—¿El Consejo está gobernando Nordicia?
—Todos los que están en el comité son un lord o una dama norgandos que han tomado parte de un modo u otro en el derrocamiento de Drowden. Cuando nos marchamos, el comité estaba eligiendo a sus líderes. Oll mantiene una vigilancia estricta en el desarrollo de las cosas, pero a mí me parece, y Giddon está de acuerdo, que de momento este comité es la opción menos desastrosa mientras la totalidad de Nordicia decide cómo seguir adelante. Se hablaba de poner directamente en el trono al familiar más cercano de Drowden. Él no tiene heredero, pero su hermanastro menor es un hombre sensato y un antiguo aliado del Consejo. Sin embargo, existe una fuerte oposición entre los lores que quieren la vuelta de Drowden. Las emociones están a flor de piel, como sin duda podrás imaginar. La mañana en la que partimos, Giddon y yo cortamos una pelea a puñetazos, desayunamos, pusimos fin a un enfrentamiento con espadas y montamos a caballo. —Po se frotó los ojos—. Ahora mismo, nadie está a salvo como rey en Nordicia.
—Por todos los mares, Po. Debes de estar agotado.
—Sí. Vine aquí para disfrutar de un poco de holganza. Ha sido maravilloso.
—¿Cuándo viene Katsa? —preguntó ella, sonriendo a la ironía de su primo.
—No lo sabe. Seguro que vendrá volando en cuanto dejemos de necesitarla. Ha estado ocupándose de Elestia, Meridia y Oestia prácticamente sola mientras que el resto de nosotros estábamos en Nordicia, ¿sabes? Ansío disponer de unos pocos días tranquilos con ella antes de que derroquemos al próximo monarca.
—¡No estaréis haciéndolo otra vez!
—En fin —dijo Po, cerrando los ojos y recostándose en la pared—. Era broma, creo.
—¿Crees?
—No hay nada seguro —respondió él con irritante vaguedad; después abrió los ojos y los estrechó como si la estuviera mirando—. ¿Has tenido problemas últimamente?
—¿Podrías ser un poco más específico? —replicó con un resoplido de sorna.
—Me refiero a cosas como desafíos a tu soberanía.
—¡Po! ¡Tu siguiente revolución no va a ser aquí, espero!
—¡Pues claro que no! ¿Cómo se te ocurre siquiera la idea?
—¿Te das cuenta de lo poco claro que estás siendo?
—Bueno, ¿y qué me dices de ataques inexplicables? —sugirió él—. ¿Ha habido alguno?
—Po —repuso Bitterblue con firmeza mientras se debatía contra el recuerdo de Teddy para que Po no lo viera, cruzada de brazos, como si eso fuera a ayudarla a defender sus pensamientos—. O me dices con claridad de qué diantres hablas o sal del alcance de lo que pienso.
—Lo siento. —Po alzó la mano en un gesto de disculpa—. Estoy cansado e incurro en descuidos. Tenemos dos motivos de preocupación por ti, ¿comprendes? Uno de ellos son las noticias de que los recientes acontecimientos en Nordicia han provocado descontentos por doquier, pero sobre todo en reinos con una historia de monarcas tiranos. Y por eso nos preocupa que, tal vez, corras más peligro que antes por parte de tu propio pueblo, quizá de alguien a quien Leck hizo daño y que ahora intenta hacértelo a ti. El otro es que los reyes de Oestia, Meridia y Elestia odian al Consejo. A pesar de actuar con el mayor secreto posible, saben quiénes son los cabecillas, prima. Les encantaría descargar su ira contra nosotros, lo cual les ofrece varias posibilidades, entre ellas hacer daño a nuestros amigos.
—Comprendo. —De repente se sentía incómoda e intentó recordar los detalles del ataque contra Teddy sin vincularlo con Po en su mente. ¿Existía la posibilidad de que el cuchillo que hirió a Teddy hubiera sido un golpe fallido dirigido a ella? No se acordaba de detalles específicos para sacar una conclusión. Eso significaría, por supuesto, que alguien de la ciudad sabía quién era ella. Lo cual no parecía muy probable.
—Nadie me ha hecho daño —dijo.
—Pues es un alivio. —Po parecía dubitativo e hizo una pausa—. ¿Algo va mal?
Bitterblue soltó un sonoro suspiro.
—En las últimas dos semanas han pasado varias cosas que no parecen normales —admitió—. En su mayor parte son nimiedades, como cierta confusión respecto a los informes del castillo. Seguro que no tendrá importancia.
—Pues dime si puedo ayudarte de alguna forma —se ofreció él.
—Gracias, Po. Me alegra mucho verte, ya lo sabes. Su primo se puso de pie y los adornos de oro brillaron. Qué hombre tan maravilloso, con esos ojos iluminados por su gracia y el semblante trasluciendo que no se le daba bien ocultar lo que sentía. Se acercó a ella, le tomó la mano, inclinó la morena cabeza y se la besó.
—Te he echado de menos, Escarabajito.
—Mis consejeros creen que deberíamos casarnos —dijo Bitterblue con aire malicioso.
Po estalló en carcajadas.
—Voy a disfrutar mucho contándoselo a Katsa —dijo luego.
—Po, no le digas a Helda que anoche no estaba aquí, por favor.
—¿Hay algo por lo que debería preocuparme? —le preguntó su primo y, sin soltarle la mano, tiró de ella.
—Has pillado mal esa idea, graceling. Olvídalo, Po. Y ve a dormir un poco.
Durante un momento, Po se quedó mirando —o eso pareció— la mano y suspiró. Después se la besó otra vez.
—No se lo contaré… hoy.
—Po…
—No me pidas que te mienta, Bitterblue. En este instante, esto es todo lo que puedo prometerte.
Más avanzada la mañana, Bitterblue entró en la sala de estar recién bañada y ataviada, lista para empezar el día.
—¿Está contenta con la visita de su primo, majestad? —preguntó Helda al verla, sin quitarle ojo de encima.
—Sí. —Bitterblue, con los ojos enrojecidos, parpadeó—. Por supuesto.
—Yo también —se apresuró a contestar Helda, aunque de un modo que hizo que Bitterblue sintiera una vaga inquietud por sus secretos nocturnos. También la dejó desarmada y sin coraje para pedir algo que le quitara el hambre, puesto que se suponía que ya había desayunado.
—La reina no tendrá pan esponjoso para desayunar —masculló entre dientes, con un suspiro.
Cuando entró a las oficinas de abajo, por las cuales tenía que pasar para llegar a su torre, docenas de hombres se afanaban de aquí para allá o redactaban con minuciosidad documentos de aspecto tedioso en los escritorios; sus rostros estaban vacíos de toda expresión, salvo el aburrimiento. Cuatro de los guardias graceling, sentados contra la pared, alzaron los ojos disparejos hacia ella. La guardia de la reina, que contaba con diez miembros, también había sido la de Leck. Todos eran graceling dotados para la lucha cuerpo a cuerpo o para la esgrima o la fuerza o alguna otra habilidad apropiada para proteger a una reina, y su trabajo era proteger las oficinas y la torre. Holt, uno de los cuatro que ahora estaban de servicio, la observó con ansiedad, y Bitterblue tomó nota mentalmente de no mostrarse enojada con nadie.
Su consejero Rood también se hallaba presente, por fortuna ya recuperado de su ataque nervioso.
—Buenos días, majestad —saludó con timidez—. ¿Puedo hacer algo por su majestad?
Rood no se parecía en nada a su hermano mayor, Runnemood, sino que era un reflejo desdibujado y viejo de aquel; daba la impresión de que, si uno lo pinchaba con algo puntiagudo, estallaría como una pompa de jabón y desaparecería.
—Sí, Rood. Me encantaría tomar un poco de panceta. ¿Alguien podría traerme unas lonchas de bacón con huevos y salchichas? ¿Ya estás mejor? ¿Qué hay de nuevo?
—Esta mañana a las siete han robado un cargamento de plata que se transportaba desde los muelles de la plata hasta el tesoro, majestad —informó Rood—. Es una pérdida de poca monta, pero lo extraño es que parece haber desaparecido mientras el carro estaba en tránsito y, por supuesto, estamos preocupados y perplejos.
—Inexplicable —expresó duramente Bitterblue. Zafiro y ella se habían separado bastante antes de las siete de esa mañana, pero era ilógico que el graceling hubiera salido a robar estando Teddy tan grave—. ¿Esa plata había sido robada con anterioridad?
—Su majestad me disculpará, pero no la sigo. ¿A qué se refiere con esa pregunta?
—Para ser sincera, no sabría decirte.
—¡Majestad! —llamó Darby, que apareció delante de ella como salido de la nada—. Lord Danzhol espera arriba, y Thiel asistirá a la reunión.
Danzhol. El que quería hacer una propuesta de matrimonio y presentar objeciones al fuero de una ciudad del centro de Monmar.
—Bacón —masculló Bitterblue—. ¡Bacón! —repitió, tras lo cual se encaminó serenamente hacia la escalera de caracol que subía a su despacho.
Conceder fueros de autonomía a ciudades como la de Danzhol había sido idea de los consejeros de Bitterblue, y el rey Ror había estado de acuerdo. Durante el reinado de Leck, no pocos lores y damas de Monmar habían actuado con arbitrariedad. No era fácil discernir cuál de ellos había actuado así bajo el influjo de Leck y cuál lo había hecho con absoluta lucidez, viendo lo mucho que podía ganar ejerciendo la explotación de forma deliberada mientras que el resto del reino había perdido la voluntad y estaba enajenado. Pero fue evidente, cuando el rey Ror visitó unas cuantas comarcas cercanas, que había lores y damas que se habían erigido cual monarcas de sus señoríos cobrando impuestos y legislando a las gentes con desacierto y, en ocasiones, con crueldad.
¿Qué mejor ejemplo de actuación con visión de futuro que compensar a todas las ciudades víctimas de esos abusos otorgándoles libertad y autogobierno? Por supuesto, una solicitud de autonomía requería motivación y organización —además de alfabetización— por parte de los ciudadanos, y asimismo permitir la objeción a los nobles implicados, aunque pocas veces lo hacían. La mayoría prefería que en la corte no se hurgara demasiado en lo que habían hecho en el pasado.
Lord Danzhol era un cuarentón bocudo al que le quedada rara la ropa que llevaba: demasiado ancha a la altura de los hombros, tanto que parecía que el cuello le salía de una cueva, y demasiado ajustada en la cintura. Tenía un iris plateado y el otro verde claro.
—Los habitantes de su feudo alegan que los mataba de hambre con los impuestos durante el reinado de Leck —empezó Bitterblue mientras señalaba las partes más relevantes del fuero—, y que les arrebataba sus pertenencias cuando no podían pagarlos. Libros, productos de su negocio, tinta, papel, incluso animales de granja. Se apunta que tenía, y que aún tiene, un problema con el juego.
—No entiendo qué tienen que ver mis inclinaciones personales en esto —alegó con actitud agradable, los brazos colgándole sin elegancia de las anchas hombreras de la chaqueta, como si fueran algo nuevo y él no se hubiera acostumbrado todavía a usarlos—. Créame, majestad, conozco a la gente que ha redactado ese fuero y a los que han sido elegidos para la junta del consejo de la ciudad. Serán incapaces de mantener el orden.
—Tal vez —contestó Bitterblue—, pero se les concede un periodo de prueba para demostrar lo contrario. Veo aquí que desde el inicio de mi reinado ha reducido la presión de los impuestos, pero también veo impagos de empréstitos que se concedieron a algunos negocios de la ciudad. ¿No tiene usted granjas y artesanos? ¿No es su feudo lo bastante próspero para que siga siendo rico, lord Danzhol?
—¿Ha notado su majestad que soy graceling? —preguntó Danzhol—. Soy capaz de abrir tanto la boca que la igualo al tamaño de mi cabeza. ¿Le gustaría verlo?
Los labios del noble se abrieron y empezaron a estirarse mientras los dientes se echaban hacia atrás. Sus ojos y su nariz se desplazaron hasta la parte posterior de la cabeza y la lengua se quedó colgando fuera de la boca; a todo esto, la epiglotis, tirante y roja, no dejó de extenderse más, de enrojecer más, de abrirse más y de deformarse más. Por fin, la cara del hombre fue toda ella como vísceras brillantes. Era como si se le hubiese vuelto la cabeza del revés.
Bitterblue se apretó contra el respaldo del sillón e intentó apartarse, boquiabierta, con una mezcla de fascinación y horror. Y entonces, con un único y suave movimiento, los dientes de Danzhol pasaron rápidamente por encima y se cerraron arrastrando tras de sí el resto del rostro, que volvió a su posición natural.
El noble sonrió y le dedicó un malicioso arqueo de cejas, que casi resultó ser más de lo que Bitterblue se sentía capaz de soportar.
—Majestad —habló alegremente—, revocaré todas y cada una de las objeciones hechas al fuero si accede a casarse conmigo.
—Me han dicho que tiene parientes adinerados —dijo Bitterblue, que fingió no estar nerviosa—. Su familia no le prestará más dinero, ¿me equivoco? ¿Se habla, tal vez, de encarcelar al deudor? La única objeción real a este fuero es que está usted en bancarrota y necesita un feudo al que abrumar con impuestos o, preferentemente, una esposa rica.
Una expresión desagradable pasó fugaz por el rostro de Danzhol. Ese hombre no parecía estar del todo cuerdo, y Bitterblue sintió un intenso deseo de que saliera de su despacho.
—Majestad, creo que no está considerando mis objeciones ni mi proposición con la atención que merecen.
—Considérese afortunado de que no dé a todo este asunto la importancia que tiene —replicó Bitterblue—. Podría pedir los detalles de cómo ha gastado el dinero de esos ciudadanos mientras ellos pasaban hambre, o qué hizo con los libros y los animales de granja que les incautó.
—Ah, pero es que sé que su majestad no hará eso —dijo, sonriendo una vez más—. Un fuero de ciudad es garantía de la discreta falta de atención de la reina. Pregúntele a Thiel.
El primer consejero estaba junto a ella y le tendió el fuero por la página de la firma, así como la pluma, que puso en la mano.
—Solo tiene que firmar y este patán saldrá de aquí y nos libraremos de él, majestad —manifestó—. Conceder esta audiencia fue una mala idea.
—Sí. —Bitterblue sostuvo la pluma sin apenas ser consciente de lo que hacía—. Ciertamente, un feudo de ciudad no da esa garantía —añadió mirando a Danzhol—. Puedo ordenar que se abra una investigación sobre cualquier lord si así lo deseo.
—¿Y cuántas habéis ordenado, majestad?
No había ordenado ninguna investigación. Las circunstancias apropiadas no se habían dado hasta el momento y no era aconsejable como actuación con visión de futuro; sus consejeros nunca se lo habían sugerido.
—No creo que sea necesaria una investigación para determinar que lord Danzhol no está capacitado para gobernar su feudo, majestad —intervino Thiel—. Mi consejo es que firméis el fuero.
Danzhol les ofreció una sonrisa alegre y amplia.