Barrayar (30 page)

Read Barrayar Online

Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Novela, Ciencia-ficción

BOOK: Barrayar
9.02Mb size Format: txt, pdf, ePub

Al día siguiente un niño harapiento de unos diez años apareció de entre los bosques, montado a pelo sobre el alazán de Kly. El anciano hizo que Cordelia, Gregor y Bothari se escondieran mientras despedía al muchacho con unas monedas, y Sonia, la sobrina de Kly, le entregó unos pasteles para que se marchase más rápido. Gregor espió con anhelo tras una cortina mientras el niño volvía a desaparecer.

—No me atreví a ir yo mismo —le explicó Kly a Cordelia—. Vordarian tiene tres pelotones en el lugar. —Emitió una risita—. Pero el niño sólo sabe que el viejo cartero está enfermo y necesita su caballo de relevo.

—No habrán interrogado a ese niño con pentotal, ¿verdad?

—¡Oh, sí!

—¡Cómo se han atrevido!

Los labios manchados de Kly se apretaron con simpatía ante su indignación.

—Si Vordarian no logra atrapar a Gregor, su golpe está predestinado al fracaso. Y él lo sabe. Llegado a este punto, no hay mucho que no se atreva a hacer. —Se detuvo—. Dése por contenta de que el pentotal haya reemplazado a la tortura.

El sobrino político de Kly lo ayudó a ensillar el alazán y a acomodar las alforjas. El cartero se acomodó el sombrero y montó.

—Si no cumplo mi recorrido, al general le resultará casi imposible comunicarse conmigo —les explicó—. Debo irme. Ya es tarde. Volveré. Usted y el muchacho traten de permanecer dentro de la cabaña, señora. —Encaminó su caballo hacia el bosque. El animal se confundió rápidamente entre las malezas castaño rojizas del lugar.

A Cordelia le resultó demasiado fácil seguir el último consejo de Kly. Pasó la mayor parte de los cuatro días siguientes en el catre. El monótono silencio de las horas transcurría en medio de una bruma, como una recaída de la inmensa fatiga que había experimentado después de la transferencia placentaria y sus complicaciones casi mortales. Conversar no le proporcionaba ninguna distracción. La gente de las montañas era casi tan lacónica como Bothari. Sonia la observaba con curiosidad, pero nunca le preguntaba nada, excepto si tenía hambre. Cordelia ni siquiera sabía su apellido.

Darse un baño. Después del primero, Cordelia no volvió a pedirlo. La pareja de ancianos trabajó toda la tarde para acarrear y calentar el agua suficiente para ella y Gregor. Sus comidas simples requerían casi el mismo esfuerzo. Allí no había mecanismos automáticos. Tecnología, la mejor amiga de cualquier mujer. A menos que la tecnología se apareciese bajo la forma de un disruptor nervioso, empuñado por un soldado que andaba tras uno, persiguiéndolo como si se tratase de un animal.

Cordelia contó los días que habían pasado desde el golpe, desde que se desatara el infierno. ¿Qué estaba ocurriendo en el mundo exterior? ¿Qué respuestas habría de las fuerzas espaciales, de las embajadas planetarias, de la conquistada Komarr? ¿Komarr aprovecharía el caos para iniciar una revuelta, o Vordarian también los habría tomado por sorpresa?

Aral, ¿qué estás haciendo en este momento?

Aunque no formulaba preguntas, de vez en cuando Sonia regresaba de un paseo y traía algunas noticias locales. Las tropas de Vordarian, acuarteladas en la residencia de Piotr, estaban a punto de abandonar la búsqueda en el fondo del lago. Hassadar estaba cerrada, pero los refugiados lograban escapar; los hijos de un vecino, sacados de contrabando, habían llegado para alojarse con unos parientes que vivían cerca de allí. En Vorkosigan Surleau, casi todas las familias de los hombres de Piotr habían logrado escapar, excepto la esposa de Vogti y su anciana madre, quienes habían sido llevadas en un coche terrestre, nadie sabía adonde.

—Ah sí, y es muy extraño —añadió Sonia—, pero también se llevaron a Karla Hysopi. Parece absurdo. Sólo es la viuda de un sargento… ¿para qué la querrán?

Cordelia se paralizó.

—¿También se llevaron a la pequeña?

—¿Pequeña? Donnia no me habló de ninguna niña. ¿Es su nieta?

Bothari se encontraba sentado junto a la ventana, afilando su cuchillo en la piedra de Sonia. Su mano se paralizó en el aire. Sus ojos se alzaron hacia los de Cordelia. Aparte de un movimiento en la mandíbula, su rostro no cambió de expresión, pero la tensión repentina de su cuerpo hizo que Cordelia sintiera un nudo en el estómago. Bothari volvió a bajar la vista hacia el cuchillo y lo acercó con más firmeza a la piedra, produciendo un sonido parecido al agua sobre las brasas.

—Tal vez… cuando regrese Kly tenga alguna otra información —dijo Cordelia con voz temblorosa.

—Es posible —asintió Sonia sin mucha convicción.

Al fin, tal como estaba previsto, en la noche del séptimo día, Kly llegó al claro montado en su alazán. Unos minutos después, el Hombre de Armas Esterhazy llegó tras él. Iba vestido como un montañés, y su montura era un zanquilargo de la zona, no uno de los grandes caballos lustrosos de Piotr. Ambos dieron cobijo a sus animales y entraron a la casa. Sonia tenía preparada la habitual cena con la que, desde hacía dieciocho años, esperaba a su tío cada vez que éste finalizaba su ronda.

Después de la cena acomodaron las sillas junto al hogar, y tanto Kly como Esterhazy hablaron en voz baja para poner a Cordelia y a Bothari al tanto de lo ocurrido. Gregor se sentó a los pies de Cordelia.

—Desde que Vordarian ha ampliado su búsqueda por la zona —comenzó Esterhazy—, el conde y lord Vorkosigan han decidido que las montañas siguen siendo el mejor lugar para esconder a Gregor. A medida que se extiende el radio de la búsqueda, las fuerzas enemigas se dispersan más y más.

—Por aquí, las fuerzas de Vordarian siguen registrando las cavernas —intervino Kly—. Todavía tienen unos doscientos hombres allí. Pero en cuanto terminen de buscarse unos a otros, supongo que se marcharán. Por lo que he oído ya no esperan encontrarlos allí adentro, señora. —Kly se volvió hacia Gregor—. Majestad. Mañana Esterhazy os llevará a un nuevo sitio, muy parecido a éste. Durante un tiempo tendréis un nuevo nombre. Y Esterhazy fingirá que es vuestro papá. ¿Creéis que podréis hacerlo?

Gregor se aferró a la mano de Cordelia.

—¿Y la señora Vorkosigan simulará ser mi mamá?

—A ella la llevaremos con lord Vorkosigan, que está en la base de lanzamiento Tanery. —Al ver la mirada alarmada del niño, Kly añadió—: Hay un poni donde vais. Y cabras. Tal vez la señora de la casa os enseñe a ordeñar las cabras.

Gregor se mantuvo serio, pero no protestó. De todas formas, a la mañana siguiente, cuando lo sentaron tras Esterhazy sobre el caballo, parecía a punto de llorar.

—Cuídelo, por favor —dijo Cordelia con ansiedad.

Esterhazy la miró con dureza.

—Él es mi emperador, señora. Le he jurado lealtad.

—También es un niño pequeño. El emperador es… una ilusión que todos ustedes tienen en la cabeza. Cuide al emperador para Piotr, sí, pero también cuide a Gregor para mí, ¿de acuerdo?

Esterhazy la miró a los ojos. Su voz se suavizó.

—Mi hijo tiene cuatro años, señora.

Bien, él lo comprendía. Cordelia tragó saliva, con alivio y pesar.

—¿Ha… ha tenido alguna noticia de la capital? ¿De su familia?

—Aún no —dijo Esterhazy con tristeza. —Me mantendré alerta. Haré lo que pueda.

—Gracias.

—Él la saludó con un movimiento de cabeza, no como un criado a su señora, sino como un pariente a otro. No pareció necesario agregar nada más.

Bothari estaba dentro de la casa, empaquetando sus escasas provisiones. Cordelia se acercó a Kly, quien se preparaba para guiar su caballo tordo y conducir a Esterhazy.

—Mayor, Sonia ha oído el rumor de que las tropas de Vordarian se habían llevado a la señora Hysopi. ¿Sabe si también se llevaron a Elena… la niña? Kly bajó la voz.

—Según he sabido, ocurrió exactamente al revés. Fueron a buscar a la pequeña. Karla Hysopi se resistió tanto que también se la llevaron, aunque no estaba en la lista.

—¿Sabe adónde han ido?

Él sacudió la cabeza.

—A algún lugar de Vorbarr Sultana. Los servicios de información de su esposo conocerán el lugar exacto.

—¿Ya se lo ha dicho al sargento?

—Su hermano de armas lo hizo anoche.

—Ah.

Gregor se volvió para mirarla mientras se alejaban, hasta que al final se perdieron entre los árboles.

Durante tres días el sobrino de Kly los guió por las montañas. Bothari caminaba llevando las riendas de un pequeño caballo montañés en el cual cabalgaba Cordelia, con una piel de oveja por montura. A la tercera tarde llegaron a una cabaña donde los aguardaba un joven enjuto. Él los condujo hasta un cobertizo que ocultaba, maravilla de maravillas, una aeronave desvencijada y situó a Cordelia en el asiento trasero con seis cántaros de miel de arce. Sin decir una palabra, Bothari estrechó la mano al sobrino de Kly, quien montó sobre su pequeño caballo y se perdió en el bosque.

Bajo la vigilante mirada de Bothari, el joven enjuto elevó el vehículo. Rozando las copas de los árboles, siguieron hondonadas y colinas hasta cruzar la cordillera nevada y descender al otro lado, fuera del Distrito Vorkosigan. Al atardecer llegaron al mercado de un pueblecito. El joven aterrizó en una calle lateral. Cordelia y Bothari lo ayudaron a trasladar su mercancía hasta una tienda de comestibles, donde cambiaron la miel por café, harina, jabón y células de energía.

Al regresar a la aeronave descubrieron que un viejo camión había aparcado detrás. El joven sólo intercambió un breve saludo con el conductor, quien bajó y abrió el compartimiento de carga para Bothari y Cordelia. En el interior había unos sacos de fibra llenos de coles. Aquello no resultaba muy cómodo como almohada, aunque Bothari hizo lo posible para que Cordelia estuviera bien instalada mientras el camión se sacudía sobre los accidentados caminos. El sargento permaneció sentado a un costado, afilando su cuchillo en forma compulsiva con un trozo de cuero que Sonia le había obsequiado. Cuatro horas en aquella situación y Cordelia estuvo a punto de comenzar a hablar con las coles.

Al fin el camión se detuvo. La puerta se abrió y cuando Bothari y Cordelia descendieron, se encontraron con que estaban en el medio de la nada: un camino de grava en la oscuridad de la noche, en un territorio desconocido.

—Los recogerán en el mojón del kilómetro 96 —dijo el conductor del camión, señalando una mancha blanca en la oscuridad que al parecer no era más que una roca pintada.

—¿Cuándo? —preguntó Cordelia con desesperación.
¿Y quiénes los recogerían?

—No lo sé. —El hombre regresó a su camión y se alejó levantando una lluvia de grava, como si ya lo hubiesen estado persiguiendo.

Cordelia se apoyó sobre la roca pintada mientras se preguntaba morbosamente qué bando saltaría sobre ellos primero, y qué sistema utilizaría para distinguirlos. El tiempo pasó, y ella comenzó a imaginar la posibilidad más deprimente aún de que nadie acudiese a buscarlos.

Pero al fin una aeronave apareció en el cielo nocturno con los motores silenciados. El vehículo aterrizó aplastando la grava. Bothari se agazapó junto a ella, sujetando inútilmente su cuchillo, pero el hombre que bajaba con dificultad de la aeronave era el teniente Koudelka.

—¿Señora? —preguntó con incertidumbre a los dos espantapájaros humanos—. ¿Sargento? —Cordelia lanzó una exclamación de alegría al reconocer la cabeza rubia del piloto: Droushnakovi.
Mi hogar no es un lugar, son personas

Con la mano de Bothari en su codo, ante un gesto ansioso de Koudelka, Cordelia se dejó caer con gusto en el mullido asiento trasero de la aeronave. Droushnakovi se volvió para mirar a Bothari con una expresión sombría, arrugó la nariz y preguntó:

—¿Se encuentra bien, señora?

—Mejor de lo que esperaba. Vamos.

La cubierta se selló y se elevaron en el aire. Las luces coloridas del panel iluminaban los rostros de Kou y de Drou. Un capullo tecnológico. Cordelia atisbo por encima del hombro de Drou para leer los instrumentos, y luego alzó la vista hacia la cubierta; sí, unas formas oscuras los acompañaban: aeronaves militares de escolta. Bothari también las vio, y sus ojos brillaron con aprobación. Su cuerpo pareció relajarse un poco.

—Me alegro de veros… —Cierta postura corporal, cierta actitud de reserva hizo que Cordelia decidiera no añadir: «juntos otra vez»

—Por lo que veo esa acusación de sabotear la consola ya se ha aclarado, ¿no?

—En cuanto tuvimos ocasión de interrogar con pentotal a ese cabo, señora —respondió Droushnakovi—. No tuvo el valor de suicidarse antes del interrogatorio.

—¿Él fue el saboteador?

—Sí —le respondió Koudelka—. Pensaba escapar cuando las tropas de Vordarian nos capturaran. Al parecer Vordarian lo había comprado hacía meses.

—Eso explica nuestros problemas de seguridad, ¿verdad?

—Él pasó la información acerca de nuestro itinerario, el día del ataque con la granada sónica. —Koudelka se frotó la nariz ante el recuerdo.

—¡Así que fue Vordarian quien estaba detrás de eso!

—Sin duda. Pero al parecer el guardia no sabía nada de la soltoxina. Lo interrogamos hasta el cansancio. No era un conspirador de alto nivel, sólo una herramienta.

A Cordelia se le ocurrieron varias ideas desagradables, pero preguntó:

—¿Illyan ya ha aparecido?

—Aún no. El almirante Vorkosigan cree que puede estar oculto en la capital, si no lo mataron en las primeras refriegas.

—Hum. Bueno, os alegrará saber que Gregor se encuentra bien…

Koudelka alzó una mano para interrumpirla.

—Discúlpeme, señora. El almirante ordenó que ni usted ni el sargento revelen nada sobre Gregor, excepto a él mismo o al conde Piotr.

—Está bien. Maldito pentotal. ¿Cómo está Aral?

—Se encuentra bien, señora. Me ordenó que la pusiera al corriente de la situación estratégica…

A la mierda con la situación estratégica, ¿qué hay de mi bebé?
Aunque por desgracia, las dos cuestiones parecían inextricablemente relacionadas.

—… y que respondiese cualquier pregunta que usted pudiera tener.

Muy bien.

—¿Qué noticias hay de nuestro hijo? Pi… Miles.

—No hemos sabido nada malo, señora.

—¿Y eso qué significa?

—Significa que no hemos sabido nada —le explicó Droushnakovi con tono sombrío.

Koudelka le dirigió una mirada furiosa, pero ella le respondió alzando un hombro.

—El hecho de que no haya noticias puede ser una buena señal, señora —continuó Koudelka—. Aunque es cierto que Vordarian todavía mantiene la capital bajo control.

Other books

That One Time by Marian Tee
Patchwork Dreams by Laura Hilton
Twisted by Jake Mactire
Fallen Souls by Linda Foster
A Man of Affairs by John D. MacDonald
Necrotech by K C Alexander