, que pareció entender la situación. Le tomó la mano a Bitterblue e hizo un examen cuidadoso—. Creo que esto mejorará con facilidad, majestad.
Y sí que mejoró algo, por el hecho de pasar esos pocos minutos al cuidado afectuoso de Madlen.
En el camino de vuelta a su torre, Bitterblue se encontró con Raffin en mitad del pasillo; el príncipe contemplaba con preocupación un cuchillo que tenía en las manos. Bitterblue se paró delante de él.
—¿Qué sucede? —le preguntó—. ¿Ha ocurrido algo, Raffin?
—Majestad —saludó mientras apartaba cortésmente el cuchillo de ella. En el proceso, estuvo a punto de pinchar a un miembro de la guardia monmarda que pasaba por allí; el hombre pegó un brinco, alarmado—. Oh, vaya —se lamentó Raffin—. Eso es lo que pasa.
—¿Qué quiere decir, Raffin?
—Bann y yo vamos a hacer un viaje a Meridia, y Katsa dice que he de llevar esto en el brazo, pero sinceramente creo que el peligro es mayor si le hago caso. ¿Y si cae y me atraviesa? ¿Y si sale volando de mi manga y se le clava a alguien? Me conformo con envenenar a la gente —rezongó Raffin, que se recogió la manga y enfundó el arma—. El veneno es civilizado y controlable. ¿Por qué todo tiene que estar relacionado con cuchillos y sangre?
—No le saldrá disparado de la manga, Raffin, se lo prometo —lo tranquilizó Bitterblue—. ¿Se van a Meridia, dice?
—Por muy poco tiempo, majestad. Po se quedará aquí.
—Creía que Po y Giddon iban a investigar el túnel que conduce a Elestia.
Raffin se aclaró la garganta.
—Ahora mismo Giddon no está deseoso de contar con la compañía de Po, majestad —explicó con delicadeza—. Giddon irá solo.
—Entiendo. ¿Adónde irán después de Meridia? No de vuelta a casa, ¿verdad?
—Da la casualidad, majestad, de que esa no es una opción. Mi padre ha hecho saber que los miembros del Consejo no son bienvenidos en Terramedia, de momento.
—¿Qué? ¿Ni siquiera su propio hijo?
—Oh, solo es fanfarronería política, majestad. Conozco a mi padre, por desgracia. Intenta aplacar a los reyes de Elestia, de Meridia y de Oestia porque ahora les cae peor incluso que antes de que Nordicia pasara a estar en manos de una organización en la que se sospecha que estamos metidos Katsa y yo. No creo que pudiera impedirnos entrar a cualquiera de nosotros sin montar un escándalo mayor de lo que desea. No obstante, para nosotros no es un inconveniente de momento, así que no protestaremos. Si se prolonga, al que va a irritar más es a Giddon. Nunca le ha gustado estar lejos de su feudo demasiado tiempo. ¿De verdad es normal notarlo así? —demandó Raffin al tiempo que sacudía el brazo.