—Ah, hola. —Katsa soltó la puerta—. ¿Qué pasa? ¿Estás bien?
—Necesito a Po. ¿Está despierto?
La puerta se abrió y dejó a la vista la cama, donde Po yacía dormido.
—Está exhausto —informó Katsa—. ¿Qué ha pasado, cariño? —preguntó de nuevo.
—Alguien me ha atacado en los aledaños del castillo.
Los ojos de Katsa destellaron azul y verde, y Po se sentó en la cama como un muñeco mecánico.
—¿Qué ocurre? —preguntó aturullado—. ¿Gata montesa? ¿Ya ha amanecido?
—Es medianoche y a Bitterblue la han atacado —contestó Katsa.
—Por todos los mares —exclamó Po, que saltó de la cama arrastrando la sábana consigo; se la anudó a la cintura y se balanceó atrás y adelante, todavía medio dormido. Su cara magullada parecía la de un maleante—. ¿Quién? ¿Dónde? ¿En qué calle? ¿Hablaban con algún acento? ¿Te encuentras bien? Sí, parece que sí. ¿Hacia dónde fueron?
—Ni siquiera sé si el ataque iba dirigido contra mí o contra la espía que supuestamente soy —contestó Bitterblue—. Tampoco sé quién era. Nadie que haya podido reconocer, y no ha hablado nada. Pero creo que la graceling se encontraba allí, Po. La sobrina de Holt, la que tiene el don de camuflarse. Creo que ha acudido en mi ayuda.
—Ah. —Po se quedó callado de repente y luego se puso en jarras y adoptó una expresión rara. Una especie de indiferencia afectada.
—¿La sobrina de Holt? —repitió Katsa, que observó a Po, desconcertada—. ¿Hava? ¿Qué tiene que ver? ¿Y por qué llevas algo brillante por toda la cara, Bitterblue?
—Oh. —Bitterblue se sentó en una silla y se frotó a tontas y a locas la pintura de la cara sin vérsela mientras recordaba de golpe todo lo ocurrido esa desgraciada noche—. No me preguntes sobre la pintura mientras Po siga ahí, por favor, Katsa —pidió al borde de las lágrimas—. Lo de la pintura es algo privado. No tiene nada que ver con el ataque.
Katsa pareció comprender: fue hacia una de las mesillas y echó agua en un cuenco. Después, arrodillándose, mojó un paño suave y se lo pasó con delicadeza por la dolorida frente. La muestra de afecto fue más de lo que podía aguantar, y unos lagrimones empezaron a deslizarse por las mejillas de Bitterblue. Katsa los atajó enjugándolos con el paño.
—Po, ¿por qué te quedas ahí plantado haciéndote el inocente? —le preguntó Katsa con voz mesurada—. ¿Qué pasa con Hava?
—Soy inocente —protestó él, indignado—. La conocí hace más o menos una semana, eso es todo.
—Ah, vaya —intervino Bitterblue, que por fin comprendía por qué Po estaba enterado del asunto de las estatuas sobre el que habían hablado la noche anterior—. Así que te has hecho amigo de mi secuestradora. Fantástico.
—Estaba merodeando por el castillo para intentar visitar a Holt —prosiguió Po, que hizo un gesto con la mano como quitándole importancia al asunto—. Noté su presencia, aunque fingía ser una escultura en uno de los pasillos, y la atrapé. Mantuvimos una corta charla. Confío en ella. Estaba muy desinformada ese día respecto a Danzhol, Bitterblue. Hasta que ocurrió todo, no comprendió que la intención de ese hombre era llegar hasta el rapto. Se siente fatal por ello. Sea como sea, accedió a pasar un rato a altas horas de la madrugada cuidando de ti para que no te ocurriera nada. Me preocupa que no se haya puesto en contacto conmigo, porque le pedí que lo hiciera si pasaba algo —añadió mientras se frotaba las mejillas con las manos—. ¿A qué distancia de palacio tuvo lugar el ataque, Bitterblue? No la percibo en ningún sitio por los alrededores.
—¿Que se pusiera en contacto cómo? —pregunto Katsa, que seguía pasando el paño húmedo por la cara de Bitterblue con gesto ausente.
—Cerca de la muralla este, aunque no a la vista de ella, sino una calle más allá —contestó Bitterblue—. ¿En qué estabas pensando al pedirle que cuidara de mí, Po? ¡Es una fugitiva en busca y captura! Además, ¿significa eso que le has dicho que salgo de noche?
—¿Cómo se suponía que tenía que ponerse en contacto contigo? —insistió Katsa.
—Ya te he dicho que confío en ella —le contestó Po a Bitterblue.
—¡En ese caso confíale tus secretos, no los míos! ¡Oh, Po! ¡Dime que no lo sabe!
—Po —empezó Katsa con un timbre de voz tan extraño que tanto Po como Bitterblue dejaron de discutir y se volvieron a mirarla. Había retrocedido hasta estar casi en la puerta y se rodeaba con los brazos por encima de la sábana que la cubría, como si tuviera frío—. Po —repitió—, ¿cómo iba a ponerse en contacto contigo Hava? ¿Iba a venir y llamar a la puerta?
—¿A qué te refieres? —preguntó él; luego tragó saliva y se frotó la nuca con aire incómodo.
—¿Cómo le explicaste que sabías que era una persona, no una escultura? —añadió Katsa.
—Estás sacando conclusiones precipitadas —arguyó Po.
Katsa lo miraba con una expresión en la cara que Bitterblue no veía a menudo. Era la de una persona a quien han golpeado en la boca del estómago.
—Po, es una completa desconocida —susurró Katsa—. No sabemos nada en absoluto sobre ella.
Con las manos en las caderas, Po resopló hacia el suelo.
—No necesito tu permiso —dijo después con impotencia.
—Pero has sido imprudente, Po. ¡Y taimado! Prometiste que me lo dirías cuando decidieras contárselo a otra persona. ¿No lo recuerdas?
—Decírtelo habría sido tener una guerra contigo por hacerlo, Katsa. ¡Debería tener capacidad de decidir sobre mis secretos sin necesidad de entablar una batalla contigo cada vez que lo hago!
—Pero si cambias de idea sobre una promesa debes decírmelo —instó Katsa, desesperada—. De otro modo rompes la promesa y la sensación que me queda es que me has mentido. ¿Por qué tengo que explicártelo? ¡Este es el tipo de cosas que tu solías tener que explicarme a mí!
—¿Sabes? —dijo de pronto Po, enérgico—. No puedo hacerlo si tú andas cerca. ¡No soy capaz de encontrar una solución a este tema cuando sé en todo momento lo mucho que te aterroriza!
—Si crees que voy a dejarte solo en este estado de ánimo…
—Tienes que irte. Está acordado. Ve al norte y busca el túnel hasta Elestia.
—No pienso ir. ¡Ninguno de nosotros se irá! ¡Si estás decidido a arruinarte la vida, al menos tus amigos estarán aquí cuando eso pase!
Katsa estaba gritando ahora; los dos gritaban, y Bitterblue se encogió en la silla, estremecida por el terrible escándalo, apretando el paño húmedo contra el pecho con las dos manos.
—¿Arruinarme la vida? —gritó Po—. ¡Tal vez lo que intento es salvarla!
—¿Salvarla? ¡Has…!
—Acuérdate del trato, Katsa. ¡Si tú no te vas lo haré yo, y tú no puedes oponerte!
Katsa asió el picaporte de la puerta con los dedos tan prietos que Bitterblue casi esperó ver que la manija se partía. Katsa miró a Po largos instantes, en silencio.
—Te ibas de todos modos —dijo Po en voz baja. Dio un paso hacia ella y le tendió la mano—. Cariño, te ibas a marchar, y después volverías. Es todo lo que necesito ahora mismo. Necesito tiempo.
—No te acerques más —advirtió Katsa—. No. No digas nada más —añadió al ver que abría la boca para hablar. Una lágrima se deslizó por la mejilla de Katsa—. Lo comprendo plenamente.
Tiró del picaporte, se deslizó por la estrecha rendija y desapareció.
—¿Adónde va? —preguntó Bitterblue, sobresaltada—. No está vestida.
Po se sentó en la cama, con la cabeza hundida entre las manos.
—Va al norte para buscar el túnel a Elestia —respondió.
—¿Ahora? ¡Pero si no tiene provisiones! ¡Lleva puesta una sábana!
—He localizado a Hava —dijo bruscamente Po—. Está escondida en la galería de arte. Tiene sangre en las manos y me dice que tu atacante ha muerto. Me vestiré y subiré para ver qué sabe.
—¡Po! ¿Vas a dejar que Katsa se vaya así?
Él no respondió y Bitterblue comprendió —por las lágrimas que intentaba ocultarle— que no deseaba hablar de aquello.
Lo observó unos segundos y después se acercó a él y le acarició el pelo.
—Te quiero, Po. Hagas lo que hagas —le dijo.
Luego se marchó.
En la sala de estar había una lámpara encendida. La oscuridad engullía el color azul del cuarto y encima de la mesa una espada plateada relucía como si absorbiera toda la luz.
Al lado había una nota.
Majestad,
He decidido que debo irme a Elestia por la mañana, pero antes quiero entregarle esto de parte de Ornik. Confío en que le guste tanto como a mí y que no surja la necesidad de tener que utilizarla en mi ausencia. Lamento no estar cerca para ayudarla con sus diversos rompecabezas.
Suyo,
GIDDON
Bitterblue levantó la espada. Era un arma sólida, con peso y bien equilibrada, adaptada a su mano y adecuada para su brazo. De diseño sencillo, resultaba cegadora en la oscuridad.
«Ornik ha hecho un buen trabajo —pensó sosteniéndola en alto—. Me habría venido bien esta noche».
En el dormitorio, Bitterblue hizo un hueco para la espada y el cinturón encima de la mesilla. El espejo le mostró a una chica con un rasguño abierto y feo en la frente; una chica que tenía la cara con churretes de lágrimas y pintura, los labios agrietados y el cabello revuelto. Todo lo que había hecho esa noche lo tenía plasmado en la cara. Casi no podía creer que la mañana hubiera empezado con su sueño y la visita a Madlen. Que la noche anterior —solo hacía un día— hubiera corrido con Zaf por los tejados de la ciudad y se hubiera enterado de la existencia de los buscadores de la verdad. Ahora, Katsa se había marchado a buscar un túnel. Giddon no tardaría en irse, así como Raffin y Bann. ¿Cómo era posible que ocurrieran tantas cosas en tan poco tiempo?
Zaf.
Los bordados de su madre —peces felices, copos de nieve y castillos en hilera, botes y anclas, el sol y las estrellas— la hicieron sentirse muy sola. Antes de que se hubiera acostado del todo, se había quedado dormida.
Por la mañana, tanto Thiel como Runnemood se quedaron asombrados al verle el arañazo en la frente. Sobre todo Thiel actuó como si Bitterblue tuviera la cabeza colgando de un hilo, hasta que ella le dijo con brusquedad que se controlara. Runnemood, sentado en la ventana como de costumbre, se pasó la mano por el cabello; los anillos enjoyados relucieron y los ojos le centellearon. No dejaba de mirarla. Cuando le dijo que el arañazo se lo había hecho practicando con Katsa, Bitterblue sospechó que no la había creído.
Cuando Darby entró a saltitos, sobrio, con los ojos brillantes, y se mostró alarmado porque la reina exhibiera algo tan horrible como un rasguño, Bitterblue decidió que había llegado el momento de hacer un descanso y salir de la torre.
—Voy a la biblioteca —dijo en respuesta a la inquisitiva ceja enarcada de Runnemood—. No te sulfures. No estaré mucho tiempo.
Bajaba por la escalera de caracol pegada a la pared para guardar el equilibrio cuando cambió de idea. Últimamente apenas había ido a la Corte Suprema. Nunca pasaba nada interesante, pero ese día le apetecía sentarse con sus jueces durante un rato, aunque hacerlo significara apretar los dientes a lo largo de alguna tediosa disputa sobre linderos o cosas por el estilo. Le apetecía mirarles las caras y valorar sus modales, percibir de algún modo si cualquiera de esos ocho hombres poderosos podría ser de los que querían silenciar a los buscadores de la verdad en la ciudad.
Ciudadanos buscadores de la verdad. Cada vez que pensaba en ellos, el corazón parecía estallarle de tristeza y vergüenza.
Cuando accedió a la Corte Suprema ya había empezado un juicio. Al verla, todos se pusieron de pie.
—Póngame al corriente —le dijo al secretario mientras cruzaba hacia la tribuna donde estaba su asiento.
—Acusado de asesinato en primer grado, majestad —se apresuró a informar el secretario—. Nombre monmardo, Abedul; nombre lenita, Zafiro. Zafiro Abedul.
Bitterblue se quedó boquiabierta, y sus ojos fueron veloces hacia el acusado antes de que el cerebro procesara siquiera lo que acababa de oír. Petrificada, se quedó mirando de hito en hito la cara magullada, ensangrentada y absolutamente atónita de Zaf.
B
itterblue no podía respirar y hubo un instante en el que vio puntitos luminosos.
Dándoles la espalda a los jueces, a la sala, a la galería, avanzó tambaleante, sumida en la confusión, hacia la mesa situada detrás del estrado donde se guardaban los materiales de oficina y donde se encontraban los escribanos; cuantas menos personas vieran su confusión, mejor. Asida a la mesa para no caerse, alargó la mano hacia una pluma y la mojó en la tinta. Aunque le cayó un borrón, simuló que anotaba algo, algo de gran importancia que acababa de recordar. En su vida había sujetado una pluma con tanta fuerza.
Cuando pareció que los pulmones aceptaban de nuevo inhalar aire, inquirió en un susurro:
—¿Quién lo ha golpeado?
—Si su majestad toma asiento, le haremos la pregunta al acusado —dijo la voz de lord Piper.
Con cuidado, Bitterblue se dio la vuelta para mirar a la corte puesta en pie.
—Díganme en este mismo momento quién lo ha golpeado —exigió.
—Mmmm… —Piper la observó sin salir de su asombro—. Que el acusado responda a la pregunta de la reina.
Se produjo un momento de silencio. No quería mirar a Zaf otra vez, pero era imposible evitarlo. La boca era una abertura ensangrentada y tenía un ojo tan hinchado que casi estaba cerrado. La chaqueta, tan familiar para ella, estaba rota por la costura de un hombro y salpicada de sangre seca.
—Me golpeó la guardia monmarda —dijo él, que hizo un breve alto y añadió—, majestad. —Luego repitió, como atolondrado por la estupefacción—: Majestad, majestad…
—Ya está bien —lo reconvino Piper.
—Majestad —repitió Zaf, que de repente cayó sentado en la silla, sacudido por una risita nerviosa, y agregó—: ¿Cómo ha podido?
—No ha sido la reina quien te ha golpeado —espetó Piper—, y si lo hubiera hecho no eres quién para preguntarle. En pie, hombre. Muestra respeto.
—No. Que todos los presentes en la sala se sienten —ordenó Bitterblue.
Se produjo un instante de silencio sorprendido. Luego, con precipitación, cientos de personas se sentaron. Localizó a Bren en la audiencia —el cabello dorado, el rostro tenso— sentada cuatro o cinco filas detrás de su hermano. Buscó la mirada de la mujer y Bren se la sostuvo con una expresión como si quisiera escupirle a la cara. Entonces pensó en Teddy, acostado en la cama de la trastienda. Qué desilusionado se sentiría cuando descubriera la verdad.